Reseña de El 47: Un emblema de la lucha por la dignidad de los barrios obreros durante la Transición

Junto a las hojas anaranjadas, este otoño ha caído por los cines una de las muchas hazañas épicas de la clase trabajadora en La Transición: la historia de los vecinos del barrio de Torre Baró, de Barcelona. En este artículo se avanzan algunos spoilers de la película. Si el lector es muy sensible a éstos, recomendamos leer el artículo después de ver la película.

El 7 de mayo de 1978, los vecinos de este barrio secuestraron un autobús de la línea 47 para subirlo al barrio conducido por el militante del PSUC, Manolo Vital, que organizó la acción, demostrando así que era posible hacer llegar una línea de autobús al barrio.

En esta época de decadencia del sistema capitalista y de su producción cultural, al mismo tiempo, pueden verse los elementos que expresan la necesidad de un arte revolucionario. Sin duda, entre las muchas frustraciones que puede vivir cualquier revolucionario que acuda al cine en estos días, la película El 47 representa una excepción al montón de basura de las carteleras de hoy en día. Desde el minuto uno, la película del director Marcel Barrena cautiva al público, apresándolo bajo las garras de la impotencia que sienten los vecinos de Torre Baró durante la construcción de su barrio que ellos mismos llevan a cabo con sus propias manos, en pleno franquismo, acogiéndose al derecho reconocido en la ley del suelo, a mantener una construcción sin licencia siempre que esté techada al amanecer. Las prisas de los pobres obreros por acabar de techar las casas ante los primeros rayos del sol, y una patrulla de la Guardia Civil acechando a caballo, conforman todos los ingredientes para presentar la historia de un modo que te atrapa hasta el final de la película.

Contenido político de la película

Manolo Vital, un conductor de autobuses, es presentado como un líder natural entre los vecinos de Torre Baró / Hoy

El contenido político es evidente desde esa primera escena y los mensajes y referencias a la lucha de clases y, en especial, de la clase trabajadora contra el Estado burgués, se suceden a lo largo de todo el metraje. El protagonista, Manolo Vital, un conductor de autobuses, es presentado como un líder natural entre los vecinos de Torre Baró. En torno a las vivencias de su familia y sus vecinos, sus calamidades y el abandono que sufren por las Instituciones burguesas, se dejan entrever algunos de los factores a tener en cuenta para cualquier revolucionario que se precie:

– La solidaridad de la clase trabajadora, no sólo entre quienes comparten origen, sino también entre inmigrantes y lugareños. Lejos de la perspectiva estúpida de ciertos dirigentes de la izquierda, que presuponen que catalanes y andaluces o extremeños no pueden soportarse entre sí, Manolo Vital se enamora de una catalana que le enseña a hablar catalán, de lo cual él siente orgullo. Vital y sus vecinos se ayudan y protegen unos a otros ante las adversidades que sufren. Varias escenas suceden en la sede de la Asociación de Vecinos de Torre Baró, una referencia clara al papel fundamental que éstas jugaron en la lucha contra la dictadura de Franco.

– Marcel Barrena muestra con destreza el choque entre las instituciones populares, como la Asociación de Vecinos, y las burguesas, como el Ayuntamiento. En la película, Vital hace un intento reiterado de agotar la vía de las instituciones burguesas. La destreza estética de Barrena para lograr este contraste es espectacular. Intercala escenas en Torre Baró, pintadas reivindicativas, paredes precariamente encaladas, calles sin pavimentar, fachadas sin enfoscar, etc., con planos repentinos de Vital en grandes estancias palaciegas, con techos altos e impresionantes frescos en sus muros, esperando a ser atendido por el burócrata de turno, que lo recibe de una manera excesivamente amable.

– Se muestra también lo que fue verdaderamente la Transición, una gran mentira. En una de esas visitas a las sedes de instituciones burguesas, de manera un tanto graciosa, Vital reprocha a un político que se mantenga una bandera franquista en la sala de una institución pública. “Fascista se es o no se es”, espeta al burócrata ante sus patéticos titubeos cuando es preguntado por la presencia de la bandera.

– Otro detalle que no debe pasar desapercibido para el espectador militante, es la confrontación entre los revolucionarios consecuentes y los sectarios. En diversos momentos, Manolo Vital debe confrontar con iniciativas ultraizquierdistas que dividen a los trabajadores, no sólo en el barrio, sino también en el sindicato de conductores de autobús. La película también muestra audazmente una cierta tensión natural en la lucha de clases, entre la tendencia al conservadurismo de los viejos dirigentes, y la irreverencia y el empuje de las capas jóvenes, que a veces puede confundirse con el ultraizquierdismo. Manolo Vital, excesivamente complacido por haber logrado levantar el barrio con sus vecinos, y su hija, inconforme y deseosa de nuevas conquistas, mantienen esta tensión.

Breve historia urbanística de Barcelona

Sin necesidad de ser profesional del urbanismo, cualquiera que haya curioseado un poco sobre el asunto, habrá oído hablar de Barcelona como uno de los ejemplos urbanísticos más renombrados a nivel mundial. No podríamos completar mínimamente bien este artículo sobre la historia de Torre Baró y “El 47” sin hablar del Plan Cerdá de Barcelona y el contraste que forman entre ambos.

Infografía del plan Cerdá original / UL

No podemos explicar aquí en detalle la importancia de este plan urbanístico acerca del cual se han escrito innumerables textos, pero sí daremos algunas pinceladas bajo una óptica marxista. El plan del ensanche de Barcelona del año 1860, llevado a cabo por el ingeniero y político Ildefonso Cerdá, plasmó el gigantesco paso de la Barcelona preindustrial, circunscrita al barrio Gótico, a la que conocemos hoy día. Cerdá, que fue miembro del Partido Republicano de Pi y Margall, propuso un plan urbanístico revolucionario que implicaba multiplicar por diez la superficie de la ciudad. Este plan fue rechazado por las autoridades locales, que lo veían como una completa locura. Pero en pleno ascenso de la burguesía como clase dominante, la industrialización y el puerto de Barcelona la situaban como un destino preferente ante el éxodo rural. Este arriesgado plan catapultó a la ciudad, que pudo albergar a cientos de miles de nuevos habitantes en las décadas posteriores, adelantándose a otras ciudades. El plan original de Cerdá estaba influido por los utopistas y tenía una sana intencionalidad progresista por hacer más llevadera la vida de las masas trabajadoras. Contemplaba amplias zonas verdes, una trama urbana regular que facilitaría los desplazamientos, las famosas esquinas de las manzanas en ángulo de 45º que liberaba espacio público para la vida urbana, una cuidada densidad de población con manzanas de una altura moderada, etc. Cada una de las manzanas que hoy día conocemos en la ciudad de Barcelona estaban proyectadas para no ser completadas por edificios residenciales, sino manteniendo gran parte de ellas como espacio público, y unificando los espacios de las manzanas contiguas para darles continuidad. Barcelona ha sido uno de los ensayos de forma urbana más destacables del mundo. Y gran parte de lo que se proyectó mantiene aspectos positivos incluso 150 años después.

Manzanas de Barcelona hoy día / UL

Sin embargo, al igual que ocurrió con otros modelos urbanísticos bienintencionados, como el ejemplo de Brasilia, del arquitecto comunista Oscar Niemeyer, son la prueba palpable de que las condiciones económicas superan la intención técnica de quienes lo proyectaron. No se puede crear una ciudad igualitaria bajo el sistema capitalista, por muy ambicioso que sea el proyecto y la inversión. Apenas un siglo después del ambicioso Plan Cerdá (un periodo corto en la historia de una ciudad) los trabajadores afincados en Torre Baró sufrieron una desigualdad atroz, sin agua corriente en sus casas, sin alcantarillado, sin calles pavimentadas, sin asistencia de servicios básicos como bomberos, ambulancia o autobuses urbanos, etc. Y las preciosas manzanas diseñadas por Ildefonso Cerdá fueron carne de especulación inmobiliaria.

Las carencias políticas de la película

En una tertulia que se organizó sobre la película, se reprochó al director como principal carencia de ésta la ocultación del hecho de que Manolo Vital no era un activista aislado ni el 47 fue el único autobús tomado para un barrio de Barcelona, sino que Vital era militante del PSUC y afiliado de CCOO, y la acción se encuadraba en un plan con otras tantas por el estilo.

Es más, tal como argumentamos desde la Internacional Comunista Revolucionaria, con el libro La gran traición, análisis marxista de un testigo ocular de la Transición, de Alan Woods, como referencia, el fin de la dictadura y las concesiones que la clase dominante española hizo a todos los niveles en los años posteriores, no se comprenden en un marco local, o barrial, como se muestra en la película, sino que fue el resultado de la acción conjunta de las masas en todos los ámbitos (en las fábricas, los barrios, el campo, las universidades, etc.). Se echan en falta en la película más referencias a esta lucha colectiva de ámbito estatal, que es historia viva del Estado español. Al ocultar esto, la película apela a una especia de épica individual que en la vida real acaba siendo impotente. Manolo Vital fue encarcelado y sólo gracias a la organización y a la presión ejercida por sus camaradas en conexión con sus vecinos, pudo ser liberado. Un cuadro revolucionario aislado no es nada en una revolución, pero puede ser muy significante en conexión con un partido de cuadros suficientemente grande.

Marcel Barrena se excusó ante la crítica explicando que el metraje no es un documental, sino una película que narra la vida de Manolo Vital. Pero esto no es más que una mala justificación de la cobardía que impera en la gran mayoría de los cineastas, y artistas en general, de este país, que aún no se han atrevido a rodar ni siquiera una buena película sobre la Guerra Civil. Tuvo que acudir Ken Loach a cubrir ese hueco con Tierra y libertad.

Por otro lado, tampoco pasa desapercibido el blanqueo que la película hace de Pascual Maragall, el que fuera 15 años alcalde de Barcelona, entre 1982 y 1997. El director se inventa hechos que no ocurrieron realmente, al poner a un joven Maragall muy amable, que acompaña a Vital en el autobús y teje con él una buena relación. Al final de la película se narra por escrito el que sí fue un hecho verídico, y es que Pascual Maragall concedió a Manolo Vital la medalla de honor de la ciudad. Pero, más allá de que suele otorgarse al gobierno municipal de Pascual Maragall la más reciente renovación urbanística de Barcelona, los comunistas rechazamos el engaño y la traición de los socialdemócratas que utilizan sus reformas como un fin en sí mismo para la clase trabajadora, al tiempo que contentan a la burguesía manteniendo intacta su propiedad privada y sus negocios.

Hoy día, casi 50 años después, los vecinos de Torre Baró siguen sufriendo muchas necesidades y afirman que quizá habría que secuestrar otro autobús y reanudar las reivindicaciones de La Transición. Las lecciones positivas de esta historia deben llevarnos a organizarnos para ese fin.

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