A veinte años del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004: cuando derrotamos a la infamia

Se cumplen veinte años de la brutal masacre terrorista que segó la vida de 192 personas en Madrid, en 4 atentados simultáneos con bomba que tuvieron lugar en trenes de cercanías y en la Estación de Atocha. Hubo más de 2.000 heridos, y cientos quedaron con secuelas graves, muchos de ellos impedidos total o parcialmente para trabajar. La inmensa mayoría de las víctimas fueron trabajadores, estudiantes, vecinos de las barriadas obreras de las zonas sur y este de Madrid, y de su cinturón industrial. Un dato nunca suficientemente remarcado es que más del 25% de las víctimas mortales eran trabajadores inmigrantes (latinoamericanos, magrebíes, subsaharianos, rumanos, y de otros países del este de Europa), que habitan esas zonas en gran proporción. Desde todo punto de vista, el atentado del 11-M de 2004 fue un crimen contra la clase obrera.

El día de la doble infamia

El 11-M de 2004 quedará registrado en la memoria como el día de la doble infamia. La infamia de la acción de los terroristas islámicos de Al-Qaeda, esos fanáticos fascistas que utilizan la religión como cobertura para sus fines reaccionarios. Y la infamia del gobierno de Aznar del Partido Popular, que el mismo día del atentado – y en los días subsiguientes – mintió y engañó a la población, tratando de ocultar las pruebas que evidenciaban la autoría del terrorismo islámico del atentado, para responsabilizar desvergonzadamente a ETA del mismo.

Claramente, el atentado del 11-M fue una venganza de los fanáticos islamistas por la participación española en la guerra e invasión de Irak un año antes. Pero esta venganza fue triplemente reaccionaria, cobarde e injusta. Primero, por el desprecio elemental por la vida humana, que provocó una masacre contra la población civil inerme. En segundo lugar, por la focalización de la acción terrorista en la población trabajadora. Y en tercer lugar, porque España fue el país europeo donde más oposición popular hubo a la aventura criminal de la invasión de Irak en 2003, en términos cuantitativos y cualitativos. En las semanas previas a la invasión de Irak, 11 millones de personas salieron a las calles de todo el país en diferentes convocatorias para manifestarse contra la guerra. En un solo día, el 15 de febrero de 2003, cerca de 6 millones tomaron las calles del Estado español, la mayor movilización de masas habida en nuestra historia hasta entonces. Las encuestas publicadas entonces, antes de la invasión, revelaban que el 90% de la población estaba en contra de la guerra.

Fue la actitud y la decisión criminal de ese arrogante papanatas e insignificante personaje llamado José María Aznar, y de su equipo, quienes despreciando y desoyendo el clamor popular, nos llevaron a una guerra que nadie quería. Este político mediocre e insípido tenía pretensiones de pasar a la historia como un gran estadista, inscribir su nombre en letras de oro como sus admirados Churchill y De Gaulle, haciéndose la famosa foto en las islas portuguesas de Las Azores, junto a genios políticos de similar estatura a la suya como G. W. Bush y Blair. En realidad, Aznar actuó simplemente como el perrillo faldero del “amigo americano”.

La población de Madrid, y particularmente su clase trabajadora, pagaron cruelmente esta aventura reaccionaria.

Las bases sociales de la derecha

El gobierno de Aznar tenía sus motivos para engañar a la población en cuanto se conocieron el atentado y sus características. Las elecciones generales estaban convocadas para el domingo 14 de marzo, tres días después; y su partido y candidato, Mariano Rajoy, se veían como favoritos.

Esta aparente fortaleza del PP tenía que ver, en parte, con el boom económico de entonces, del cual se había beneficiado políticamente el gobierno. Pero también tenía que ver con la nulidad del papel opositor de la dirección del PSOE y de su dirigente, Rodríguez Zapatero, que provocaba un constante desánimo en sus bases sociales de apoyo entre los trabajadores. Aquel período coincidía también con el momento de menor influencia de IU, que bajo la dirección de Gaspar Llamazares había girado a la derecha con un discurso cada vez más indistinguible de la dirección socialista.

La misma situación se vivía en el aparato sindical, sobre todo de CCOO, donde su entonces máximo dirigente, José María Fidalgo, apadrinaba una política de total sometimiento al gobierno de Aznar. No por casualidad, completando su degeneración política, Fidalgo es ahora un hombre cercano al PP.

Es cierto que el PP había acumulado una base social importante, debido al boom económico, al papel opositor nefasto de la izquierda política y sindical, y – también es importante señalarlo – por el papel reaccionario de las acciones de ETA que, durante los años precedentes, se habían cebado en los cargos públicos del PP. Sin embargo, la mayoría parlamentaria que ostentaba entonces el PP fue conseguida en unas elecciones generales – las del año 2000 – con la menor participación desde la restauración democrática de 1977. Sólo votó el 68,7% del electorado; lo que reflejaba la frustración y desinterés de un sector relevante de la clase obrera con la situación política del país.

Por qué mintió el gobierno de Aznar

En aquellas circunstancias, confesar abiertamente que el atentado era obra de terroristas islámicos – como a las pocas horas insinuaban los informes reservados de la policía, en base a las pruebas aprehendidas – significaba reconocer que estaba vinculado con la participación española en la guerra de Irak. Por lo tanto, quedaría claro para todos que el gobierno del PP fue el responsable indirecto del atentado, por arrastrar al país a una guerra que, además, la población rechazaba masivamente.

El gobierno de Aznar temía, como luego se demostró, las consecuencias políticas de esto. Temía que provocara indignación social y que un sector significativo de los votantes castigara con su voto al PP, poniendo en peligro su victoria electoral.

Fue esto lo que llevó al gobierno de Aznar a mentir descaradamente a la población y culpar insistentemente a ETA del atentado. Al mismo tiempo, Aznar impuso un chantaje intolerable a los medios de comunicación y a los dirigentes del PSOE y de IU para que manifestaran un apoyo público sin ambigüedades al gobierno en aquellas circunstancias, y se sumaran al coro de culpar a ETA del atentado; cosa que, lamentablemente, hicieron de manera incondicional los dirigentes del PSOE e IU.

Inicialmente, la sucia y repulsiva maniobra del gobierno de Aznar tuvo un cierto éxito en confundir a la opinión pública y agrupar a la España oficial tras suya (los partidos, la prensa, los gobiernos autonómicos, la Corona, etc.).

Pese a que dirigentes nacionalistas vascos abertzales, como Otegi y otros, rechazaron inmediatamente la implicación de ETA y condenaron el atentado, la dirección de ETA – por el contrario – jugó un papel pernicioso en un primer momento, guardando un silencio infame y comprometedor que favorecía la propaganda gubernamental. Seguramente, sus dirigentes de aquellos momentos – pequeñoburgueses de mentalidad provinciana, desprovistos del más elemental sentimiento de solidaridad obrera internacionalista – celebraban estúpidamente la publicidad inesperada que su organización suscitaba en todo el planeta, y querían prolongarla. Solamente, a las 18 hs del viernes 12 emitieron un comunicado desmarcándose del atentado ¡35 horas después!

Un cambio en el ambiente

El viernes 12 de marzo tuvo lugar la mayor movilización de masas de la historia española

Pero casi inmediatamente, el instinto de clase de un sector de las masas empezó a hacerse patente para contradecir la posición oficial. Fue justamente, la insistencia machacona del gobierno de Aznar en culpar a ETA del atentado y la actitud agresiva e insultante contra aquellos que insinuaban otras posibilidades, lo que prendió las alarmas del sector más avanzado que lentamente empezó a arrastrar a sus conclusiones a los sectores más retardatarios.

El viernes 12 de marzo tuvieron lugar por la tarde manifestaciones de repulsa al atentado en todo el país que sacaron a la calle a ¡10 millones de personas! La mayor movilización de masas habida en la historia española. Cerca de 4 millones solamente entre Madrid y Barcelona.

Antes, por la mañana, el Sindicato de Estudiantes, cuya dirección en aquellos momentos estaba vinculada a la Corriente Marxista Internacional, declaró huelga en los institutos en rechazo al atentado. Se convocaron decenas de manifestaciones que tuvieron un eco muy amplio entre la juventud con manifestaciones de 50.000 en Barcelona, 20.000 en Madrid, 10.000 en Salamanca y Gijón, 8.000 en Bilbao, etc.

Esa misma tarde, se produjo el desmarque público de ETA del atentado y comenzaban a filtrarse a la prensa los informes policiales que apuntaban a la responsabilidad del terrorismo islámico. Más aún, algunas agencias de noticias internacionales recibían comunicados de Al-Qaeda, atribuyéndose el atentado. Pero el gobierno seguía terciando, con machacona insistencia, que todo era obra de ETA.

La intervención de las masas

La fusión en una masa gigantesca de millones de individuos en las calles cambió toda la situación. La incipiente percepción del engaño descarado por parte del gobierno y las sospechas crecientes de que se trataba de una obra de los fanáticos religiosos, desató una corriente eléctrica que sacudió a la sociedad, comenzando por sus capas más activas y conscientes. Las masas comenzaron a cuestionarse abiertamente las mentiras oficiales. De la conmoción a la sorpresa, de la sorpresa a la duda, y de la duda a la indignación y al odio de clase. Este fue el recorrido psicológico que comenzó a operar, molecular y colectivamente. La indignación comenzaba a rodar.

Los sectores más activos y conscientes comenzaron a formular las consignas y conclusiones más precisas, haciendo avanzar en conjunto la conciencia colectiva.

Ya en las manifestaciones gigantescas del viernes 12 por la tarde en Madrid, Barcelona y en otras ciudades; sectores numerosos de los manifestantes comenzaban a insultar y a silbar a los ministros y políticos del PP, e incluso a los miembros de la Casa Real, que tuvieron que abandonar las manifestaciones protegidos por la policía.

Pese a las consignas oficiales de no llevar banderas, multitud de personas llevaron pancartas e insignias contra la guerra de Irak y con leyendas y cantos con la pregunta dirigida al gobierno: “¿Quién ha sido?”

En aquel momento, escribíamos:

“Las diferencias que ya se podían ver en las manifestaciones del viernes continuaron creciendo y cada vez eran más profundas. En las numerosas manifestaciones y vigilias del fin de semana se produjeron altercados entre diferentes sectores. La forma usual que tomaron estos enfrentamientos fue entre los jóvenes y los viejos, entre la clase obrera y la clase media. Se empezaba a revelar el principio de una diferenciación de clase en el movimiento de masas.

«Los ataques del 11 de marzo golpearon directamente a la clase obrera. Los barrios afectados no eran el barrio burgués de Salamanca en Madrid, sino lugares como Vallecas y el Pozo del Tío Raimundo. Los muertos no eran banqueros o especuladores de bolsa, eran trabajadores que iban a trabajar y jóvenes de familias obreras que iban a sus lugares de estudio. En los funerales no había corbatas y lazos. Las caras de dolor eran las caras de trabajadores normales, consumidos por la pena y sufrimiento. Eran personas a las que se obligó a pagar un precio terrible por acciones que van más allá de su control o comprensión.

«En tiempos normales estas personas prestan poca o ninguna atención a la política. No prestan interés a los acontecimientos que se desarrollan en la escena mundial, porque éstos parecen remotos y distantes. No parecen afectar a su vida cotidiana o a la de sus familias. Pero ahora, como un rayo que cae desde un cielo azul, la crisis mundial ha irrumpido en la vida de hombres y mujeres normales, transformando su vida de arriba a abajo.” (Lecciones de España, Alan Woods. 15 de marzo de 2004).

La jornada decisiva del sábado 13 de marzo

“Queremos la verdad antes de votar” es el grito que fue inundando las ciudades de todo el Estado

El sábado 13 de marzo, el día de la “Jornada de Reflexión” previa a las elecciones generales del domingo 14 de marzo, la situación se transforma por completo. La sensación de engaño del gobierno del PP se generaliza en un sector amplio de la población, sobre todo en la población obrera, dotada de un sentido crítico más desarrollado que la pequeña burguesía, más fácil de embaucar por los poderes oficiales. Escribiendo una página de lucha conmovedora, decenas de miles de personas se vuelcan a las calles rodeando las sedes del PP en multitud de ciudades de todo el Estado, exigiendo que el gobierno reconozca y proclame la verdad y acepte la tesis del atentado islamista.

En una acción sin precedentes desde la restauración democrática de 1977, tal acción de masas desafió y convirtió en papel mojado la legalidad burguesa, que prohíbe expresamente las manifestaciones y concentraciones públicas en la “jornada de reflexión”. La utilización de las llamadas “redes sociales” como método de accionar una movilización de masas, a través fundamentalmente de los mensajes de texto del teléfono móvil, se utilizó aquí por primera vez a una escala masiva.

“Queremos la verdad antes de votar” es el grito que fue inundando las ciudades de todo el Estado. El intento de criminalizar a los manifestantes fue contraproducente para el gobierno. Los manifestantes gritaron en tono desafiante: ¡El pueblo no es ilegal!”“¡Ilegalizar al Partido Popular!” Se gritaron otras consignas que demostraban la ira de la población: ¡Mentirosos!”“¡Asesinos!”¡Decidnos la verdad!” y, sobre todo: «¡Es vuestra guerra, son nuestros muertos!”

Las manifestaciones y concentraciones duraron toda la tarde y noche del sábado e incluyeron choques con la policía. Pero el miedo a provocar una explosión incontrolable conminó a la policía a moderar su acción represiva, limitándose a contener a los manifestantes para que no asaltaran o lanzaran objetos contra las sedes del PP.

El gobierno y los políticos del PP asistían impotentes al desarrollo de estos acontecimientos. Sus llamamientos patéticos de condena a los manifestantes encrespaban mucho más el ánimo de las movilizaciones. Sólo en Madrid, había varias decenas de miles de personas en las calles a las 10 de la noche.

Manifestación a manifestación, grito a grito, de un puño al aire a otro, el espectáculo que ofreció la tarde-noche del sábado 13 de marzo hasta las primeras horas de la madrugada del domingo 14 de marzo fue impresionante.

En el gobierno, todo era confusión y pánico. Se temía una explosión popular que se lo llevara todo por delante. Se insinuó un pedido a la Junta Electoral Central para que suspendiera y aplazara las elecciones previstas para el día siguiente. La Junta se lavó las manos y tramitó el pedido a la Audiencia Nacional que dejó morir el trámite. Todos los poderes del Estado le pasaban la papeleta al gobierno.

La heroica movilización popular, con un componente juvenil muy fuerte, a lo largo de toda la tarde y de la noche, va arrancándole jirón tras jirón a la despreciable máscara mentirosa del gobierno, que se va viendo arrastrado a actuar y a facilitar, por vez primera, información verídica. Así, se anunciaron las primeras detenciones de islamistas sospechosos lo largo del sábado.

En las horas finales del sábado 13 de marzo las movilizaciones ya se extienden a la mayoría de las capitales de provincia del país. Si el gobierno hubiera intentado suspender las elecciones, eso habría sido interpretado por una gran parte de la población como un intento de amordazar al pueblo y no hay dudas de que habría conducido a una explosión social de connotaciones revolucionarias, dado el material combustible de indignación acumulado.

Sintiéndose finalmente vencido, y por miedo a un descalabro electoral mayor en unas elecciones que ya consideraba perdidas, a las 00,45 del domingo 14 de marzo, el Ministro del Interior, Ángel Acebes, aparece en las pantallas de TV anunciando que un portavoz de Al-Qaeda se había hecho responsable del atentado, lo que suponía un reconocimiento de facto por parte del gobierno de la autoría islamista del atentado y el abandono de la hipótesis del atentado etarra.

La movilización de masas derrota a la derecha

Toda la psicología fue transformada en 24 horas. Del ambiente de pesimismo y fatalismo que existía en la clase obrera y la izquierda ante lo que parecía una victoria inevitable del PP, sólo un par de días antes, se pasó a la ofensiva a una voluntad ardiente de terminar con un gobierno de majaderos.

Esto enseña preciosas lecciones. Los snobs pequeñoburgueses e intelectuales del tipo que conocemos en la izquierda – particularmente en sectores académicos de la universidad – tienen una concepción superficial y esquemática de la conciencia de clase, como esquemático y superficial es su conocimiento del marxismo. Para esta gente, la conciencia de clase debe estar presente antes de una movilización o explosión de masas; si no es así, es imposible que tal conciencia de clase pueda desarrollarse. Como habitualmente no está presente de manera clara dicha conciencia, certifican todos los días que los trabajadores tienen muy poca conciencia de clase, que son atrasados, que están atomizados, que son débiles, etc, por lo que suelen descartar a la clase trabajadora como motor principal del cambio social. Esta gente parece disfrutar del lloriqueo permanente de lo mal que está todo, y siempre es tomada por sorpresa ante las explosiones de masas.

Los marxistas explicamos que la conciencia está en estado latente en cada trabajador que, en situaciones normales, acepta como propios la ideología y los valores dominantes de la sociedad. Es a través de la acción, particularmente de las grandes acciones y explosiones de masas, como surge y se desarrolla la conciencia de clase. Como proclamó el Fausto de Goethe: “En el principio fue la acción”, y no el Verbo – la palabra – como proclama la Biblia.

La vorágine de acontecimientos, movilizaciones y cambios súbitos en la conciencia reveló la enorme madurez política y la gran conciencia de clase que, pese a todo, habían retenido amplios sectores de los trabajadores y de los jóvenes del Estado español.

Hay que decir que los dirigentes de la izquierda, y menos aún los sindicales, no jugaron papel alguno en estos acontecimientos. Al contrario, apenas levantaron la voz en el torbellino de acontecimientos que fue del 11 al 14 de marzo. Fue un movimiento espontáneo, en las mejores tradiciones del proletariado español.

La consecuencia política más relevante fue la derrota del PP en las elecciones del 14 de marzo de 2004. El varapalo fue tremendo. La izquierda consiguió la mayoría absoluta de los votos y de los escaños (incluyendo aquí a las fuerzas nacionalistas de izquierda en Catalunya, Galicia y Euskadi). Destaca la victoria socialista con el 42,6% de los votos. La derrota del PP pudo ser mayor aún, y por lo tanto, la victoria de la izquierda en aquel momento, si la elección hubiera tenido un día o dos más tarde, cuando hubiera quedado del todo claro ante todas las capas de la población, en particular para los sectores más atrasados, el engaño criminal que el gobierno había sometido a la sociedad, y que apenas había empezado a vislumbrarse el sábado 13 y el domingo 14 de marzo.

Las teorías conspirativas

Pocas semanas más tarde, varios de los autores del atentado se suicidaban en un piso de Leganés cuando fueron rodeados por la policía. El resto, fueron detenidos y condenados.

El recién electo gobierno de Zapatero retiró las tropas españolas de Irak, aunque mantuvo las situadas en Afganistán.

La derecha nunca pudo aceptar su derrota por la acción de las masas en la calle, y durante años fabricó todo tipo de historias lunáticas diciendo que había sido víctima de una conspiración. La prensa más venal y prostituta, como el diario El Mundo, y la cadena de radio de la Iglesia, la Cope, con iguales atributos, insistieron machaconamente en la responsabilidad etarra. El Mundo llegó a sobornar con dinero a uno de los condenados en la cárcel para que declarara que estaba vinculado a ETA y que todo fue una conspiración golpista con la implicación de ETA y el PSOE para derribar al gobierno del PP.

Hay que decir que si hubiera un mínimo sentido de la dignidad y de la justicia, y hubiera jueces determinados a cumplir el código penal con el mismo celo e intensidad con que lo aplican a ETA y a la izquierda abertzale, el gobierno de Aznar y los consejos editoriales de El Mundo y de La Cope deberían haber sido todos detenidos para responder ante la justicia por sus mentiras, prevaricaciones, difamaciones, manipulaciones, sobornos y ocultamiento de pruebas ante delitos flagrantes. Pero los poderes públicos y su prensa y radios prostitutas pueden mentir al pueblo, manipular la información a su antojo y aquí no pasa nada.

La prueba de que los berridos del PP y sus amigos en los medios sobre “la conspiración del 11-M” no cuajaron en la población, fue la victoria renovada del PSOE en las elecciones generales de 2008.

Nuevamente, en estas elecciones, la izquierda tuvo mayoría absoluta de votos y diputados (contando igualmente a la izquierda nacionalista de Galicia, Euskadi y Catalunya). Tanto en 2004 como en 2008, el PSOE podía haber formado gobiernos apoyados en una mayoría parlamentaria de izquierdas, pero prefirió apoyarse en los nacionalistas burgueses de derechas de Catalunya (CiU) y Euskadi (PNV) y hacer una política antiobrera descarada, sobre todo en su segundo mandato, que condujo al PSOE a la peor derrota de su historia; y de nuevo al PP al gobierno.

Conclusiones

Terminamos nuestro artículo con las palabras de Alan Woods, quien, en su análisis de hace una década sobre el atentado terrorista de Madrid, Lecciones de España, planteaba las siguientes reflexiones que siguen estando tan vigentes como cuando fueron escritas:

“El escenario está preparado para nuevas explosiones, nacional e internacionalmente. Las masas están aprendiendo lecciones muy duras, pero lo hacen rápidamente. El deber de la tendencia marxista es caminar hombro con hombro con las masas, impulsar el movimiento hacia adelante, defender activamente una política y tácticas combativas. Sobre todo, es necesario ganar a la clase obrera, comenzando con los elementos más avanzados y los jóvenes, para el programa de la revolución socialista.

Ocurra lo que ocurra, no será un período tranquilo. El escenario está preparado para un movimiento a la izquierda aún más grande. Las ideas que hoy escucha una minoría, mañana encontrarán eco en un número cada vez mayor de personas.

Lenin en cierta ocasión dijo que el capitalismo es horror sin fin. Vimos la cara del horror en Madrid el pasado jueves. Pero hoy vemos otra cara: la cara de la clase obrera triunfante que ha asestado un duro golpe a sus enemigos, nacional e internacionalmente. En lugar de pesimismo ahora hay optimismo. En lugar de derrota hay nueva confianza en que podemos ganar. Armados con una política e ideas correctas, podemos ganar, no sólo en España, también en el resto del mundo.

Las lecciones de los últimos días en España deben estudiarlas cuidadosamente todos aquellos que desean comprender la naturaleza del período que estamos atravesando. Lo que ha ocurrido en España, mañana ocurrirá en Gran Bretaña, EEUU y en todos los demás países. ¡Debemos estar preparados!”

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