La locura terrorista y la enfermedad del capitalismo

En una tarde clara y soleada del 22 de mayo, miles de personas, en su mayoría adolescentes, se daban cita para acudir a un concierto pop en el estadio deportivo Manchester Arena. Lo que pretendía ser una fiesta, terminó en un baño de sangre cuando un suicida hizo detonar un explosivo improvisado lleno de metralla, en un concurrido vestíbulo donde los padres esperaban a sus hijos.

La mayoría de los muertos y heridos fueron niños y jóvenes; uno de ellos, una niña de ocho años de edad. Muchos más siguen recibiendo tratamiento en los hospitales. Fotos desgarradoras de las primeras víctimas y desaparecidos fueron publicadas en línea. El atentado de Manchester ha sido el peor ataque terrorista en la historia de la ciudad.

Más tarde, el 3 de junio, un nuevo ataque terrorista en Londres dejó ocho muertos y 48 heridos. Este fue el tercer incidente terrorista mortal en Gran Bretaña en menos de tres meses. Aproximadamente a las 22:00 horas, una furgoneta conducida a gran velocidad arrollaba a un grupo de viandantes en el Puente de Londres. Tras detener el vehículo, los tres terroristas que lo ocupaban salieron y acuchillaron indiscriminadamente a decenas de personas que se encontraban en los alrededores del mercado de Borough, al sur del Támesis. Los hombres, que habían gritado «Esto es por Alá», fueron abatidos por la policía.

Los recientes atentados terroristas en Manchester y Londres han provocado una oleada de conmoción y repugnancia en la sociedad. Pero éstos parecen componerse de un carácter diferente. La crudeza del último ataque contrasta con el atentado en Manchester, en el cual una bomba relativamente sofisticada fue utilizada para matar el máximo número de personas.

¿Quién o qué está detrás de estos ataques terroristas? Isis reivindicó los atentados, aunque esto no se ha comprobado. Una declaración publicada el domingo por Amaq, la agencia de noticias de la organización, afirmaba que «un destacamento de combatientes del Estado islámico ejecutó el ataque de ayer en Londres».

La elección de un concierto pop como blanco del ataque se parece mucho a la masacre de la sala Bataclán en París, en noviembre de 2015. Los terroristas yihadistas, inspirados por ISIS y al-Qaeda, eligieron deliberadamente grandes espacios para celebrar eventos, en parte por su valor simbólico como ejemplos de «decadencia occidental», pero principalmente porque son blancos vulnerables «blandos», que pueden ser atacados con un riesgo mínimo. El hecho de que muchas de las víctimas de este tipo de ataques sean niños y adolescentes se ve, no como un factor negativo, sino muy al contrario, se adapta muy bien a sus retorcidos planes debido a que añade más horror.

El ataque deliberado de niños y adolescentes en un concierto, a manos de un atacante suicida con una bomba llena de clavos, puede parecerle a la mayoría de la gente un crimen atroz sólo producto de una mente enferma y desquiciada. Tal juicio es bastante lógico, pero no proporciona ninguna explicación. Podemos estar de acuerdo en que este tipo de terrorismo indiscriminado es una forma de locura. Pero, sin duda, es necesario ahondar en el origen de esta locura.

El asesino de Manchester, Salman Abedi, un musulmán británico de 22 años, era conocido por las fuerzas antiterroristas británicas. Nació y se crió en Manchester, la familia de Abedi, de origen libio, ha viajado frecuentemente a Libia, donde su padre participa en una organización terrorista yihadista. Alguien que conoció a Abedi lo describió como una persona temperamental, con una reputación de estar involucrado en delitos menores. «Ayer eran narcotraficantes, hoy son musulmanes», dijo, añadiendo que creía que Abedi también había sido amigo de Anil Jalil Raoufi, un reclutador de Isis de Didsbury, que murió en Siria en 2014.

Las investigaciones policiales no han encontrado pruebas sólidas para confirmar la teoría de una célula terrorista y concluyeron que este acto asesino fue llevado a cabo por un solo suicida. Sin embargo, otros factores sugieren que el autor de ese ataque pudo haber sido entrenado en Libia. Abedi estuvo en Libia recientemente. Su hermano y su padre fueron arrestados en Trípoli el 24 de mayo. La milicia que los apoya dice que el hermano es un miembro de Isis y planeaba un ataque en Trípoli.

Teresa May: la hipocresía como máscara por impotencia

Inmediatamente después de la atrocidad de Manchester, Teresa May, con un ojo puesto en el frente electoral, elevó el nivel de amenaza terrorista de «severo» a «crítico». Por primera vez, el Gobierno británico ha desplegado al ejército en las calles. ¡Un gesto dramático, por no decir teatral! Pero ¿cuáles fueron los efectos concretos de esta medida? No tuvo ninguna consecuencia. Durante un par de días, los soldados patrullaron torpemente las calles, sin saber qué se suponía que debían hacer. Luego regresaron a los cuarteles. Los sospechosos que fueron detenidos tan rápidamente, fueron puestos en libertad uno por uno sin cargos.

Después del ataque del Puente de Londres, la Sra. May nos informaba de que «ya era suficiente», que las cosas deben cambiar, etc. Si para derrotar al terrorismo sólo fuera suficiente los discursos desde las escaleras del número diez de Downing Street, todas las fuerzas combinadas de ISIS, Al Qaeda y los talibanes ya habrían dejado las armas y se habrían dedicado a la jardinería hace mucho tiempo. Pero tristemente ninguna retórica de la Sra. May producirá el más mínimo efecto.

Theresa May ha ocupado el cargo de primer ministro durante varios meses y, anteriormente, fue ministra del Interior desde 2010. Eso significa que estuvo a cargo de la policía y la seguridad. Uno se siente tentado a preguntarse: ¿por qué no era «suficiente» hace siete años? ¿El pueblo británico tiene que esperar una campaña electoral antes de que la Sra. May concluya que «las cosas tienen que cambiar»? Podemos estar seguros de una cosa: por más medidas que tomen los Tories, éstos se verán impotentes para detener otros ataques terroristas, que son el resultado directo de la política de interferencia de Gran Bretaña en Oriente Medio, junto con el imperialismo norteamericano. La acción militar, lejos de salvar a la población británica del terrorismo, ha tenido precisamente el efecto contrario.

Como si de subrayar este hecho evidente se tratara, el 31 de mayo, un dispositivo explosivo escondido en un camión cisterna explotó durante la hora punta en una área concurrida en Kabul. La explosión rompió ventanas a un kilómetro de distancia y envió nubes de humo negro sobre la ciudad. Al menos 90 personas murieron y más de 460 resultaron heridas. Éste ha sido uno de los ataques más mortíferos que ha sufrido la capital en los 16 años de guerra civil. Se suponía que era una «zona segura» cerca de varias embajadas extranjeras. La bomba que destrozó Kabul fue una clara evidencia de que la llamada guerra contra el terrorismo ha fracasado.

En cuanto a las medidas policiales, éstas también tienen un efecto limitado. El MI5, servicio secreto británico, tiene en sus listas hasta 3.000 personas, a quienes se consideran extremistas religiosos, pero sólo cuenta con recursos para el monitoreo constante de unas 40 personas; la vigilancia las 24 horas de un solo sospechoso requiere hasta 18 oficiales. Y hay reglas sobre cuánto tiempo puede durar la vigilancia intensiva de un individuo. En cualquier caso, los recortes de austeridad introducidos por la señora May han provocado la pérdida de 20.000 policías en los últimos siete años.

Para derrotar a los terroristas, lo que se requiere es el apoyo activo de la población y, en particular, de la población musulmana. Pero la población desconfía del gobierno y del sistema político. La mayoría de las personas son ajenas a lo que sucede en Westminster, y el grado de alienación aumenta en proporción al crecimiento del desempleo, la pobreza, la falta de vivienda, el racismo y la discriminación. Este es el suelo sobre el que los estados de ánimo terroristas pueden florecer entre una capa de jóvenes alienados y desencantados. La guerra contra el terrorismo sólo puede ser ganada cuando estas cosas sean erradicadas de nuestra sociedad.

Al reactivar la campaña electoral de los trabajadores, tras la pausa de tres días después de la atrocidad de Manchester, Jeremy Corbyn tuvo la valentía de llamar la atención sobre el vínculo entre los ataques terroristas como el atentado suicida de Manchester y las guerras extranjeras británicas. Estableció una relación causal entre «guerras que nuestro gobierno ha apoyado o combatido en otros países y el terrorismo aquí en casa».

Esa declaración provocó, naturalmente, la respuesta furiosa de los conservadores, que afirmaron que Corbyn estaba «culpando a Gran Bretaña por los actos terroristas» y «proporcionando una excusa para el terrorismo». Sin embargo, Corbyn subrayó que su evaluación es compartida por la inteligencia y los servicios de seguridad, y «de ninguna manera excusa a los que atacan a nuestros niños». «Esos terroristas serán culpables siempre y considerados responsables de sus actos», dijo.

Corbyn agregó: «comprender las causas del terrorismo es parte esencial para responder eficazmente y proteger la seguridad de nuestro pueblo, para combatir más que para fomentar el terrorismo. Debemos ser lo suficientemente valientes como para admitir que la ‘guerra contra el terrorismo’ simplemente no funciona. Necesitamos una manera más inteligente de reducir la amenaza de los países que nutren terroristas y generan terrorismo».

A pesar de las furiosas protestas de los tories, no cabe ninguna duda de que hay una relación causal entre la participación de Gran Bretaña en las aventuras militares en Irak, Afganistán, Libia y Siria y el terrorismo. Hasta la invasión de Irak, ese acto bárbaro y criminal organizado por Tony Blair y George W. Bush, no se habían cometido actos terroristas en Gran Bretaña, ni uno sólo. Antes de aquella invasión, Al Qaeda no tenía base en Irak o Siria e Isis no existía. Estos son hechos, y los hechos son tozudos.

La conexión libia

No es casualidad que el responsable del atentado de Manchester, Salman Abedi, tuviera fuertes conexiones libias. Su padre era un fundamentalista islámico que escapó de Gadafi y fue recibido en Gran Bretaña por el conocido principio: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero la diplomacia es un pantano muy traicionero, y el enemigo de hoy puede convertirse rápidamente en el amigo y aliado de mañana.

No es muy conocido que las autoridades británicas animaron activamente a jóvenes musulmanes a viajar a Siria para ayudar a derrocar al gobierno de Assad. Muchos de estos jóvenes se radicalizaron en Siria, donde fueron reclutados en grupos terroristas yihadistas. Muchos regresaron a Gran Bretaña, y presentan un serio potencial para cometer actos terroristas como los que hemos visto recientemente en Manchester y Londres.

No es sólo en Siria donde el gobierno británico ha promovido activamente actividades terroristas. El caso de Libia es aún más claro. En esa ocasión, fue Gran Bretaña y Francia quienes lanzaron los tambores de guerra a favor de intervenir militarmente para derrocar a Gadafi (los estadounidenses no estaban en absoluto interesados ​​en esa idea). Y todo el mundo recuerda el espectáculo de David Cameron dirigiéndose a una multitud animada en Benghazi tras la llamada «liberación» de Libia. Pero, ¿qué se logró con esto?

Ese país «liberado» está inmerso en un completo caos. Está inundado de terroristas yihadistas, con un surtido de bandas criminales que compiten por el control. Asistimos al espectáculo de los traficantes de personas, que saquean a los refugiados desesperados, los cuales son enviados a su muerte, diariamente, en buques llenos de gente no aptos para la navegación. El asesinato, la violación, el pillaje, el caos, la miseria y el crimen han reemplazado al gobierno de Gaddafi. Ése es el único resultado de la interferencia de Gran Bretaña en Libia.

El Grupo Islámico Combatiente Libio, también conocido como LIFG, fue un grupo terrorista islamista anti-Gaddafi, formado en 1990 por los yihadistas libios que habían sido utilizados para luchar contra la Unión Soviética en Afganistán. Tras el acercamiento entre los gobiernos británico y libio, sellado por el llamado «Acuerdo del desierto» entre el entonces primer ministro británico, Tony Blair, y Gaddafi, en 2004, muchos exiliados libios en el Reino Unido con enlaces con el LIFG fueron sometidos a órdenes de control y vigilancia.

El cinismo de las autoridades británicas se hizo patente por los documentos secretos que fueron recuperados de las oficinas saqueadas de la agencia de inteligencia libia, después del derrocamiento de Gadafi en 2011. Estos documentos muestran que el gobierno británico bajo Tony Blair había entrado en estrecha cooperación con el régimen de Gaddafi, incluida la cooperación entre los servicios secretos libios y británicos. De acuerdo con estos documentos, los servicios de seguridad británicos agredieron a los disidentes de Libia en el Reino Unido como parte del acuerdo y ayudaron a la entrega de dos altos líderes del LIFG, Abdel Hakim Belhaj y Sami al-Saadi, a Trípoli, donde fueron torturados.

Entre algunos de los documentos incriminatorios, se encuentra una carta que Tony Blair escribió a Gaddafi en abril de 2007, en la que se dirige a su «estimado Muammar», y en la que Blair expresaba su pesar por el fracaso del gobierno británico en deportar a Libia a dos presuntos miembros del LIFG, y agradecía al dictador la «excelente cooperación» entre las agencias de inteligencia del Reino Unido y Libia.

Sin embargo, la actitud de Londres hacia Trípoli se transformó más tarde en su contrario. De nuevo, Gaddafi se convirtió en el enemigo. Su caída se aceleró por los ataques aéreos de la OTAN, liderados por Francia y Gran Bretaña. El gobierno británico operó una política de «puertas abiertas» que permitió a los exiliados libios y ciudadanos británicos de origen libio unirse al levantamiento que derrocó a Muammar Gaddafi en 2011, sin importar que muchos de ellos habían estado sujetos a órdenes de control antiterrorista.

Las órdenes de control se introdujeron como parte de la legislación contra el terrorismo, redactada después de los atentados de 2005 en Londres. Ziad Hashem, un miembro del LIFG que recibió asilo en el Reino Unido, declaró que fue arrestado durante 18 meses sin que pesaran cargos contra él y luego sufrió arresto domiciliario durante otros tres años, por información que cree haber sido suministrada por la inteligencia libia.

Pero añadió: «Cuando comenzó la revolución, las cosas cambiaron en Gran Bretaña, la manera de hablarme y de dirigirse a mí fue diferente, me ofrecieron beneficios, incluso permiso indefinido de residencia o ciudadanía».

«Entrenamiento del SAS»

La connivencia entre las agencias de inteligencia británica y los yihadistas no se limitó a hacer la vista gorda a los jóvenes que viajaban a Libia para luchar contra Gaddafi. Hay muchas pruebas que demuestran que las Fuerzas Especiales Británicas (SAS), en realidad, armaron y entrenaron a estos grupos. Un ciudadano británico de origen libio que fue sometido a una orden de control -arresto domiciliario de hecho- debido a temores de que se uniera a grupos militantes en Irak, dijo que “se sorprendió» de poder viajar a Libia en 2011 poco después de que se levantara su orden de control: «se me permitió ir, sin hacer preguntas», dijo. Conoció a otros británicos de origen libio en Londres, a quienes también se les levantó órdenes de control en 2011, a medida que la guerra contra Gadafi se intensificaba, y el Reino Unido, Francia y Estados Unidos llevaban a cabo ataques aéreos y desplegaban soldados de las Fuerzas Especiales en apoyo a los rebeldes.

«No tenían pasaportes, buscaban pasaportes falsos o una forma de pasar ilegalmente», dijo. Pero a los pocos días de levantarse sus órdenes de control, las autoridades británicas les entregaron sus pasaportes.

«Éstos eran antiguos miembros del LIFG, ellos [las autoridades británicas] sabían lo que estaban haciendo,» dijo. El gobierno británico tenía al LIFG dentro de la lista de organizaciones terroristas en 2005, al que consideraban como promotor de un «estado islámico de línea dura» y «parte del movimiento islamista extremista más amplio inspirado por al-Qaeda».

Belal Younis, otro ciudadano británico que fue a Libia, describió cómo fue detenido a su regreso al Reino Unido en 2011 por el dispositivo antiterrorista ‘schedule 7’, que permitía a la policía y a los funcionarios de inmigración detener e interrogar a cualquier persona que pasara a través de los controles fronterizos en puertos y aeropuertos, para determinar si estaban involucrados en actividades relacionadas con el terrorismo.

Dijo que, tras la detención, un oficial de inteligencia del MI5, la agencia de seguridad nacional del Reino Unido, le preguntó: «¿Está usted dispuesto a ir a la batalla?».

«Mientras yo me tomaba el tiempo para encontrar una respuesta, se volvió hacia mí y me dijo que el gobierno británico no tenía ningún problema con la gente que estaba luchando contra Gaddafi».

Cuando viajaba de regreso a Libia en mayo de 2011, dos agentes de la policía antiterrorista se le acercaron en la puerta de embarque, y le dijeron que si iba a luchar estaría cometiendo un delito. Pero después de proporcionarles el nombre y el número de teléfono del oficial del MI5 con el que había hablado anteriormente, y después de una rápida llamada telefónica a dicho oficial, fue autorizado a seguir. Mientras esperaba para abordar el avión, dijo que el mismo oficial del MI5 lo llamó para decirle que lo había «solucionado».

«El gobierno británico no puso obstáculos para ir a Libia. La gran mayoría de los chicos británicos tenían 20 años . Había algunos de 18 y 19 años. La mayoría de los que fueron provenían de Manchester».

Otro ciudadano británico de origen libio describió cómo había llevado a cabo «trabajos de relaciones públicas» para los rebeldes en los meses previos al derrocamiento y asesinato de Gaddafi, en octubre de 2011. Dijo que fue contratado para editar videos que mostraran a rebeldes libios siendo entrenados por ex agentes de las SAS británicas y mercenarios de las Fuerzas Especiales Irlandesas en Benghazi, la ciudad en donde empezó el levantamiento contra Gaddafi:

«No eran videos baratos con nasheeds [canciones] árabes, eran cintas pulidas y profesionales, que mostrábamos a Qatar y Emiratos Árabes, para apoyar a las milicias que estaban recibiendo el entrenamiento de élite de las SAS». También estuvo a cargo de enseñar a jóvenes libios a usar cámaras para poder vender exclusivas a los medios internacionales.

En una misión en un campamento base rebelde, en una escuela de Misrata, se encontró con un grupo de ocho jóvenes británicos de origen libio. Después de bromear sobre sus acentos norteños, se enteró de que nunca habían estado en Libia antes. «tenían alrededor de 17 o 18 años, tal vez uno tenía 20 a lo más, tenían un perfecto acento de Manchester», dijo. «Estaban viviendo allí, luchando y dándolo todo”.

Del optimismo al caos

El derrocamiento y asesinato de Gaddafi fue seguido por un período de optimismo embriagador. En un mitin en Benghazi, en septiembre de 2011, el entonces primer ministro británico, David Cameron, y el Presidente francés, Nicolas Sarkozy, se dirigieron a una gran multitud entre banderas francesas y británicas. «Es estupendo estar aquí en una Benghazi libre y en una Libia libre», les dijo Cameron.

Esta euforia no duró mucho tiempo y hoy nadie desea recordar el momento de “gloria” de David Cameron. Al igual que en Irak, la caída del antiguo régimen fue seguida de una ruptura completa, anarquía y caos. Un acuerdo de paz respaldado por la ONU, firmado por algunos de los adversarios en 2015, no logró unir al país ni crear un Estado estable bajo el «gobierno del acuerdo nacional» (GNA). Numerosos grupos armados, alineados en líneas generales con gobiernos rivales en oriente y occidente, compiten por el poder. Isis ha prosperado en el caos y añade aún más, últimamente está atacando tuberías de agua y estaciones de bombeo.

Surgieron pistoleros yihadistas, milicias rivales de señores de la guerra y gángsteres. El pueblo indefenso de Libia cayó de la sartén al fuego. Y sus «aliados» británicos y franceses lo dejaron rápidamente en la estacada. Libia se ha convertido en un refugio para terroristas y un imán para los posibles yihadistas de Europa, incluyendo Gran Bretaña. Los jóvenes de Manchester y de otras ciudades viajaron de un lado a otro sin impedimentos, incluidos los que estaban bajo vigilancia por sospechas de vinculación a grupos terroristas. Entre estos chicos que viajaron libremente a Libia, lucharon y tuvieron conocidos vínculos con organizaciones terroristas, se encontraba Salman Abedi.

¿Fue Abedi uno de esos muchachos de Manchester que «lo dio todo», uno de los que recibió entrenamiento de manos del SAS? Probablemente era demasiado joven en ese momento, pero no parece haber duda de que fue entrenado por personas con habilidades considerables en el arte mortal de la fabricación de bombas. Y muy probablemente recibió la formación necesaria de la mano de expertos británicos. En cualquier caso, la participación de Gran Bretaña en la acción militar secreta y abierta en Libia se ha tornado ahora en persecución al pueblo de Gran Bretaña.

La Ministra de Interior, Amber Rudd, ha admitido que Abedi era conocido por los servicios de seguridad. Un trabajador de la comunidad local dijo a la BBC que varias personas lo habían denunciado a la policía a través de una línea telefónica antiterrorista. El hermano menor y el padre de Abedi, que regresaron a Libia tras el derrocamiento de Gaddafi, también han sido arrestados por sospechas de vínculos con Isis, a quien se le atribuyó la responsabilidad del ataque de Manchester.

¿Es el yihadismo una forma de fascismo?

La pequeña burguesía es la más impotente de todas las clases sociales. Aplastada entre los grandes monopolios y el proletariado, está históricamente condenada a la extinción. Sin embargo, lucha desesperadamente contra dicha extinción. Odia a los grandes bancos y monopolios que la están arruinando, pero teme y odia al proletariado a cuyas filas se ve precipitada cada vez más.

En los años treinta, la pequeña burguesía alemana -los pequeños empresarios y comerciantes arruinados- fue movilizada por Hitler entorno a un programa falso y demagógico que se suponía dirigido contra los bancos y el gran capital (especialmente el capital financiero). En realidad, Hitler era sólo el agente de las grandes empresas alemanas. Dirigió hábilmente la furia de la pequeña burguesía contra una sección del capital, que identificó con los judíos. El odio del pequeño comerciante arruinado se desvió así del capitalismo hacia otro objeto distinto.

Como individuo, el pequeño burgués es insignificante. Pero movilizado en un ejército, dotado con un poderoso sentido de propósito común y equipado con eslóganes de superioridad racial y nacional, la pequeña burguesía se siente a si misma como un poder. El polvo humano se convierte en una fuerza. La rabia impotente del pequeño burgués se vistió de uniforme, los intensos sentimientos de humillación recibieron un falso sentimiento de satisfacción en forma de un sentimiento de superioridad nacional y racial. El gusano se convirtió (al menos en su propia mente) en un dragón. La locura resultante se llama fascismo. Dirigido contra la clase obrera, éste se convirtió en la más potente de las agencias de reacción: un potente ariete para destruir el movimiento obrero. Un movimiento que se suponía iba dirigido contra las grandes empresas pero que acabó siendo el medio más eficiente para el mantenimiento del capital monopolista.

La pequeña burguesía se entregó fanáticamente a Hitler porque le prometió una salida a la crisis del capitalismo alemán. Desde un punto de vista lógico, sus ideas eran irracionales, místicas, confusas y contradictorias. Pero la lógica no es necesariamente la herramienta más poderosa para mover a las masas. La emoción juega un papel aún mayor en los momentos decisivos. Y Hitler sabía muy bien cómo jugar con las emociones de las masas, especialmente con la pequeña burguesía enfurecida, a la que el mismo pertenecía. El nacionalsocialismo afirmaba la superioridad de la «raza» sobre todo lo demás. El pequeño burgués alemán, individualmente impotente, se sentía parte de un Todo – la Nación y la Raza – que era algo todopoderoso. En este caso, el fraude de la superioridad racial sirvió de tapadera para los intereses desnudos del imperialismo alemán.

¿Qué relación tiene este fenómeno con el fanatismo islamista? Algunos se han referido a este último como islamofascismo. La fórmula tiene una atracción superficial, pero es algo engañosa. El fascismo es un producto del capitalismo monopolista en un período de declive capitalista. Es una expresión extrema del racismo que es la esencia destilada del imperialismo. La idea de la superioridad racial sobre los pueblos «inferiores» proporciona una cobertura útil para la agresión imperialista y la esclavización de una nación por otra. Por el contrario, los movimientos yihadistas han surgido no en las naciones imperialistas avanzadas, sino en algunos de los países más oprimidos de Oriente: las antiguas colonias que lograron la independencia formal del gobierno imperialista directo pero que, sobre la base del capitalismo, se encuentran en un callejón sin salida.

Los yihadistas de hoy en día difieren de los nacionalsocialistas en que son una expresión de las penosas contradicciones sociales que existen en las naciones pobres, excoloniales, no de los poderosos estados imperialistas depredadores. Sin embargo, en su composición de clase psicológica ofrecen muchos puntos de comparación. Como clase condenada a desaparecer, la pequeña burguesía es particularmente propensa a las ilusiones. Esto es muy claro en la basura mística y pseudohistórica en la que Hitler envolvió su mensaje reaccionario y disfrazó su contenido real. Vemos un fenómeno similar con la ideología confusa y mística del yihadismo, aunque su contenido concreto no es el mismo que el del fascismo y tiene raíces completamente diferentes.

El contenido de clase y la ideología del yihadismo

El islamismo es a su manera una manifestación extrema de «política identitaria», ofreciendo un sentido de identidad a un grupo social particular que sin duda sufre de opresión, marginación y alienación en la sociedad occidental. Pero como todas las demás manifestaciones de la «política identitaria», no ofrece ninguna solución a las personas a las que se dirige. En vez de vincular los problemas de los jóvenes musulmanes desempleados a la clase obrera en una lucha común contra el capitalismo, los separa de otros estratos oprimidos y explotados, y de hecho los rechaza. Al sembrar la división y el odio, desempeña un papel completamente reaccionario y contrarrevolucionario.

El único tipo de política identitaria que puede servir genuinamente a un propósito progresista y revolucionario es la política de clase contra clase.

Cualquier otro tipo de identidad es, en el mejor de los casos, un sustituto ilusorio y divisorio de la verdadera lucha revolucionaria y, en el peor de los casos, una cobertura para los objetivos más reaccionarios.

Los yihadistas juegan con los sentimientos de humillación y opresión que existen entre amplias capas de la población en países excoloniales. El estudiante desempleado de El Cairo, el desesperado habitante de las barriadas de Karachi, el arruinado comerciante de Yakarta, todos ellos les proporcionan una audiencia ya preparada a unos movimientos reaccionarios bien financiados que les informan que todos sus problemas se deben a la decadente cultura occidental y que la única solución es volver al Islam «puro».

Nos ocuparemos más tarde del contenido real de este Islam «puro». Por el momento basta señalar que muy frecuentemente en la historia un movimiento de descontento masivo contiene un elemento de querer volver a un pasado dorado que nunca existió realmente, pero que expresa un odio ardiente por el orden existente y un deseo de escapar de sus contradicciones. Estos sueños de un mundo mejor han tenido a menudo un carácter semi-místico y religioso. La ideología yihadista es simple y, por eso mismo, atractiva: todos nuestros problemas se deben a la dominación de los valores y la cultura occidentales: estamos oprimidos y humillados; nuestra cultura, valores y religión son despreciados. Debemos recuperar nuestro país, ahuyentar a los infieles, borrar todo rastro de ideas extrañas, moral y religiosa, volver a las viejas formas y establecer la comunidad de los verdaderos creyentes. Entonces todo estará bien.

La vaguedad de la idea constituye a la vez su fuerza y ​​su debilidad. En una sociedad que se encuentra cruelmente dividida entre ricos y pobres, predica un tipo de identidad que supuestamente trasciende a la clase. Este es un mensaje poderoso. Da a las personas un sentido de identidad y comunidad, una hermandad de religión en lugar de la cruel atomización y alienación del capitalismo. Pero esta «solución» es, de hecho, ilusoria. Como toda religión, resuelve el problema no en la realidad, sino sólo en la mente, no en el aquí y ahora sino en una vida más allá de la tumba.

«En la mezquita todos los musulmanes son iguales». Eso puede ser cierto hasta cierto punto, pero pasa por alto el hecho de que, al salir de la mezquita, el rico musulmán que posee tierras o una fábrica explotará, robará y engañará al pobre trabajador o campesino musulmán. Los pobres seguirán siendo pobres y tendrán que esperar su recompensa en otra vida, mientras que los ricos gobernarán la sociedad como antes y recibirán su recompensa terrenal sin más demora.

Es, por supuesto, inútil discutir con la fe religiosa, que por definición no responde ante las leyes de la lógica. Las contradicciones insoportables de la sociedad capitalista pueden conducir a la gente a buscar soluciones desesperadas, incluso contra toda lógica.

Los yihadistas y el imperialismo

La única manera de salir de este terrible callejón sin salida es tomando el camino de la revolución socialista. Esto era totalmente posible. La clase obrera de Irak, Sudán, Indonesia, la India y muchos otros países, mostró un heroísmo enorme y miró al comunismo como salida. Pero los partidos comunistas de esos países, bajo el control de Moscú (o de Pekín en el caso de Indonesia) siguieron la política criminal de las «etapas» que declaraba que la clase obrera debía entregar el poder a la «burguesía nacional». Eso paralizó al proletariado, aisló su vanguardia comunista y los entregó al verdugo como ovejas en el matadero.

La traición de los estalinistas y la destrucción del movimiento obrero en un país tras otro es lo que ha sumido a estos países en el abismo de miseria en el que se encuentran actualmente. El vacío ha sido llenado por la reacción yihadista. Pero este proceso no se logró sin la activa intervención del imperialismo.

Algunos grupos de izquierda se han dejado engañar por la retórica «antiimperialista» de los yihadistas. Pero hay que tener en cuenta que es posible estar «en contra del imperialismo» por muchas razones diferentes, no todas ellas de carácter progresista. Al redactar las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial de cara al el II Congreso de la Internacional Comunista, Lenin enfatizó la necesidad de mantener una oposición intransigente ante los elementos reaccionarios, feudales y religiosos en los países coloniales:

» 11.- En lo referente a los Estados y a las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales, patriarcales o patriarcal-campesinas, es preciso tener presente sobre todo:

1) La obligación de todos los partidos comunistas de ayudar al movimiento democrático-burgués de liberación en esos países: el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término a los obreros del país del cual, en el sentido colonial o financiero, depende la nación atrasada;

2) La necesidad de luchar contra el clero y los demás elementos reaccionarios y medievales que ejercen influencia en los países atrasados;

3) La necesidad de luchar contra el pan-islamismo y otras corrientes de esta índole que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento de las posiciones de los Janes, de los terratenientes, de los mulás, etc.” (Las cursivas son nuestras)

Estas palabras son muy claras y son completamente relevantes a la hora de determinar nuestra actitud hacia las tendencias yihadistas reaccionarias que pretenden «luchar contra el imperialismo» bajo la bandera negra de la reacción. En la ideología de Isis y otros grupos yihadistas no hay un solo fragmento de contenido progresista. De hecho representan la forma más rabiosa de reacción. Su pretensión de «combatir al imperialismo» es también completamente falsa, como cualquiera que conozca remotamente los hechos sabrá muy bien.

El imperialismo islámico fue alentado y financiado por el imperialismo -especialmente el imperialismo estadounidense- como medio para combatir el comunismo en Oriente Medio durante la Guerra Fría. Después de la revolución afgana de 1979, la CIA apoyó, armó y financió las bandas yihadistas que más tarde se convirtieron en los talibanes. Osama bin Laden – el hijo de un multimillonario saudí – era un agente de la CIA en ese momento. Estados Unidos no tenía ningún problema con Al Qaeda mientras mataban a rusos. Pero cuando el ejército soviético se retiró de Afganistán y los yihadistas comenzaron a atacar a los estadounidenses, dejaron de ser «luchadores por la libertad» y se convirtieron en «terroristas».

El papel de Arabia Saudí

El islam «puro» del cual hablan los yihadistas es por supuesto el importado de Arabia Saudí, donde una camarilla parasitaria de príncipes y jeques mimados y degenerados lleva un estilo de vida lujoso de obscena riqueza. Estos «defensores de los Lugares Santos» habitan palacios inmensos, usan limusinas caras, y gozan de todos los últimos lujos que el infiel Occidente puede proporcionar. Cuando no pasan el tiempo en sus palacios, lo pasan en los burdeles y casinos de Londres y París en un estado de gozo empapado de whisky.

Estos son los hombres que celosamente guardan las virtudes más sagradas del Islam «puro» en su forma wahabi más intransigente. Cualquiera que se atreva a transgredir el rígido código moral que han impuesto, o cualquiera que se atreva a cuestionar su gobierno de cualquier manera puede esperar ser sometido a la más rigurosa corrección. Entre las delicadas costumbres de este paraíso wahabí encontramos la flagelación, el corte de miembros, la lapidación hasta la muerte, la decapitación y la crucifixión.

La banda reaccionaria de Riad, de donde se exporta, además del petróleo, el venenoso fanatismo wahabí, mantiene excelentes relaciones con los imperialistas occidentales e Israel (que acaban de establecer una conexión aérea directa). Al disponer de grandes cantidades de dinero en efectivo, compran los servicios de agentes que difunden su ideología a través de miles de organizaciones: desde los seminarios de Pakistán y organizaciones «benéficas» en el norte de África hasta movimientos armados yihadistas en Irak, Siria y Libia.

Si seguimos los hilos que unen a todas las diferentes bandas terroristas yihadistas a su fuente última, veremos que la mayoría, si no todos, conducen a Riad. La mayor parte de los que llevaron a cabo el ataque terrorista del 11-S contra las Torres Gemelas eran saudíes. También había jordanos, pero ni un solo iraquí. Sin embargo, fue Irak, no Arabia Saudí o Jordania, el país que fue invadido. Al día siguiente del 11-S, el presidente Bush ordenó que todos los aviones que sobrevolaran Estados Unidos quedasen en tierra, con una sola excepción: los aviones que llevaban a ciudadanos saudíes fuera de Estados Unidos, incluidos parientes de Osama bin Laden.

A los imperialistas, les conviene cerrar los ojos ante estas actividades de sus amigos en Riad, que no sólo son sus sirvientes más fieles, sino también la fuente de lucrativos acuerdos armamentísticos, como el recientemente firmado por el Presidente Trump por alrededor de cien mil millones de dólares. El hecho de que estas armas se utilicen para matar al pueblo de Yemen no les preocupa lo más mínimo.

Cómo los saudíes recompensan a nuestros «demócratas»

Puede parecer sorprendente que el conocido hecho de que los saudíes y sus agentes wahabíes constituyen la principal fuerza motriz detrás de las bandas yihadistas que operan en Siria, Afganistán, Irak y Libia, y están detrás de los ataques terroristas en Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Alemania, nunca sea mencionado por nadie. Pero no hay nada sorprendente al respecto. El régimen saudí paga a un gran ejército de periodistas y asesores en muchos países cuyo trabajo es silenciar cualquier crítica a su régimen y sus actividades.

Como parte de la vasta red de corrupción pagada con el dinero del petróleo saudí, los funcionarios del gobierno conservador y los miembros del Parlamento británico han recibido regalos y dinero de parte del gobierno saudí. Los lazos financieros del reino con los parlamentarios conservadores se detallan en el registro de intereses financieros publicado por el Parlamento británico. Los diputados Tories se han embolsado 99.396 libras en regalos, gastos de viaje y «honorarios de consultoría» del gobierno de Arabia Saudí desde que comenzó la guerra de Yemen.

Cuando Philip Hammond, ahora ministro de economía, era ministro de exteriores, fue criticado por defender una ejecución masiva en Arabia Saudí que incluía a un crítico no violento del gobierno. El mismo Philip Hammond aceptó un reloj del embajador saudí por valor de 1.950 libras esterlinas. La diputada Tory Charlotte Leslie, que presidió un debate parlamentario sobre política exterior en Oriente medio recibió una canasta de alimentos de la Embajada de Arabia Saudí con un valor estimado de 500 libras, un regalo menor, tal vez, pero bienvenido de todos modos.

El gobierno de Arabia Saudí también costeó amablemente cuatro viajes a ese fascinante reino efectuados por diputados conservadores desde que comenzó la guerra en Yemen. Los costes de alojamiento, viajes y comidas para los legisladores oscilan entre unas modestas 2.888 libras hasta unas ya más aceptable 6.722 libras. Según el registro de intereses financieros, al menos 18 diputados conservadores han participado en esos viajes. Rehman Chishti, uno de los beneficiarios conservadores de esta espléndida hospitalidad saudí el año pasado, recibió además 2.000 libras al mes como asesor del Centro Rey Faisal de Investigaciones y Estudios Islámicos, un «think-tank» de Arabia Saudí. El acuerdo comenzó en febrero de 2016. No está claro si todavía están «pensando» – pero definitivamente están ganando dinero …

Pero es preciso tener mucha imaginación para creer que tan generosa donación no es parte de un esfuerzo para comprar influencia a ambos lados del Atlántico. El periódico The Intercept ha informado que «el gobierno de Arabia Saudíta ha expandido rápidamente su presencia como lobby en Washington, contratando consultores y expertos en relaciones públicas con estrechos vínculos con el presidente Donald Trump. Desde 2015, el número de agentes registrados que trabajan para el Reino de Arabia Saudí creció de 25 a 145 personas.» A juzgar por la reciente visita de Donald Trump, el esfuerzo ha sido muy provechoso.

Los lazos de los Tories con Arabia Saudí han sido recompensados con unas ventas de armas récord. Los gobiernos conservadores han autorizado 3.300 millones de libras en ventas de armas a las milicias saudíes desde el comienzo de la masacre en Yemen, un tema sobre el cual estos renombrados humanitarios no tienen nada que decir – al igual que los “campeones de la democracia” muestran una más que notable reticencia a criticar los abusos a los derechos humanos cuando son llevados a cabo por sus amigos saudíes.

Theresa May visitó Riad antes que su amigo Donald Trump y salió muy satisfecha de sí misma, al haber logrado otro hermoso tratado de venta de armas con los saudíes. De vuelta a Londres, se apresuró en negar todos los cargos sobre la agresión brutal saudí contra Yemen, que Gran Bretaña está respaldando activamente. Al fin y al cabo, el dinero es el dinero, y todos sabemos que no huele, no importa de donde haya salido.

Se podría suponer que antes de que Santa Theresa de Downing Street viajara a Riad, fue informada por la Inteligencia británica. Se podría suponer además que el MI6 es muy consciente de los estrechos vínculos entre el régimen saudí y el terrorismo wahabí. Sin embargo, la Sra. May, como Donald Trump, hizo gala del servilismo más humillante hacia estos monstruos que continúan apoyando, armando y financiando a bandas terroristas en Siria, Irak y Libia -incluyendo a la pandilla vinculada a la atrocidad de Manchester. Ahora se ha hecho público que el gobierno conservador de la primera ministra Theresa May pretende suprimir un informe sobre la financiación extranjera a los grupos extremistas, que se piensa que documenta los lazos saudíes con los fundamentalistas islámicos.

Arabia Saudí y Qatar

Arabia Saudí y sus satélites del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Bahrein ) han roto relaciones con Qatar. Los saudíes anunciaron que no sólo estaban rompiendo relaciones diplomáticas, sino que cerraban sus comunicaciones aéreas, marítimas y terrestres, lo que significa que la única frontera terrestre de Qatar debe cerrarse. Los qataríes deben abandonar Arabia Saudí y se les denegará la entrada en lo sucesivo. Los saudíes han expulsado a la fuerza a unos 1.000 soldados de Qatar de su coalición contra Yemen. Los medios de comunicación saudíes dicen que las medidas son represalias por el «apoyo al terrorismo» de Qatar, incluyendo al-Qaeda. Este es un caso de “quítate que me tiznas, le dijo la sartén al cazo”. Es cierto que los qataríes, que tienen grandes ambiciones, han estado apoyando a grupos terroristas en Siria y en otros lugares – a veces los mismos y a veces terroristas distintos a los respaldados por Arabia Saudí. Qatar patrocina y proporciona santuario a la Hermandad Musulmana, que los Emiratos Árabes Unidos (EAU) califican como grupo terrorista. También financia y aloja a Al Jazeera, una cadena de televisión que ofrece una plataforma a los disidentes árabes – de todas partes, salvo del propio Qatar. El principal problema es que los qataríes no están dispuestos a aceptar el dominio saudí en la región. Un punto especialmente doloroso para Riad es que Qatar todavía mantiene relaciones relativamente cordiales con Irán (al igual que Kuwait y Omán). Su emir, Tamim bin Hamad Al Thani, ha expresado reservas sobre la postura cada vez más beligerante de Arabia Saudí hacia Irán. En la década de 1920, como parte de su estrategia de divide y vencerás, los británicos defendieron a Qatar contra los saudíes, impidiéndoles extender su dominio a sus protectorados costeros. Hoy en día Qatar ha estado cortejando a Israel, Irán, Turquía y EEUU en busca de apoyo. Sin embargo, últimamente sus alianzas están bajo amenaza. Qatar alberga la mayor base estadounidense en el Medio Oriente, al-Udeid situada en el camino a la frontera saudí, algo que los qataríes han considerado durante mucho tiempo como su mejor defensa contra una invasión por tierra. Pero la decisión de Donald Trump de elegir a Riad como el primer destino en el extranjero de su presidencia y la calurosa acogida que recibió por parte de los saudíes, seguida por importantes contratos de armamento, les ha provocado escalofríos a los qataríes. Este es otro factor que crea inestabilidad en una parte ya inestable del mundo.

El terrorismo – viejo y nuevo

El terrorismo siempre ha existido de una forma u otra.De hecho, es un síntoma de la existencia de contradicciones insoportables en la sociedad. Pero el carácter del terrorismo moderno ha sufrido un cambio que refleja la enfermedad del capitalismo en su época de decadencia senil.La locura del terrorismo es la imagen especular de un mundo que se ha vuelto loco. Para citar las palabras de Hegel: La Razón se convierte en Sinrazón.

El marxismo ruso, en particular, nació de una lucha implacable contra el terrorismo individual.La marca moderna del terrorismo es muy diferente al antiguo terrorismo del estilo de la Narodnaya Volya rusa (La Voluntad del Pueblo).Los terroristas rusos eran heroicos jóvenes idealistas que estaban comprometidos en un combate aislado con el monstruoso régimen zarista.En aquella época, la clase obrera rusa se encontraba en una fase embrionaria de desarrollo.Las masas campesinas estaban en estado de letargo. Los estudiantes revolucionarios trataron de despertarlos mediante la «propaganda por el hecho», es decir, asesinando figuras prominentes del régimen.

Comparados con la moderna estirpe de terroristas, los terroristas rusos eran como santos, guiados por altos principios y estrictos códigos morales. Nunca plantaron bombas para matar gente común.Sus objetivos eran los jefes de policía, notorios torturadores y ministros reaccionarios. La mayoría de las veces, después de llevar a cabo un asesinato, se entregaban a la policía para ser sometidos a juicio y sentenciados a largos períodos de prisión o exilio en las frías tierras congeladas de Siberia.

A pesar de su indudable heroísmo y compromiso revolucionario, los métodos terroristas de la Voluntad del Pueblo eran incorrectos y contraproducentes. Al final llegaron incluso a asesinar al zar. Pero el éxito mismo de los terroristas al eliminar la figura situada en el ápice de la odiada autocracia, simultáneamente causó el golpe mortal al partido que lo había organizado.

El idealismo de la Voluntad del Pueblo contrasta fuertemente con los terroristas modernos que deliberadamente se proponen matar y mutilar a mujeres y niños inocentes. No están guiados por altos principios sino por un fanatismo ciego y una ideología reaccionaria. La mentalidad de estas personas no tiene nada en común con el ingenuo socialismo utópico de la Narodnaya Volya.

Ha habido intentos de comparar la última atrocidad con el atentado del IRA en 1996.La variante moderna del terrorismo yihadista es diferente en especie a la practicada por el IRA. Los marxistas se opusieron a la llamada lucha armada del IRA, que fue responsable de muchas muertes sin sentido y no condujo a ninguna parte. Pero al menos el IRA tenía un programa claro que todos entendían: la unificación de Irlanda. Uno podía estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero era algo tangible. El tipo de terrorismo practicado por los fanáticos jihadistas tiene un objetivo diferente, con métodos correspondientemente diferentes.

Esto es lo que The Economist – una revista conservadora – tiene que decir sobre ese tema:

«Muchos han comparado este atentado con otro ataque de Manchester, en 1996, cuando el Ejército Republicano Irlandés (IRA) detonó la mayor cantidad de explosivos utilizados en un ataque terrorista en Gran Bretaña en Corporation Street, cerca del centro comercial Arndale. Una advertencia fue dada de antemano, y aunque cientos resultaron heridos, nadie fue asesinado. La ciudad se recuperó rápidamente en esa ocasión. De hecho, el dinero del gobierno gastado para reconstruir el lugar alentó la regeneración de toda la ciudad. Pero el ataque del IRA fue un asalto a la economía de la ciudad. El atentado de esta semana fue diseñado para matar y mutilar a tantas personas como fuera posible, la mayoría de ellas niñas. Fue un ataque profundamente emotivo, diseñado para dividir a las comunidades, para desgarrar el sentido de inclusividad de Manchester, un objetivo común de los ataques del llamado Estado Islámico, que ha asumido la responsabilidad «.(The Economist, 24 de mayo).

El marxismo siempre se ha opuesto al terrorismo individual, que es un modo de lucha típico de la pequeña burguesía, del campesinado y del lumpen proletariado -el intelectual desclasado de clase media, los elementos criminales que han sido «radicalizados» en la cárcel por contacto con yihadistas y elementos desesperados de la juventud.

La sociedad en un callejón sin salida

A lo largo de la historia, la religión ha sido enemiga del progreso y de la civilización. El florecimiento de tantas sectas religiosas, que brotan como setas venenosas después de una tormenta, es un indicador seguro de que bajo el capitalismo, el progreso humano ha llegado a un callejón sin salida.

Para el estudiante serio de la historia esto no es un fenómeno nuevo. Por el contrario, lo vemos repetido en toda sociedad donde una determinada forma socioeconómica ha sobrevivido a su utilidad y se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo social. En estos períodos la gente pierde la fe en el orden social existente, sus valores, su moralidad y su religión. La decadencia del Imperio Romano fue acompañada por una extensión de todo tipo de ideas místicas y supersticiones de Oriente, mientras que los viejos dioses y templos permanecían vacíos porque la gente ya no creía en ellos. Vemos un escenario similar en el último período del feudalismo, cuando la gente creía que el fin del mundo se acercaba.De hecho, lo que se acercaba no era el fin del mundo, sino simplemente el fin de un sistema social dado.

Hoy en día es común referirse al fundamentalismo como si estuviera confinado al Islam. Pero el fundamentalismo cristiano (Donald Trump y la renacida banda Republicana que lo rodea son un excelente ejemplo de este fenómeno), el fundamentalismo judío, el fundamentalismo hindú también existen. Todas ellos son expresiones de tendencias irracionales en la sociedad, que a su vez son reflejo de la naturaleza irracional de la sociedad en la que vivimos.

El programa yihadista es simple: la conquista del mundo entero por la variante más extrema del Islam.Los medios por los que se debe alcanzar este objetivo son igualmente simples: matar a tantos kafirs (infieles) como sea posible, y en el proceso ganar un pasaporte al cielo.
No está del todo claro cómo estas demandas podrían ser negociadas satisfactoriamente. La experiencia demuestra que no se puede negociar con un fanático religioso. El fanatismo religioso niega todo argumento lógico y lo reemplaza con la «fe» ciega que tiene superioridad sobre todo lo demás. En los individuos esta es una forma de locura que puede ser descartada como una forma de excentricidad inofensiva. Pero es una especie de locura que bajo ciertas condiciones puede tener un poderoso atractivo para clases y estratos sociales definidos. Cuando asume la forma de un movimiento de masas, está muy lejos de ser inofensivo.

Impotencia terrorista

De los acontecimientos recientes la población puede fácilmente sacar la conclusión de que los terroristas están en todas partes, listos para atacar sin previo aviso. Contra este invisible y misterioso enemigo, las fuerzas del Estado parecen impotentes.De este modo se crea la impresión de una fuerza todopoderosa y omnipresente. De hecho, el terrorismo no es una expresión de fuerza, sino todo lo contrario. El terrorismo es siempre un arma de los débiles contra los fuertes.

La última ola de atrocidades terroristas en Europa no es una expresión de la marcha triunfal del islamismo, sino sólo los ecos de su agonía en Irak y Siria. La intervención rusa e iraní en Siria transformó rápidamente la situación militar. Hasta entonces, Occidente no había hecho prácticamente nada para combatir la amenaza jihadista. Concentrando todos sus esfuerzos para derrocar a Assad, en realidad estaban alentando a los terroristas armados y financiados por Arabia Saudíta, Qatar y Turquía.

La caída de Alepo fue el punto decisivo.Ahora no se trataba de eliminar a Assad, al menos en el futuro previsible. Los yihadistas tuvieron que abandonar Alepo y continuar la guerra en otra parte.Los estadounidenses y sus aliados se vieron obligados a participar en el asalto a Mosul, que ahora está a punto de colapsar. El fin está a la vista para el autoproclamado «califato» del ISIS.

Sin embargo, esto no significa el fin del terrorismo islamista, que ahora se ha extendido a otras tierras: Libia, Somalia, Nigeria, Indonesia e incluso Filipinas. Y el ISIS se está vengando de las derrotas que ha sufrido en Siria e Irak al animar a sus simpatizantes en Europa a ir a devastar y vengarse de los «cruzados», con que se refieren al pueblo de Europa: hombres, mujeres y niños sin distinción alguna.

Incapaces de derrotar a las fuerzas armadas del Estado, los terroristas recurren a ataques aislados, generalmente en blancos «blandos» que no requieren grandes fuerzas sino que causan un impacto considerable en la mente de la población. Pero aparte de crear una atmósfera de miedo, los efectos reales en el Estado son mínimos.El efecto principal es, de hecho, lo contrario de lo que se pretendía.El terrorismo siempre sirvió para fortalecer al Estado y a sus órganos de represión.Después de cada ataque, hay un grito ensordecedor para aumentar los poderes del Estado y limitar los derechos democráticos. El acto terrorista más notorio -el bombardeo de las Torres Gemelas- llevó a la Ley Patriótica y a otras leyes reaccionarias y represivas.

Lejos de combatir al imperialismo y al Estado, el terrorismo sirve para fortalecer las fuerzas de la reacción, que alimentan ávidamente el terrorismo, así como el terrorismo recibe una ayuda invalorable de las medidas represivas del Estado que empujan a nuevas capas de jóvenes musulmanes descontentos hacia el extremismo. Los dos monstruos, aparentemente vinculados en lucha mortal, en realidad dependen unos de otros para su propia existencia.

¡Luchar contra el racismo! ¡Por la unidad y solidaridad de clase!

Después de la atrocidad de Manchester hubo temores comprensibles de una reacción violenta. Muchos musulmanes viven con temor a las represalias, que su comunidad será un chivo expiatorio por el sangriento crimen de Abedi. Pero hasta ahora ha habido muy pocos signos de eso. La Liga de Defensa inglesa de extrema derecha trató de organizar una pequeña manifestación en el centro comercial Arndale, cerca del Manchester Arena donde tuvo lugar el atentado. Pero fueron abucheados por compradores enojados y dispersados por la policía. En la vigilia la gente llevaba letreros hechos a mano.En uno se leía: «El odio no resuelve el odio».Esa es la visión del mensaje abrumador de la gente.

Los trabajadores de a pie de Manchester y Londres han respondido magníficamente a esta brutal provocación. Tanta gente se ofreció a dar sangre para las víctimas, que después de sólo unas horas fueron rechazados, los depósitos de sangre se saturaron. En Manchester muchos habían utilizado las redes sociales para ofrecer una cama a los que habían huido de la sala de conciertos después del bombardeo, cuando era demasiado tarde para regresar a sus casas en Liverpool, Stockport y otros lugares.

Enfermeros, médicos y paramédicos aparecieron espontáneamente para trabajar después de que su turno había terminado. Los Sijs estaban entregando bebidas y agua gratis.Los taxistas sijs se habían destacado durante toda la noche al apagar sus taxímetros y trasladar a personas en dificultades a lugares seguros por toda la ciudad.Representantes de Muslim Aid (Ayuda Musulmana) y de la comunidad Ahmadiyya se se ofrecieron para ayudar. Había un grupo de mujeres de una mezquita local.

La única fuerza que puede derrotar al terrorismo y conducir una seria lucha contra el imperialismo y el capitalismo es la clase obrera. Tanto la clase dominante como los terroristas buscan dividir a la clase obrera, pero la mayoría de los trabajadores entienden que su única fuerza consiste en la unidad.

Socialismo o barbarie

Cuando se mira el estado del mundo en el que vivimos muchas personas sacan conclusiones pesimistas. Eso no es sorprendente. El mundo del siglo XXI presenta una imagen de la negrura casi incesante: en todas partes hay dolor, muerte, destrucción, guerras sin fin y terrorismo que tienen el aspecto de una epidemia incontrolable.

Las fuerzas productivas se estancan o disminuyen.Las condiciones de vida caen constantemente para la mayoría, mientras que un pequeño puñado tiene a su disposición una riqueza obscena. El egoísmo, la avaricia y el insensible desprecio por el sufrimiento humano se elevan como los principios morales más elevados.La sociedad está enferma, y ​​nadie parece ofrecer ningún remedio para la enfermedad.

Esta evaluación es exacta pero unilateral. Los dolores que vemos son los dolores de un sistema socioeconómico que ha sobrevivido hace mucho tiempo a su utilidad histórica, pero que se niega a abandonar la escena.El capitalismo está enfermo hasta la muerte, pero se niega a morir. En su agonía de muerte, amenaza con arrastrar a toda la sociedad con él.Siglos de progreso humano, arte, ciencia, cultura y civilización se encuentran amenazados por un sistema socioeconómico decadente y condenado.

Sin embargo, esto es sólo un lado de la imagen.Dentro del muro de la vieja sociedad, un mundo nuevo está luchando por nacer. Objetivamente hablando, existen todas las condiciones para resolver cada uno de los problemas que se nos presentan. La raza humana tiene en sus manos todos los medios tecnológicos y científicos necesarios para erradicar la pobreza, la enfermedad, el desempleo, el hambre, la falta de vivienda y todos los demás males que causan infinitas miserias, guerras y conflictos.

Si esto no se hace, no es porque sea imposible de llevarse a cabo, sino porque hemos tropezado con las limitaciones de un sistema económico basado puramente en el beneficio. Las necesidades de la humanidad no entran en los cálculos serios de los banqueros y capitalistas que gobiernan el planeta. Esta es la pregunta central, cuya respuesta determinará el futuro de la raza humana.

Si tomamos Oriente Medio y el Norte de África, que constituyen una gran parte de lo que se conoce como el mundo islámico, podemos decir con certeza que en la vasta extensión que se extiende desde el Éufrates hasta las costas del Océano Atlántico, todas las condiciones existen para crear un hermoso jardín, mucho más espléndido que los Jardines Colgantes de Babilonia en el mundo antiguo. Pero décadas de gobierno capitalista y explotación imperialista han convertido lo que debería ser un hermoso jardín en un infierno para millones de personas.

Hablando objetivamente, las enormes cantidades de riqueza mineral bajo el suelo, las vastas áreas de tierras agrícolas potencialmente ricas, los ríos, el clima y los millones de hombres y mujeres saludables que viven allí constituyen un colosal potencial productivo que podría transformar la vidas de la gente. Pero este potencial colosal ha sido desperdiciado.

Millones de jóvenes, muchos de ellos estudiantes con cualificaciones para ser médicos, maestros, ingenieros y agrónomos, se ven obligados a vivir una existencia miserable, privados de trabajos, del futuro y de cualquier esperanza de mejora. Para empeorar las cosas, la constante interferencia e intervenciones militares de las potencias imperialistas han devastado Irak, Siria y Libia y han reducido sus poblaciones a un estado fronterizo con la barbarie. Quien busca las causas objetivas del terrorismo no necesita buscar más.

La barbarie terrorista es sólo un reflejo de las condiciones bárbaras a las que han sido reducidas millones de personas. Y esta barbarie está golpeando ahora las puertas de Europa, amenazando la vida y la seguridad de su gente.Es un problema serio y requiere una solución seria. La idea de que se puede «luchar contra el terror» con las propias armas del terror es una ilusión. Es como un médico que intenta curar una enfermedad cortando los síntomas superficiales con un cuchillo. Este método no sólo es doloroso sino inútil. Nunca curará la enfermedad pero causará una desfiguración permanente al paciente.

El socialista español Largo Caballero dijo hace mucho tiempo: no se puede curar el cáncer con una aspirina. Los problemas drásticos exigen soluciones drásticas.Lo que se requiere es una solución radical. El problema es el propio capitalismo. Hay que terminar con el papel de los bancos y de los grandes monopolios.El control de la sociedad debe estar firmemente en manos de la única clase que crea toda su riqueza y la única clase que realmente se preocupa por el futuro de la humanidad: la clase obrera.

Una economía socialista planificada, dedicada a la satisfacción de las necesidades humanas, y no a los beneficios de unos pocos consentidos, movilizará los vastos recursos de nuestro planeta para el beneficio de la raza humana. Podemos crear un paraíso en este mundo que hará innecesarios todos los sueños de un paraíso más allá de la tumba.Esa es la única esperanza para la humanidad y la única causa por la que vale la pena luchar.

Londres, 7 de junio de 2017

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