41 años del asesinato impune de cinco trabajadores en Vitoria
Que seis mil trabajadores de distintas empresas mantuviéramos una huelga de dos meses fue singular pero no casual. Dirección y organización fueron imprescindibles, ya antes de la huelga. La Coordinadora Obrera de Vitoria posibilitó que las reivindicaciones fueran comunes y que en cada asamblea se eligieran representantes al margen del sindicato franquista. La Coordinadora de las Comisiones Representativas (CCRR) ejerció la dirección conjunta, reforzando el compromiso de defender a nuestros representantes frente a la represión patronal y policial, extendiendo el conflicto a todos los sectores sociales, y organizando la solidaridad de los trabajadores y organizaciones obreras internacionales.
Las asambleas eran escuelas en las que rápidamente se adquiría conciencia obrera. No nos enfrentábamos a cada empresario en cada empresa sino a todos como clase social, a sus sanciones colectivas, a sus despidos, a sus leyes, instituciones, policía, y medios de comunicación. Veíamos que el sistema estaba organizado para explotarnos; como trabajadores, como consumidores, y como ciudadanos. Sólo esta conciencia, y especialmente el papel activo que jugaron miles de mujeres, permiten comprender por qué la represión estimulaba nuestra lucha en lugar de frenarla y por qué su miedo a que se extendiera propició la masacre.
Dice Benedetti: «Algunos cantan victoria porque el pueblo paga vidas pero esas muertes queridas van escribiendo la historia». Rompimos los topes salariales, se reconocieron las asambleas de fábrica, se readmitió a los despedidos, e impulsamos de forma decisiva todos los procesos hacia la democracia. En abril se imponía el Congreso de la UGT, y su primera decisión, por aclamación, exigir la libertad de los cuatro delegados al congreso que estaban presos en las cárceles de Nanclares y Carabanchel, y la de todos los demás detenidos. En julio la “Asamblea de Barcelona” reunía a las CCOO, y en octubre ELA-STV en Eibar. Poco después se legalizaban los sindicatos, con una carencia total de medios, y sin instrumentos legales para intervenir, los trabajadores se afiliaban masivamente, y se sucedían duras huelgas en defensa de los primeros convenios sectoriales.
Se dice que “la alegría en casa del pobre dura poco”. En 1977, los dirigentes socialistas y comunistas firmaban los Pactos de la Moncloa que imponían nuevamente topes salariales, facilitaban el despido libre, y contenía promesas que nunca se cumplieron. La oposición en las organizaciones obreras se zanjó mediante expulsiones. Después vendrían las elecciones sindicales y el Estatuto de los Trabajadores, y más tarde el desencanto y la desmovilización social.
Desde entonces, derechos importantes se han ido quedando en la cuneta, a golpe de reformas laborales que han cronificado la temporalidad, abaratado el despido, facilitado los descuelgues de convenios, y debilitado la negociación colectiva. La política de moderación salarial y de pactos sociales seguida por los dirigentes de UGT y CCOO ni ha hecho frente a esta situación ni evitado el crecimiento de la precariedad, la desigualdad, y la pobreza. La sociedad civil ha reaccionado; el movimiento de los indignados, las marchas de la dignidad, las mareas contra los recortes en prestaciones públicas, las plataformas antidesahucios en defensa del derecho a una vivienda digna, pero aún así, las cifras de paro, la corrupción, la pobreza infantil, la pobreza energética, la privatización y deterioro de servicios públicos, o el desfalco de la caja de pensiones, son insoportables.
Ante la perdida de influencia y de prestigio los sindicatos no pueden seguir subordinados a las propuestas del poder político. Tienen que recuperar su carácter de clase y reivindicativo. Los salarios y dietas de sus dirigentes deben ser públicos y transparentes. Los ingresos no pueden depender de las subvenciones públicas. Los delegados en las empresas deben dar cuenta del uso de sus horas sindicales. Los sindicatos deben vincularse a las organizaciones sociales y trabajar juntas para cambiar de raíz una sociedad en la que cada día hay más sin techo, más sin papeles, y más sin derechos.
El 3 de marzo tiene hoy plena vigencia; las asambleas de fábrica, la participación de los trabajadores, los objetivos compartidos, la unidad de acción, la elección de las personas más validas como representantes, la extensión y generalización de las luchas. Ahí están, reclamando solidaridad, los trabajadores de la limpieza en Gasteiz, de las residencias en Bizkaia, los cien despedidos en STS-SERT en Alegría, la huelga estatal del nueve de marzo en la enseñanza, o la de los estibadores en el estado. “Con tu puedo y con mi quiero vamos juntos compañero”. ¡Ellarrekin ahal dugu!
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