La COP25. El enésimo “teatro” del capitalismo verde
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Una cumbre bajo patrocinio del gran capital
Si hay un hecho reseñable de esta cumbre del clima ha sido el patrocinio de grandes corporaciones, especialmente de empresas energéticas, que normalmente utilizan estos espacios como un escaparate en el que aplicar la estrategia del “greenwashing”. Esto supone un márketing verde en el que bajo la lógica de la responsabilidad social corporativa, dichas corporaciones anuncian su “compromiso” con el medio ambiente y el respeto al planeta, además de proponer y reforzar el discurso sobre la responsabilidad individual sobre la lucha contra el cambio climático. De ese modo, el capital elude sostener la carga económica y social de su propia responsabilidad en las emisiones de gases de efecto invernadero, y la traspasa a la clase trabajadora.
La gran paradoja de esto es que algunas de esas grandes empresas se encuentran entre las grandes emisoras de CO2 del Estado español, como son Endesa o Iberdrola. Además, también estuvieron presentes grandes constructoras (Acciona) o el sector financiero-bancario (BBVA, Santander), es decir, parte importante del IBEX-35 o el gran capital español. Este hecho demuestra la definitiva evolución del discurso de la gran burguesía desde el negacionismo del cambio climático hasta su admisión, con la proposición de por medio de soluciones al respecto favorables a los intereses de su clase y que garanticen el mantenimiento de los mecanismos de acumulación, los cuales son los responsables de la continua degradación del medio ambiente y el despilfarro de recursos de la economía capitalista.
Antecedentes: creación de mercados de emisiones
Las cumbres anuales del clima celebradas desde la década de 1990 bajo iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se han caracterizado tradicionalmente por cerrarse sin grandes novedades con dos grandes excepciones que marcaron hitos en la política internacional respecto al cambio climático. Fueron los casos del Protocolo de Kyoto de 1997 y los Acuerdos de París de 2015. En ambos casos, la retórica dominante es la del capitalismo “verde” y la creación de mercados de emisiones, poniendo así el mercado como elemento central y como mecanismo de resolución de los problemas ambientales.
Los mercados de emisiones de CO2 consisten en un instrumento que pone un límite máximo a los niveles de dióxido de carbono en instalaciones como centrales de generación eléctrica, industrias. Al haber empresas y países que emiten menos de la cuota que tienen asignada se da así un intercambio de compra-venta por parte de otros países que así podrán emitir más de lo que tienen impuesto, pagando a cambio una retribución económica. Actualmente, el precio de la tonelada de emisión de CO2 se paga a alrededor de unos 10 euros.
Por tanto, dichos mercados como es indisociable a la lógica del capital derivaron en negocio y especulación, que no han solucionado ni servido para disminuir las emisiones globales de gases de efecto invernadero y ha mantenido e incluso reforzado las diferencias entre los Estados centrales y los Estados periféricos. De hecho, “en 2005, la siderurgia europea se embolsó casi 480 millones de euros de beneficios excepcionales (1% del volumen de negocios del sector) vendiendo sus toneladas de CO2 excedentarias. Un caso que no es en absoluto aislado: incluso las compañías petroleras disfrutaron de la ganga a través de los derechos concedidos a las refinerías”1
La no solución bajo los límites del capitalismo
Finalmente, la COP25 se saldó con un documento final basado en las “buenas intenciones” pero con ausencia de alusión a políticas que comprometan a una mayor reducción de las emisiones. El texto reitera “con gran preocupación la urgente necesidad de abordar la importante brecha entre el efecto agregado de los esfuerzos de mitigación de las Partes (países) en términos de emisiones globales anuales de gases de efecto invernadero para 2020”, al mismo tiempo que subraya “la urgencia de una mayor ambición para asegurar los mayores esfuerzos de mitigación y adaptación posibles de todas las Partes”. Así, el acuerdo llamado “Chile-Madrid. Tiempo de actuar” publicado el 15 de diciembre de 2019 retrasó para la próxima cumbre la presentación de medidas más sólidas y ambiciosas.
Al fin y al cabo, en unos encuentros dominados por los representantes de los gobiernos de las principales potenciales mundiales y con patrocinio de las multinacionales, lo que prima es la salvaguarda de los grandes beneficios de la burguesía mundial y todas aquellas soluciones al cambio climático y a la degradación ambiental nunca pondrán en entredicho dicha dinámica ni su sistema de dominación. Sin el protagonismo de la clase trabajadora ni la puesta en marcha de un modelo basado en una producción planificada, no habrá una salida adecuada para las mayorías a la crisis climática. El capitalismo verde en cierto modo no es más que el marketing verde para un modelo de producción anárquico basado en la maximización de beneficios y la propiedad privada de los medios de producción, causante así de unas emisiones de gases de efecto invernadero que siguen creciendo año tras año. La situación marcada por desastres a nivel mundial como los grandes incendios que en el último año han arrasado unas extensiones sin precedentes: los bosques de la taiga rusa, la selva amazónica o Australia, nos muestran
¡El capitalismo mata el planeta!
¡Hace falta una revolución!
¡Acabemos con el capitalismo, no con el planeta!
1. Tanuro, D. y Riechmann, J. (2011): El imposible capitalismo verde. Del vuelco climático capitalista a la alternativa ecosocialista. Madrid: Viento Sur.
la urgencia en la que nos encontramos.
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