Centenario de la Revolución Rusa. Parte II: La llegada de Lenin y las Jornadas de Abril
Las tareas inmediatas de la revolución rusa eran de carácter democrático-burgués: instaurar una república democrática que pusiera las bases para un desarrollo avanzado de la industria y la cultura. Pero la burguesía rusa, débil, había llegado tarde al desarrollo histórico, constreñida en su avance por las burguesías más fuertes de Europa y Norteamérica.
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Tres concepciones de la revolución rusa
Era imprescindible realizar una reforma agraria que entregara la tierra a los campesinos, sin lo cual era imposible desarrollar un sólido mercado interno para los productos de la ciudad. La peculiaridad de la situación era que numerosos industriales también eran terratenientes, y gran parte de la tierra estaba hipotecada a los bancos que mantenían a una clase terrateniente rentista. La burguesía rusa estaba atada al viejo atraso del país. Socia menor de las potencias imperialistas, no podía ponerse a la cabeza de la nación para terminar con la guerra, hacer la reforma agraria, desarrollar el país y abolir la monarquía.
Sólo la clase obrera, aliada al campesinado, podía ofrecer una alternativa. Eso implicaba vincular las tareas democráticas pendientes (incluido el derecho de autodeterminación para las naciones oprimidas del imperio ruso) con la toma del poder por la clase obrera y la adopción de medidas socialistas de expropiación de la tierra, la banca y la gran industria.
Esto no significaba que Rusia estuviera madura para el socialismo en 1917. Era necesario que una revolución socialista triunfante en los países más desarrollados de Europa, como Alemania, ayudara a Rusia a sacarla de su atraso, pero la revolución rusa podía actuar de acicate para impulsar la revolución en occidente, como efectivamente sucedió posteriormente.
Estas ideas fueron formuladas por primera vez en 1904 por el joven revolucionario León Trotsky con el nombre de teoría de la revolución permanente. Y se ajustaban plenamente a las tareas que debía consumar la revolución rusa para triunfar. Trotsky ya era una figura destacada entre los marxistas rusos, aunque no pertenecía formalmente a ninguna tendencia al comenzar la revolución. En la revolución de 1905 había llegado a ser presidente del Sóviet de San Petersburgo y fue encarcelado en Siberia, de donde escapó.
Sin embargo, para los dirigentes socialrevolucionarios (conocidos como “eseristas”, por las siglas de su partido) y mencheviques, la revolución rusa era de carácter burgués y debía dejarse a la burguesía a la cabeza de la misma, ejerciendo la clase obrera un papel de control y apoyo desde la izquierda.
El Partido Bolchevique, antes de la revolución, tenía una posición confusa. Defendía el carácter burgués de la revolución, pero calificaba a la burguesía de contrarrevolucionaria. Proponía una “dictadura democrática de obreros y campesinos” que proclamara la república y expropiara a los terratenientes, sin rebasar los límites del capitalismo. Esta fórmula era inconsistente; consideraba posible la coexistencia de la expropiación de los terratenientes con la gran propiedad burguesa y extranjera. Además, dada la incapacidad del campesinado para jugar un papel independiente en la revolución, un gobierno obrero-campesino sólo podía tomar forma real bajo la dominación del proletariado, lo que llevaría al enfrentamiento frontal con la burguesía.
El Gobierno Provisional
Las masas confiaban en las primeras semanas en los dirigentes obreros reformistas. Y estos últimos, como siempre, confiaban en el ala «liberal» de la burguesía, que a su vez se esforzaba desesperadamente por defender a la monarquía y poner fin a la revolución. Mientras tanto, entre bastidores, los generales reaccionarios preparaban un contragolpe.
El Gobierno Provisional que surgió de la Revolución de Febrero fue un gobierno de terratenientes y capitalistas que se autodenominaban «demócratas». Como “concesión” a las masas se permitió la entrada en el gobierno a Kerensky, como ministro de justicia, un abogado laboralista próximo a los eseristas. El ministro de la guerra era el gran industrial de Moscú, Guchkov. El «liberal» y dirigente del partido burgués Kadete, Miliukov, se convirtió en ministro de Relaciones Exteriores.
Los activistas obreros desconfiaban mucho del gobierno. Pero entre la masa de la sociedad había una ola de euforia. Las masas tenían ilusiones en sus líderes y consideraban a Kerensky su portavoz en el gobierno.
La atmósfera predominante de euforia y unidad democrática afectó incluso a algunos dirigentes bolcheviques en Petrogrado, cuando Lenin todavía estaba en el exilio en Suiza. Los principales dirigentes de Petrogrado eran Kamenev y Stalin quienes, recién liberados de su internamiento en Siberia, sucumbieron a la presión de la «unidad». Instintivamente, los bolcheviques de Petrogrado se manifestaron contra el Gobierno Provisional, al que caracterizaron correctamente como un gobierno contrarrevolucionario. Sin embargo, Kamenev y Stalin llevaron al partido a una alianza cercana con los eseristas y mencheviques, e incluso propusieron la reunificación con estos últimos.
Desde el exilio en Suiza, Lenin observó la situación con alarma. Sus primeros telegramas a Petrogrado eran totalmente intransigentes en tono y contenido: «Nuestra táctica: absoluta falta de confianza, ausencia de apoyo al nuevo gobierno, sospecha especialmente de Kerensky, armar al proletariado como única garantía, elecciones inmediatas al ayuntamiento de Petrogrado, ningún acercamiento a otros partidos».
La llegada de Lenin y la Conferencia de abril
Lenin pudo llegar finalmente a Petrogrado a comienzos de abril, en compañía de otros exiliados políticos rusos, en un “tren blindado” procedente de Suiza. Después del regreso de Lenin, el Partido Bolchevique entró en una crisis. Esta es una ley en una situación revolucionaria, cuando la presión de las fuerzas de clase ajenas pesa sobre el partido y su dirección: la presión por la «unidad de la izquierda», el miedo al aislamiento, etc.
En unas pocas semanas, y tras una sobria apreciación de los acontecimientos, Lenin rompió con la posición confusa anterior del partido y alcanzó las mismas conclusiones que Trotsky, siguiendo su propio razonamiento. La conclusión era clara, la etapa democrático-burguesa de la revolución se había consumado en febrero, y la revolución sólo podía triunfar como revolución socialista y con un gobierno de los Sóviets.
La tensión entre Lenin y la mayoría de los dirigentes fue tan grande que, inmediatamente después de su regreso, Lenin se vio obligado a publicar su análisis y propuestas acerca de la revolución, conocidas como Las Tesis de Abril, en el diario del partido Pravda, bajo su propia firma, ya que ninguno de los demás dirigentes las apoyaban.
A fines de abril se convocó la Conferencia del Partido Bolchevique, donde se produjo una lucha feroz. Lenin explicó que la revolución no había logrado sus objetivos centrales: que era necesario derrocar al gobierno provisional; que los obreros debían tomar el poder, aliados con la masa de campesinos pobres. Solamente por estos medios se podría terminar la guerra, dar la tierra a los campesinos y establecer las condiciones para una transición a un régimen socialista. La base del partido simpatizaba con la posición de Lenin, a la que se oponía una parte significativa de la dirección.
Las ideas de Lenin se impusieron. Sin embargo, los bolcheviques seguían siendo una minoría en los Soviets, y los dirigentes de los soviets –los eseristas y los mencheviques– respaldaban al Gobierno Provisional. Y aquí vemos las tácticas flexibles de Lenin, muy alejadas de las aventuras ultra-izquierdistas. En un momento en que la mayoría de los trabajadores apoyaba la posición de los dirigentes del Soviet, hubiera sido puro aventurerismo haber llamado al derrocamiento revolucionario del gobierno. Bajo la consigna de «explicar pacientemente», Lenin instó a los bolcheviques a dirigirse a los trabajadores en los Soviets para que les plantearan exigencias a los dirigentes reformistas, demandarles hechos en vez de palabras: que publicaran los tratados secretos, que pusieran fin a la guerra, que rompieran con la burguesía y tomaran el poder en sus propias manos. Si ellos hacían estas cosas, como Lenin repitió muchas veces, entonces la lucha por el poder se reduciría a una lucha pacífica por alcanzar una mayoría en los Sóviets.
Tomar el poder
Sin embargo, los mencheviques y los dirigentes Social-Revolucionarios no tenían ninguna intención de romper con el Gobierno Provisional burgués. En realidad, estaban aterrorizados con tomar el poder y tenían más miedo de los obreros y campesinos que del cuartel general contrarrevolucionario.
La posición de mencheviques y eseristas nos resulta familiar. No importa la fuerza ni el coraje que despliegue la clase obrera, no importa lo lejos que llegue la acometida revolucionaria de las masas trabajadoras, para los dirigentes reformistas nunca se dan las condiciones para iniciar la revolución socialista. Este fue el caso de Rusia en 1917 como en Alemania en 1918, en España en 1931-37 o tras la muerte de Franco en 1976-77.
La verdad era que el Gobierno Provisional era una cáscara vacía. Sólo había dos poderes reales en el país, y uno o el otro tenía que ser derrocado. Por un lado, los sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos; por otro lado, los restos del antiguo aparato estatal, agrupados en torno a la monarquía y al Estado Mayor, que bajo la sombra protectora del Gobierno Provisional se preparaba para un enfrentamiento con los sóviets.
Crecimiento explosivo
Una de las características principales de una situación revolucionaria es la brusquedad con que puede cambiar el estado de ánimo de las masas. Los trabajadores aprenden rápidamente sobre la base de los acontecimientos.
Así, una tendencia revolucionaria puede experimentar un crecimiento explosivo, pasando de una minúscula minoría a una fuerza decisiva, con una condición: que combine tácticas flexibles con firmeza implacable en todas las cuestiones políticas.
Al principio, sus oponentes se burlaban de Lenin por ser un «sectario» desesperado, condenado a la impotencia de mantenerse fuera de la «unidad de la izquierda». Sin embargo, la marea pronto comenzó a fluir fuertemente en la dirección del bolchevismo.
En una revolución, escribió Trotsky: «el partido más extremo siempre reemplaza al menos extremo». Los trabajadores llegan a comprender la corrección de las ideas de la tendencia revolucionaria agracias a su propia experiencia, especialmente en la escuela de los grandes acontecimientos.
Estos son absolutamente necesarios para que los trabajadores se convenzan de la necesidad de una transformación radical de la sociedad. Las diferentes etapas en el crecimiento de la conciencia de la clase se reflejan en el ascenso y la caída de los partidos políticos, de las tendencias, de los programas y de los dirigentes individuales.
El fracaso del gobierno provisional burgués para resolver ninguno de los problemas básicos de la sociedad provocó una aguda reacción en los principales centros obreros, especialmente en Petrogrado, donde al proletariado militante se sumaban los marineros revolucionarios (que, a diferencia de la infantería, eran por lo general de extracción proletaria y fabril, especialmente de entre los trabajadores cualificados).
El aumento constante de los precios, el recorte en las raciones de pan, etc. causaron un fermento de descontento. Y sobre todo la continuación de la guerra, elevó la temperatura social hasta el punto de ebullición. El gobierno pedía paciencia y proponía aplazar la resolución de todos los conflictos a la hipotética convocatoria de una Asamblea Constituyente, sin fecha a la vista.
Los trabajadores reaccionaron con una serie de manifestaciones de masas a partir de abril, que indicaban un cambio cada vez mayor hacia la izquierda en su estado de ánimo. En un movimiento paralelo, las fuerzas de la reacción intentaron movilizarse en las calles, dando lugar a una serie de enfrentamientos.
“Las jornadas de Abril”
Los bolcheviques convocaron una manifestación en abril para presionar a los líderes reformistas y probar el estado de ánimo de la capital.
Las resoluciones de las fábricas y de los distritos de los trabajadores inundaron el seno del comité ejecutivo del sóviet de Petrogrado, exigiendo una ruptura con la burguesía. Los trabajadores acudieron a los comités locales preguntando cómo transferir su afiliación de los mencheviques a los bolcheviques.
A principios de mayo, los bolcheviques ya tenían al menos un tercio de los trabajadores en Petrogrado.
La clase dominante siempre busca presentar la revolución como un acontecimiento sanguinario. A los líderes reformistas les encanta presentarse como demócratas parlamentarios amantes de la paz. Pero la historia demuestra la falsedad de ambas afirmaciones. Las páginas más sangrientas de la historia de la lucha social ocurren cuando una dirección cobarde e inepta vacila en el momento decisivo y no logra poner fin a la crisis de la sociedad mediante una acción vigorosa. La iniciativa pasa entonces a las fuerzas contrarrevolucionarias que son invariablemente despiadadas, y dispuestas a desatar ríos de sangre para «darle a las masas una lección».
En abril de 1917, los dirigentes reformistas de los Sóviets podrían haber tomado el poder «pacíficamente», como Lenin les había invitado a hacer. No habría habido guerra civil. La autoridad de estos líderes era tal que los obreros y soldados les hubieran obedecido incondicionalmente. Los reaccionarios habrían sido generales sin ejército.
Como resultado de la presión de la manifestación, en lugar de tomar el poder, los dirigentes mencheviques y eseristas decidieron entrar en el Gobierno provisional, en un primer gobierno de coalición con los líderes burgueses.
Las masas, al principio, lo acogieron con agrado, creyendo que los ministros socialistas estaban allí para representar sus intereses. Una vez más, sólo los acontecimientos podrían provocar un cambio en la conciencia. Inevitablemente, los ministros socialistas se convirtieron en los peones de los terratenientes y capitalistas, y sobre todo del imperialismo anglo-francés, que impacientemente exigía una nueva ofensiva militar en el frente ruso.
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