Oswald Mosley y Thomas Shelby

Peaky Blinders y el fascismo: historia, ficción y el mito de Churchill

Antes que nada, debemos aclarar, frente a la corriente de revisionismo y corrección política que afecta hoy por hoy a tantas obras de ficción y a tantos autores[1], que, desde un punto de vista marxista, realizar una crítica política de determinados aspectos de una obra de ficción o del pensamiento individual de determinado autor no equivale en ningún caso a autorizar ningún tipo de censura de la obra ni de demonización del autor; ni por supuesto dicha crítica debe interferir en el disfrute de dichas obras, siempre que tengan la calidad suficiente como para sostenerse por sí mismas.

Todos podemos estar de acuerdo en que el cine de John Ford o la literatura de Jorge Luís Borges están llenos de mensajes conservadores, que se derivan de las posiciones políticas de dichos autores; pero todos podemos estar igualmente de acuerdo en la genialidad de ambos y en que muchas de sus obras son hitos imprescindibles de la cultura del siglo XX. Obras maestras que, dicho sea de paso, van mucho más allá en lo filosófico de lo que cabría esperar de autores con opiniones tan conservadoras.

Sin embargo, el caso que nos ocupa es otro muy distinto. La ficción británica para televisión, al igual que su cine, no está dominado precisamente por los sectores conservadores del Reino Unido. La BBC, y otras productoras como Thames, han producido durante décadas series y programas de gran calidad y con gran aceptación dentro y fuera de Gran Bretaña, como El circo volador de los Monty Python, Arriba y abajo, Yo, Claudio, La víbora negra… Para el espectador continental, una serie británica es sinónimo de calidad, elegancia, buenos actores, sentido del humor y una afilada crítica social.

La serie Peaky Blinders, creada por el escritor Steven Knight y producida por la BBC entre 2013 y 2022, ofrece todo esto y mucho más. Es una historia clásica de mafias, con sus cimientos bien asentados en los clásicos del género como El Padrino, en la que el contexto histórico tiene una importancia fundamental por cuanto que la trama se interrelaciona continuamente con sucesos históricos y personajes reales. A través de la historia de la familia Shelby, gangsters gitanos de Birmingham, y en particular de su líder, Thomas (interpretado de forma sensacional por el irlandés Cillian Murphy), la serie nos mete de lleno en la historia de Gran Bretaña en el primer tercio del siglo XX, adentrándose en hechos poco conocidos de la misma y en la aún menos conocida vida y cultura de los romaníes británicos[2]. Peaky Blinders es una serie de una calidad apabullante en lo formal, excelentemente realizada, montada y fotografiada, con un magnífico elenco de actrices y actores británicos, irlandeses y estadounidenses y con una muy interesante selección musical con temas de Nick Cave, PJ Harvey, Anna Calvi y Tom Yorke entre otros.

El trasfondo en el que tiene lugar y con el que interactúa esta historia de luchas de poder entre clanes mafiosos está marcado por los efectos de la Primera Guerra Mundial, los ecos de la Revolución Rusa y la construcción del Partido Comunista británico, el conflicto irlandés, la lucha de la mujer trabajadora, la huelga general de 1926 y la crisis de los años 30. En su ascenso al poder y su búsqueda de legitimación, Thomas Shelby entrará ora en conflicto, ora en connivencia con elementos de la burguesía y del aparato del Estado británico, representados principalmente en la figura de Winston Churchill, que tiene un protagonismo muy particular en la trama. A lo largo de la serie, estos elementos del establishment británico demuestran ser aún más corruptos y despiadados que la propia familia Shelby y el resto de mafiosos con los que se asocian o enfrentan.

Las dos últimas temporadas de Peaky Blinders están centradas en la lucha política y personal entre Thomas Shelby, para ese entonces diputado laborista, y el fundador del fascismo británico Oswald Mosley. La figura de Mosley es muy poco conocida fuera de Gran Bretaña, aunque su apellido resulta familiar para los aficionados a la Fórmula 1. Vale la pena entrar a comentar, de la mano de un testigo presencial y partícipe de aquellos años, el marxista británico Ted Grant, cómo fue el ascenso de Mosley y su movimiento, por qué cayó finalmente y cuál fue el papel del establishment y en especial de Churchill en todo aquello.

Oswald Mosley y el fascismo británico

Gran Bretaña no escapó a la oleada de revolución y contrarrevolución que afectó a toda Europa después de la Primera Guerra Mundial. Frente al mito de un Reino Unido aislado y estable, cuya política está más inclinada a la conciliación y en el que los conflictos de clase se ven atenuados por la proverbial flema británica, la lucha de clases escaló también en la isla, al igual que en la vecina Irlanda en pleno proceso de liberación nacional, y alcanzó su cenit en la huelga general de 1926. El ambiente de la época está muy bien retratado en la serie, aunque con las inevitables omisiones y distorsiones[3].

En este contexto, exactamente igual que en el continente, sectores amplios de la burguesía y del aparato del Estado apostaron por el fascismo como un medio para doblegar al movimiento obrero. Sobre la génesis y las características del fascismo británico versa el artículo de Ted Grant La amenaza del fascismo. Qué es y cómo combatirlo, escrito en 1948 en un momento en que Mosley llevaba varios años en libertad y reorganizaba su movimiento después de la Segunda Guerra Mundial:

“La recesión mundial de 1929-33 vio el surgimiento por primera vez en este país del movimiento fascista de Mosley como una fuerza seria. La clase capitalista de Gran Bretaña reconocía en el movimiento de Mosley un arma combativa y extraparlamentaria que podría utilizar contra la clase obrera en un período de agitación social, crisis y recesión. Sólo el hecho de que los capitalistas británicos consiguieran salir de aquellos años críticos sin la necesidad de la acción directa contra los trabajadores, determinó su uso limitado de los fascistas en aquel momento. Sin embargo, mantuvieron el movimiento fascista como un «seguro» de cara al futuro”[4].

Thomas Shelby define así a Mosley al comienzo de la quinta temporada, antes de una reunión con otros miembros de la familia: “Habéis conocido a hombres malos antes, el hombre al que vais a conocer es el Diablo”. Interpretado por el actor británico Sam Clafin, el retrato de Oswald Mosley en Peaky Blinders es bastante cercano al original: un oportunista con un ansia desmedida de poder y dominio que impregna todas las facetas de su vida, incluyendo sus relaciones sexuales. Mosley forma una diabólica sociedad con su amante y después esposa Diana Mitford[5]. Sin embargo, hay un detalle sobre Diana Mitford que la serie omite, no sabemos si a sabiendas, y que da una idea de hasta dónde llegaban las relaciones de Mosley con el establishment: Diana Mitford era prima segunda de Winston Churchill.

Oswald Mosley pasando revista a sus efectivos el día antes de la Batalla de Cable Street

A diferencia de los orígenes plebeyos de Hitler y Mussolini, el origen familiar de Mosley es plenamente patricio. Sir Oswald Mosley tuvo el Sir de nacimiento, hijo como era de la pequeña nobleza terrateniente. Oportunista nato, probó suerte primero en el partido conservador y después en el laborismo, logrando un escaño laborista por Birmingham en 1929 y la cancillería del Ducado de Lancaster, posiciones desde las que empezó a organizar los primeros núcleos de lo que más tarde sería la Unión Británica de Fascistas (BUF).

La BUF contó desde el principio con el apoyo del aparato del Estado y de importantes sectores del capital británico. En la quinta temporada de Peaky Blinders vemos cómo el primer intento de Thomas Shelby para llevar a cabo un trabajo de inteligencia contra Mosley es frustrado por los servicios secretos, que asesinan a su contacto en el servicio, el oficial Ben Younger. La connivencia iba más allá. En su artículo La amenaza del fascismo, Ted Grant da cuenta de los apoyos con los que contó el fascismo británico:

“Los fascistas tenían vínculos estrechos con las grandes empresas. Mosley alardeaba de haberse gastado 96.000 libras de su propia fortuna personal «en apoyo de mis creencias». […] En este momento los fascistas estaban recibiendo el apoyo de numerosos industriales británicos influyentes. A finales de 1936 Mosley alardeaba en una entrevista publicada en un periódico fascista italiano, Giornale d’Italia, que estaba «recibiendo apoyo de los industriales británicos», y que «varios industriales del norte, que hasta ese momento habían apoyado en secreto su movimiento por temor al boicot comercial, ahora declaraban abiertamente que estaban en el bando fascista» (News Chronicle, 19 de octubre de 1936). Mosley recibió el apoyo de periódicos poderosos como el Daily Mail, el Evening News y el Sunday Dispatch”.

Ted Grant cita extensamente un informe de Labour Research titulado Quién apoya a Mosley, en el que se enumeran muchas de las empresas y personalidades que financiaban de forma directa a la BUF y que se asociaron en el llamado Club de Enero en 1934[6]. En la lista aportada por Labour Research encontramos militares en la reserva y en activo y buena parte de las mayores fortunas del Reino Unido.

El objetivo declarado de Oswald Mosley era tomar el poder a través de un golpe de Estado, para lo que necesitaba generar una escalada de violencia política que obligara a la burguesía a entregarle mansamente el poder como a Mussolini en 1922. De hecho, la BUF no presentó candidatos a las elecciones de 1935, las últimas que se celebraron antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Mosley nunca llegó a contar con unas fuerzas comparables a las que tuvo el fascismo en los países donde éste llegó efectivamente al poder.

La BUF llegó a contar con en torno a 40.000 miembros en 1934, de los que en torno a tres mil pertenecían a la milicia de los Stewards o Blackshirts (camisas negras) y trescientos a la rama paramilitar Fascist Defence Force. Los efectivos de estas fuerzas de choque están muy lejos de los 20.000 escuadristas con los que Mussolini tomó el poder en la Marcha sobre Roma y más lejos aún de los efectivos de las SA y SS nazis en 1933 (aunque son sensiblemente mayores que los de Falange Española y de las JONS justo antes de la guerra civil). En palabras de Ted Grant: “El fascismo británico no había penetrado en los sectores decisivos de la pequeña burguesía, por no hablar de los estratos atrasados de la clase obrera”[7].

Frente a esta debilidad objetiva de la BUF, el movimiento obrero británico, organizado en los sindicatos y los partidos laborista y comunista representaban una fuerza colosal que no había sufrido derrotas decisivas en el periodo anterior. Tal es así que la agitación y la provocación de la BUF sólo era posible gracias a la connivencia del aparato del Estado, que se traducía en una completa pasividad policial frente a la violencia de los camisas negras y a la protección policial a los mítines y marchas de la BUF. En palabras de Ted Grant:

“Nutridos y ayudados por las autoridades y la policía, los fascistas de manera insolente organizaban marchas provocadoras en los barrios obreros y judíos, imitando las tácticas de los nazis en el amanecer de su movimiento en Alemania. Fue entonces cuando la clase obrera británica dio a los camisas negras su respuesta. Cada manifestación convocada por los fascistas era respondida por una gran contramanifestación de trabajadores y antifascistas. En Trafalgar Square, Hyde Park, en Liverpool, Merthyr, Newcastle, en el resto del país, los trabajadores se unían contra los fascistas. En el Glasgow rojo, los fascistas eran incapaces de celebrar reuniones. En el barrio obrero de Bermondsey, Londres, se levantaron barricadas que, defendidas por decenas de miles de trabajadores, evitaron con éxito que los fascistas de Mosley desfilaran por Long Lane”[8].

El movimiento obrero estaba demostrando que ni siquiera la protección del aparato del Estado iba a evitar la derrota de la BUF. La batalla decisiva tuvo lugar el 4 de octubre de 1936 en el East End londinense. La convocatoria de una manifestación fascista en esta zona obrera y judía era una clara provocación. El movimiento obrero respondió. Ted Grant fue testigo y partícipe de aquella jornada que ha pasado a la historia como la Batalla de Cable Street:

Octavilla convocando a la contramanifestación obrera contra la marcha de los camisas negras por el East End, que dio lugar a la Batalla de Cable Street

Octavilla convocando a la contramanifestación obrera contra la marcha de los camisas negras por el East End, que dio lugar a la Batalla de Cable Street

“Excepcional en estas luchas de los trabajadores contra los fascistas fue la derrota de la marcha prevista por Mosley a través del East End londinense en 1936. A pesar de los llamamientos de todos los sectores del movimiento de la clase obrera, incluidos los dirigentes laboristas, el entonces ministro de Interior, sir John Simon, se negó a prohibir la marcha y, por el contrario, buscó todas las maneras de facilitarla. Decenas de miles de policías a pie y a caballo se desplegaron por todo Londres para proteger su marcha a través del East End. La protección policial fue rigurosamente organizada, hasta el punto de destinar equipamiento de radio y un autogiro sobrevolando la zona. El peso del Estado se utilizó para proteger a los camisas negras ante la oposición de la clase obrera londinense. Las autoridades policiales planificaron la protección de Mosley como si fuera un proyecto militar.

“A pesar de estas medidas del Estado la marcha fascista fue derrotada. Medio millón de trabajadores salieron a las calles. Alrededor de la consigna «¡No pasarán!», los trabajadores formaron un muro de cuerpos a lo largo de la ruta por la que tenía que pasar la marcha de Mosley. Desde primera hora de la mañana hubo cargas de la policía montada contra los trabajadores para limpiar el camino a los fascistas. Pero la oposición decidida de los trabajadores lo hizo imposible. La policía intentó crear una distracción despejando  Cable Street. Pero aquí de nuevo los trabajadores londinenses formaron barricadas con muebles, vigas, vallas, puertas arrancadas de las casas cercanas y cualquier cosa que pudiera ayudar a bloquear el camino a los odiados fascistas. Esta magnífica acción de masas incluía y representaba a todos los sectores de la clase obrera y sus organizaciones, laborista, Partido Comunista, ILP, trotskistas, Juventudes Comunistas, y obligaron al entonces comisionado de Policía, sir Phillip Game, a ordenar a Mosley y sus bandas que abandonaran la ruta. ¡La unidad de acción de los trabajadores había derrotado a Mosley!”[9].

El camino de la toma del poder por la vía del golpe de Estado estaba cerrado para Mosley, la acción de la clase obrera se lo hizo comprender a la clase dominante. La derrota de Cable Street había cortado con la dinámica ascendente y exitosa del movimiento de Mosley, pero además había mostrado a la clase dominante que utilizar a los fascistas amenazaba con provocar una respuesta insurreccional por parte de la clase obrera, que rebasara los límites de sus dirigentes.

En diciembre de 1936 el Parlamento aprobó la Ley de Orden Público que prohibió los grupos paramilitares y los uniformes políticos. La BUF languideció hasta que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno conservador se decidió a ilegalizar a la BUF y a encarcelar a Mosley y a Diana Mitford. Eso sí, el cautiverio del matrimonio Mosley fue tan poco corriente que hasta se les permitió tener servicio doméstico. La clase dominante guardaba a Mosley por si volvían a necesitarlo en el futuro, y en efecto éste intentó reconstruir su movimiento tras la guerra, sin éxito.

A lo largo de la quinta temporada de Peaky Blinders se retrata la respuesta del movimiento obrero contra la BUF, con escenas claramente inspiradas en los hechos del Olympia de 1934[10] y en la propia Batalla de Cable Street (aunque la referencia sólo podrá captarla quien conozca los hechos reales), pero esta aparece sólo como telón de fondo de la lucha individual de Thomas Shelby, una lucha condenada a la impotencia.

Churchill y el fascismo

Históricamente, la literatura y el cine británicos han sido poco complacientes con los reyes y gobernantes, pero desde que acabó la Segunda Guerra Mundial hay una excepción muy llamativa. Para la ficción británica, Winston Churchill es una especie de icono intocable. Incluso en una serie como The Crown, también de muy buena factura y con un planteamiento nada complaciente con la monarquía y el establishment británico, Churchill aparece como un anciano conservador y gruñón pero que en el fondo es un pedazo de pan y que sólo piensa en el bien del Reino Unido (y del Partido Conservador).

Peaky Blinders se acerca más al retrato del verdadero Churchill. A lo largo de las tres primeras temporadas vemos a Churchill operando en la sombra para desarticular los primeros núcleos comunistas, para asesinar a cuadros del IRA contrarios al Tratado anglo-irlandés[11] o para enviar ilegalmente armas a los contrarrevolucionarios rusos. En todas esta conspiraciones estarán implicados los Peaky Blinders, ya sea como objetivo ya sea como partícipes voluntarios o forzosos. Thomas Shelby sacará un suculento beneficio de todas estas operaciones, en forma de contratos con el Estado, ligando sus actividades y su fortuna cada vez más al establishment y a Churchill. De este modo, por fin vemos en una ficción británica al Churchill conspirador, imperialista y reaccionario de la realidad. Pero cuando llegamos a las dos últimas temporadas, Knight parece escamotear al espectador cuál fue la verdadera actitud de Winston Churchill ante el fascismo y cuáles fueron las fuerzas sociales que finalmente derrotarían a Mosley.

En el último episodio de la quinta temporada tiene lugar un tenso diálogo entre Churchill y Thomas Shelby en el que el dirigente conservador se refiere a los fascistas como “malas hierbas” a las que hay que quemar y da tácitamente su aprobación al plan de Thomas Shelby para eliminar a Mosley. Esto es muy seductor a nivel narrativo y conecta al espectador con la imagen del Churchill combativo de la Segunda Guerra Mundial que ha sido construida durante décadas por la propaganda del establishment británico y que la izquierda británica e internacional han aceptado; pero la realidad es que esto está muy lejos de la verdadera actitud de Churchill hacia el fascismo. Aunque tal vez se pueda hacer otra interpretación de dicha escena si tenemos en cuenta los hechos subsiguientes.

Como se ve en buena parte de la temporada, el plan de Thomas Shelby había sido preparado cuidadosamente a lo largo de varios meses. Para llevar a cabo el asesinato de Mosley, Shelby había sacado del psiquiátrico a un antiguo camarada de guerra, excelente francotirador, y se había puesto de acuerdo con Alfie Solomons[12] para llevar un piquete de judíos londinenses que colaboraran con los comunistas locales para reventar el mitin fascista. El plan era aprovechar la confusión para efectuar el disparo. La tarde del mitin, Finn, el menor y más atolondrado de los hermanos Shelby, insinúa de forma imprudente el contenido del plan a Billy Grade, un ex futbolista al que los Peaky Blinders han captado para su negocio de amaño de partidos y que después es descubierto como un infiltrado al servicio de las mafias rivales. Éste descuelga el teléfono, sin que se nos muestre a quién llama, y acto seguido tienen lugar los hechos que terminan con Oswald Mosley ileso, la matriarca de los Shelby, Polly[13], asesinada y Thomas Shelby completamente enloquecido.

En el primer episodio de la sexta temporada, el contraataque y los asesinatos del Polly y de otro miembro de los Peaky Blinders son reivindicados por el IRA, concretamente por una fracción basada en el condado norirlandés de Fermanagh que se está moviendo en dirección al fascismo[14]. Sin embargo, esta reivindicación plantea una duda razonable. Si fue Billy Grade quien informó al IRA, es poco probable que la organización pudiera montar en cuestión de minutos un operativo para frustrar el asesinato de Mosley y buscar a Polly para matarla; sería difícil incluso aunque tuvieran una infraestructura permanente en Birmingham. Sin embargo, si la información les llegó antes por otra vía, es mucho más probable que tuvieran el tiempo necesario para organizar dicho operativo, trasladando incluso a efectivos desde el norte de Irlanda. Fuera de la familia Shelby y de los Peaky Blinders, la única persona que conocía la existencia del plan era Winston Churchill. Con esta explicación estaríamos más cerca de la verdad histórica, convirtiendo la reivindicación del Churchill antifascista en un retrato certero del Churchill cínico y calculador de la vida real. Pero plantear esa verdad de forma abierta y diáfana parece ser demasiado incluso para Steven Knight y Peaky Blinders.

En el citado artículo La amenaza del fascismo, Ted Grant cita varios escritos y declaraciones de Churchill que muestran su verdadera actitud hacia el fascismo. Churchill visitó Italia en enero de 1927, en plena dictadura fascista, y en una recepción en Roma tuvo estas agradables palabras para Mussolini:

«No puedo sino estar encantado, como muchas otras personas lo han estado, por el comportamiento sencillo y amable del señor Mussolini y por su calma, por su aplomo e imparcialidad, a pesar de las muchas cargas y peligros que soporta. En segundo lugar, cualquiera podría ver que él no pensaba en nada excepto en lo eterno del pueblo italiano, como él lo entendía, y que lo que menos le interesaba eran las consecuencias esto le pudiera acarrear. Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado entusiasmado con usted desde el principio hasta el final, por su lucha triunfal contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo”.

Todo esto pueden parecer simples florituras dialécticas y cortesía diplomática del entonces Canciller de la Hacienda, facilitada por el odio compartido hacia el comunismo; pero la alocución seguía y su contenido se va tiñendo de profundas implicaciones políticas tanto para Europa como para el Reino Unido:

“Sin embargo, diré una palabra sobre un aspecto internacional del fascismo. Externamente, su movimiento ha prestado un servicio a todo el mundo. El gran temor que siempre ha rodeado a todo líder democrático o líder de la clase obrera ha sido el de ser minado por alguien más extremo que él. Italia ha demostrado que existe una forma de luchar contra las fuerzas subversivas, que puede aglutinar a la masa de la población, dirigirla adecuadamente, valorar y desear la defensa del honor y la estabilidad de la sociedad civilizada. De aquí en adelante, ninguna gran nación estará desamparada de un medio fundamental de protección contra el crecimiento cancerígeno del bolchevismo«[15].

Churchill mantendrá una coherencia absoluta con su propio diagnóstico en los años siguientes, contemporizando con el fascismo en el continente, facilitando la victoria de Franco en la Guerra Civil Española y alimentando a su propio fascismo doméstico liderado por Mosley, al que, sin embargo, no estaba dispuesto a entregar el poder salvo en caso de extrema necesidad.

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Las chicas que él deja atrás, caricatura de David Low, 10 de mayo de 1935; Hitler y Churchill, ataviado como una valkiria wagneriana, despiden a Mussolini que parte a la conquista de Etiopía

Alabanzas similares a las dedicadas a Mussolini merecían para Churchill Adolf Hitler y el Partido Nazi. En 1939, con la guerra llamando a las puertas, escribía Churchill sobre la toma del poder por los nazis:

«La historia de esa lucha no se puede considerar sin admiración por el coraje, la perseverancia, la fuerza vital que le permitió desafiar, retar, conciliar o superar todos los obstáculos y resistencias que se presentaron en su camino… Siempre he dicho que si Gran Bretaña fuera derrotada en la guerra, espero que encontremos un Hitler que nos devuelva a nuestra posición correcta entre las naciones»[16].

Estas opiniones no eran exclusivas de Churchill, sino que eran compartidas por buena parte de la dirección del Partido Conservador. Como ya hemos visto, los tories contemporizaron con la BUF desde su nacimiento hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Ted Grant: “Sólo cuando los nazis se adueñaron de sus cotos privados declararon la guerra en nombre del «antifascismo»”.

El antifascismo de Thomas Shelby y el mito de Churchill

La lucha contra Mosley lleva a Thomas Shelby al límite de sus fuerzas. Esta lucha acaba, y con ella la serie, con un precario empate: ni Shelby ha podido con Mosley, ni Mosley ha podido con Shelby. Desde el punto de vista estrictamente pragmático que domina las decisiones de la mafia, este combate parece un sinsentido. Pero Thomas Shelby tiene poderosas razones para sostenerlo.

Thomas Shelby odia a Oswald Mosley y a todo lo que éste representa porque es un peligro mortal para la clase obrera y los sectores marginados de los que proviene él mismo y porque, a la vez, Mosley y sus socios en la mafia estadounidense son un obstáculo para la expansión hacia América de su negocio de narcotráfico. Shelby mezcla la defensa de sus intereses personales con una lucha contra el fascismo en la que de alguna manera se reencuentra sus veleidades socialistas de juventud, antes de la guerra. Pero el antifascismo de Thomas Shelby está limitado precisamente por los mismos intereses que le impulsan al combate, así como por su colusión con el aparato del Estado.

Shelby representa de alguna manera el antifascismo impotente de los dirigentes reformistas del movimiento obrero, incapaces de una lucha decisiva contra la reacción por su dependencia del Estado y del propio sistema capitalista. Todos hemos oído de estos dirigentes frases como las que Steven Knight pone en boca del propio Thomas Shelby, frases del estilo de “la naturaleza del pueblo británico es la conciliación” o “la política es como un círculo, cuando alguien ha ido lo suficientemente hacia la izquierda puede encontrarse con alguien que haya ido lo suficientemente hacia la derecha; yo estoy en el medio”.

Sin embargo, que estas frases salgan de la boca de un mafioso, asesino y narcotraficante plantea al público una pregunta inquietante: ¿No será el capitalismo un sistema enteramente mafioso? ¿Qué diferencia a los mafiosos de la burguesía y sus agentes en el Estado y en el propio movimiento obrero? La respuesta está implícita en el propio desarrollo de la serie y en la propia realidad cotidiana que nos rodea.

Cuando Thomas se pregunta si será Mosley el hombre al que no puede derrotar, la respuesta es sí; pero ese hombre no es sólo Oswald Mosley, también es Winston Churchill y todo el establishment que en última instancia promovió y protegió a los fascistas. Sólo pueden vencer al fascismo las masas obreras, como las que derrotaron a Mosley en la batalla de Cable Street.

Winston Churchill, por su parte, no fue antifascista en absoluto, sino que apoyó al fascismo en Europa en su tarea de destrucción del movimiento obrero y lo usó en Gran Bretaña como perro de presa del capital. Sólo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y el fascismo representó un peligro existencial para el Imperio británico, Churchill se decidió a desarticular la organización de Mosley y a encarcelar a éste, aunque en un régimen de privilegio acorde con su clase.

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“Churchill era un racista”, movilizaciones de Black Lives Matters en Londres, junio de 2020

Aunque Peaky Blinders desmonta en parte el mito de Churchill, hay un límite que no es capaz de traspasar, al menos de forma clara y explícita. La amenaza del fascismo en Gran Bretaña fue real y Churchill, lejos de combatirla, la alimentó. Pero esa verdad sigue oculta por toneladas de propaganda, por una hagiografía oficial alimentada durante décadas. La clase dominante británica paga y agradece los servicios prestados por Winston Churchill, no a la democracia ni contra el fascismo, sino al Imperio británico, a la Corona y a la burguesía. Y esta propaganda ha sido replicada por la izquierda británica e internacional convirtiendo al imperialista y ladrón Churchill en un luchador contra el fascismo. Es con este mito con el que Steven Knight no se atreve a romper de forma abierta.

La historia de Oswald Mosley y del auge y caída del fascismo británico demuestra, una vez más, que sólo la acción decidida e independiente de la clase obrera puede derrotar a la reacción. Esa es la principal lección que hay que extraer del análisis de Peaky Blinders, además de disfrutar de una buena serie de ficción.

[1]Las últimas víctimas de esta campaña inquisitorial han sido varias obras de la escritora Agatha Christie, que han sido reescritas por la editorial Harper Collins para eliminar de ellas “elementos ofensivos para el lector moderno”; poco antes pasó lo mismo con las obras de Roald Dahl, en una iniciativa que afortunadamente no ha sido imitada por las editoriales de Europa continental.

[2]La familia Shelby tiene su origen en Irlanda y provienen tanto de romaníes como de nómadas irlandeses. A lo largo de la serie vemos las relaciones de la familia con otras de origen puramente romaní y, a través de estas, una aproximación a la cultura, el modo de vida y las creencias de este pueblo en aquella época.

[3]Por ejemplo, la serie pasa de puntillas por el desarrollo de la huelga general de 1926.

[4]Ted Grant, La amenaza del fascismo. Qué es y cómo combatirlo. Énfasis nuestro.

[5]Interpretada por la actriz británica Amber Anderson.

[6]La serie sitúa la fundación de la BUF en enero de 1930, pero esta no se constituyó formalmente hasta octubre de 1932, mientras que el Club de Enero se constituyó el 1 de enero de 1934. La escena del discurso de Mosley en la mansión de Thomas Shelby en el que lanza la BUF fusiona con propósitos narrativos la fundación de ambas organizaciones.

[7]Preparing For Power – Revolutionary Perspectives and the Tasks of the Fourth Internationalists in Britain. 1942. MIA.

[8]Ted Grant, La amenaza del fascismo. Qué es y cómo combatirlo.

[9]Ibid.

[10]El 7 de junio de 1934, Mosley organizó un acto en el Olympia, en el oeste de Londres, con unos 12.000 asistentes. El Partido Comunista y otras organizaciones habían convocado a los trabajadores a impedir el acto fascista y varios miles se congregaron con ese propósito. Eso llevó a violentos enfrentamientos entre los antifascistas y los Blackshirts de Mosley.

[11]La firma del Tratado anglo-irlandés en diciembre de 1921 puso fin a la guerra de independencia de Irlanda. El Tratado oficializaba la partición de la isla, manteniendo a los seis condados del Norte en el Reino Unido, y reservaba para el resto de Irlanda un estatus autónomo dentro de la Commonwealth y bajo la soberanía de la Corona británica. El tratado provocó la escisión del IRA y una guerra civil de casi un año entre las distintas fracciones republicanas. Estos hechos están muy bien retratados en la película de Ken Loach El viento que agita la cebada, curiosamente protagonizada también por Cillian Murphy.

[12]Jefe de la mafia judía de Camden Town y uno de los personajes más icónicos de la serie, interpretado por el actor británico Tom Hardy. Esta escena es un guiño claro a la Batalla de Cable Street.

[13]La muerte de Polly Gray fue una decisión tristemente impuesta a los guionistas por el fallecimiento de la actriz Helen McCrory, que interpretaba a la matriarca de los Shelby.

[14]No hay constancia histórica de que hubiera fracciones del IRA partidarias del fascismo en los años 20 y 30, pero sí hubo elementos filofascistas y abiertamente fascistas entre los vencedores de la guerra civil irlandesa que más tarde dieron lugar al Fine Gael, uno de los partidos tradicionales de la república.

[15]Citado en, La amenaza del fascismo. Qué es y cómo combatirlo. Énfasis nuestro.

[16]Winston Churchill, Great Contemporaries, 1939. Citado en La amenaza del fascismo. Qué es y cómo combatirlo.

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