La Masacre de Ategorrieta: una sombra sobre las luces de la II República Española

El 27 de mayo de 1931, algo más de un mes después de la proclamación de la Segunda República, el barrio de Ategorrieta, en Donostia, fue escenario de uno de los episodios más oscuros y olvidados de la historia del movimiento obrero en Euskal Herria. En una manifestación pacífica organizada por pescadores y trabajadores del puerto de Pasaia, la Guardia Civil abrió fuego contra la multitud, resultando en la muerte de al menos siete personas y dejando a más de treinta heridas. El ataque contra los trabajadores de la mar se produjo junto al reloj de Ategorrieta, en el marco de una manifestación que llegaba a Donostia desde Trintxerpe compuesta por marineros principalmente llegados de Galicia. Este suceso, conocido como la masacre de Ategorrieta, refleja la brutalidad del sistema capitalista y su disposición a reprimir cualquier intento de los trabajadores por mejorar sus condiciones de vida.

Desgraciadamente este dramático suceso no ha dejado huella ninguna en la memoria de histórica de Donostia. Una masacre sin rostros, con la complicidad de la prensa de la época, dominada por la burguesía. Antesala de posteriores matanzas como las ocurridas durante la Revolución de Octubre en 1934 y la violencia creciente inmediatamente anterior al golpe de Estado de 1936, para culminar en la guerra antifascista de 1936-37, cuyos asesinatos en masa eclipsaron todas las anteriores.

En el convulso contexto de la década de 1930 la situación de los trabajadores del mar en Pasaia era precaria. A pesar de la alta rentabilidad de la pesca, los pescadores y marineros vivían en condiciones de explotación extrema, con jornadas laborales extenuantes y salarios miserables. Las familias pasaban hambre, y las condiciones de trabajo eran comparables a la esclavitud. Esta realidad era el resultado de un sistema económico capitalista que priorizaba las ganancias de unos pocos sobre el bienestar de la mayoría.

El barrio de Trintxerpe en Pasaia recibió una enorme cantidad de familias pescadoras que venían desde Galicia para encontrar un futuro mejor, pero encontraron miseria, viviendas insalubres y la explotación salvaje de los armadores vascos. La conciencia de clases galaico-vasca se arraigo y tomo una fuerza descomunal defendiendo sus derechos, organizándose, viviendo libres del clericalismo imperante, escandalizando a la sociedad “decente” donostiarra, tildando a esta zona como «tierra pagana y nido de bolcheviques y anarquistas».

No obstante, esta posición de las clases trabajadoras que necesitaban ver mejoras reales, que se pudieran coger con las manos, y sin perder tiempo chocó frontalmente con los sectores moderados y más acomodados de la República, que fueron quienes asumieron su dirección en los primeros años, que argumentando necesitar tiempo para implementar los cambios solo buscaban tranquilizar a los sectores que veían amenazados sus privilegios.

La Larga Huelga de Pasaia

La huelga que culminó en la masacre de Ategorrieta no fue un hecho aislado, sino el resultado de años de lucha por parte de los trabajadores de la mar. Recordemos que hacía más de un año que había caído la dictadura de Primo de Rivera y sólo un mes antes se produjeron las elecciones municipales donde fueron derrotados los candidatos monárquicos y se proclamó la II República, dando paso a la formación de centenares de movimientos político-sociales por todo el país. Ese fue el caso de La Unión Marítima de Pasaia, con la contribución de trabajadores del mar anarquistas, comunistas y socialistas, siendo su secretario general el comunista Astigarrabia. En 1931, los pescadores de Pasaia a través de la U.M.P. decidieron exigir mejoras en sus condiciones laborales: 300 pesetas mensuales para los marineros de Gran Sol, una jornada de descanso semanal, y que la jornada laboral no superase las 15 horas. La patronal, como era de esperar, se negó, sin embargo, la traición no tardó en llegar ya que se encontraron con la oposición de los partidos y sindicatos moderados, que temían que una huelga general pudiera desestabilizar el orden establecido y la respuesta de los marineros no tardó en llegar: toda la flota de arrastreros se declaró en huelga. A pesar de estas divisiones, los trabajadores decidieron seguir adelante con su lucha, convocando una huelga general para el 27 de mayo.

La patronal intentó reventar la huelga de dos formas, una fue contratando marineros en Galicia que cuando sabían del movimiento de sus camaradas se negaban también a trabajar. La otra llevando las artes de pesca a otros puertos como el de Getaria para que esquiroles faenaran con ellas, a lo que los huelguistas reaccionaron quemando los aparejos. El estado respondió deteniendo a los dirigentes sindicales la noche del 26 de mayo. Recordar que el Gobernador Civil, Aldasoro, era miembro del Partido Radical Socialista y tras tachar a los marineros de rebeldes contra la República amenazó con emplear la fuerza para impedir que los huelguistas llegaran a Donostia. La entrevista del Gobernador Militar, general Fernández Villa-Abrille, no desmovilizó la huelga ya que no obtuvieron respuesta sus reivindicaciones laborales ni a la demanda de liberación de los detenidos.

La manifestación y la represión estatal

La respuesta del Estado a esta manifestación fue brutal. El gobernador civil de Gipuzkoa, Ramón María Aldasoro, ordenó la movilización de fuerzas militares y policiales para sofocar la protesta.

La manifestación desafió al gobierno y salió de Trintxerpe dirección a Donostia, formada por alrededor de 1.500 personas, mujeres, hombres, ancianos y niños. Sortearon el primer cordón en el alto Miracruz. Este primer obstáculo estaba formado por militares de reemplazo, es decir, de jóvenes en pleno servicio militar obligatorio, la mili, que tras conversar con los manifestantes y ante la desgarradora verdad que portaban en sus pancartas (“Pan para nuestros hijos” y “Libertad para nuestros compañeros”) y reflejaban en sus rostros los dejaron pasar sin mediar incidente alguno.

La Guardia Civil, bajo el mando directo de Aldasoro, formó el segundo cordón en el reloj de Ategorrieta, que aún hoy existe, impidiendo el paso de los manifestantes hacia Donostia. Cuando la multitud intentó continuar pacíficamente, las fuerzas del orden abrieron fuego indiscriminadamente, resultando en la muerte de siete trabajadores y heridas a más de treinta personas.

La multitud quedó estupefacta. El pueblo cayendo abatido por las balas intentando huir para poder salvar sus vidas. Dos personas murieron en el acto, el resto lo harían en las horas inmediatas. Jóvenes marineros luchadores entre los 19 y los 34 años. Los hospitales se abarrotaron de heridos y no daban abasto. Ategorrieta se convirtió en un baño de sangre proletaria.

El gobernador civil instó al militar y juntos declararon el Estado de Guerra sacando al ejército a la calle por temor a una revuelta popular. Por su puesto el pueblo no quedó callado ante tal barbarie. La población indignada volcó un tranvía, se paralizaron obras, comercios y taxis y se convocó una huelga general.

La represión llegó a tal punto que la policía buscó y detuvo a todo sospechoso de ser comunista, se registraron sedes sindicales y disolvieron reuniones, 32 detenidos.

 

 

Entre los opositores a la huelga estaban los partidos representados en el Gobierno de la República, que lejos de censurar el desproporcionado uso de la fuerza por parte de la Guardia Civil, tacharon la huelga como un acto contra a la República, actuando en consecuencia. El gobernador civil recibió ofertas de colaboración con el Gobierno para mantener el orden por parte de republicanos, PSOE y el sindicato nacionalista SOV (Solidaridad de Obreros Vascos). Más lejos todavía fueron en el Centro de Unión Republicana donde tras una reunión organizaron una policía paralela, la “guardia republicana” que, identificada con brazaletes, salió a la calle para recomendar a los comerciantes que no cerraran. PSOE y UGT se opusieron firmemente a la huelga. Por último, para ver la magnitud de la traición a la base de la clase dominante, en la gran manifestación de la tarde, por la calle San Francisco de Gros, un piquete intentó cerrar una ebanistería propiedad de un concejal del PSOE, Guillermo Torrijos, que respondió disparando desde el interior e hiriendo con su escopeta a 8 personas, una de gravedad…

El seguimiento fue desigual en todo el estado, siendo secundada en Asturias y Bilbao por los mineros pese a la oposición de la UGT.

El 28 de mayo de 1931, se enterró en Polloe a las víctimas de la matanza perpetrada por Guardia Civil. Una multitud abarrotó el cementerio para dar el último adiós. Pese a que el Estado de Guerra seguía vigente y la rabia contenida pesaba en el ambiente no hubo incidentes.

La huelga en Pasaia continuó al mismo tiempo que se entablaron negociaciones con los armadores de la flota pesquera. La solidaridad fue un ejemplo a seguir ya que para apoyar a las familias se montaron comedores populares, colectas y eventos para recaudar fondos. Terminó el 12 de junio con la firma de un acuerdo en el que se recogían parte de las peticiones de los arrantzales (pescadores, en euskera).

Con todo y eso el Gobernador civil de Gipuzkoa, Ramón Aldasoro, no dimitió, al contrario, tuvo una carrera estelar, tampoco se tomaron medidas disciplinares en contra de ninguno de los mandos de la Guardia civil involucrados. Un calco de las actitudes de nuestros actuales gobernantes.

Por desgracia esta represión absolutamente desproporcionada no fue una excepción, basta recordar la masacre de Casas Viejas, Montemolín, Almedinilla, Sevilla, Revolución del 34 en Asturias… Oscuras acciones que ensombrecen las luces de alegría que se encendieron en una república tan anhelada por el pueblo hasta entonces ahogado en una dictadura de señoritos y terratenientes.

A pesar de la magnitud de la masacre, el recuerdo de los hechos fue silenciado durante décadas. La memoria de los trabajadores caídos fue relegada al olvido, y las instituciones del Estado no tomaron medidas para reconocer su sacrificio. Sin embargo, en los últimos años, ha habido un esfuerzo por recuperar esta memoria histórica. En 2021, el Ayuntamiento de Pasaia colocó una placa en recuerdo de los siete marineros asesinados, y en 2024 se instaló un monolito junto al reloj de Ategorrieta para honrar su memoria.

La masacre como manifestación del capitalismo

Desde una perspectiva marxista, la masacre de Ategorrieta es un claro ejemplo de cómo el Estado, como instrumento de la clase dominante, utiliza la violencia para mantener el orden capitalista. Los trabajadores, al intentar mejorar sus condiciones de vida, se enfrentaron a la represión del aparato estatal, que actuó en defensa de los intereses de la burguesía. Este episodio demuestra que, bajo el capitalismo, cualquier intento de los trabajadores por reivindicar sus derechos puede ser respondido con violencia por parte del Estado.

La masacre de Ategorrieta es un recordatorio de las luchas que los trabajadores hemos librado a lo largo de la historia para mejorar nuestras condiciones de vida. Desde una perspectiva marxista, este episodio demuestra la naturaleza represiva del Estado capitalista y su disposición a utilizar la violencia para proteger los intereses de la clase dominante. Es fundamental recordar y honrar a aquellos que dieron su vida en la lucha por la justicia social, y continuar su legado en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. ¡¡¡ Camaradas siempre firmes en la lucha!!! ¡¡¡Por una Revolución Socialista!!!

 

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