Junto a los banqueros y capitalistas, la clase terrateniente es especialmente despreciada. Se los considera en gran medida especuladores codiciosos, propietarios que cobran una renta excesiva, que las suben a la primera oportunidad y se llevan una parte de la plusvalía creada por la clase trabajadora. Está claro por qué aumenta el desprecio por ellos. Solo en Gran Bretaña, los alquileres y los gastos de la vivienda representan hasta la mitad, a veces más, de los ingresos disponibles de los trabajadores, lo que se ha convertido en una carga intolerable, especialmente para quienes viven en la capital. Además, los cuatro millones de viviendas privadas en alquiler en Inglaterra tienen que hacer frente a la espiral del coste de los alquileres del suelo. «Las casas en alquiler son un escándalo absoluto», explica Sebastian O’Kelly de Leasehold Knowledge Partnership, «un medio por el cual los promotores inmobiliarios han logrado convertir las casas de la gente común en vehículos de inversión a largo plazo para inversores oscuros, a menudo con sede en el extranjero». A medida que el número de personas sin hogar se dispara,, la cantidad de propiedades desocupadas se encuentra en un nivel récord, en su mayoría con fines de inversión. Incluso sectores de capitalistas se quejan del excesivo coste de los arrendamientos que se ven obligados a pagar por los inmuebles comerciales.