Francia: ¿»apaciguamiento» o revolución?

Durante su discurso televisado del 17 de abril, Macron intentó pasar página a la reforma de las pensiones prometiendo la luna a todos aquellos que se han movilizado en las calles y participado en huelgas desde el 19 de enero.

Ya no hay mucha gente que preste atención a las promesas y otros compromisos «solemnes» del Jefe del Estado. Sin embargo, el discurso también contenía amenazas apenas veladas contra los jóvenes y los trabajadores. Hay que tomárselas muy en serio.

Desviación

Como era de esperar, se prepara una nueva ofensiva contra los inmigrantes. Macron apuntó tanto a la «inmigración ilegal» como al «fraude social«. Derramó lágrimas de cocodrilo sobre la suerte de los trabajadores afectados por la inflación que no reciben ninguna «ayuda» del Estado, entiéndase: «a diferencia de todos los defraudadores sociales a los que se ayuda para que estén ociosos». Al día siguiente, en BFM-TV, el ministro de Economía Bruno Le Maire estableció el vínculo entre inmigración y fraude social: «Nuestros compatriotas están legítimamente hartos del fraude. Están hartos de ver cómo personas que pueden recibir ayudas (…) las devuelven al Norte de África o a otros lugares cuando no tienen derecho a ellas.»

Esta maniobra clásica de división y desviación se combinará con una ofensiva brutal contra el derecho a la RSA (Renta Mínima de Inserción), con el objetivo de realizar recortes presupuestarios, por un lado, y empujar a los parados a aceptar empleos extremadamente mal pagados, por otro. Fue Gérald Darmanin, el ministro del Interior, quien, al día siguiente del sermón presidencial, se encargó de aclarar este punto: «A los que reciben la RSA, si están en vías de integración, si muestran esfuerzo, hay que ayudarles. Pero si no quieren volver a trabajar, es normal que les impongamos sanciones.» Todo esto es en beneficio de los más ricos, por supuesto.

Waterloo y la Bastilla

Resumamos la situación general. Macron, que no ha dado marcha atrás en la reforma de las pensiones, pasa a la ofensiva contra los más pobres, los más explotados y los más oprimidos, a los que señala para la ira popular en un contexto en el que la inflación, que sigue siendo muy alta, socava constantemente los salarios reales de todos los trabajadores. Es lo que él llama una política de «apaciguamiento«, que supuestamente durará «100 días», es decir, hasta el 14 de julio. Recordemos que los famosos «100 días» de Napoleón en 1815 acabaron muy mal para él, en Waterloo. Recordemos también que el 14 de julio es el aniversario del asalto a la Bastilla, el comienzo de la Gran Revolución Francesa de 1789-94. ¿Intentan sugerirnos algo el Jefe del Estado y sus consejeros?

En el momento de escribir estas líneas, el «apaciguamiento» no va bien. Cada vez que un miembro del gobierno viaja a cualquier parte del país hay protestas. Algunos desisten y modifican su agenda en el último momento. Las manifestaciones del 1º de mayo serán sin duda muy potentes, tal vez incluso de proporciones históricas. Una cosa es cierta: la cólera que se ha manifestado a gran escala en los últimos tres meses está lejos, muy lejos, de ser «aplacada». Al contrario: será alimentada sin cesar por la inflación, que devora cada mes el poder adquisitivo de millones de jóvenes y asalariados.

¿Qué programa?

¿Qué hacer con las enormes reservas de combatividad que se han expresado desde principios de año? Esta es la cuestión central a la que se enfrentan hoy la izquierda y el movimiento sindical. Si se permite que Macron gane y nos inflija una nueva campaña de propaganda racista, al tiempo que ataca a los beneficiarios de la RSA, se corre el riesgo de favorecer a Marine Le Pen -que, como siempre, ha permanecido al acecho en la sombra, tocando su partitura demagógica, mientras el pueblo luchaba en las calles y en las empresas.

¿Cuál debe ser el objetivo de la lucha en el periodo venidero? Lo hemos dicho una y otra vez: la consigna de derogar la reforma de las pensiones no basta por sí sola, porque es demasiado limitada. Por supuesto, debemos seguir luchando contra esta reforma y por la vuelta a la jubilación a los 60 años. Pero para alentar la movilización de nuevas capas de jóvenes y trabajadores, debemos luchar por un programa mucho más amplio y radical, por un programa que abra la perspectiva de poner fin a todos los males que llueven sobre la inmensa mayoría de la población.

Tomemos la cuestión de la inflación. En su discurso, Macron la mencionó, sólo para dirigir inmediatamente nuestra atención hacia los «defraudadores sociales» y los inmigrantes. El movimiento obrero debe responder situando el coste de la vida en el centro de la lucha. Debemos luchar por un aumento general de los salarios y de todas las prestaciones sociales, por un lado, y por otro por su indexación a la inflación. La cuantía de la inflación debe ser calculada por representantes electos de los trabajadores, no por economistas burgueses.

Dado el papel de la energía y la alimentación en el deterioro de nuestro poder adquisitivo, el movimiento obrero debe luchar por la nacionalización, bajo control democrático de los asalariados, de los grandes grupos de estos dos sectores clave de la economía. Como sabemos, TotalEnergie está dando dinero a sus accionistas gracias a la inflación. Pero todas las grandes multinacionales de los sectores de la energía y la alimentación -incluida la distribución- alimentan a sus accionistas: Francia es el campeón europeo de los dividendos. Para acabar con este escándalo y organizar el control de los precios, hay que expropiar a los gigantes parásitos propietarios de estas empresas.

Son necesarias otras medidas programáticas, como la nacionalización de la banca y de la industria, la contratación masiva de funcionarios, la derogación del Parcoursup (el sistema de acceso a la universidad), de las leyes laborales y de todas las contrarreformas de los últimos veinte años. ¿Quién llevará a cabo este programa? Ni Macron ni Le Pen, evidentemente. Sólo un gobierno al servicio de los trabajadores podría llevarlo a cabo. En consecuencia, este programa debe estar vinculado al objetivo de acabar con Macron y su camarilla. Esta perspectiva despertaría el entusiasmo de todos aquellos, muchos de ellos, que aprietan los dientes con rabia ante la mera idea de soportar este gobierno durante otros cuatro años.

¿Qué estrategia?

Una vez elaborado este programa, la lucha para aplicarlo no debe consistir en una sucesión de «jornadas de acción», cuyos límites se han demostrado muchas veces. Es necesario popularizar este programa en cada empresa, en cada barrio, en cada universidad. Este trabajo debe implicar a todas las fuerzas militantes de la juventud y del movimiento obrero, a través de miles de Asambleas Generales y reuniones públicas en todo el país.

El equilibrio de poder necesario, en la calle y en las empresas, debe explicarse claramente desde el principio. Las grandes manifestaciones no bastarán por sí solas. Tendrán que desarrollarse huelgas sólidas y renovables en un número creciente de sectores económicos. Esto es precisamente lo que ha faltado en los últimos meses: los sectores movilizados han permanecido aislados. Esto no es culpa de los trabajadores, sino de la dirección de la intersindical, que no ha hecho absolutamente nada para intentar desarrollar el movimiento de huelgas renovables. Debemos aprender todas las lecciones de esto. Hay que elaborar un plan de batalla. Hay que planificarlo todo, en sentido ascendente, para que la movilización de los sectores más combativos lleve tras de sí a los demás sectores.

Emmanuel Macron, cuya arrogancia roza tan a menudo la temeridad, ha proclamado «100 días de apaciguamiento». Tomémosle la palabra, pero con un cambio radical de objetivo. 100 días es un buen momento para elaborar un programa ofensivo, popularizarlo masivamente y empezar a aplicarlo sobre la base de un sólido plan de batalla. Si el movimiento obrero lanza todas sus fuerzas en esta dirección, el 14 de julio podríamos estar en una buena posición para recordar al gobierno y a la clase dominante el profundo significado histórico de esta fecha.

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