Macrofestivales, microfestivales, autogestión y ocio bajo el sistema capitalista. ¿Existe otra alternativa?

Como es el caso cada verano (o incluso de un verano a otro), comienzan a anunciarse a bombo y platillo los carteles y sold outs de los distintos macrofestivales a lo largo y ancho de la península. En el caso de nuestros festivales más cercanos como parte de AKI tenemos por un lado el Azkena Rock Festival en Gasteiz y por otro lado el BBK live en Bilbao, macrofestivales ambos organizados por la empresa promotora Last Tour. Aunque todos los macrofestivales en mayor o menor medida suponen problemas para los lugares en los que se celebran (relacionados con la gentrificación, sobreturismo, masificación…), el caso concreto de esta promotora es especialmente alarmante.

El negocio de los macrofestivales

Según un reportaje de 2022 llevado a cabo por El Salto, la empresa subcontrataba mano de obra en condiciones sumamente precarias. Los trabajadores, que podían trabajar jornadas de entre 15 y 17 horas, llegaban a cobrar menos de 5 € la hora y, en muchos casos, se enfrentaban a retrasos en sus pagos. Además, Last Tour ha sido criticada por su gestión fiscal: el Tribunal de Cuentas del País Vasco ha puesto en entredicho sus maniobras, en las que se aprovecha de resquicios legales –como la creación de Agrupaciones de Interés Económico (AIE)– para deducirse hasta el 40% de sus impuestos. Para colmo, reciben ayudas públicas en el caso del BBK Live: según el reportaje 1,4 millones de euros anuales del Ayuntamiento de Bilbao y 25.000 euros del Gobierno Vasco. Mientras que el banco BBK, que da nombre al festival, solo aportaba 300.000 euros.

Frente a todo esto, como publicaba el mes pasado el periódico El País en el artículo Estos valientes luchan contra los macrofestivales ,  “Aficionados y salas alternativas y de autogestión permiten mantener vivo el tejido cultural de las ciudades en contraposición al capitalismo festivalero”. El artículo relata el caso concreto de la banda de punk madrileña Lucy. En 2024 ganaron el concurso Mad Cool Talent, lo que les valió el pase para actuar en este gran macrofestival de la capital. La banda decidió actuar pese a no estar de acuerdo con este tipo de festivales (a diferencia por ejemplo de la banda donostiarra Nakar que directamente se ha negado a participar en el BBK Live, o muchas otras bandas que, rechazando la amplitud mediática que pueden otorgarles aparecer en este tipo de festivales, deciden no hacerlo). Sin embargo, no abandonaron su compromiso ideológico con la crisis de la vivienda. Durante su actuación, portaron una pancarta con el mensaje “Tourist, Go Home”, lo que generó controversia entre un público mayoritariamente internacional. Muchos espectadores abandonaron el recinto o se mostraron molestos, y algunos youtubers británicos de piel fina incluso intentaron hacerle boicot al festival utilizando a sus seguidores. Por supuesto, es de imaginar también el disgusto para la empresa que organiza este festival.

Económicamente, según el artículo, Lucy recibió 1.200 euros por su actuación en el Mad Cool. Suficiente para cubrir los sueldos de su equipo y las contribuciones a la Seguridad Social. La cifra se sitúa en rangos similares a los que se suelen gestionar en conciertos organizados de forma independiente. Parecido a Last Tour y según otro artículo de El Salto , la empresa organizadora del festival, siendo la única que se presentaba, recibió la adjudicación de un concurso por valor de 900.000 euros por parte de la CAM  “por publicitar a la Comunidad de Madrid mediante la inclusión del logotipo y la marca CAM en la gráfica y comunicaciones del festival y por algunas acciones promocionales como bautizar uno de los escenarios o incluir en el recinto un espacio de información turística”.

Con los macrofestivales, se observa una estrategia centrada en condensar la mayor oferta musical en espacios y tiempos reducidos para atraer a grandes multitudes. Sin embargo, esta dinámica tiende a concentrar la actividad cultural en el propio festival, dejando a las ciudades donde se celebran con menos oferta cultural durante el resto del año, especialmente en localidades más pequeñas, lo que puede empobrecer el tejido cultural local. En otras palabras, el sistema capitalista, convierte al ocio, la música y la cultura, además de todo lo que supone un festival (socializar y pasar un rato distinto con nuestras amistades, conocer a gente nueva con gustos similares, descubrir bandas nuevas, las acampadas…) en una mercancía más. Una mercancía que, en muchos casos, se sustenta sobre la explotación de personal contratado en condiciones precarias y temporales. Que encima reciban dinero público, teniendo en cuenta el precio de sus entradas o incluso la facilidad y rapidez con las que consiguen el soldout, es verdaderamente indignante.

El modelo de los microfestivales y la autogestión

Todo esto nos hace preguntarnos: ¿Cómo sería el ocio sin la opresión del sistema capitalista? ¿Seguiría habiendo festivales de música y como serían gestionados?

Concierto en el Gaztetxe de Gasteiz. Imagen: Propia

En contraposición a los macrofestivales, y asemejándose más a cómo sería la organización del ocio bajo el control obrero en un sistema socialista, vemos como cada vez más los microfestivales y festivales en lugares autogestionados destacan por estar al alcance de la clase trabajadora, por su accesibilidad económica y su apoyo a la escena musical emergente. Los microfestivales y espacios autogestionados tienden a tener una filosofía anticapitalista que busca distanciarse del negocio tradicional de la escena musical. Por ello, en la mayor parte de ocasiones se organizan por colectivos sin ánimo de lucro o grupos comunitarios que pretenden ofrecer una alternativa de ocio menos comercializada.  Las empresas que organizan macrofestivales tienden a estar enfocadas en intereses meramente de carácter económico, mientras que los colectivos autogestionados tienden a promover el ocio alternativo, el apoyo a la comunidad local, la sostenibilidad, la diversidad y, sobre todo, la igualdad de género y abogan a favor de la representación femenina en la música. Esto contrasta con la escena de los macrofestivales, que siguen estando dominados por grupos masculinos y en muchos carteles apenas hay presencia de mujeres. A pesar de los avances en la lucha por la igualdad de género, casi llevada a cabo de forma artificial y mostrando todos los signos de purplewashing, los festivales más masivos siguen reflejando una brecha considerable entre artistas masculinos y femeninos, lo que perpetúa la desigualdad dentro de la industria musical. Los microfestivales, ya que tienen un enfoque más comunitario, son pioneros en la inclusión de artistas femeninas y de géneros musicales más variados. Esto también refleja un problema estructural más amplio en la industria musical, que favorece a los artistas consolidados en detrimento de las voces menos escuchadas.  Además, al ser de escala más reducida y, como suelen ser autogestionados, sus precios tienden a ser bastante más asequibles. Lo que permite un público más diverso, principalmente de clase trabajadora, por lo que se democratiza la cultura musical y permite que una mayor cantidad de gente se pueda permitir disfrutar de conciertos en directo sin afectar a su economía personal. En contraste, los macro festivales destacan por sus precios cada vez más elevados (tanto de entradas como restauración y alojamiento), por lo que muchas personas no pueden permitírselos, por el coste que estos acarrean. La accesibilidad económica en el capitalismo se convierte en una barrera para el ocio y la cultura.  Los festivales y espacios autogestionados abarcan más géneros musicales, principalmente de escenas más alternativas (punk, hardcore, metal, música política o reivindicativa etc.), que no suelen tener cabida en festivales de mayor magnitud. Todo ello permite una mayor visibilidad a artistas y géneros no convencionales, lo que enriquece el panorama musical y ofrece experiencias diferentes. En muchos microfestivales, los organizadores, que son voluntarios, votan para decidir qué grupos van a tocar. Asimismo, al no limitarse solo a llevar a grupos conocidos o que estén de moda, dan la oportunidad de darse a conocer a grupos emergentes. Mientras que los macrofestivales apuestan por una programación más predecible compuesta por grupos de renombre, ya consolidados, sin apenas espacio para nuevos artistas. Aunque los medios materiales no son tan avanzados como los de los macrofestivales, los microfestivales consiguen dar una alternativa de ocio cobrando a menudo un precio que simplemente cubre los gastos y el desplazamiento de las bandas involucradas.

Sin embargo, huelga decir que todo este modelo es una excepción y no la norma bajo el sistema capitalista. Aunque las contradicciones del sistema capitalista cada vez hagan florecer más alternativas así, una represión mayor del sistema capitalista, incompatible con cualquier alternativa de este tipo es inevitable.

Los microfestivales y espacios autogestionados se enfrentan continuamente a la desaparición de los lugares que los albergan. Muchos de estos lugares están continuamente siendo atacados y desocupados por las autoridades, por planes relacionados con la propiedad privada, debido a la gentrificación o por presiones de la burguesía o los ayuntamientos de las localidades.  Un ejemplo muy reciente de esto lo tenemos con el desalojo del gaztetxe de Etxarri II en Bilbao, mediante la fuerza, con un despliegue policial sin precedentes durante 24 horas. El capitalismo, incompatible con modelos alternativos de ocio no duda ni un segundo en acabar con aquello que se salga de la norma.

Aunque reflejen cómo sería el ocio en una sociedad libre, el sistema capitalista tiene amenazados a estos espacios de forma perpetua o con acuerdos tácitos a la merced de poder ser desalojados en cualquier momento. En la mayor parte de las ocasiones, los microfestivales y el ocio alternativo se organiza en lugares poco convencionales, tales como fábricas o lonjas abandonadas, gaztetxes como hemos destacadocentros sociales autogestionados u otros espacios ocupados que no cuentan con una estructura sólida. A la hora de escribir estas líneas, estaban en riesgo más centros autogestionados como el gaztetxe de Burlata, el de Txirbilenea en Sestao y el espacio Korda en Gasteiz, pero con un vistazo a las redes sociales es fácil ver que hay una amenaza constante a los distintos espacios. Además, a todo esto, hay que sumarle la represión que sufren los organizadores (multas, problemas legales…) y el continuo desgaste de los miembros de estos colectivos.

En otros casos, en los que los dueños de los espacios son particulares, la situación no es mucho mejor. Son muchas las salas que han cerrado después de la pandemia o espacios particulares a los que se les están intentando dar otro uso, ya que no salen rentables (¡o no tanto como les gustaría!). Un caso de esto último es el espacio del Centro Musical y Artístico Las Armas de Zaragoza, dónde anualmente se celebraba el microfestival Zaragoza Feliz Feliz, que lleva cerrado desde principios de año. Se rumorea que desde el Ayuntamiento se tiene pensado cambiar su uso completamente y que se convierta en una comisaría de policía.

En definitiva, los ataques en contra de los espacios alternativos ponen en peligro el futuro de los microfestivales y el ocio autogestionado, obligando a los organizadores a tener que buscar nuevos lugares donde celebrarlos, lo que es una tarea complicada, ya que cada vez es más difícil. Como resultado, se ven obligados a adaptarse a una realidad cada vez más restrictiva, lo que amenaza su esencia y su capacidad para ofrecer una alternativa cultural económica y accesible. ¿Cómo podemos realmente disfrutar del ocio bajo una amenaza constante de este tipo? La única forma es transformar completamente la sociedad.

Luchemos por un ocio accesible

Aunque como marxistas y desde la OCR defendamos en la medida de nuestras fuerzas la creación y existencia de estos espacios al margen del sistema capitalista, como hicieron nuestros camaradas de Catalunya frente al desalojo del centro L’Antiga Massana, tenemos que plantearnos hasta cuando podremos soportar y aguantar estos ataques bajo el yugo de un sistema capitalista que aplasta cualquier alternativa de ocio. Nuestro artículo se centra en la música, pero es importante destacar que muchos de estos espacios también cuentan con otro tipo de ocio: el cine, literatura, actividades deportivas como la escalada, otras expresiones de arte como el teatro… Que sufren igual que la música cada vez que estos espacios son atacados. Por no mencionar el simple hecho de tener un lugar libre en el que relacionarnos.  La única forma de acabar de una vez por todas con esta opresión, es acabar con el sistema capitalista que la perpetúa.

Como decimos en nuestra campaña por un programa revolucionario para la juventud, luchemos por un ocio accesible, creativo y saludable. Todo el ocio juvenil está dirigido a consumir y ser consumidos. Queremos espacios accesibles en nuestros barrios y ciudades para relacionarnos y recursos de calidad para hacer las actividades que queramos en nuestro tiempo libre. Queremos acabar con los frenos que pone el sistema a nuestra creatividad y libertad.

 

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