Sombra de un árbol de papel
Hoy es una de esas tardes de primavera en las que la luz porta la esencia del manzano, como una falda de flores rosas que arrastra en la cola un tono estival.
La calma reconfortante del día crea un contraste con mis oscuros pensamientos. Pienso en la gente, en su manera de percibir. Su manera de actuar. Todo ello, a más lo pienso, más me disgusta y me atrae, siendo esta, en fin, una pregunta de la curiosidad morbosa.
Reflexiono sobre el apego a la vida y su significado. El mío propio es como un amante condescendiente, se presenta en ocasiones y me abandona con prontitud. Cuando imagino el futuro, parece que sólo hay una opción posible, continuar posponiendo la vida en favor de la supervivencia. Dicen que sólo las personas de voluntad firme y destacable ingenio triunfan, aquellos elegidos que, con presta eficiencia, condensan el trabajo y son además capaces de continuarlo con regularidad y diligencia, reservando el placer y el descanso a momentos marcados y efímeros.
Yo no soy una de esas personas, no encuentro un motivo por el que postergar los placeres si no es por sensación de urgencia inmediata. No soy capaz de reducir el tiempo que me lleva el trabajo lo suficiente como para ofrecer los mínimos que se me exigen para «merecer» las condiciones básicas del respeto, la dignidad, e incluso la vida en el sentido más básico: el potencial de desplegar la energía propia, o lo que es lo mismo, estar en el mundo para al menos tener la oportunidad de hacer algo de una misma. A este respecto no importa la percepción propia; la estima egocentrada y técnicas asertivas para trazar un límite son inútiles ante un mundo estancado en opciones limitadas. No soy capaz de ello, o por lo menos no lo soy si no es que retraso eternamente el descanso, haciéndolo además tan pasajero que el placer no sea sino otra meta inalcanzable.
Incluso con todas las posibles carreras profesionales a escoger, todas las opciones encajan en un patrón único. Son la misma cosa con un baño de color diferente. Explicando pues, en breve, la razón de mi espanto y tristeza, tornando este abstracto patrón hecho concreto:
Desde la cuna se nos explica lo que debemos hacer, ser y sentir. Se nos encierra en instituciones que corrigen nuestra humanidad, nos hacen ver la obediencia por respeto, sin ser el respeto que nos enseñan recíproco; un ejemplo de la deuda que parece que, los que sienten la autoridad sobre ellos, nunca son capaces de saldar con los que la sienten confortante y ligera, abrazando sus dedos como los hilos de una marioneta.
Vivimos agradeciendo el trato digno como la excepción que es, no entendiéndolo por derecho. Con estas cadenas formadas, confiamos en lo que, con falsa amabilidad y en forma de consejo, nos piden. Nos centramos en el presente y descansamos cuando nos dan permiso, no cuando lo necesitamos. Persiguiendo el éxito soportamos el expolio con esperanza, sufriendo diariamente en pos de la felicidad futura. Sin embargo, una vez se termina una etapa, comienza la siguiente. Se renueva en infinitos ciclos la espera para la espera misma, todo mientras se sigue sufriendo.
Vivimos pensando en la oportunidad que nos permita sufrir menos, en eso se convierte todo nuestro ser. La recompensa: condensar el placer tanto o más como nuestro trabajo, pues todo nuestro tiempo, intelecto, energía y emociones, todo nuestro potencial, se exprime en formar el ser, extremadamente limitado, servil o, como preferimos llamarlo, especializado;
que una autoridad abstracta necesita de nosotros, un grupo selecto de personas que en nuestra superstición, identificamos con la sociedad entera al decir que aportamos a ella.
Pienso en todas aquellas cosas que me gustaría saber, pero soy estudiante, y es precisamente eso lo que irónicamente me lo impide. Pienso en aquello que me gustaría hacer con mis días, y si bien no encuentro una respuesta única, tampoco encuentro una que sirva al enriquecimiento de otro, y como tal, no encuentro una respuesta que me permita producir con gusto y tener la riqueza suficiente para subsistir. Pienso en todo aquello que quisiera sentir, explorar en mi ser, desencadenar para mi desarrollo, en las personas a las que amo y con las que me gustaría amar y ser amada; pero hasta para eso hay reglas, y hasta para la contemplación profunda de lo más cercano (uno mismo) son necesarias unas condiciones.
Para cumplir todos estos deseos hay que tener primero el potencial de hacerlos, la raíz y sentido reducido de la vida; pero para estar vivo se ha de existir de manera que es imposible alcanzar las pasiones para algunos, y como mínimo es loable en la mayoría.
Existimos según un modelo que consume nuestro potencial para satisfacernos a base de obediencia, nos condena a una vida estéril y miserable o, alternativamente, a la ignorancia y la superficialidad, oponiendo así la vida y la supervivencia en platos de una balanza desbaratada que rara vez obtiene equilibrio.
Lo más aterrador, sin embargo, no es esto, sino que muchos parecen dispuestos a aceptarlo, si no para sí, al menos para otros. Es aterrador cómo se celebra este sistema como expresión máxima de la libertad y la seguridad, como la meta histórica del ser humano. Es aterrador encontrarse en esta fiesta, excluida, observando una escena paralela pero completamente distinta al resto del mundo, paralizada del miedo en el centro de la pista de baile, bajo el escrutinio de una sociedad extraña.
Hago saber, para el que se sienta así, que no está solo, sola o sole, que el dolor que experimentamos está trayendo un despertar de esta distópica psicodelia, y que una fiesta no pertenece al anfitrión, sino a todos los presentes. De esta misma forma, la sociedad no pertenece a los propietarios, sino que tenemos el poder de crear una nueva, todos nosotros, la especie humana, desde la revolución comunista, organizada, unificada e internacional de la clase más amplia, la clase trabajadora.
-Nor
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