Turismo, precariedad y gentrificación: la nueva cara del capitalismo español

En nombre de quienes lavan ropa ajena

(y expulsan de la blancura la mugre ajena).

En nombre de quienes cuidan hijos ajenos

(y venden su fuerza de trabajo

en forma de amor maternal y humillaciones).

En nombre de quienes habitan en vivienda ajena

(que ya no es vientre amable sino una tumba o cárcel).

En nombre de quienes comen mendrugos ajenos

(y aún los mastican con sentimiento de ladrón).

En nombre de quienes viven en un país ajeno

(las casas y las fábricas y los comercios

y las calles y las ciudades y los pueblos

y los ríos y los lagos y los volcanes y los montes

son siempre de otros

y por eso está allí la policía y la guardia

cuidándolos contra nosotros).

En nombre de quienes lo único que tienen

es hambre, explotación, enfermedades,

sed de justicia y de agua,

persecuciones, condenas,

soledad, abandono, opresión, muerte.

Yo acuso a la propiedad privada

de privarnos de todo. – Roque Dalton

Una de las cuestiones políticas más candentes de este verano está siendo, sin duda, el turismo, y la dependencia de la economía española en este sector. La polémica ha tenido como epicentro a Barcelona, a raíz de las numerosas protestas que allí han tenido lugar y de la magnitud particularmente grave que ha adquirido el problema en esta ciudad. La intensidad que ha alcanzado este debate muestra que la problemática va más allá del turismo como tal, y plantea cuestiones como la naturaleza de la recuperación económica, la precariedad laboral y habitacional, o la gentrificación de los barrios obreros y populares.

La resistencia de los barrios

El turismo ha pasado a ser un tema principal de actualidad sólo este verano a raíz de las protestas de alto impacto mediático protagonizadas por la izquierda independentista catalana y vasca, pero lo cierto es que el problema no es nuevo y decenas de miles de personas llevan años manifestándose contra las lacras de la gentrificación y la masificación turística. A pesar de los cantos de sirena hipócritas y melodramáticos contra las protestas “violentas” de este verano, la verdad es que este tipo de actos han servido para dar aún más visibilidad a estos serios problemas, y se ha podido dar voz a vecinos cuyas movilizaciones pacíficas son sistemáticamente ignoradas.

Sobre todo en Barcelona, donde nació la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, se han venido produciendo importantes protestas en diversos barrios populares del centro. Los vecinos de la Barceloneta, por ejemplo, han mostrado un arrojo extraordinario en su lucha contra la degradación y encarecimiento de su barrio, en la que los alquileres se dispararon un 17,1% entre 2014 y 2016, en gran medida debido a la proliferación de pisos turísticos. Los habitantes de la Barceloneta, que se resisten a ser expulsados de su barrio y a que éste pierda su alma obrera y popular, han acampado estos días en la playa en protesta contra su situación desesperada, aunque han recibido menos eco mediático que la pintada del parabrisas de un autobús turístico. Estos vecinos son la vanguardia de toda una serie de focos de resistencia: Salvem Drassanes, contra la construcción de un macrohotel en el centro del barrio; las manifestaciones y caceroladas de A Poblenou ens Plantem, contra los alquileres exorbitados y la degradación de la zona; las ocupaciones contra el asedio de edificios y la compra especulativa de pisos por fondos de inversión, el llamado mobbing inmobiliario, en la calle Lancaster del Raval, donde se consiguió que el ayuntamiento comprara y se comprometiera a proteger tres inmuebles, o en Sants, donde varias familias que ocupaban cuatro pisos en la calle Entença en protesta contra la especulación fueron desahuciadas violentamente por los Mossos, etc. Asimismo, han nacido varias plataformas para organizar y coordinar las luchas como los sindicatos de barrios o el sindicato de inquilinos o la campaña Barcelona no està en venda. Se ha venido tejiendo una amplia red de luchas que han implicado a miles de habitantes de la ciudad, y que ha encontrado un cierto eco institucional a través de Barcelona en Comú, que dedicó una parte importante de su programa de 2015 a la cuestión del turismo y la gentrificación. Hemos visto también grandes movilizaciones en otras ciudades afectadas por el turismo de masas, como Madrid, San Sebastián o Palma de Mallorca.

En el frente laboral, este año hemos visto una oleada de conflictos y de huelgas contra la precarización y desigualdad que está acarreando la llamada “recuperación”, y que frecuentemente han tenido como protagonistas a trabajadores vinculados a la industria turística. Es el caso de los trabajadores de seguridad del Prat, que luchan contra los términos abusivos de su subcontrata, o, aún más recientemente, de la huelga de los empleados de Ciut’art, empresa subcontratada en diversos centros culturales de Barcelona, como el MACBA o el archivo municipal.

Los medios de comunicación, el gobierno y los voceros de la burguesía están tratando de denigrar, distorsionar y minimizar estas protestas, acusándolas de “turismofobia” y de xenofobia, de representar sólo a una pequeña minoría o de querer morder la mano que les da de comer. Incluso ha habido intentos delirantes de vincular las protestas contra la industria turística con el ataque yihadista del 17 de agosto (por ejemplo, la columna de Lluís Bassets en El País, 17/08/2017). Lo cierto es que estas movilizaciones son absolutamente legítimas y necesarias, y expresan la creciente frustración de millones de personas con el estado actual de las cosas. Son sintomáticas de las injusticias y desmanes del capitalismo español y de la farsa de la recuperación. Esto explica el nerviosismo de la clase dominante y la histeria de su campaña contra la “turismofobia”.

Gentrificación y masificación

Los problemas del turismo masificado van más allá de las aglomeraciones, el ruido, la suciedad, la contaminación y el incivismo. Está transformando nuestras ciudades y barrios a pasos agigantados. La proliferación de pisos turísticos y de hoteles provoca una espiral ascendente en los precios. En Barcelona, entre 2014 y 2017 el precio medio de los alquileres ha aumentado en un 22%, según los datos del ayuntamiento, y el precio medio se sitúa ya en 845€ mensuales, una cifra inasumible en una ciudad en la que muchos salarios no llegan a los mil euros. Los alquileres no son sólo exorbitantes, en ocasiones encontrar un piso en alquiler, independientemente del precio, se vuelve imposible. Y además del alquiler hay que hacer frente a las tasas abusivas de las inmobiliarias. Para los propietarios es mucho más rentable orientarse al turismo: siempre de acuerdo con el ayuntamiento, los pisos turísticos reportan unos beneficios de entre un 7-13%, mientras que los alquileres normales “sólo” un 3-4%. En 2016 un 7,7% del parque inmobiliario de Barcelona eran apartamentos para turistas. La situación de Barcelona no es inédita, y, según un informe de Idealista en un año los alquileres en Valencia han aumentado un 12,7%, un 23,1% en Málaga y en Palma de Mallorca un 23,9%. En lugares como Formentera o Ibiza la situación es todavía peor; en ésta última, la Consejería de Sanidad tuvo que habilitar un hospital semi-abandonado para alojar a médicos, incapaces de hacer frente a los alquileres.

Ante el aumento de los precios, muchos fondos de inversión se están dedicando a la compra especulativa de apartamentos. Las inmobiliarias y los fondos de inversión se dedican a llevar a cabo “pases”: dan la paga y señal de un bloque de apartamentos y a los pocos meses los revenden a un precio muy superior. En una interesante entrevista al Huffington Post (29/03/2017), un inversor de Barcelona explicaba que “los bloques de pisos pasan por tres o cuatro manos antes de llegar al inversor final o a la persona que lo alquila definitivamente”, hinchándose el precio con cada pase. Efectivamente, según el ayuntamiento de la capital catalana, las plusvalías inmobiliarias eran de 175 millones de euros en 2016, casi 70 millones de euros más que en 2007, en el punto álgido de la burbuja inmobiliaria. Las compras agresivas de bloques a menudo implican la expulsión forzosa de los inquilinos, a quienes los propietarios suben los alquileres repentinamente, y, en caso de resistencia, intimidan con matones fascistas como los de la empresa Desokupa.

Cabe mencionar también el carácter parasitario de plataformas de la llamada “economía colaborativa”, como Airbnb. El único bien que ofrecen a sus clientes es su enorme base de datos, y se aprovechan de su posición monopolista para sacar tajada de los propietarios y de los inquilinos, pagando además impuestos exiguos. Airbnb, que tuvo 5,4 millones de clientes en España en 2016, pagó sólo 55.211 euros en impuesto de sociedades, según Infolibre (09/08/2017). Estas plataformas muestran el potencial que ofrecen las redes sociales y las nuevas tecnologías para una gestión más eficiente y dinámica de los recursos, conectando rápida y cómodamente a personas desean intercambiar servicios, pero bajo el capitalismo juegan un papel rentista y parasitario.

Al aumento de los alquileres hay que añadir fenómenos colaterales, como la reorientación de los comercios de los barrios al turismo, generalmente de la mano de grandes cadenas, encareciendo la oferta y desalojando a los pequeños propietarios. Se produce un desplazamiento de la población trabajadora a las zonas más periféricas y la destrucción de barrios obreros y populares, en la llamada gentrificación de las ciudades. En Barcelona, los casos de la Barceloneta, el Born, el Raval, Gràcia o Poble Sec son paradigmáticos.

En nuestra opinión, hay que combatir la llamada gentrificación y defender el carácter popular, obrero y mestizo de las ciudades, pero sin idealizar, como hacen sectores de la izquierda, la degradación de los barrios obreros tradicionales y encubrir sus problemas: la falta de servicios públicos, de transporte, de seguridad, de acceso a bienes culturales y de ocio, etc. El trasfondo de todo esto es la explotación de la clase obrera, tratada por la sociedad burguesa como una mercancía desechable. El capitalismo ignora los problemas de los barrios obreros hasta que éstos se puedan abrir a un consumo más pudiente, es decir, sólo cuando pueden ser gentrificados y repoblados por turistas o vecinos con mayor poder adquisitivo, desalojando a los inquilinos más pobres.

El turismo y el capitalismo español: una economía irracional, precaria e insostenible

En la actualidad, según datos de El Confidencial (06/08/2017), un 11,5% del PIB de España procede del turismo, una cifra similar a la de otros países mediterráneos (10,3% en Italia y 18% en Grecia). En 2016, 75,8 millones de turistas extranjeros visitaron nuestro país. Desde el inicio de la crisis, el peso del turismo en la economía ha aumentado en un 18% y ha contribuido en un 19% al crecimiento de los últimos años de recuperación. Uno de cada cuatro de los empleos creados desde 2013, el peor momento de la crisis, están relacionados con el turismo. Esta cifra es bastante mayor en comunidades como Cataluña, Baleares o Valencia, donde son más de uno de cada cinco. Es, además, la principal fuente de empleo para la juventud, ya sean trabajadores con formación o no. Según el BBVA, de no ser por el turismo, el crecimiento económico en España, lejos de ser de los más altos de Europa, sería mediocre. Efectivamente, el segundo trimestre de 2017 el sector turístico ha crecido un 4,6%, mientras que la economía en su conjunto se ha expandido un 3,1%.

Es un empleo, en general, de muy baja calidad. Hace unos días, leíamos la noticia de que en Palma el dueño de un bar era detenido por obligar a sus empleados a trabajar más de doce horas al día siete días a la semana, sin pagas extra, vacaciones o finiquito, o el conocido caso de “kellys”, limpiadoras de habitaciones de hotel, que a menudo cobran 2,15 euros la hora, y ¡cuántos más casos de este tipo se producen cotidianamente! La tasa de temporalidad entre los jóvenes de entre 16 y 29 años empleados por la industria turística es de un 65,8%. Sin embargo, la temporalidad aqueja a todos los sectores económicos; siempre según El Confidencial, entre los jóvenes la tasa media de temporalidad es de un 59,1%. Hay en este sector un gran desequilibrio geográfico. Andalucía, Canarias, Madrid, Valencia, Cataluña y Baleares concentran un apabullante 92% de las visitas de extranjeros (El País, 02/08/2017).

En 2016, año en que la economía española creció un 3,2%, el salario medio bruto cayó un 0,3%. Según el Instituto Nacional de Estadística, en el sector de la hostelería, los salarios cayeron un 1,4% en 2015. El sueldo neto más habitual en España en junio de 2017 era de menos de 1.000 euros. En lo que llevamos de año, de acuerdo a los datos de CCOO, la productividad por hora ha aumentado un 1,3% pero el salario medio por hora ha caído un 0,3%. Asimismo, en 2016 aumentó el número de trabajadores pobres por varias décimas hasta alcanzar más de un 15%. Desde 2012 se ha incrementado también la tasa de accidentes laborales – en sectores como la construcción o la agricultura lo ha hecho de manera exponencial. Hace unos días, se hizo pública la noticia sangrante de que, mientras regiones enteras dependen más y más del “monocultivo” del turismo, un 40% de las familias españolas no puede permitirse una semana de vacaciones al año.

Al mismo tiempo, mientras los ingresos de los deciles de renta más bajos se han desplomado, los del decil más alto no han dejado de aumentar. El número de millonarios en España se ha disparado desde que empezó la crisis, 7.000 más sólo en 2016. Los beneficios empresariales ya han superado en un 2,5% los niveles previos a la crisis, mientras que la masa salarial sigue un 6% por debajo de lo que era en 2007 (El Periódico, 02/03/2017). Es redundante seguir dando datos sobre el empeoramiento de las condiciones de empleo y de la desigualdad; es una realidad que los trabajadores españoles sienten en sus propias carnes cotidianamente.

Trabajar más y vivir peor

“Trabajar más y vivir peor”, dijo en 2011 David Álvarez, antiguo dueño de la empresa de seguridad Eulen, cuya plantilla en El Prat está librando una huelga extraordinaria estos días: esa es la receta que los capitalistas ofrecen al proletariado para salir de la crisis. Mientras España se presenta como un destino turístico único y hace gala de sus tesoros naturales y culturales, mientras la burguesía hace alarde del crecimiento y de la recuperación, millones de personas se ven condenadas a una existencia miserable e insegura, trabajando cada vez más horas por menos dinero, sin recursos ni tiempo para irse de vacaciones, en viviendas cada vez peores y más caras, en barrios cada vez más degradados.

El empobrecimiento de la clase obrera, la creciente desigualdad y precariedad, la concentración de riqueza en un polo y de miseria en el otro, no deberían de sorprendernos, pues forman parte de la naturaleza misma del capitalismo, cuya fuerza motriz es la apropiación por parte del capitalista de la riqueza producida por el trabajador, el enriquecimiento de unos a expensas de otros. Como decía Karl Marx:

Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador. […] Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente a él un poder extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. (Karl Marx, Manuscritos, “El trabajo enajenado”)

No cabe duda de que la industria turística ha sido una punta de lanza de la precarización colectiva que han sufrido los trabajadores en el Estado español. Ahora bien, algunas de las consignas que diversas organizaciones de izquierdas han lanzado en las últimas semanas han culpado al turismo como tal de la precarización. Arran, por ejemplo, ha planteado que el turisme ens fa esclaves (el turismo nos hace esclavas). En nuestra opinión, estas afirmaciones no son del todo correctas. Las terribles condiciones laborales que presenta el turismo son un síntoma del aumento generalizado de la explotación de la clase obrera desde el inicio de la crisis capitalista, que ha afectado en mayor o menor medida a todas las ramas de la economía. Incluso en el sector industrial, tradicionalmente uno de los más estables, la temporalidad ha aumentado hasta el punto en que el contrato medio es de 53 días y un tercio de los contratos firmados esta primavera era de menos de siete días (El Confidencial, 28/06/2017).

El paro que trajo la crisis de 2008, la merma de la demanda y la lucha encarnizada entre los capitalistas por los mercados, las ofensivas de los gobiernos de Zapatero y de Rajoy contra la clase obrera, han reducido el poder de negociación de los trabajadores y conducido a su mayor explotación en beneficio de los capitalistas. Sin embargo, la mayor explotación y empobrecimiento de la clase trabajadora, la pauperación de los pequeños propietarios arruinados por la crisis y de la propia clase media, no ha hecho sino ahondar las contradicciones del capitalismo español, que en el frente político es incapaz de alcanzar la paz social y la estabilidad, y, en el frente económico, no puede reavivar genuinamente la demanda interna, lastrada por los bajos salarios, la deuda y el paro.

El turismo ha sido uno de las vías de escape principales del capitalismo español, aprovechándose del colapso del sector en los países del Magreb y Oriente Medio, y luchando por hacerse con el mercado internacional a golpe de precariedad laboral, de gentrificación y de degradación de los barrios, de saturación de servicios y transportes, de masificación de los destinos turísticos y de la destrucción del medio ambiente.

¿Economía periférica?

Algunos intelectuales de izquierda, como Jorge Moruno, achacan el monocultivo turístico a la posición periférica del capitalismo español. No cabe duda de que el capitalismo español tiene características de periferia, exportando productos de bajo valor añadido, ofreciendo bienes y servicios baratos, malvendiendo el territorio e importando mercancías industriales caras. Según la secretaría de Estado de comercio, España presentaba, en 2016, un déficit comercial de 18.754 millones de euros. Al mismo tiempo, hay que matizar que el Estado español es también una monstruosa potencia imperialista exportadora de capital. Incluso dentro de un sector “periférico” como el turismo, el capitalismo español juega un papel depredador, contando con enormes conglomerados multinacionales como Riu, NH Hoteles, Meliá o Barceló. Asimismo, no podemos caer en fantasías desarrollistas keynesianas, que aspiren a establecer un capitalismo “saludable” y “equilibrado”. Ni siquiera en su etapa de mayor bonanza fue capaz del capitalismo español de diversificarse e industrializarse, dedicándose en vez de eso a hinchar una burbuja inmobiliaria y al despilfarro en proyectos faraónicos aderezados por la corrupción. Esto no se debe sólo al carácter “lumpen-oligárquico”, como diría Íñigo Errejón, de la burguesía española, sino al hecho de que vivimos en la época de descomposición del capitalismo, dominado por enormes monopolios imperialistas y lastrado permanentemente por la sobreproducción y la deuda. En estas condiciones, es imposible para un país como España labrarse un puesto entre las economías industriales punteras y consolidar genuinamente una economía más próspera, igualitaria y productiva.

Quizás el mayor problema del esquema centro-periferia es que sugiere que las economías del “centro” son privilegiadas y se benefician de las periféricas. Lo que vemos es una espiral descendente para las clases trabajadoras de todos los países. Potencias exportadoras como Alemania sólo han podido mantener su cota del mercado mundial aumentado la explotación de su clase trabajadora, socavando su propio mercado interno aún más y haciéndose más dependientes de las exportaciones. Así planteaba la cuestión The Economist en un reciente artículo:

La moderación salarial puso a Alemania de vuelta en el tablero, pero el país ha tenido que pagar un precio. Ha dejado a la economía más desequilibrada que nunca. En su informe anual, el FMI decía que el cambio monetario real de Alemania estaba infravalorado en un 10-20%. Sin embargo, la demanda interna sigue deprimida. A pesar del aumento de los puestos de trabajo, la porción del PIB que va a las familias ha caído de un 65% a inicios de los años 90 a un 60% o menos, en beneficio de las ganancias empresariales. […] Como consecuencia, el consumo interno ha caído a un 54% del PIB, mucho menos que en EEUU o el Reino Unido. Si se pagara más a los trabajadores, podrían comprar más. Pero eso significaría menos exportaciones (porque las empresas se orientarían a un mercado interno más grande), y más importaciones. Pero Alemania está atrapada inevitablemente en un modelo que antepone las exportaciones a cualquier otra cosa. (The Economist, 08/07/2017)

Pero, cuando un puñado de economías fuertes dominan el mercado, ¿a quién exportar? Las exportaciones de países como Alemania son propulsadas por la deuda de otros países más débiles, sobre todo por las economías del sur de Europa. Ya no se discute mucho el hecho que la economía española ha seguido endeudándose, en parte gracias a la compra de bonos por parte del Banco Central Europeo. Un interesante artículo de Yago Álvarez explicaba recientemente que desde 2012 el BCE ha comprado 60.000 millones de euros en activos públicos y privados en España. La deuda pública española ha superado ya el 100% del PIB según Eurostat, y la privada no se queda corta: sólo las empresas del IBEX 35 concentran deudas equivalentes a un 17% del PIB. Esto forma parte de un patrón mundial de endeudamiento, que ha financiado la débil y frágil recuperación mundial. Según datos recopilados por Reuters (09/08/2017), en 2007 la deuda global total (tanto privada como pública) era de un 276% del PIB mundial, en 2012 había aumentado a 305%, y hoy alcanza el 327%.

El “monocultivo” del turismo en el Estado español se enmarca en esta economía mundial desequilibrada y enloquecida. Efectivamente, la otra cara del turismo low cost, de la precariedad y la gentrificación, es la explotación de los trabajadores alemanes, franceses o británicos. Para seguir atrayendo decenas de millones de turistas en un contexto de empobrecimiento generalizado la clase trabajadora de los distintos países europeos, y para competir con países como Italia, Portugal o Grecia, los capitalistas españoles tienen que machacar a su propia clase obrera. Tenemos una industria turística precaria orientada a turistas precarios. Nadie se beneficia de este sistema y todos los trabajadores tienen un interés común en acabar con él.

Mientras los burgueses británicos, alemanes o rusos pueden pagarse vacaciones en destinos exclusivos y exóticos, los trabajadores sólo pueden permitirse destinos masificados y de baja calidad. Por lo tanto, creemos que consignas que culpan a los turistas, como guiris go home, son incorrectas. Asimismo, nos oponemos a actos que busquen intimidar u ofender a los turistas. Resulta bastante irónico acusar a turistas británicos o alemanes de gentrificar las ciudades de España, cuando Londres y Berlín son los lugares en los que este proceso ha llegado más lejos. Los culpables son los capitalistas, cuya salida a la crisis se basa en una industria turística salvaje, insostenible y explotadora.

¿Qué hacer?

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Es necesaria una lucha valiente por reformas audaces en el ámbito urbano, habitacional y laboral / UL

En las últimas semanas, numerosas organizaciones y municipios de izquierdas, como Barcelona en Comú, Ahora Madrid o MÉS en Mallorca, así como periodistas e intelectuales, han presentado baterías de medidas progresistas contra la masificación turística. Se plantea mejorar el control sobre los pisos turísticos ilegales y endurecer las multas; restringir la construcción de nuevos hoteles y la llegada de cruceros a los puertos; limitar el número de habitaciones disponibles; aumentar las tasas e impuestos y usarlas para revertir las molestias que ocasiona la industria; limitar el ruido excesivo durante la noche; vetar las actividades molestas, como el uso de segways; aumentar las campañas de concienciación; fomentar el turismo cultural y familiar a expensas del de borrachera y de sol y playa, etc. Asimismo, en lugares como Barcelona estas políticas se enmarcan en la lucha institucional contra los desahucios y la especulación.

Estas medidas son positivas, y no cabe duda de que si se llevan a cabo consistentemente mejorarán la situación. Es necesario continuar con las movilizaciones para presionar a los municipios y para pasar a la ofensiva; el camino lo muestran vecinos como los de la Barceloneta o Sant Antoni, que en pleno mes de agosto continúan protestando, ocupando y organizándose contra la especulación, y los trabajadores del aeropuerto de El Prat, organizados desde abajo en una huelga heroica contra la explotación y la precariedad. La tarea ahora es pasar de pequeñas protestas y huelgas a nivel de barrio y de empresa, o de actos espectaculares pero llevados a cabo por pequeños grupos, como los de Arran, a manifestaciones masivas a nivel de ciudad y nacional.

Resulta lamentable que ni los “ayuntamientos del cambio”, ni tampoco las grandes organizaciones de izquierda como Podemos, hayan tomado la iniciativa en este sentido, utilizando su autoridad y sus recursos para organizar grandes movilizaciones contra la gentrificación, la precariedad y la degradación urbana. Especialmente lamentable ha sido ver a Ada Colau plegándose ante la campaña histérica de la derecha, condenando las protestas de Arran. Esta ha sido la última de una serie de capitulaciones del ayuntamiento de Barcelona, que se rinde lastimeramente ante la presión de los capitalistas, del gobierno central y de la Generalitat. Es escandaloso, por ejemplo, que, según el Poder Judicial, hoy se sigan produciendo de media de 8 a 10 desahucios al día en Barcelona, un 90% por la imposibilidad de hacer frente al alquiler, o que los Mossos puedan reprimir sin cortapisas una ocupación legítima como la de la calle Entença. Y, ¿en qué posición está ahora Barcelona en Comú de criticar la precariedad laboral, cuando ellos mismos hicieron oídos sordos a las reivindicaciones de los trabajadores del metro? El problema de fondo no está sencillamente en los límites del gobierno municipal, en los que se tiende a escudar la administración, sino en la reticencia del ayuntamiento de Barcelona a movilizar audazmente a su base social y enfrentarse a la legalidad burguesa, en vez de centrarse exclusivamente en el plano administrativo, donde tienen todas las de perder.

Las propuestas que se han venido planteando, aunque positivas, representan sólo parches parciales a la situación. Además, tienden a recaer sobre los pisos turísticos ilegales, que, aunque contribuyan a aumentar los precios de los alquileres, representan el eslabón más débil de la industria turística, mientras los grandes empresarios hoteleros, inmobiliarios y hosteleros, resguardándose tras una legalidad que les protege, pueden seguir explotando y especulando. Hace falta una estrategia a largo plazo para aumentar las viviendas de protección oficial; elevar el umbral de las prestaciones al alquiler, que en ciudades como Barcelona es demasiado bajo; expropiar a los fondos que especulen con la vivienda y proteger a los bloques amenazados por los especuladores; y una lucha sostenida contra la precariedad laboral que tenga en el punto de mira la reforma laboral del PP.

El gobierno de Rajoy, débil y en minoría, y con dificultades para vender nuevos ataques en un contexto de “recuperación”, es vulnerable a una campaña intrépida nucleada en torno a esta clase de consignas. El principal hándicap en este sentido es la dirección de la clase obrera y de la izquierda, que se ha mostrado pasiva y contemporizadora. Unidos Podemos y los ayuntamientos del cambio han ido a la zaga de las movilizaciones y no han ofrecido una hoja de ruta clara, empantanándose en maniobras institucionales, importantes, pero por sí solas insuficientes. Por otra parte, el papel de las grandes centrales sindicales frente a la oleada de huelgas de los últimos meses ha sido incluso más cobarde, incapaces de ofrecer la más mínima dirección a los trabajadores.

Es necesaria una lucha valiente por reformas audaces en el ámbito urbano, habitacional y laboral, y que busquen echar abajo al gobierno de Rajoy. Pero en última instancia, los problemas que plantea la industria turística están estrechamente ligados al sistema en su totalidad y a una recuperación injusta y desigual, que se enmarca en la crisis global del capitalismo. Sólo el derrocamiento de este sistema y la gestión democrática de la riqueza en el interés de la mayoría y no de los beneficios de unos pocos podrá acabar de manera duradera con la precariedad, la gentrificación y la masificación turística, haciendo un uso racional de los recursos, ofreciendo a todos vivienda y empleo de calidad, distribuyendo mejor el turismo por la geografía ibérica y europea y haciéndolo verdaderamente sostenible a nivel social y medioambiental. Es la única alternativa verdadera a un sistema senil, caduco y destructivo que sólo beneficia a una minúscula minoría mientras condena a la mayoría a una existencia de pobreza e inseguridad.

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