¿Por qué no trabajamos menos horas?
En Internet hay muchísimas cosas. Una de ellas es esta pregunta, a la que se ha dado múltiples respuestas y de lo más variopintas, ahora que esa teoría de “la sociedad del ocio” que nos pronosticaron los economistas capitalistas del siglo XX, se ha rebelado plenamente falsa.
Si yo tengo un capital y quiero invertirlo en la economía productiva, los primeros problemas que he de resolver son: con qué intensidad esa inversión va a trabajar y con qué coste. Dicho de otro modo: cuántas horas puedo tener las máquinas en marcha y cuál es la plantilla que necesito para eso.
La primera cuestión es fácilmente deducible: mi inversión es para ganar todo lo posible, así que necesito que esté en marcha el máximo tiempo posible. Eso significa en la vida de una persona un trabajo de lunes a domingo.
La segunda cuestión es algo más compleja.
Los sueldos no se dan por el trabajo hecho, sino por la disponibilidad para trabajar. Si el trabajador cobrase por todas las piezas que hace, se quedaría con todo el beneficio de la inversión, y eso no me interesa. El gasto (salarial y de consumibles) se amortiza con una serie de horas, a partir de las cuales las piezas siguientes van destinadas al beneficio empresarial. De ahí la necesidad de máxima productividad por trabajador y hora.
Los sueldos además deben garantizar las condiciones de vida de esos trabajadores, si no dejarán el trabajo a la primera oportunidad que tengan de mejora. No olvidar que el concepto de “condiciones de vida” es muy elástico y da mucho juego a la hora de negociar condiciones de trabajo.
Así que necesito los menos operarios posibles para cubrir el máximo tiempo posible.
Después entra en juego la competencia. En la medida en que esta competencia me va desplazando del mercado, yo solo puedo contrarrestarlo invirtiendo en mejores máquinas o reduciendo costes. Invertir implica que con un valor mayor de mi inversión, la tasa de beneficio que saco de ella es menor, aunque en euros la cantidad sea mayor. Y eso puede no ser lo que quiero como empresario.
Para reducir costes, tengo que tener en cuento que los únicos que pueden ayudarme en mi propósito son los gastos fijos. De éstos, el más manipulable es el gasto en la plantilla: siempre puedo demandar mayor ritmo de trabajo con el mismo sueldo alegando las leyes competitivas del mercado, ya que a ningún trabajador le interesa que la empresa en que trabaja quiebre. Se apretará el cinturón hasta cierto límite, claro, pero mientras ese límite llega…
Porque además está la cuestión del precio de las mercancías que fabricamos y vendemos. Si yo pudiese decidir el precio que me cubriese los gastos y me diese el beneficio que quiero, no tendría ningún problema. Pero el caso es que, el precio de las mercancías lo pone el mercado. Por medio de la regla de que, el precio de cada unidad sale de la media de precios entre los distintos fabricantes que, en ese momento, compiten en el mercado. Fabricantes que entran en el mercado y que salen, manteniendo vivo y a la baja ese precio en base a la innovación tecnológica.
Así es que es imposible que en base a un mercado competitivo se reduzca la jornada de trabajo. El propio sistema inhabilita esa opción al reducir los beneficios empresariales. Además, la automatización reduce el número de operarios y hace su trabajo menos valioso en el resultado final del producto, con lo que se le puede pedir que atienda más operaciones a la vez, al requerir éstas menos destreza y concentración.
¿Qué sistema productivo haría viable la reducción de jornada sin arruinar la empresa?
Aquel que planifique anticipadamente cuál es la producción de bienes y servicios que va a necesitar la sociedad y a qué ritmo. Una economía de carácter social. De otro modo, la competencia me obliga a contener mis gastos y aumentar constantemente los ritmos de trabajo. Cualquier ventaja competitiva es por tanto necesaria: y aquí nace la corrupción.
Nos educan en la competencia. Nos dicen qué es normal, buena y hasta genética. No niego que pueda ser un estímulo en un momento dado, siempre que no te dejes arrastrar por ella y te conviertas en un tiburón para los que te rodean. Igual para la sociedad. La historia nos enseña cómo han terminado demasiadas veces las competencias entre países. Y a qué coste. Y quién ha pagado ese precio. Además, ¿fue la competencia lo que permitió al género Homo sobrevivir cuando fue desplazado de la selva a la sabana? La competencia le desplazó de su hábitat, pero lo que le permitió sobrevivir e iniciar el camino para convertirse en lo que hoy es fue la capacidad de cooperar, de trabajar para un bien común y de hacerlo además en grupos grandes.
Si has leído hasta aquí, déjame que te recomiende un escrito: Salario, precio y ganancia, de Carlos Marx. Es un folleto de 60 páginas que con una lectura calmada te aportará una buena luz sobre la economía capitalista.
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