El fascismo y las consignas democráticas
En 1933, Trotsky abordó la cuestión de la relevancia de las reivindicaciones democráticas en un momento en que la clase obrera alemana estaba siendo aplastada por el ascenso de Hitler. Aquí publicamos una introducción a su artículo, El fascismo y las consignas democráticas (julio de 1933), junto con el escrito original. Escrita para una audiencia iraní, en esta introducción se explica la necesidad de que los marxistas se sitúen en la vanguardia de la lucha por las reivindicaciones democráticas, explicando al mismo tiempo que dichas aspiraciones democráticas de las masas sólo pueden satisfacerse a través de la lucha por el socialismo.
Contenido
Introducción a El fascismo y las consignas democráticas
Este artículo, escrito en 1933, da testimonio del conocimiento profundo de Trotsky acerca de la naturaleza del fascismo, que acababa de instalarse en Alemania. En un giro desastroso, la Internacional Comunista, que por entonces ya se había convertido en una mera herramienta de la reaccionaria burocracia estalinista soviética, desarrolló la “teoría” del llamado «tercer período», según la cual la crisis definitiva y el colapso del capitalismo eran inminentes. Sobre la base de esta teoría, alegaron que los Partidos Comunistas tenían el deber de distanciarse de todos los elementos “reaccionarios”; es decir, de todos los trabajadores reformistas y socialdemócratas. En 1931, los estalinistas llegaron a formar de facto y oficiosamente un «Frente Único» con los Nazis para derribar al gobierno regional socialdemócrata de Prusia. Políticas similares ultraizquierdistas se desarrollaron a lo largo de las secciones de la Internacional Comunista.
Trotsky había advertido correctamente de que este giro dividiría al poderoso movimiento obrero alemán y, efectivamente, los trabajadores alemanes quedaron paralizados y fueron incapaces de luchar contra los Nazis que, según se jactó Hitler, “llegaron al poder sin romper un sólo cristal”. Esto fue un gran revés para los trabajadores alemanes. Hitler lanzó un ataque mortal a todas las organizaciones de la clase obrera y miles de trabajadores fueron encarcelados o asesinados. No habiendo entendido nada de este desastre, los estalinistas minimizaron la importancia de la llegada de Hitler al poder. En septiembre de 1933, Die Rote Fahne, periódico del Partido Comunista alemán, proclamó: «anoche fue el mejor día para Hitler, pero la supuesta victoria de los Nazis es el principio del fin». Esta línea desastrosa fue resumida en el lema “¡Después de Hitler, nuestro turno!”
Trotsky libró una lucha implacable contra los estalinistas y sus ideas, que llevaban a la clase obrera de una derrota a otra. En este artículo, que es sólo una pequeña parte de sus muchos y excelentes escritos sobre el desarrollo del fascismo, Trotsky explica cómo la victoria del fascismo es una importante derrota para la clase obrera, cuya conciencia necesariamente sería empujada hacia atrás. La dictadura, el aplastamiento de las organizaciones de los trabajadores y la eliminación de los derechos democráticos en Alemania no darían lugar a la desaparición de las ilusiones en la democracia burguesa entre los trabajadores alemanes. Por el contrario, fortalecerían estas ilusiones. De hecho, explicó, las ilusiones democráticas durante el fascismo serían una base para la reactivación del reformismo a gran escala. Esto es exactamente lo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial.
“Los doctrinarios razonan en base a sus esquemas”, decía Trotsky; mientras que “las masas razonan en base a los hechos. Para la clase obrera, los acontecimientos no son experiencias que demuestran tal o cual «tesis» sino cambios vivos en la suerte del pueblo. La victoria del fascismo afecta al proceso político en un grado un millón de veces mayor que el pronóstico que ella origina para un futuro indeterminado. Si de la bancarrota de la democracia hubiera surgido un Estado proletario, el desarrollo de la sociedad, así como el desarrollo de la conciencia de las masas, hubieran dado un salto enorme. Pero puesto que lo que surgió de la bancarrota de la democracia fue la victoria del fascismo, la conciencia de las masas sufrió un retroceso enorme, aunque temporal, por supuesto”.
Sobre esta base, argumentó Trotsky, los marxistas no deberían tener miedo en utilizar consignas democráticas para conectar con el movimiento revolucionario creciente. De hecho, señaló, de no hacerlo los marxistas se quedarían fuera de tal movimiento. Las tareas de los marxistas en tal situación no es denunciar las demandas democráticas del pueblo, sino demostrar que somos los demócratas más consistentes a diferencia de los reformistas y demócratas burgueses, que decepcionarán a los trabajadores una y otra vez. Esto no debería significar, de ninguna manera, que abandonaremos la lucha por el socialismo. Por el contrario, vemos estas dos luchas intrínsecamente entrelazadas. La lucha por la democracia en la época de decadencia capitalista inevitablemente se convertirá también en la lucha contra el capitalismo.
El artículo de Trotsky contiene muchas lecciones para los revolucionarios iraníes. Los ecos de las ideas estalinistas del «tercer período» aún se escuchan entre quienes denuncian los movimientos de los últimos 4 ó 5 años alegando que “sólo se trata de votos” o que “se trata de democracia burguesa”. Pero, ¿cómo podría comenzar cualquier movimiento revolucionario en Irán de otra manera? El movimiento obrero iraní, junto a todas sus organizaciones, fue destruido en los años posteriores a la revolución. No hay partidos, ni sindicatos de masas, ni dirigentes nacionales de trabajadores que puedan aglutinar la lucha de las masas. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones que han crecido en Irán sólo han experimentado una dictadura sofocante que se entromete de forma violenta en todos los aspectos de sus vidas. Es natural que cualquier movimiento, con el fin de alcanzar una masa crítica, adoptará necesariamente reivindicaciones democráticas. Dicho esto, es evidente que cada paso adelante ampliará la brecha entre las demandas democráticas de las masas y la capacidad real de los demócratas burgueses y de la democracia burguesa en su conjunto para ofrecer a las masas lo que éstas anhelan.
Para los trabajadores, democracia y pan van totalmente unidos. El capitalismo, hoy en día, ya sea bajo el disfraz de la democracia o de la dictadura, está en una crisis que no le permitirá resolver esta cuestión. Por lo tanto, las demandas democráticas conectarán cada vez con más fuerza con la demanda de expropiar el poder de la burguesía, que es la fuente de toda reacción en Irán.
Para los marxistas es muy importante entender este proceso. “Un partido revolucionario que intentara saltarse esta etapa se estrangularía”, dice Trotsky. En Irán es de suma importancia. La tarea de los marxistas en cada etapa es conectar la lucha por la democracia con la lucha por el socialismo. A los trabajadores y jóvenes iraníes que quieren luchar por reivindicaciones democráticas, les decimos: “si quieres luchar por la democracia, vamos a luchar contigo hasta el final. Pero la lucha por la democracia sólo puede ser exitosa verdaderamente si tomamos el poder en nuestras propias manos y expropiamos a la burguesía parasitaria, que es la causa raíz de todos nuestros problemas». De esta manera, a medida que las diferencias de clase comiencen a imponerse dentro del movimiento, los trabajadores y la juventud, a través de su propia experiencia, llegarán a las mismas conclusiones que los marxistas. Y viendo que habremos sido, de entre todos, los más constantes luchadores por la democracia, podremos ganarlos al programa del socialismo revolucionario. Pero estar fuera de este movimiento y denunciarlo sería tan exitoso como tratar de subirse a un tren que avanza a toda velocidad.
Por supuesto, hay temas en el escrito de Trotsky que no se aplican a Irán. En su artículo, hay dos diferencias principales entre el fenómeno que Trotsky analiza y lo que sucede en Irán. En primer lugar, desde un punto de vista científico, la República Islámica no es un régimen fascista, aunque en algunos momentos tuvo elementos de fascismo en su interior. Esto no cambia nuestras conclusiones. Sin embargo, las condiciones de los trabajadores y de la juventud, en lo que respecta a la opresión y a la falta de derechos democráticos – aunque en diferentes grados – son similares a los de la Alemania Nazi.
En segundo lugar y, más importante, mientras que la fuerza de Hitler y su control del poder en 1933 estaba en una fase ascendente, consolidando su posición mediante la destrucción de las organizaciones obreras, la República islámica está hoy en un estado de decadencia. Podrido hasta la médula, el régimen se ha ido tambaleando de una crisis a otra durante los últimos años. El régimen pende de un hilo y su base de apoyo se está encogiendo. Aunque el gobierno de Rouhani parece estable en la superficie, no será inmune a estas crisis, que en realidad es un reflejo de la crisis del capitalismo iraní.
Si hubiera habido una dirección o una organización digna de ese nombre, las masas podrían haber derrocado al régimen en muchas ocasiones. La falta de tal dirección ha retenido temporalmente al movimiento de masas, pero esto sólo ha hecho aumentar la presión bajo la superficie de la sociedad, preparando así una situación aún más explosiva.
La cuestión de la democracia jugará un papel clave en estos acontecimientos futuros. Para los marxistas es esencial adoptar un enfoque correcto sobre esta cuestión. Por un lado, no tenemos ilusiones en que la democracia burguesa pueda resolver los problemas de los trabajadores. Por otro lado, ignorar la cuestión democrática nos separaría del tren de la revolución. La clave está en permanecer junto a las masas mostrándonos los más decididos luchadores, incluso, por las reformas más pequeñas; pero al mismo tiempo, explicar que los principales problemas sólo pueden resolverse a través de una lucha contra el sistema económico y social mismo.
En Irán se están preparando grandes acontecimientos. Para los revolucionarios es imperativo prepararse para este escenario, aprendiendo de las lecciones del pasado para no repetir los errores. Debemos estudiar este artículo de Trotsky en su totalidad, así como también todos sus escritos, que contienen preciosas lecciones para los trabajadores y la juventud de hoy en día.
Hamid Alizadeh
El fascismo y las consignas democráticas ([1])
14 de Julio de 1933
1. ¿Es cierto que Hitler destruyó los «prejuicios democráticos»?
Estamos convencidos de que la resolución de abril del Presidium del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista pasará a la historia como testimonio de la bancarrota final de la Comintern de los epígonos. El broche de oro de la resolución es un pronóstico en el que los vicios y prejuicios de la burocracia stalinista alcanzan su máxima expresión. «La instauración de la dictadura fascista abierta -proclama la resolución en letra destacada- acelera el ritmo de desarrollo de la revolución proletaria alemana al destruir las ilusiones democráticas de las masas y liberarlas de la influencia de la socialdemocracia.
Se diría que el fascismo se ha convertido inesperadamente en la locomotora de la historia: él destruye las ilusiones democráticas, él libera a las masas de la influencia de la socialdemocracia, él acelera el desarrollo de la revolución proletaria. La burocracia stalinista asigna al fascismo esas tareas fundamentales que ella misma se mostró incapaz de resolver.
En teoría, la victoria del fascismo demuestra más allá de toda duda que la democracia está agotada; políticamente, empero, el régimen fascista mantiene los prejuicios democráticos, los recrea, los inculca en la juventud y hasta es capaz de impartirles mucha fuerza durante un tiempo. En ello, precisamente, reside una de las manifestaciones más importantes del carácter histórico reaccionario del fascismo.
Los doctrinarios razonan en base a sus esquemas. Las masas razonan en base a los hechos. Para la clase obrera, los acontecimientos no son experiencias que demuestran tal o cual «tesis» sino cambios vivos en la suerte del pueblo. La victoria del fascismo afecta el proceso político en un grado un millón de veces mayor que el pronóstico que ella origina para un futuro indeterminado. Si de la bancarrota de la democracia hubiera surgido un estado proletario, el desarrollo de la sociedad, así como el desarrollo de la conciencia de las masas, hubieran dado un salto enorme. Pero puesto que lo que surgió de la bancarrota de la democracia fue la victoria del fascismo, la conciencia de las masas sufrió un retroceso enorme, aunque temporal, por supuesto. Así como el incendio que Goering provocó en el Reichstag de ninguna manera consumió al cretinismo parlamentario, la liquidación de la constitución de Weimar en manos de Hitler no pone fin en absoluto a las ilusiones parlamentarias.
2. El ejemplo de España e Italia
Durante cuatro años venimos escuchando que la democracia y el fascismo no son recíprocamente excluyentes sino complementarios. Si es así, ¿cómo es posible que la victoria del fascismo haya liquidado la democracia de una vez por todas? Nos gustaría recibir alguna explicación de Bujarin, Zinoviev o Manuilski en persona.
La Comintern caracterizó como fascista la dictadura policíaco-militar de Primo de Rivera. Pero si el triunfo del fascismo entraña la liquidación definitiva de los prejuicios democráticos, ¿cómo es que la dictadura de Primo de Rivera cedió su lugar a una república burguesa? Es cierto que el régimen de Rivera de ninguna manera fue fascista. Pero, de todas maneras, tuvo un rasgo en común con el fascismo: surgió como resultado de la bancarrota del régimen parlamentario, lo que no le impidió, una vez revelada su propia bancarrota, ceder su lugar al parlamentarismo democrático.
Podría responderse que la revolución española es de carácter proletario y que la socialdemocracia, aliada a los demás republicanos, frenó su desarrollo cuando alcanzó la etapa del parlamentarismo burgués. Pero esta objeción acertada sólo aclara la idea de que si la democracia burguesa logró paralizar la revolución del proletariado se debió a que bajo el yugo de la dictadura «fascista», las ilusiones democráticas no se debilitaron sino que se fortalecieron.
¿Desaparecieron las «ilusiones democráticas» en Italia, después de diez años de despotismo mussoliniano? Los fascistas dicen que sí. La realidad demuestra lo contrario: las ilusiones democráticas cobran nuevas fuerzas. En este período maduró una nueva generación, que aun no vivió una etapa de libertad pero conoce perfectamente bien el fascismo: ésa es la materia prima de la democracia vulgar. La organización Giustizia e Liberta ([2]) distribuye literatura democrática ilegal en Italia, y no sin éxito, lo que demuestra que las ideas democráticas encuentran partidarios dispuestos a sacrificarse. Hasta las débiles generalizaciones de un monárquico liberal, el conde Sforza, aparecen en panfletos ilegales. ¡Eso muestra el nivel al que retrocedió Italia después de diez años!
No se comprende por qué se le atribuye al fascismo alemán un papel opuesto totalmente al que cumplió el fascismo italiano. ¿Acaso se debe a que «Alemania no es Italia»? El fascismo triunfante no es la locomotora de la historia sino su gran freno. Así como la política de la socialdemocracia llevó al triunfo de Hitler, el régimen del nacionalsocialismo prepara inexorablemente la revitalización de las ilusiones democráticas.
Los camaradas alemanes afirman que los obreros socialdemócratas e inclusive muchos burócratas socialdemócratas están «desilusionados» con la democracia. Debemos aprovechar al máximo el espíritu crítico de los obreros reformistas, en bien de su educación revolucionaria. Pero al mismo tiempo es necesario comprender claramente el alcance que tiene la «desilusión» de los reformistas. Los altos sacerdotes de la socialdemocracia fustigan a la democracia para justificarse. Incapaces de reconocer que actuaron como despreciables cobardes, ineptos para luchar por la democracia que ellos crearon y por sus posiciones de privilegio en la misma, estos caballeros se desentienden de la responsabilidad y la atribuyen a una democracia intangible. ¡Como vemos, este radicalismo, además de barato, es completamente espurio! Bastará con que la burguesía llame a estos «desilusionados» con el dedo meñique para que vengan corriendo a cuatro patas a formar una nueva coalición. Es cierto que en el seno de las masas trabajadoras socialdemócratas está naciendo un sentimiento de repudio a las traiciones y espejismos de la democracia. Pero, ¿hasta qué punto? La mitad más uno de los siete u ocho millones y medio de obreros socialdemócratas cayó en la mayor confusión, pasividad y capitulación ante los vencedores. Al mismo tiempo, bajo la bota del fascismo, irá surgiendo una nueva generación para la que la constitución de Weimar será una leyenda histórica. ¿De qué manera cristalizará políticamente la clase obrera? Eso depende de muchos factores, entre ellos, desde luego, de nuestra política.
Históricamente, no se puede descartar que el régimen fascista sea remplazado directamente por un estado obrero. Pero para que esa posibilidad se convierta en realidad es necesario que en la lucha contra el fascismo se forme un poderoso partido comunista ilegal, bajo cuya dirección el proletariado podría tomar el poder. Por otra parte, debemos decir que la creación de semejante partido revolucionario en la clandestinidad no parece muy probable; en todo caso, no está garantizada de antemano. A partir de cierto punto, el descontento, indignación y agitación de las masas aumentarán de manera mucho más veloz que la formación ilegal de la vanguardia partidaria. Y la falta de claridad en la conciencia de las masas ayudará inevitablemente a la democracia.
Eso de ninguna manera significa que después de la caída del fascismo Alemania deberá pasar obligatoriamente por un largo proceso de parlamentarismo. El fascismo no erradicará la experiencia política pasada; menos aun cambiará la estructura social de la nación. Sería un gravísimo error creer que el proceso político alemán pasará por otra etapa prolongada de democracia. Pero, en el despertar revolucionario de las masas, las consignas democráticas constituirán inevitablemente el primer capítulo. Aunque el proceso de la lucha no permita que se regenere el estado democrático ni por un solo día – lo que es muy posible – ¡ la lucha misma no puede evitar las consignas democráticas! Cualquier partido revolucionario que intente saltar esta etapa se romperá el cuello.
La cuestión de la socialdemocracia está estrechamente ligada a esta perspectiva general. ¿Reaparecerá? La vieja organización está perdida, pero eso no significa que la socialdemocracia no pueda regenerarse bajo una nueva máscara histórica. Los partidos oportunistas que se derrumban y descomponen tan fácilmente bajo los golpes de la reacción, ante el primer síntoma de reanimación política se regeneran con igual facilidad. Lo vimos en Rusia con los mencheviques y social-revolucionarios. La socialdemocracia alemana puede no sólo regenerarse sino inclusive adquirir gran influencia si el partido revolucionario «niega» doctrinariamente las consignas democráticas en lugar de adoptar una actitud dialéctica hacia las mismas. En este terreno, como en tantos otros, el Presidium de la Comintern ayuda gratuitamente al reformismo.
4. Los brandleristas son más stalinistas que Stalin
La mayor confusión respecto de las consignas democráticas se reveló en las tesis programáticas del grupo oportunista de Brandler-Thalheimer sobre la lucha contra el fascismo. El Partido Comunista, dicen las tesis, «debe unificar las manifestaciones de descontento de todas (!) las clases contra la dictadura fascista». (Gegen den Strom, pag. 7. La palabra «todas» está subrayada en el original.) Al mismo tiempo, las tesis insisten en que «la consigna parcial no puede ser democrático-burguesa». Estas dos afirmaciones, erróneas ambas, son recíproca e irreconciliablemente contradictorias. En primer lugar, la fórmula de unificación del descontento de «todas las clases» es absolutamente increíble. Es cierto que los marxistas rusos alguna vez abusaron de esa fórmula en la lucha contra el zarismo. De ese abuso surgió la concepción menchevique de la revolución, que Stalin aplicó luego en China. Pero en Rusia se trataba del choque de la nación burguesa contra la monarquía privilegiada. ¿Qué sentido tiene la expresión lucha de «todas las clases» contra el fascismo en una nación burguesa, ya que el fascismo es la herramienta de la gran burguesía contra el proletariado? Nos gustaría ver cómo se las arregla Thalheimer, fabricante de vulgarismos teóricos, para unir el descontento de Hugenberg -realmente está descontento- con el del obrero desocupado. ¿Cómo es posible unificar la movilización de «todas las clases» si no sobre la base de la democracia burguesa? ¡Verdaderamente, es un ejemplo perfecto de la combinación del oportunismo con el ultrarradicalismo verbal!
La movilización del proletariado contra el régimen fascista adquirirá un carácter cada vez más masivo en la medida que la pequeña burguesía se distancie del fascismo, aislando así a las cúpulas poseedoras y el aparato gubernamental. La tarea del partido proletario consistirá en utilizar el debilitamiento del yugo por parte de la reacción pequeñoburguesa para movilizar al proletariado con el fin de ganarse a los estratos inferiores de la pequeña burguesía.
Es cierto que el incremento del descontento de los estratos intermedios y de la resistencia de los obreros creará fisuras en el bloque de las clases poseedoras y llevarán a su «ala izquierda» a buscar contactos con la pequeña burguesía. Pero la tarea del partido proletario, en relación al ala «liberal» de los poseedores, no será la de integrarlos a un bloque de “todas las clases» contra el fascismo sino declararle una guerra implacable para disputarle la influencia sobre los estratos inferiores de la pequeña burguesía.
¿Bajo qué consignas políticas se desarrollará esta lucha? La dictadura de Hitler surgió directamente de la constitución de Weimar. La pequeña burguesía, con sus propias manos, le dio a Hitler el mandato dictatorial. Si suponemos que el desarrollo de la crisis fascista será sumamente favorable y rápido, es posible que la consigna de convocatoria del Reichstag, con la participación de todos los partidos excluidos en este momento, unifique en cierto momento a los obreros y a los más amplios estratos pequeñoburgueses. Si la crisis tarda un poco más en estallar y el recuerdo del Reichstag tiene tiempo de desaparecer, es posible que la consigna de elecciones adquiera gran popularidad. Pero atarse a las consignas democráticas circunstanciales que nuestros aliados pequeñoburgueses o los estratos atrasados del propio proletariado nos obliguen a levantar sería un doctrinarismo fatal.
Brandler-Thalheimer creen que sólo debemos abogar por «derechos democráticos para las masas trabajadoras: derecho de asamblea, derecho sindical, libertad de prensa, de organización y de huelga». Y luego agregan para subrayar aun más su carácter izquierdista: Debemos diferenciar estrictamente (!) estas consignas de la reivindicación de los derechos democráticos universales». ¡No hay nada más miserable que un oportunista con el puñal del ultrarradicalismo entre los dientes!
La libertad de prensa y de asamblea sólo para las masas trabajadoras es inconcebible, salvo bajo la dictadura del proletariado, es decir, con la nacionalización de los edificios, los establecimientos gráficos, etcétera. Es posible que en Alemania la dictadura del proletariado deba promulgar leyes de excepción contra los explotadores; eso dependerá del momento histórico, la situación internacional y la relación de fuerzas interna. Pero de ninguna manera se puede descartar que, cuando estén en el poder, los obreros alemanes se sientan lo suficientemente fuertes como para otorgarles libertad de asamblea y de prensa a los explotadores de ayer; desde luego, esa libertad dependerá de su influencia política, no de sus arcas, que habrán sido expropiadas. Así, en el propio período de la dictadura no existe razón de principios alguna para restringir de antemano únicamente a las masas trabajadoras la libertad de asamblea y de prensa. Es posible que las circunstancias obliguen al proletariado a aplicar esas restricciones; pero no es un problema de principios. Es doblemente absurdo levantar semejante reivindicación en las condiciones que imperan en Alemania, donde existe libertad de asamblea y de prensa para todos menos para el proletariado. El despertar de la lucha proletaria contra el infierno fascista se dará, al menos en sus primeras etapas, bajo la siguiente consigna: que nosotros, los obreros, también gocemos del derecho de asamblea y de la libertad de prensa. Desde luego, los comunistas, también en esa etapa harán propaganda por el régimen soviético, pero al mismo tiempo apoyarán toda movilización de masas que levante consignas democráticas y, cuando les sea posible, tomarán la iniciativa.
Entre el régimen de la democracia burguesa y el régimen de la democracia proletaria no existe un tercer régimen de «democracia de las masas trabajadoras». Es cierto que la república española se autotitula «república de los trabajadores de toda clase», inclusive figura así en el texto de su constitución. Pero es una fórmula propia de charlatanes. La fórmula brandlerista de «democracia únicamente para las masas trabajadoras» combinada con la de «unidad de todas las clases» parece haber sido elaborada expresamente para confundir y engañar a la vanguardia revolucionaria respecto del problema más importante:
«¿Cómo y en qué medida nos conviene adaptarnos a la movilización de la pequeña burguesía y de las capas obreras atrasadas, qué concesiones conviene hacerles en cuanto al ritmo de la movilización y las consignas que se levantan, para lograr mayor éxito en la tarea de agrupar al proletariado bajo la bandera de su dictadura revolucionaria?»
En el Séptimo Congreso del Partido Comunista ruso -marzo 1918- Lenín libró una lucha implacable contra Bujarin, quien consideraba que el parlamentarismo estaba liquidado de una vez por todas, históricamente «agotado». La respuesta de Lenin: «Debemos elaborar un nuevo programa para el poder soviético sin renunciar al parlamentarismo burgués. Creer que no retrocederemos es utópico […] Después de cada derrota, si las clases hostiles nos hacen retroceder a esta vieja posición, avanzaremos hacia lo que la experiencia ha conquistado, hacia el poder soviético […]»
Lenin se oponía al antiparlamentarismo doctrinario en un país que ya había conquistado el régimen soviético: no debemos atarnos de antemano, le enseñó a Bujarin, porque es posible que nos veamos obligados a retroceder a posiciones ya abandonadas. En Alemania no hubo ni hay dictadura proletaria, pero sí hay una dictadura fascista; Alemania retrocedió inclusive de las conquistas de la democracia burguesa. En tales condiciones, renunciar de antemano a las consignas democráticas y al parlamentarismo burgués significa allanarle el camino a la regeneración de la social-democracia.
Prinkipo, 14 de julio de 1933
[1]. El fascismo y las consignas democráticas. The Militant, 26 de agosto de 1933.
[2].Giustizia e Liberta: movimiento fundado en Paris en 1929 por exiliados antifascistas italianos. Su principal organizador y orientador era Carlo Rosselli, autor de Socialisme Liberal. Su órgano político era Quaderni de Giustizia e Liberta, publicado en París e introducido clandestinamente en Italia. Trató de realizar una síntesis del liberalismo y el socialismo, abogando por un socialismo sobre bases enteramente «nuevas», que rechazaban el marxismo,la lucha de clases y la revolución En abril de 1943 se fusionó con otros grupos para formar el Partido d’Azione, grupo guerrillero de fines de la Segunda Guerra Mundial.
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