Marx versus Bakunin – Segunda parte

La Comuna de París puso a prueba las diferentes corrientes dentro de la Primera Internacional. Su derrota posterior creó una atmósfera donde prosperaron todo tipo de elementos desmoralizados. La intriga estaba a la orden del día. Esto condujo a un cuestionamiento de la dirección centralizada, de la función misma de la dirección. Marx y Engels respondieron a todo esto completamente.

Bakunin y la Guerra Franco-Prusiana

En medio de todo esto, los eventos de tormenta estaban preparándose. Los nubarrones de la guerra que se cernía sobre Europa, estalló en la Guerra Franco-Prusiana. La derrota de los ejércitos franceses en Sedán condujo a la caída del régimen bonapartista y a la Comuna de París. Francia estaba una vez más en la agonía de la revolución. Aquí, el carácter aventurero de Bakunin quedó expuesto en la práctica.

Durante la guerra Bakunin apoyo a Francia, por temor a que se convirtiera en una colonia alemana «y luego en vez del socialismo vivo tendremos el socialismo doctrinario de los alemanes». (James Joll, Los Anarquistas, p. 90).

Cuando el 19 de julio de 1870 la guerra estalló, tomó a Europa por sorpresa. Pocos días después del estallido de las hostilidades el Consejo General publicó una proclama escrita por Marx, que comenzó con una cita del discurso inaugural de la Internacional sobre la guerra: «Una política exterior que persigue designios criminales, jugando con los prejuicios nacionales y despilfarrando en las guerras de piratería la sangre y el tesoro del pueblo”.

Marx denunció ferozmente a Napoleon III señalando que, ganase quien ganase, las últimas horas del Segundo Imperio habían llegado. Esta fue una predicción profética. En cerca de seis semanas, el ejército regular francés fue aplastado en Sedán. El 2 de septiembre, Napoleón ya se había rendido a los prusianos. Dos días más tarde se declaró una república en París. Pero la guerra continuó. Pasó a la segunda fase, en la que Prusia ya no peleaba una guerra defensiva contra el imperio, sino una guerra de rapiña contra el pueblo francés para apoderarse de Alsacia-Lorena y saquear Francia.

El 9 de septiembre de 1870, inmediatamente después de la proclamación de la República en Francia, el Consejo General emitió su segundo manifiesto sobre la guerra, también escrito por Marx. Contiene uno de los análisis más profundos de todos los escritos de Marx. Mucho antes de la caída de Sedán, el Estado Mayor prusiano se pronunció a favor de una política de conquista. Marx se opuso a cualquier política de anexiones e indemnizaciones, y proféticamente predijo que esa paz depredadora crearía un estado de guerra permanente en Europa. Francia lucharía por recuperar lo que había perdido, y entraría en una alianza con la Rusia zarista contra Alemania. Esto fue exactamente lo que sucedió en 1914.

El manifiesto instaba a los trabajadores alemanes a la demanda de una paz honorable y el reconocimiento de la República Francesa, y aconsejó a los trabajadores franceses mantener un ojo vigilante sobre los republicanos burgueses y hacer uso de la República con el propósito de fortalecer su organización de clase para luchar por su emancipación. Sin embargo, Marx advirtió a los trabajadores franceses de no tratar de tomar el poder en las actuales circunstancias.

Mientras que Marx estaba tratando de contener a los trabajadores franceses para que no entraran en una batalla prematura contra fuerzas abrumadoras, Bakunin estaba haciendo todo lo posible por promover la revuelta a toda costa. Tan pronto como se enteró de un levantamiento local en Lyon, Bakunin fue a esa ciudad el 28 de Septiembre, donde se instaló en el Ayuntamiento. Declaró abolida la maquinaria «administrativa y gubernamental del Estado», y proclamó en su lugar la «Federación Revolucionaria de la Comuna».

Bakunin llevó a tal punto su rechazo a la autoridad que se olvidó de poner guardias en la puerta del Ayuntamiento, de modo que cuando el Estado finalmente apareció bajo la forma de la Guardia Nacional, fue capaz de entrar en los locales sin dificultad y arrestar a todos los que estaban dentro. Marx escribió sobre este episodio con dura, pero justificada ironía:

«Londres, 19 de octubre 1870

«En cuanto a Lyon, he recibido cartas no aptas para su publicación. Al principio todo fue bien. Bajo la presión de la sección «Internacional», se proclamó la República antes de que en París se hubiese dado ese paso. Un gobierno revolucionario fue a la vez establecido – La Comuna – compuesto en parte de trabajadores pertenecientes a la «Internacional», en parte de republicanos radicales de clase media. Los octrois [impuestos interiores de aduanas] fueron abolidos de una vez, y con razón. Los intrigantes bonapartistas y clericales fueron intimidados. Se tmaron medidas enérgicas para armar a todo el pueblo. La clase media comenzó, si no a simpatizar con el nuevo orden de cosas, al menos a someterse en silencio. La acción de Lyon se hizo sentir, a su vez, en Marsella y Toulouse, donde las secciones de la ‘Internacional’ son fuertes.

«Pero los asnos Bakunin y Cluseret llegaron a Lyon y lo estropearon todo. Al pertenecer ambos a la «Internacional», por desgracia, han influido lo suficiente como para inducir al error a nuestros amigos. El Ayuntamiento fue tomado por un corto tiempo – fueron emitidos un decreto de lo más estúpido sobre la abolición de l’Etat [abolición del Estado] y tonterías similares. Usted entiende que el hecho mismo de que un ruso – presentado por los periódicos de la clase media como un agente de Bismarck – pretendiéndose imponer a sí mismo como el dirigente de un Comite de Salut de la France [Comité de Salvación de Francia] era suficiente para cambiar el equilibrio de la opinión pública. En cuanto a Cluseret, se comportó como un tonto y un cobarde. Estos dos hombres han dejado Lyon después de su fracaso.

«En Ruan, como en la mayoría de las ciudades industriales de Francia, las secciones de la Internacional, siguiendo el ejemplo de Lyon, han forzado la admisión oficial en los «comités de defensa » de los elementos de clase obrera.

«Sin embargo, debo decirle que, de acuerdo a toda la información que recibo de Francia, la clase media en general prefiere la conquista de Prusia a la victoria de una República con tendencias socialistas». (Marx y Engels Correspondencia)

Al terminar en una farsa su intento de proclamar el anarquismo, el “ciudadano B” se vio obligado a regresar a Suiza con las manos vacías. Ahora volvió su atención una vez más a la AIT. Incapaz de derrocar al Estado burgués, intensificó sus esfuerzos para derrocar el Consejo General, que, en vísperas de la Comuna de París, tuvo que dedicar un tiempo precioso a las intrigas constantes de Bakunin.

La Comuna de París

Tal como Marx pensaba, los republicanos franceses pronto mostraron su cobardía y su disposición a firmar un acuerdo con Bismarck en contra de la clase obrera, que estaba dispuesta a luchar contra las fuerzas de Prusia. El intento de la burguesía francesa de desarmar a los trabajadores de París fue la chispa que encendió la llama de la Comuna de París.

La Comuna duró tres meses (del 18 de marzo al 29 de mayo de1871), pero finalmente sucumbió ante una fuerza abrumadora. Unos días después de la derrota de la Comuna, Marx escribió el famoso manifiesto que hoy conocemos como La Guerra Civil en Francia. En un momento en que los Comuneros estaban siendo sistemáticamente demonizados por la prensa burguesa, Marx los defendió. Señaló que la Comuna de París era el prototipo de un Estado obrero futuro, una expresión concreta de la «dictadura del proletariado».

Basándose en la experiencia de la Revolución de 1848, Marx había llegado a la conclusión de que la clase obrera, después de haber tomado el poder, no podía simplemente apoderarse del aparato del Estado burgués y utilizarlo para sus propios fines, sino que tendría que demoler este aparato burocrático-militar y erigir en su lugar un nuevo Estado, un Estado que no sería una réplica del antiguo Estado de la clase opresora, sino un Estado obrero, administrado democráticamente por la clase obrera, una Estado transicional que evoluciona a su propia disolución. La Comuna de París fue dicho Estado.

Bakunin y sus seguidores llegaron a conclusiones diametralmente opuestas. Su oposición a la política y al Estado se hizo aún más insistente, preconizando la creación de comunas en ciudades separadas tan pronto como fuera posible, con la idea de que estas comunas inspirarían a otros pueblos a seguir su ejemplo. Pero una de las razones por la cual la Comuna fue derrotada era precisamente porque se mantuvo aislada en París. Lo que se requería, como Marx explicó, era marchar sobre Versalles, donde estaba la base de la contrarrevolución, y aplastar al enemigo antes de que el enemigo aplastara la Comuna, lo que, desgraciadamente, ocurrió.

Algún tiempo después, Garibaldi respondió a los bakuninistas que la Comuna de París fue derrotada porque no estaba suficientemente centralizada y disciplinada: «Ustedes tienen la intención, sobre el papel, de hacer la guerra a la mentira y la esclavitud. Ese es un programa muy bueno, pero creo que la Internacional, en la lucha contra el principio de autoridad, comete un error que impide su propio progreso. La Comuna de París cayó porque no había ninguna autoridad en París, sino sólo la anarquía. España y Francia están sufriendo el mismo mal». (Engels, Comentario sobre la carta de Giuseppe Garibaldi a Próspero Crescio, 7 de Julio de 1873, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 23, p. 453.)

Después de la Comuna

La derrota de la Comuna, inevitablemente, creó una situación muy difícil para la Internacional. La Internacional se enfrentó a los ataques de sus enemigos por todos lados. Había ataques calumniosos de la prensa burguesa de todos los países. Sin embargo, el Consejo General fue capaz de responder a esos ataques abiertamente y por un tiempo los ataques, en realidad, sirvieron para reforzar la Internacional.

En Francia, sin embargo, la contrarrevolución furiosa significó que durante algunos años el movimiento obrero francés quedó paralizado y los vínculos con la Internacional se rompieron. Como consecuencia de la derrota y el terror blanco que le siguió, un ejército de refugiados de la Comuna inundó Londres, prácticamente el único lugar en Europa que los recibió. En un momento en que casi todos los gobiernos empezaron a movilizar sus fuerzas contra la Internacional, ésta se vio abrumada por la necesidad de ayudar a los muchos refugiados de la Comuna, la mayoría de los cuales terminaron en Londres. La recolección de los fondos necesarios para ayudarlos y absorbió una gran parte del tiempo de Marx y de otros miembros del Consejo General.

Lo peor estaba por venir. Como ocurre a menudo en los círculos de exiliados tras la derrota de la revolución, los refugiados franceses estaban desmoralizados y desorientados por los acontecimientos, y la lucha amarga entre facciones estallaba continuamente entre ellos. Esto afectó al Consejo General, que había cooptado a un número de refugiados para compensar la pérdida de contactos en la propia Francia. Más adelante se supo que un número de agentes de la policía francesa y provocadores habían penetrado en las filas de los exiliados de Francia y se infiltraron en las filas de la Internacional.

La Internacional fue asediada por enemigos de todas partes. Bakunin lanzó un ataque contra Marx y el «comunismo de Estado»: «Lucharemos hasta el fondo en contra de sus teorías falsas y autoritarias, contra su presunción dictatorial y en contra de sus métodos de intrigas palaciegas y las maquinaciones, jactanciosas, su introducción de personalidades dañinas, sus insultos y calumnias infames, los métodos que caracterizan a las luchas políticas de casi todos los alemanes y que, lamentablemente, han introducido en la Internacional”. (Citado en Mehring, Karl Marx)

Mientras tanto, Mazzini publicó ataques violentos contra la Comuna y sobre la Internacional en un semanario que publicaba en Lugano; pero Garibaldi, que era un auténtico revolucionario y un héroe nacional, veía en la internacional «el sol del futuro». El movimiento obrero alemán también sufrió los ataques del Estado. Bebel y Liebknecht, que habían protestado contra la anexión de Alsacia-Lorena, y declararon su solidaridad con la Comuna de París, fueron arrestados y condenados a reclusión en una fortaleza. Bismarck golpeó fuertemente al movimiento obrero alemán y, en particular, a los partidarios de la Internacional.

Ultraizquierdismo y oportunismo

Marx se vio obligado a luchar en diferentes frentes. Por un lado estaban los anarquistas de extrema izquierda, pero por el otro hubo todo tipo de elementos reformistas confundidos que se habían sumado a la Internacional como un medio de promoción de su actividad sindical, pero que no eran revolucionarios. Estas personas se asustaron con la Comuna de París y la ferocidad de la represión que le siguió. Más de uno de ellos abandonó la Internacional con cualquier pretexto.

Un representante típico de esta tendencia fue el sindicalista inglés John Hales, que era en ese momento el Secretario General de la AIT. Hales era un reformista con prejuicios nacionalistas. Marx dijo que en su trato con los dirigentes obreros reformistas ingleses tuvo que tener mucha paciencia: «suave en la forma pero audaz en el contenido». ¡Debía tener la paciencia de Job!

Al leer las actas del Consejo General se obtiene una impresión clara de lo que Marx y Engels tuvieron que soportar con esta gente. Los miembros ingleses del Consejo mostraron una mente estrecha y parroquial en la mayoría de los temas, cayendo en disputas triviales sobre asuntos organizativos, que a menudo los desviaban del trabajo más importante.

Huelga decir que los hombres como Hales, recelaban de los auténticos revolucionarios y tuvieron una actitud ambivalente hacia la Comuna de París. Ellos eran hostiles al Republicanismo irlandés y se inclinaban a acomodarse a los elementos liberales, como Hales demostró en su actitud frente a la cuestión irlandesa. Exigió que los miembros irlandeses de la AIT estuviesen bajo el control del Consejo Federal británico – una demanda que fue rechazada por el Consejo General, con sólo un voto a favor – el de Hales.

A primera vista puede parecer que no podía haber un terreno común entre los reformistas ingleses como Hales y compañía, y los bakuninistas. Pero en política, podemos encontrar todo tipo de socios extraños. La exigencia de la Alianza de dar autonomía a las secciones nacionales de la Internacional encontró audiencia entre algunos ingleses. En la medida en que Hales sintió que su posición como Secretario General de la AIT estaba siendo amenazada, para mantenerse en su posición, manejó el Consejo Federal británico como un contrapeso al Consejo General.

Y eso no fue todo. La demanda de Bakunin de que los trabajadores debían abstenerse de la política también ayudó a la política de colaboración de clases de los dirigentes sindicales, los cuales estaban adheridos firmemente a la plataforma ligada al Partido Liberal y no tenían deseo alguno de tomar la iniciativa de establecer un Partido Laborista independiente . Todo esto fue motivo suficiente para que los reformistas Ingleses hicieran causa común con los anarquistas españoles e italianos – y siempre en contra de Marx y el Consejo General.

Aluvión de cartas

El anarquismo es el comunismo de la pequeña burguesía y el lumpen proletariado. En ambos casos, la consideración central es siempre la misma: el individualismo extremo, un rechazo total a las normas, a la disciplina y la centralización. En el transcurso de la disputa con los bakuninistas, éstos ignoraron todas las estructuras democráticas de la Internacional. Se negaron a reconocer el Consejo General, aunque había sido elegido por el Congreso Mundial y varias veces reelegido.

Los bakuninistas eran pequeños en número, pero hacían mucho ruido. El 28 de julio 1871 Engels escribió a Carlo Cafiero:

«Los bakuninistas son una pequeña minoría dentro de la Asociación y son los únicos que en todo momento han provocado la disensión. Me refiero principalmente a los suizos, ya que nosotros poco o nada teníamos que ver con los otros. Siempre hemos permitido que ellos tengan sus principios y se promuevan como mejor les pareciera, siempre y cuando renunciaran a todos los intentos de socavar la Asociación o imponer su programa sobre nosotros». (Marx y Engels, Obras Escogidas, vol. 44, p. 180)

Los limitados recursos del Consejo General, fueron sometidos a una fuerte presión por los problemas que se derivaban de la derrota de la Comuna. Los constantes ataques de los enemigos de la Internacional, las intrigas de los bakuninistas y la necesidad de asistir al número cada vez mayor de hambrientos y de los refugiados indigentes procedentes de Francia, tomaron una cantidad colosal de tiempo. Durante semanas Marx no pudo dedicar ningún tiempo a El Capital y otros trabajos teóricos importantes. Él escribió en su desesperación a Kugelmann:

«Recuerde, mon cher, que si el día tuviera 48 horas, ni siquiera así habría agotado un día de trabajo desde hace meses.

«El trabajo de la Internacional es inmenso, y además Londres está plagado de refugiados, a los que tenemos que cuidar. Además, estoy invadido por otras personas – los periodistas y personas de todo tipo – que quieren ver el «monstruo» con sus propios ojos.

«Hasta ahora se ha pensado que la aparición de los mitos cristianos durante el Imperio Romano fue posible sólo porque la imprenta aún no se había inventado. Precisamente, es lo contrario. La prensa diaria y el telégrafo, que en un momento extienden sus invenciones por toda la tierra, fabrica más mitos en un día (y el ganado burgués los cree y difunde aún más), que lo que hubiera sido previamente producido en un siglo». (Marx a Ludwig Kugelmann, 27 de julio de 1871, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 44, pp. 176-177)

Una manera de sabotear el trabajo de una organización es sobrecargándola con tareas que superan su capacidad real para hacerle frente. Los bakuninistas adoptaron la táctica de bombardear a las secciones y a miembros individuales con un aluvión de cartas, circulares, etc, difamando a Marx y al Consejo General. Comentando sobre esta táctica, Engels escribió:

«Como corresponsales privados, estos hombres son increíblemente asiduos, y si él [fuera] miembro de la Alianza ellos seguramente lo habrían bombardeado con cartas y halagos.» (Para Lafargue, 19 de enero de 1872, Obras Completas, vol. 44, p. 301). Engels, afortunadamente, no vivió en la era de los correos electrónicos, o hubiera tenido mucho más de qué quejarse.

La circular Sonvillier acusó a la Conferencia de Londres del más letal de todos los pecados capitales – Autoritarismo:

«Esta Conferencia ha adoptado resoluciones … … que tienden a convertir la Internacional, que es una federación libre de las secciones autónomas, en una organización jerárquica y autoritaria de secciones disciplinadas colocadas enteramente bajo el control de un Consejo General, que podrá, en voluntad, rechazar su admisión o suspender su actividad «!

En la circular afirma que el hecho de que algunas personas fuesen miembros del Consejo General tenía un «efecto corruptor», porque «es absolutamente imposible para una persona que tiene el poder» (!) sobre sus compañeros seguir siendo una persona moral. El Consejo General se está convirtiendo en un semillero de intrigas». Esta es sólo otra manera de expresar el prejuicio común de los obreros atrasados que «todos los líderes son corruptos». Si ese fuera realmente el caso, las perspectivas para el socialismo serían muy pobres.

Sin embargo, otra queja de los «anti-autoritarios» era que los mismos miembros del Consejo General eran reelegidos cada año. La misma dirección estaba asentada en el mismo lugar (Londres). El Consejo General ha sido «integrado durante cinco años de funcionamiento por las mismas personas, continuamente re-electas». A esta queja Marx le dio la respuesta obvia: «La reelección de los miembros originales del Consejo General, en los congresos sucesivos en los que Inglaterra estuvo insuficientemente representada, parecería probar que ha cumplido con su deber dentro de los límites de los medios a su disposición», ibid.).

Es evidente que el Congreso sólo volvería a elegir una dirección si considera que su labor era en general satisfactoria, Los Dieciséis, por el contrario, lo interpretaron como una prueba más de «la confianza ciega de los Congresos», y llegaron al punto de acusar al de Basilea de «una especie de abdicación voluntaria en favor del Consejo General». En su opinión, «la función normal del Consejo» debería ser «la de una simple oficina de correspondencia y estadística».

¿Sin dirección?

La idea de que la Internacional no debe tener un centro de orientación y de que sus órganos de dirección sólo deberían coordinar el trabajo de las secciones nacionales fue puesto en práctica más tarde por la Segunda Internacional, que, como señaló Lenin, no fue una Internacional, sino sólo una oficina postal. Esto jugó un papel importante en la degeneración nacional-reformista de la Segunda Internacional.

Por otra parte, este argumento no se limita a la Internacional. Se aplica igualmente a las organizaciones nacionales y locales. La lógica de esto sería disolver la organización en su conjunto – lo cual se adapta al punto de vista anarquista admirablemente. Desafortunadamente, los trabajadores están implicados en la lucha de clases y ésta no se puede hacer sin una organización fuerte y centralizada para luchar contra los patrones. Las organizaciones obreras son muy democráticas. En ellas se debaten las diferentes opiniones cuando se trata de llamar o no a una huelga. Pero al final del día, el asunto se somete a votación y la mayoría decide.

La pregunta es: ¿cuál es el verdadero carácter de una dirección revolucionaria? ¿Es para proporcionar dirección política, o simplemente para actuar de una manera administrativa (es decir, burocrática)? ¿Es para organizar y centralizar el trabajo o simplemente para transmitir información y coordinar la labor de los órganos integrantes, que funcionarán con total autonomía? ¿Es la organización revolucionaria una escuela sin ningún tipo de ideas claras, que discute interminablemente las opiniones de cada compañero para que una idea «emerja» de motu propio? ¿O es una organización que se forja sobre la base de ideas, teorías y principios muy definidos que se vuelven a debatir con regularidad, se concretan y votan en los congresos democráticos con delegados electos?

Marx respondió a los anarquistas como sigue:

«En primer lugar, el Consejo General sería nominalmente una simple oficina de correspondencia y estadística. Pero, como cesarían sus funciones administrativas, su correspondencia se reduciría necesariamente a la reproducción de los informes ya publicados por los periódicos de la Asociación. Por lo tanto, se acabaría por hacer desaparecer la oficina de correspondencia

«En cuanto a la estadística, es un trabajo irrealizable sin una potente organización y, sobre todo, como dicen expresamente los Estatutos originales, sin una dirección común. Ahora bien, como todo esto huele mucho a «autoritarismo», puede ser que haya una oficina, pero, desde luego, no habrá estadística. En una palabra, el Consejo General desaparece. Con este mismo razonamiento, se liquidan los Consejos federales, comités locales y otros centros «autoritarios». Sólo quedan las secciones autónomas.

«¿Y cuál será la misión de estas “secciones autónomas”, libremente federadas y felizmente liberadas de toda autoridad, “incluso de una autoridad que fuera elegida y constituida por los trabajadores”?

«Aquí hay que completar la circular con el informe del Consejo del Jura sometido al Congreso de los Dieciséis:

«Para convertir a la clase obrera en el verdadero representante de los intereses nuevos de la humanidad», es preciso que su organización «esté guiada por la idea que debe triunfar. Deducir esta idea de las necesidades de nuestra época, de las tendencias íntimas de la humanidad mediante un estudio continuado de los fenómenos de la vida social, inculcar después esta idea a nuestras organizaciones obreras: tal debe ser el objetivo, etc.». En resumen, hay que formar, «en el seno de nuestra población obrera, una verdadera escuela socialista revolucionaria».

Así, las secciones autónomas de obreros se convierten de golpe en escuelas, cuyos maestros serán estos señores de la Alianza. Ellos deducen la idea, «mediante estudios continuados», que no dejan el menor rastro; «se inculca después a nuestras organizaciones obreras». Para ellos, la clase obrera es un material en bruto, un caos que, para tomar forma, necesita el soplo de su Espíritu Santo. (Las pretendidas escisiones en la Internacional, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 23, p. 114)

Como dirección electa de la Internacional, el Consejo General no podía dejarse intimidar y chantajear por individuos y grupos autodesignados. En una carta a Carmelo Palladino, de fecha 23 de noviembre de 1871, Marx explicó su actitud en todo esto:

«Cualesquiera que sean sus temores en relación a la gran responsabilidad que el Consejo General ha tomado sobre sí mismo, este Consejo seguirá siendo siempre fiel a la bandera encomendada a su cuidado hace siete años por la fe de los hombres trabajadores del mundo civilizado. Respetará las opiniones individuales, está preparado para transferir sus poderes a las manos de sus mandatarios, pero en la medida que carga con la dirección suprema de la Asociación, se verá claramente que no se hizo nada que desvirtuara el carácter del movimiento que ha hecho de la Internacional lo que ahora es, y se acatarán las resoluciones de la Conferencia hasta el momento en que un congreso lo decida de otra manera». (Marx y Engels, Obras Completas, vol. 44, pp. 261-2)

Marx señaló, que el único pecado del cual era culpable el Consejo General era – la realización de las decisiones del Congreso. El Congreso se compone de los delegados electos que, después de participar libremente en el debate democrático, deciden por mayoría cuáles son las ideas y los métodos que la Internacional ha de seguir. La Internacional eligió una dirección integrada por las personas más capaces y con experiencia para hacer precisamente eso. Y la democracia siempre ha consistido en el hecho de que la mayoría decide. La minoría tiene el derecho a expresar sus opiniones dentro de la organización, pero si se está en una minoría se tiene que aceptar, y no gritar sobre «autoritarismo».

El problema aquí – y en general con los «anti-autoritarios» – es que no respetan los derechos de la mayoría. Su queja real es que son una minoría, y no la mayoría. Ellos creen que la cola debería mover al perro. Marx observó irónicamente: «Parece que creen que el mero hecho de pertenecer al Consejo General es suficiente para destruir no sólo la moral de una persona, sino también su sentido común. ¿Cómo podemos suponer que la mayoría se transforme por si misma, en una minoría mediante la incorporación voluntaria de nuevos miembros? (Las pretendidas escisiones en la Internacional, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 23, p. 114)

Uso fraccional de la correspondencia privada

Como parte de su campaña «anti-autoritaria», los bakuninistas no dudaron en hacer un uso inescrupuloso de la correspondencia privada con fines fraccionales, e incluso se exigió que el Consejo General debatiera con ellos en público. Cuando el periódico bakuninista Égalité se unió al Progres para invitar a Travail (un periódico de París) a denunciar al Consejo General, Marx escribió:

“El Consejo General no conoce ningún artículo, ni en los Estatutos ni en los reglamentos, que le obligue a entrar en correspondencia o en polémica con Égalité o a dar «respuestas a las preguntas» de los periódicos. Ante el Consejo General, sólo el Comité Federal de Ginebra representa a las ramas de la Suiza francesa. Cuando el Comité Federal nos dirija preguntas o reprimendas por la única vía legítima, es decir, por medio de su secretario, el Consejo General estará siempre dispuesto a contestar. Pero, el Comité Federal de la Suiza francesa no tiene derecho ni a renunciar a sus funciones en favor de los redactores de Égalité y de Progres, ni dejar que estos periódicos las usurpen. En términos generales, la correspondencia del Consejo General con los comités nacionales y locales no podría ser publicada sin acarrear un gran perjuicio a los intereses generales de la Asociación. Por tanto, si los otros órganos de la Internacional imitasen al Progres y a l’Égalité, el Consejo General se encontraría ante este dilema: o desacreditarse ante el público, callándose, o faltar a sus deberes, contestando publicamente”. (Las pretendidas escisiones en la Internacional, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 23, p.90, la cursiva es mía, AW),

Esto queda muy claro: los dirigentes de la Internacional no están bajo ninguna obligación de entrar en polémica pública con nadie. Por el contrario, eso representaría una violación de sus obligaciones. La correspondencia interna no puede ser publicada sin perjudicar en gran medida los intereses generales de la Asociación. Esta correspondencia debe llevarse a cabo a través de los canales normales que existen para ese propósito. Sugerir cualquier otra cosa equivaldría a proponer la disolución de la Internacional, la erradicación de la diferencia entre miembros y no miembros y la supresión de cualquier elemento de democracia interna, las decisiones del Congreso, elecciones, etc En otras palabras, representaría el triunfo de la anarquía sobre el centralismo democrático – que es precisamente lo que Bakunin quería.

La circular de Sonvillier se quejó amargamente de que: «La Conferencia [de Londres] dirigió un golpe a la libertad de pensamiento y de expresión … al conferirle al Consejo General el derecho a denunciar y repudiar cualquier publicación de las secciones o federaciones que discuten ya sea los principios sobre los que descansa la Asociación, o los intereses respectivos de las secciones y federaciones, o, finalmente, los intereses generales de la Asociación en su conjunto (véase L’Egalité del 21 de octubre). »

¿Qué había publicado L’Egalité el 21 de octubre ? Ésta había publicado una resolución en la que la Conferencia «Advierte que en adelante el Consejo General estará obligado a denunciar públicamente y desautorizar a todos los periódicos que se hacen llamar órganos de la Internacional que, siguiendo los precedentes de Progres y Solidarité, discutan en sus columnas, ante el público de clase media, las cuestiones exclusivamente reservadas a los comités locales o federales y el Consejo General, o de las sesiones privadas y administrativas de los Congresos federales o generales.

A lo que Marx respondió:

«Para apreciar lo que vale la lamentación agridulce de B. Malon, hay que considerar que esa resolución acaba de una vez con las tentativas de algunos periodistas de suplantar a los comités responsables de la Internacional y de jugar en sus medios el mismo papel que la bohemia periodística juega en el mundo burgués. A consecuencia de una tentativa de este tipo, el Comité federal de Ginebra había visto a miembros de la Alianza redactar el órgano oficial de la Federación, l’ Égalité, en un sentido que le era completamente hostil. » (Las pretendidas escisiones en la Internacional, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 23. p. 104)

Marx y Engels no consideraban la prensa del partido como un foro abierto donde cualquiera puede expresar sus opiniones en público. El 9 de agosto 1871 Der Volksstaat publica una declaración de Amand Goegg dirigida a los editores de la Schwäbischer Merkur, en la que se declaró un defensor del individualismo anarquista. El 12 de agosto Der Volksstaat publicó una carta de Bernhard Becker, refiriéndose a la época de su expulsión de la Asociación General de los Trabajadores Alemanes en 1865.

Cuando Engels se enteró, se puso furioso y le escribió al dirigente socialdemócrata alemán Wilhelm Liebknecht: «¿Por qué molestarse en rehabilitar al nada bueno de B. Becker? Y permitir que el tonto Goegg haga desfilar sus idioteces ante el público? » (Marx y Engels, Obras Completas, vol. 44, p. 199). Incluso la publicación de una carta de un elemento indeseable se consideraba inaceptable. Esto muestra lo lejos que Marx y Engels estaban de la idea de que la prensa del partido era libre para todo.

Otra cuestión es la distribución pública de la correspondencia interna y privada con propósitos fraccionales. Sobre esto se pueden citar numerosos comentarios de Marx sobre el tema. Marx escribió una carta a Nikolai Danielson, 12 de diciembre de 1872, en la que dice:

«Querido amigo,

«En el adjunto puede ver los resultados del Congreso de La Haya. He leído la carta a Lyubavin a la Comisión de encuesta sobre la Alianza en la más estricta confidencialidad, y sin revelar el nombre del destinatario. Sin embargo, el secreto no se mantuvo, en primer lugar, porque la Comisión incluyó a Splingard, el abogado belga, entre sus miembros, y él no es más que un agente de los Aliancistas; en segundo lugar, porque Zhuhovsky, Guillaume y Co. ya había recontado antes la historia por todo el lugar a su manera – como una medida preventiva- y con las interpretaciones apologistas. Así fue como sucedió que, en su informe al Congreso, la Comisión se vio obligada a pasar sobre los hechos relacionados con Bakunin, que figuraban en la carta a Lyubavin (por supuesto, no había revelado su nombre, pero los amigos de Bakunin ya habían sido informados de ello desde Ginebra). La pregunta que se plantea ahora es si la Comisión designada por el Congreso publica las actas (de la que soy miembro) podría hacer uso público de esta carta o no. Eso es decisión de Lyubavin. Sin embargo, cabe señalar que – desde el Congreso – los hechos han estado rondando en la prensa europea, y esta no es nuestra forma de actuar. He encontrado todo el asunto mucho más desagradable porque he contado con la más estricta discreción y la exigía solemnemente. » (Marx y Engels, Obras Completas, vol. 44, pp. 455-6, el subrayado es mío, AW),

Vemos aquí que Marx consideraba el uso público de la correspondencia privada e interna como algo absolutamente inaceptable, de hecho, de mal gusto. Esto equivale a una violación de la confianza entre compañeros y un uso inescrupuloso de la información. No hace falta decir que uno no tiene por qué hablar en los mismos términos sobre un tema en una conversación privada como lo haría en una reunión pública. Si yo creo que cualquier observación casual que hago en una comunicación privada (ya sea oral o escrita) al día siguiente se transmitirá a los cuatro vientos, voy a tener mucho cuidado con lo que digo, y un intercambio franco y honesto de ideas sería imposible.

Esto es particularmente cierto en el transcurso de una disputa entre facciones, cuando los ánimos se encienden, e incluso los compañeros más razonables puede hacer comentarios de los que luego pueden arrepentirse. Si se quiere resolver la disputa de la mejor manera (es decir, de manera política), es necesario encogerse de hombros ante esas cosas, que constituyen el cambio menudo de la política, los detalles triviales que no representan nada serio. Pero si no se quiere resolver la disputa, sino exacerbarla, para envenenar la atmósfera, aumentar la tensión, crear enfrentamientos personales y llevar las cosas al punto de una separación, entonces la táctica correcta es la de difundir todo tipo de chismes, revelar en público lo que se ha dicho (o escrito) en privado, y violar todas las normas de comportamiento de camaradería.

Cuando Engels descubrió que los bakuninistas italianos se habían apoderado de una carta que había escrito a un compañero en Italia, y la estaban utilizando con fines fraccionales, se indignó. Esto es lo que escribió:

«Después de haberse rebelado contra toda la organización de la Internacional, y sabiendo que tendrá grandes dificultades en justificarse en el Congreso de septiembre próximo, el Comité del Jura ahora está buscando las cartas y los mandatos del Consejo General a fin de fabricar acusaciones falsas en contra de nosotros . Yo, como todos nosotros, de buena gana consiento que todas las cartas sean leídas en el Congreso, pero no encontramos agradable saber que las mismas cartas escritas para una u otra sección, han sido puestas a disposición de estos señores. (Engels a Cesare Bert 7 de junio de 1872, Marx y Engels, Obras Completas, vol. 44, p. 392).

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