Centenario de la Revolución Rusa. Parte I: La revolución de febrero y la caída del zar
Este año se cumple el centenario de la Revolución Rusa: el acontecimiento más importante habido en la historia de la humanidad hasta la fecha. Por vez primera, dejando a un lado la experiencia efímera pero gloriosa de la Comuna de París, millones de oprimidos derribaron a sus opresores y se propusieron edificar una sociedad justa, igualitaria y verdaderamente humana, una sociedad socialista. Para conmemorar este gran acontecimiento, Lucha de Clases publicará una serie de artículos a lo largo del año, que seguirán cronológicamente las etapas más relevantes de la Revolución Rusa.
En sólo cinco días, del 23 al 27 de febrero de 1917 según el viejo calendario bizantino (del 8 al 12 de marzo en el calendario occidental), la insurrección de las masas de obreros y soldados de San Petersburgo, entonces capital del imperio ruso, derribaba a Nicolás Románov y ponía fin a 300 años de monarquía zarista sustentada en la opresión, la sangre y el sufrimiento de decenas de millones de oprimidos de toda Rusia.
Como decía Trotsky: «el rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos», sacudidas por acontecimientos excepcionales que las sacan abruptamente de la rutina y del conservadurismo social reinantes.
Rusia era un país campesino atrasado. Se incorporó bastante tarde a la cadena de la economía capitalista mundial, a finales del siglo XIX, cuando ya en Europa y Norteamérica existían países capitalistas avanzados y desarrollados.
Favorecida por las exportaciones de capital procedentes de Francia, Inglaterra y Alemania, en apenas dos décadas entre 1880 y 1900, Rusia sufrió una transformación original, nunca vista antes en ningún país de sus mismas características. El atraso en el campo –con la existencia de relaciones semifeudales y la concentración de la mayor parte de la tierra en un puñado de terratenientes– se combinaba con la existencia de grandes fábricas e industrias en los principales núcleos urbanos que dieron origen a un proletariado muy concentrado, joven y vigoroso. Esto imprimió a la economía y a la sociedad rusa un carácter y un desarrollo desigual y combinado.
Contenido
La Rusia campesina
El 80% de la población vivía en el campo. 30.000 terratenientes disponían de 70 millones de deciatinas (medida rusa de superficie agraria), tanto como 10 millones de familias campesinas. Aparte, millones de campesinos sin tierra se veían obligados a trabajar como jornaleros en los inmensos dominios de los terratenientes. Esta situación condenaba a los campesinos a la pobreza, la miseria y el hambre, lo que conducía a revueltas periódicas que eran reprimidas sangrientamente por la autocracia zarista.
La productividad de la industria rusa estaba a un nivel más bajo que la de los países más avanzados, pero su técnica y estructura capitalista se encontraba al mismo nivel y, en algunos aspectos, los sobrepasaba. Así, en 1914 las fábricas con más de 1.000 obreros empleaban al 41,4% de los obreros rusos, cuando en Estados Unidos sólo empleaban al 17,8%.
La base que nutrió la formación de la clase obrera rusa fue el campo, preparada por la disolución de las relaciones feudales de la tierra pocos años antes. Así se formó un proletariado de 10 millones de obreros, muy concentrado y combativo, que habiendo roto bruscamente con sus viejas relaciones sociales, unido a la opresión despiadada que ejercía el zarismo, hacía que estuviera abierto a las ideas revolucionarias más avanzadas de su tiempo.
Otro elemento que aunaba contradicciones en la sociedad rusa era el yugo que la autocracia zarista ejercía sobre multitud de pueblos y naciones que constituían el Imperio Ruso: polacos, finlandeses, ucranianos, letones, lituanos, musulmanes, etc., que sufrían la opresión nacional a manos de la casta dominante gran rusa. Las luchas de liberación nacional jugaron un papel muy importante en el curso de la Revolución Rusa y acosaban constantemente al putrefacto imperio ruso.
Todos estos elementos llenos de contradicciones acumulaban pólvora en los cimientos de la sociedad rusa. La 1ª Guerra Mundial, que estalló en 1914, no hizo sino encender la mecha para que la Revolución hiciera saltar todo por los aires.
Objetivamente, la existencia de la autocracia zarista y el atraso del país que le era inherente, obligaban a la burguesía oponerse al régimen para tomar el timón en sus manos. Los desarrollos futuros harán ver que la burguesía rusa estaba incapacitada para encabezar tal tarea. El principal partido burgués era el Demócrata-Constitucionalista (KDT), conocido como kadete.
La clase obrera rusa disponía de su propia organización socialista, el POSDR, fundado en 1898, y que se escindió en 1912 en su ala revolucionaria, el partido bolchevique dirigido por Lenin, y su ala reformista, el partido menchevique, y habían venido funcionando como fracciones del POSDR desde 1903. Había diferencias irreconciliables entre ambos tanto en cuestiones de organización interna, como en la actitud hacia la burguesía liberal rusa. Mientras los bolcheviques defendían consecuentemente la línea revolucionaria, los mencheviques se desviaron al reformismo y la colaboración de clases.
Aunque el campesinado, por su papel en la sociedad, es el menos indicado para disponer de organizaciones centralizadas y estables, existía un partido que se basaba en la pequeña burguesía urbana y que recogía las principales demandas de los campesinos: el partido Social-Revolucionario, formado en 1905.
La revolución de 1905
Todos los elementos para el estallido de la revolución estaban presentes a comienzos del siglo XX. Antes de 1917, la revolución rusa conoció, en palabras de Lenin, su «ensayo general» en 1905, cuando por primera vez en la historia aparece la huelga general revolucionaria como herramienta de lucha, paralizando la industria, los transportes y el telégrafo. El estallido tuvo lugar tras el ametrallamiento de cientos de obreros el 9 de enero en una marcha pacífica a las puertas del palacio del zar. Los campesinos, electrizados por los acontecimientos, ocupan las tierras de los terratenientes y prenden fuego a las cosechas y a sus palacios. Otro elemento a destacar es que por primera vez desde la Comuna de París, los obreros improvisaron sus propios órganos de poder obrero; los Sóviets, que nacieron inicialmente como comités de lucha formados por delegados elegidos en cada fábrica para coordinar la movilización, y que terminaron uniéndose a nivel de cada barrio y localidad, asumiendo tareas de poder: control obrero en las fábricas, organización del transporte, reparto de subsistencias, etc., disputando al poder zarista sus propias atribuciones. Así el Sóviet se revelaba, como la comuna parisina, como la forma embrionaria de organización del futuro Estado Obrero.
La Revolución de 1905 fue derrotada en diciembre, cuando la insurrección armada de los obreros de Moscú fue aplastada por el ejército. Pese al fracaso de la Revolución, el zar se vio obligado a hacer algunas concesiones democráticas limitadas, instituyendo una especie de Parlamento: la Duma. El fracaso de la Revolución de 1905 se debió fundamentalmente a que no se pudo ganar de manera decisiva el apoyo del campesinado, que permaneció en diferentes momentos al margen de los obreros de la ciudad, y el zarismo pudo utilizar así las tropas necesarias, que tenían una base campesina, para aplastar la revolución.
La burguesía apoyó inicialmente las movilizaciones obreras contra la autocracia zarista, quería utilizar la presión obrera para forzar cambios en la dominación política del zarismo y tomar un papel dirigente en el Estado. Pero finalmente se echó en brazos de la reacción cuando las reivindicaciones obreras, con las armas en la mano, apuntaron directamente a sus propios intereses (jornada de 8 horas, aumentos salariales y ocupaciones de fábricas), jugando de esta manera un papel contrarrevolucionario en el momento decisivo.
Aunque el zarismo sobrevivió a los acontecimientos, la Revolución de 1905 provocó una ruptura radical en las relaciones entre las diferentes clases, alineando definitivamente al proletariado y al campesinado frente a la autocracia zarista.
Tras varios años de profundo reflujo y apatía (1907-1911), a partir de 1912 estalló un oleada huelguística que amenazaba con provocar una nueva crisis revolucionaria. Su estímulo fundamental provino del auge económico iniciado un año antes y que ayudó a recuperar la confianza de la clase obrera rusa en sus propias fuerzas.
A la cabeza de la mayor parte de las huelgas se encontraba el partido bolchevique que, en aquellos momentos, constituía el principal partido obrero en Rusia, agrupando a las tres cuartas partes de los obreros organizados.
La guerra imperialista
El estallido de la guerra mundial cortó bruscamente el movimiento. Rusia se alineó con Francia e Inglaterra en la guerra contra Alemania y el Imperio Austro-húngaro. La 1ª Guerra Mundial, que comenzó en agosto de 1914, fue la consecuencia inevitable de la lucha por los mercados y por un nuevo reparto del mundo entre las principales potencias imperialistas. La crisis de la economía capitalista, que había comenzado un año antes, desembocó directamente en la mayor carnicería humana jamás conocida hasta entonces, y era la muestra palpable de que el capitalismo había agotado ya su papel progresista en la historia.
El espíritu patriótico y belicista penetró en todas las capas de la sociedad rusa. La clase obrera, desorientada al principio, también se vio afectada por esta situación. Los obreros y dirigentes del partido bolchevique quedaron completamente aislados de las masas durante todo un período.
Los efectos materiales de la guerra se hicieron sentir en todos los países que participaron en la contienda. Pero más intensamente en los países más atrasados, como Rusia. Durante el primer año de guerra, Rusia perdió cerca de la quinta parte de su industria. Un 50% de la producción total hubo de destinarse a cubrir las necesidades del ejército y la guerra.
Las derrotas en el frente, el nefasto aprovisionamiento de la tropa, la desorganización del transporte, y los abusos de los oficiales acabaron por desmoralizar a los soldados rusos, constituidos mayoritariamente por campesinos. Las insubordinaciones y deserciones adquirieron proporciones masivas. Por otro lado, la escasez, la miseria, el hambre y la subida vertiginosa de los precios en el interior del país hacían intolerables las condiciones de vida de los obreros y campesinos. Todo esto minó la moral «patriótica» de la sociedad, haciendo recaer sobre el círculo dirigente del zar toda la responsabilidad del desastre.
La convivencia en las trincheras de los campesinos con los obreros, muchos de ellos llevados al frente por participar en huelgas, ayudó a elevar la conciencia en los primeros y a cimentar la unión y confianza entre ambas clases oprimidas. Lo mismo ocurría con los soldados de reserva agrupados en los cuarteles de las grandes ciudades industriales.
El crecimiento del malestar entre los soldados, los obreros, las mujeres en los barrios y los campesinos, se reflejaban en las divisiones que tenían lugar entre los círculos dirigentes de la camarilla del zar, la nobleza, la oficialidad del ejército y la burguesía. A finales de 1916, entre estos últimos se hacía clara la idea de que la continuación de la guerra se hacía insostenible, culpando al entorno del zar del desastre. Las intrigas palaciegas se sucedían. Esto culminó en el asesinato de Rasputín, sacerdote venal y consejero y «guía espiritual» del zar y la zarina, que resumía en su persona todo lo putrefacto y corrompido de la autocracia zarista.
Comienza la revolución
En enero de 1917 tienen lugar huelgas importantes, fundamentalmente en San Petersburgo, encabezadas por los obreros metalúrgicos. En diversos puntos de la ciudad se saqueaban las panaderías. La temperatura de la sociedad se encaminaba al punto crítico de su ebullición.
El día 23 de febrero era el día Internacional de la mujer trabajadora. Nadie imaginaba que ese día marcaría el inicio de la Revolución. A primeras hora de la mañana las obreras de algunas fábricas textiles de la capital, desoyendo las consignas de las organizaciones obreras, salen a la huelga enviado delegaciones a los obreros metalúrgicos para que las sigan. Ese día se declaran en huelga cerca de 90.000 obreros y obreras de San Petersburgo. La jornada, pese de todo, transcurre sin incidentes ni víctimas.
Es importante observar que la Revolución de Febrero fue impulsada desde abajo, venciendo las resistencias de las propias organizaciones revolucionarias.
El 24 de febrero el movimiento huelguístico cobra un nuevo ímpetu. Casi la mitad de los obreros industriales de San Petersburgo fueron a la huelga. Los trabajadores van a la fábrica por la mañana, se niegan a trabajar, organizan mítines y se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Desde los barrios, la gente se une al movimiento. El grito inicial de «pan» pronto es rebasado por el de «Abajo la autocracia» y «Abajo la guerra».
El día 25 había ya 240.000 obreros en huelga. Se paran los tranvías y se cierran muchos establecimientos comerciales. Millares de personas toman las calles, produciéndose los primeros choques armados con la policía. La huelga en San Petersburgo se había convertido ya en general, y las manifestaciones callejeras ponían en contacto a las masas revolucionarias con las tropas.
El 26 de febrero, pese a que era domingo, los obreros se concentran y se dirigen al centro de la ciudad desde todos los barrios. La policía dispara camuflada desde las azoteas y balcones, causando varios muertos y heridos. También intervinieron las tropas, a quienes se da orden de disparar, contándose 40 muertos y numerosos heridos. La lucha entraba en su fase decisiva.
El papel de los soldados
Los soldados que habían sido obligados a disparar el día 26, saben que al día siguiente ocurrirá lo mismo. Una sensación de impotencia, vacilaciones, indignación y odio contra los oficiales se entremezclan en sus cerebros. Los obreros y obreras no retrocedían, pese a las balas. Las vacilaciones de la tropa a la hora de disparar en las calles daban más confianza y audacia a las masas, convencidas de que la autoridad era impotente para aplastar el movimiento, de que las tropas estaban de su lado y que, inexorablemente, se pasarían al lado del pueblo.
El 27 de febrero es el día decisivo. A primera hora de la mañana, en el barrio de Viborg, centro de la insurrección proletaria y donde los bolcheviques tenían su base más numerosa, acuden representantes de 40 fábricas, que deciden continuar el movimiento. La Asamblea se vio interrumpida por la noticia de que los batallones de reserva de la Guardia se fueron sublevando cuando eran sacados a la calle por los oficiales. En algunos sitios, los obreros que han conseguido unirse a los soldados penetran en los cuarteles, sublevando a los soldados, quienes se apoderan de las armas y encierran o fusilan a los oficiales que les amenazan. Obreros y soldados trazan un plan de acción: apoderarse de las comisarías, desarmar a los gendarmes, liberar a los presos políticos y sublevar a los soldados que aún no lo han hecho. Automóviles blindados con la bandera roja desplegada recorren la ciudad.
Los escasos focos de resistencia afines al gobierno son barridos por los fusiles y las ametralladoras. Las tropas sacadas para reprimir la revuelta son rodeadas por una multitud de obreros, mujeres, adolescentes y soldados sublevados. Las tropas se entregan sin lucha y se unen a los insurrectos. Se asaltan las cárceles y se pone en libertad a los detenidos políticos. El 28, a primeras horas de la mañana, cae el último bastión zarista: la fortaleza de Pedro y Pablo. Los sublevados controlan toda la ciudad y la región de San Petersburgo. Los miembros del gobierno son detenidos o huyen, así como los oficiales reaccionarios. El tren en el que había huido el zar con su familia fue bloqueado por los obreros ferroviarios, quienes lo retuvieron hasta que las autoridades revolucionarias que se hicieran cargo del poder decidieran qué hacer con ellos.
Las masas de obreros y soldados, no tienen aun una idea muy clara de lo que quieren, pero el resorte firme de su voluntad traduce ardientemente lo que no quieren: la guerra, la autocracia, el hambre, la escasez y la injusticia.
La clase obrera derriba al zarismo
Una vez alzado Petrogrado, nuevo nombre dado a la capital rusa, el resto del país se adhiere en los días siguientes sin oposición alguna. El régimen zarista, sin ninguna base social, cae como una manzana podrida.
Frente al coraje y la iniciativa de las masas, las direcciones de las organizaciones revolucionarias dieron muestras de una increíble vacilación. Hasta el día 25 no aparece una hoja del Comité Central bolchevique llamando a la huelga general en todo el país, y hasta el día 27 no lanzó el Comité bolchevique de la capital una hoja dirigida a los soldados, cuando la sublevación de éstos ya se había producido.
Sin duda, el espontaneísmo de las masas fue un factor clave en la revolución. Pero hay que resaltar que a la cabeza de los insurrectos se destacaban los obreros bolcheviques, que tenían una rica experiencia revolucionaria, de organización, de discusión, de ideas y de perspectivas. Por eso se convirtieron en la columna vertebral de la revolución, pese a las vacilaciones de sus cuadros dirigentes.
La Revolución de Febrero tuvo un resultado paradójico. Aunque fue dirigida por los obreros y soldados, fue la burguesía liberal quien asumió el poder formal del país, pese al pánico que tenía a la propia revolución, en la que veía un peligro mortal para su propia dominación social de clase.
El 27 de febrero por la tarde, una inmensa multitud de obreros y soldados se dirigió a la Duma, en el Palacio de Táurida, para conocer sus intenciones después de la revolución triunfante. La Duma creó un «Comité provisional» formado por los representantes del partido Kadete y otros elementos pequeñoburgueses, para estudiar la situación. Ante la imposibilidad de que Nicolás II continuara como zar, siendo obligado a abdicar, intentaron que el Duque Mijaíl se hiciera cargo de la sucesión, pero declinó la propuesta.
Es algo muy común en toda revolución en las primeras etapas que reflejan todavía su falta de madurez, que frente al protagonismo indiscutible de las masas, salgan a la palestra todo tipo de elementos desligados de ella: periodistas, abogados, elementos «progresistas» y gente con un pasado revolucionario, que se alzan por encima del movimiento impulsados por la propia ola revolucionaria, y que utilizando su posición, y adaptándose al lenguaje de las circunstancias, capten cierta atención entre las masas recién despiertas a la vida política. Uno de estos elementos fue Kerensky, abogado laboralista, que se afilió al Partido Social-Revolucionario y que aceptó entrar en el «Comité Provisional».
El Soviet de Obreros y Soldados
En otras dependencias del Palacio de Táurida, después de 12 años, los dirigentes obreros volvían a organizar el «Sóviet de diputados obreros», el poder obrero nacido silenciosamente de la vieja sociedad, a cuya cabeza se situó el «Comité Ejecutivo provisional del Soviet de diputados obreros», integrado principalmente por ex revolucionarios que habían perdido en años anteriores el contacto con las masas, pero que conservaban el «nombre». La mayoría de éstos pertenecían al partido menchevique. Los dirigentes locales del partido bolchevique, cuyos cuadros fundamentales estaban en el exilio o desterrados en Siberia, no tenían una concepción muy clara de qué actitud adoptar ni qué programa defender dentro del Soviet.
En la primera reunión decidióse formar un Soviet común de diputados obreros y soldados. Desde el primer momento, el Soviet, a través de su comité ejecutivo empieza a obrar como poder: control de las subsistencias, de la guarnición, del Banco del Estado, la Tesorería, la fábrica de monedas, el transporte. El poder estuvo en manos del Soviet desde el primer momento. Los obreros y empleados de las oficinas de Correos y Telégrafos y de Radio, de todas las estaciones de ferrocarril, de todas las imprentas no querían someterse más que al Soviet. En adelante, los obreros y los soldados, y algo más tarde los campesinos, sólo se dirigirán al Soviet como órgano en el que se concentran todas sus esperanzas y reflejo vivo de su poder en la sociedad.
Sin embargo, las ideas conciliadoras presidían las intenciones de los dirigentes mencheviques y socialrevolucionarios, quienes entendían que era la burguesía la encargada de dirigir la sociedad, relegando la función del Soviet a vigilar y hacer la función de leal oposición al gobierno burgués. Con esta idea, una delegación del «Comité ejecutivo» fue a visitar al «comité provisional» de la Duma para plantearles que se hicieran cargo del poder. Una vez que estos últimos comprobaron amargamente la irreversibilidad del triunfo de la revolución, tuvieron que aceptar a regañadientes el ofrecimiento. Como «concesión» a las masas entró Kerensky en el nuevo «gobierno provisional». La intención secreta del nuevo «Gobierno Provisional», a cuya cabeza se situaron el príncipe Lvov y Miliukov (jefe del partido kadete), era ganar el máximo tiempo posible para intentar descarrilar la revolución si las circunstancias se lo permitían. El nuevo gobierno fue recibido con gran recelo y desconfianza por parte de las masas.
En los primeros días de marzo se organizan Soviets en todas las fábricas, barrios, localidades y regiones. En las elecciones, los mencheviques y socialrevolucionarios coparon la mayoría. El resultado no debe sorprender. La inmensa mayoría de los obreros mencheviques, socialrevolucionarios y sin partido habían apoyado a los bolcheviques en su acción directa contra el zarismo, pero sólo una pequeña minoría podía distinguir en los primeros días de la revolución las diferencias entre las distintas organizaciones obreras. Como los mencheviques y socialrevolucionarios disponían de cuadros intelectuales mucho más considerables, que afluían hacia ellos de todas partes y les facilitaban un número enorme de agitadores, las elecciones, incluso en las fábricas, daban una superioridad inmensa a estos dos partidos.
En esencia, la influencia de los mencheviques y socialrevolucionarios no era fortuita: representaba la fuerte proporción de la pequeña burguesía y, sobre todo, de las masas campesinas en la población rusa, recién despertadas a la política. El peso específico del campesinado estaba sobredimensionado, además, por los millones de campesinos concentrados de manera compacta en el ejército como soldados.
La situación de Rusia después de la revolución era de una total inestabilidad. El «doble poder» en la sociedad no podía durar eternamente. El poder real estaba en manos de los Soviets, y era el único en el que confiaban las masas. El poder «oficial» residía en el «gobierno provisional» en manos de la burguesía. Pero cada ofensiva de las masas por sus propias reivindicaciones e intereses: fin de la guerra, jornada de 8 horas, control obrero en las fábricas, subidas salariales, reforma agraria, etc., entraban en contradicción con los del «gobierno provisional». La confusión reinante en las direcciones de los partidos obreros sobre el carácter de la Revolución Rusa: si tenía un carácter democrático-burgués o socialista; sobre la convocatoria de una Asamblea Constituyente, sobre el papel de los soviets, sobre la continuación de la guerra, sobre el apoyo al «gobierno provisional» de la burguesía, etc.; todo ello como reflejo de los intereses contrapuestos de clase en pugna, se irá dilucidando en las siguientes semanas y meses. Las ilusiones y el entusiasmo de las primeras semanas de la revolución se irán diluyendo, y nuevas conclusiones y tareas habrían de ser abordadas por las masas en el fuego de los acontecimientos. (Continuará…)
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