La Guerra de Liberación de 1971 y la revolución inconclusa de Bangladesh
Hoy, Bangladesh brilla con el calor blanco de la revolución. Las masas han vuelto a entrar en la escena de la lucha. Están redescubriendo una rica tradición revolucionaria que se remonta a décadas atrás. En realidad, las tareas de esta revolución son las tareas inacabadas de una revolución inacabada, que comenzó hace más de cincuenta años y culminó en la Guerra de Independencia contra la dominación de Pakistán en 1971. Aprender las lecciones de aquel periodo es vital no sólo para comprender el presente, sino para garantizar que la lucha revolucionaria de hoy se lleve adelante hasta la victoria.
La revolución y posterior Guerra de Independencia de Bangladesh y Pakistán fueron acontecimientos que sacudieron la tierra. Sin embargo, muy pocos saben lo que ocurrió realmente.
Los principales partidos políticos de Bangladesh envuelven hoy la guerra en un velo de mentiras. Se cubren de gloria exagerando el papel que jugaron sus partidos en la lucha por la independencia.
Pero los verdaderos héroes de aquella historia fueron los millones de bengalíes anónimos que lucharon y estuvieron dispuestos a pagar el último sacrificio por la causa de la libertad. Ya es hora de aclarar las cosas.
Contenido
- 1 Partición
- 2 Pakistán Oriental
- 3 El movimiento lingüístico
- 4 Dictadura
- 5 Revolución
- 6 Traiciones del estalinismo y el maoísmo
- 7 El palo y la zanahoria
- 8 Elecciones
- 9 Se reaviva la revolución
- 10 La noche negra
- 11 La formación del Mukti Bahini
- 12 Oficiales radicales
- 13 Las secuelas
- 14 La JSD
- 15 La economía tras la independencia
- 16 Reanudando la historia
Partición
Los días 14 y 15 de agosto de 1947 se cometió un gran crimen contra la humanidad. Aproximadamente 2 millones de personas fueron asesinadas, 75.000 mujeres violadas y entre 10 y 20 millones desplazadas en un frenesí de violencia comunal desatado por la partición de la India. Ted Grant explicó las razones del crimen de esta manera:
«La partición del subcontinente en Pakistán e India fue un crimen llevado a cabo por el imperialismo británico. Inicialmente, el imperialismo británico intentó mantener el control de todo el subcontinente, pero, durante 1946-1947, estalló una situación revolucionaria en todo el subcontinente indio. El imperialismo británico se dio cuenta de que ya no podía contener la situación. Sus tropas eran mayoritariamente indias y no se podía confiar en que hicieran el trabajo sucio para los imperialistas.»
«Fue en estas condiciones cuando a los imperialistas se les ocurrió la idea de la partición. Como ya no podían mantener la situación, decidieron que era preferible azuzar a los musulmanes contra los hindúes y viceversa. Con este método, planeaban dividir el subcontinente para que fuera más fácil controlarlo desde el exterior una vez que se hubieran visto obligados a abandonar la presencia militar. Lo hicieron sin preocuparse por el terrible derramamiento de sangre que se desataría». (Ted Grant, 2001)
Fue un acontecimiento completamente evitable. Tan sólo un año antes, hindúes, sijs y musulmanes estaban hombro a hombro en las barricadas en una revolución contra la ocupación británica en India.
Gran Bretaña ya no podía mantener la dominación directa, por lo que tuvo que recurrir al divide y vencerás. En colaboración con las élites gobernantes hindúes y musulmanas, se dividió el subcontinente por sectas religiosas.
India debía albergar a la mayoría de hindúes, mientras que la nueva nación de Pakistán acogería a la mayoría de musulmanes.
La región de Bengala se dividió en Este y Oeste. El Oeste, de mayoría hindú, se incorporó a India, mientras que el Este, de mayoría musulmana, se convirtió en Pakistán Oriental (actual Bangladesh).
Pakistán Oriental
Aunque los habitantes de Pakistán Occidental y Oriental compartían la misma religión, habían desarrollado culturas y tradiciones únicas y hablaban idiomas totalmente diferentes, ¡por no mencionar el hecho de que estaban separados por 1.200 millas de tierra hostil!
Desde el primer día, Pakistán Oriental estuvo bajo la completa dominación económica, política y cultural de Pakistán Occidental.
Veintidós familias capitalistas de Pakistán Occidental poseían alrededor del 66% de la industria y el 80% de la banca de Pakistán Oriental en 1970. Karachi se convirtió en la capital a pesar de que la mayoría de la población residía en el Este.
Además, el salario medio de los trabajadores de Pakistán Occidental era de 35 libras al mes, frente a las 15 en Pakistán Oriental. Pakistán Oriental era un mercado cautivo para los productos fabricados en Pakistán Occidental, ya que la riqueza fluía de Oriente a Occidente.
El 90% del ejército procedía de Pakistán Occidental y sólo el 16% de la élite de funcionarios públicos eran paquistaníes orientales. El urdu se proclamó el idioma nacional, a pesar de que sólo el 7% de la población lo hablaba, frente al 55% que hablaba bengalí.
La clase dominante de Pakistán Occidental suprimió las libertades democráticas de los bengalíes para defender sus propios privilegios y garantizar la máxima extracción de beneficios.
Aunque formalmente era libre de sus amos coloniales británicos, Pakistán Oriental era ahora una semicolonia de Pakistán Occidental, que albergaba a una masa de bengalíes oprimidos.
Lenin señaló en una ocasión que la cuestión nacional es, en última instancia, una cuestión de pan. La cuestión de la libertad económica estaba en el centro de la lucha por la independencia.
El Estado de Pakistán estaba construido sobre dinamita.
El movimiento lingüístico
Los primeros murmullos de descontento surgieron en 1952 con un movimiento de masas por el reconocimiento y la práctica de la lengua bengalí. El movimiento obtuvo un apoyo masivo después de que la policía disparara y matara a decenas de estudiantes activistas.
Durante este movimiento, un joven Mujib-ur-Rahman, el padre de la tirana Sheikh Hasina, recientemente derrocada, saltó a la fama. Acabaría convirtiéndose en el dirigente del partido nacionalista bengalí, la Liga Awami, que más tarde sería clave en la lucha por la independencia.
Mujib pertenecía a la clase media, era terrateniente y se inspiraba en la democracia «occidental». Era ferozmente carismático y tenía una buena educación, lo que le convertía en la figura ideal para la pequeña burguesía bengalí ascendente.
Las elecciones generales de 1954 dieron la victoria a la coalición nacionalista bengalí, el Frente Unido (Frente Jukta), que obtuvo el 65,5% de los votos. Aterrorizada por el creciente descontento contra el nacionalismo pakistaní occidental, la élite pakistaní occidental disolvió el gobierno tras sólo 56 días y se vio obligada a conceder el reconocimiento oficial de la lengua bengalí en 1956.
Fue en la tormenta y el estrés de la década de 1950 cuando se forjó la moderna conciencia nacional bangladesí.
Dictadura
La «democracia» pakistaní llegó a su fin en 1958. La agitación política, social y económica provocó la prohibición de los partidos políticos y el estancamiento de la lucha de clases.
En 1958, el oficial del ejército Ayub Khan llegó al poder mediante un golpe militar y gobernó como un hombre fuerte, balanceándose entre las clases para «salvar al país de la anarquía». Se implementó la ley marcial y se prohibieron todas las reuniones políticas. Se suprimió la cultura bengalí.
Ayub Khan invitó al ejército estadounidense a construir bases militares, convirtiendo a Pakistán en un puesto de avanzada del imperialismo estadounidense en la región.
Internamente, Pakistán experimentó un crecimiento económico sin precedentes durante la década de 1960 bajo la dictadura militar. Los sindicatos eran prácticamente ilegales, lo que convirtió a Pakistán en un paraíso para la inversión extranjera.
La industrialización había forjado una poderosa clase obrera en las ciudades que se extendían por todo Pakistán, cada vez más enfadada con el régimen. Las masas sufrían horribles condiciones de trabajo mientras la banda de superricos capitalistas, terratenientes y élites militares alardeaba de su riqueza.
En 1965, Pakistán libró una costosa y desastrosa guerra con India por Cachemira, que exacerbó la inflación e incrementó el coste de vida.
La censura de prensa y las restricciones severas a la expresión política intensificaron el sentimiento de opresión nacional de los bengalíes en Pakistán Oriental.
Esto sentó las bases para una todopoderosa explosión de la lucha de clases. Todo lo que se necesitaba era una chispa que encendiera el odio y la ira profundamente arraigados contra el régimen.
Los capitalistas pakistaníes occidentales obtenían superganancias de la propiedad de enormes extensiones de tierra y de la explotación de los grupos étnicos minoritarios en busca de mano de obra barata.
Por tanto, la burguesía pakistaní, atada de pies y manos a los terratenientes y a los imperialistas estadounidenses, se mostró incapaz de formar un Estado democrático moderno que pudiera responder a las necesidades básicas del pueblo: tierra para los campesinos y libertad para los grupos étnicos oprimidos.
En 1966, Mujib-ur-Rahman presentó el «programa de seis puntos», que exigía una mayor autonomía y la restauración de la democracia parlamentaria dentro de la federación de Pakistán. Exigía el derecho a formar un ejército independiente y a tener control sobre sus propios impuestos e ingresos, incluyendo la existencia de dos monedas separadas.
Este programa, por moderadas que fueran sus reivindicaciones, era un anatema para la clase dominante pakistaní. Pakistán Oriental era la principal fuente de beneficios de la clase dominante (basada principalmente en Pakistán Occidental) y, al mismo tiempo, su población representaba la mayoría de la población total de Pakistán. Conceder el sufragio universal habría significado perder el control de la situación (como finalmente ocurrió). Conceder a Pakistán Oriental el poder de recaudar impuestos y su propia moneda habría significado la pérdida del control económico por parte de la clase dirigente de Pakistán Occidental.
Además, en torno al programa de seis puntos se organizó un movimiento de masas que contó con el apoyo de la mayoría de las masas de Pakistán Oriental.
Revolución
El preludio de la revolución comenzó en 1967 con una huelga militante de trabajadores ferroviarios en Pakistán Occidental y la elección de un gobierno de «Frente Unido», que incluía a partidos comunistas y socialistas, en el estado indio de Bengala Occidental (adyacente a Pakistán Oriental), que sacó a miles de personas a las calles de Calcuta en señal de apoyo.
El periódico The Economist proclamó alarmado: «Si algún lugar de Asia está maduro para un intento de revolución urbana es Calcuta, y las ciudades de Pakistán Oriental no se quedan atrás».
No se equivocaban. En la ciudad de Rawalpindi, en Pakistán Occidental, el 7 de noviembre de 1968, la policía abrió fuego contra unos estudiantes que protestaban por el trato agresivo de los funcionarios de aduanas, matando a una persona. Los disturbios y protestas estallaron en toda la ciudad y se extendieron como un reguero de pólvora por todo el país, incluido Pakistán Oriental.
Toda la rabia y la ira acumuladas contra el régimen habían salido a la superficie.
A estas alturas, la dirección del movimiento estaba principalmente en manos de Mujib-ur-Rahman, de la Liga Awami, y del «rojo» Maulana Abdul Hamid Khan Bhashani, presidente del maoísta Partido Nacional Awami (NAP), una amalgama de organizaciones campesinas alineadas con China.
Bhashani era un hombre culto de origen campesino de clase media. Inspirado por Mao y la revolución china, creía que la lucha por la independencia se ganaría mediante una guerrilla armada dirigida por el campesinado. El levantamiento campesino de Naxalbari (Bengala Occidental) en 1966 influyó poderosamente a los dirigentes campesinos con conciencia política de Pakistán Oriental.
Consiguió hacerse con una base de masas entre el campesinado y la juventud estudiantil.
A partir de finales de noviembre de 1968, Maulana Bhashani instó a los campesinos pobres a realizar gherao (rodear) las residencias de los funcionarios de desarrollo corruptos y las oficinas de Tahsil (encargadas de los ingresos y la propiedad de la tierra). Este «gherao» comenzó en numerosos distritos en diciembre.
El 6 de diciembre, Bhashani convocó una huelga general. El gobierno respondió con represión y la prohibición de todas las asambleas y marchas. El movimiento, respaldado esta vez por Mujib y el ala estudiantil de la Liga Awami y el Sarbadaliya Chhatra Sangram Parishad (Comité de Acción Estudiantil de Todos los Partidos), convocó otra huelga general el 13 de diciembre.
Esta agitación coincidió con las audiencias del Caso de Conspiración de Agartala, en el que Mujib y otras 34 personas estaban siendo juzgadas bajo la acusación de conspirar con India para traer una revolución violenta a Pakistán Oriental. A medida que se acercaba la fecha final del juicio, se intensificó la agitación para exigir la liberación de todos los acusados.
El Comité de Acción Estudiantil se formó el 4 de enero de 1969 tras la fusión de grupos estudiantiles nacionalistas y de izquierdas. Se convirtió en la vanguardia de la revolución.
Los seis puntos de Mujib fueron sustituidos por el «programa de 11 puntos», más radical, presentado por los estudiantes. Éste exigía la completa autonomía de Pakistán Oriental, la liberación de los presos políticos, el restablecimiento de la democracia parlamentaria, la reducción de los impuestos a los agricultores y «la nacionalización de los bancos, las compañías de seguros y todas las grandes industrias, incluida la del yute». A través de su propia experiencia, el movimiento fue sacando conclusiones más radicales, vinculando las consignas democráticas con las sociales y adquiriendo un carácter anticapitalista.
Las manifestaciones masivas se aceleraron el 20 de enero, después de que el dirigente estudiantil Amanullah Mohammad Asaduzzaman fuera martirizado por la policía en una manifestación pacífica. Su muerte se sigue celebrando hoy como un heroico sacrificio por la causa. Los estudiantes convocaron un hartal de protesta (huelga general y paro) para el día siguiente, que fue ampliamente observado.
Por cada manifestante asesinado, miles más se unieron al movimiento, el cual se radicalizaba más cada día:
«La lucha de la clase media por un gobierno democrático bajo la dirección de la burguesía se transformó en un estallido revolucionario de las masas. La población trabajadora -los tiradores de rickshaw, los conductores de automóviles y todos los demás jornaleros- de la ciudad se unió a los estudiantes y desafió a las fuerzas del orden. El levantamiento popular hizo añicos la fachada de estabilidad del régimen y la administración se derrumbó». (Movimiento obrero en Bangladesh, Kamruddin Ahmad, 1978)
El 17 de febrero de 1969 se produjo otro punto de inflexión. Un soldado mató a bayonetazos a un profesor, Mohammad Shamsuzzoha, de la Universidad de Rajshahi, en Pakistán Oriental, en una manifestación. Cuando la noticia llegó a Daca, la capital, el ambiente se volvió explosivo.
Las autoridades decretaron un toque de queda que fue ignorado. Estudiantes y trabajadores se enfrentaron a las autoridades en las calles y murieron más de 100 personas. Las balas dejaron de ser un elemento disuasorio.
Cuando las masas pierden el miedo, es la sentencia de muerte de cualquier régimen. Ayub Khan tenía los días contados.
El 21 de febrero, anunció que no se presentaría a las elecciones de 1970, que iban a ser las primeras elecciones basadas en el sufragio universal en la historia del país.
El comité de acción estudiantil se reunió con representantes del Estado para exigir el fin del toque de queda y la liberación de los presos políticos. Mujib fue liberado un día después, el 22 de febrero, ante una multitud jubilosa.
¡Qué victoria! Sin embargo, en lugar de aplacar a las masas, la liberación de Mujib tuvo el efecto contrario: ¡se envalentonaron y la moral se reforzó masivamente!
Este fue un punto de inflexión en la revolución. La masa de trabajadores empezó a afluir al movimiento, seguida de cerca por los campesinos del campo.
The Times, en marzo, describió la escena: «huelguistas de todas las profesiones, oficios y ocupaciones, desde médicos a ferroviarios e ingenieros del Estado, desfilan por las calles casi cada hora exigiendo mejores condiciones de trabajo y más salario… no se ha visto un uniforme de policía en las calles de Daca en quince días».
La revolución avanzaba a un ritmo imparable. Cada día se sumaban más trabajadores a las huelgas. Bashani utilizaba una retórica cada vez más radical, animando a las masas a salir a la calle. Alentaba a los trabajadores a realizar gherao (tácticas de asedio), lo que significaba mantener a sus patronos como rehenes hasta que cedieran a sus consignas.
Las tácticas utilizadas por el movimiento campesino se habían extendido a la clase obrera.
El 17 de marzo se convocó con éxito una huelga general en todo el país, que llegó a cortar la electricidad del palacio presidencial. La huelga continuó hasta el 25 de marzo, cuando Ayub Khan dimitió.
Tanto en Pakistán Occidental como en Pakistán Oriental, los campesinos habían empezado a apoderarse de tierras y a crear tribunales para pedir cuentas a los odiados terratenientes.
Su lema pasó a ser «el que labra la tierra, recoge la cosecha», y «los terratenientes deben abdicar».
Hubo 24 incidentes de gherao en Pakistán Oriental, donde los trabajadores tomaron el control de grandes fábricas y edificios gubernamentales. En la mayoría de los lugares de trabajo se formaron comités de autogestión obrera.
En estado de pánico, Ayub Khan declaró: «Las instituciones administrativas están paralizadas. Las turbas recurren a los gheraos (asedios) y consiguen que se acepten sus consignas bajo coacción. (…) La situación ya no está bajo el control del gobierno. Todas las instituciones gubernamentales se han convertido en víctimas de la coacción, el miedo y la intimidación. (…) Todos los problemas del país se deciden en la calle».
Tenía razón. En la sociedad existía un poder independiente con más autoridad que el Estado. Es el poder de la clase obrera organizada en comités en los lugares de trabajo.
Una situación similar se estaba desarrollando rápidamente en todo Pakistán. Ayub Khan se vio obligado a abdicar el 25 de marzo, lo que demostró la fuerza de la revolución.
En Pakistán Occidental, el dirigente populista de izquierdas Zulfikar Ali Bhutto, del Partido Popular de Pakistán (PPP), tenía la dirección del movimiento.
Si Bhashani y Bhutto hubieran dirigido una insurrección para tomar el poder, podría haberse producido una transición pacífica del poder y un gobierno obrero formado sobre la base de comités de empresa, repartidos por todo Pakistán.
En este escenario, al pueblo bengalí se le daría la opción libre y democrática entre unirse a una unión voluntaria con un Pakistán Occidental dirigido por los trabajadores, o la separación completa. Una unión voluntaria sobre la base de un Estado obrero habría permitido a su vez la extensión del movimiento a Bengala Occidental y al resto de la India y, en última instancia, la formación de una federación socialista del subcontinente en la que el derecho de autodeterminación de las minorías oprimidas habría tenido pleno reconocimiento.
Sin embargo, Bhutto se opuso agresivamente al nacionalismo bengalí y estaba decidido a mantener la unidad forzada de Pakistán a cualquier precio.
Traiciones del estalinismo y el maoísmo
Además, Bashani nunca tuvo intención de tomar realmente el poder. Creía que primero había que ganar la independencia y sólo entonces se podría construir el socialismo.
En lugar de ver los comités de empresa como el germen de una nueva sociedad y el arma con la que conquistar la independencia, los veía simplemente como un medio para obtener concesiones democráticas básicas de la clase dominante pakistaní occidental.
Por tanto, sus discursos demagógicos amenazando con una «guerra civil» no eran más que palabrería, mientras intentaba desesperadamente mantener el control de la dirección del movimiento.
Esto se debía a su alineamiento con la China de Mao.
En 1965, los estrechos intereses de la burocracia china chocaron con los de la Unión Soviética, lo que provocó la escisión chino-soviética. Esto provocó escisiones en la mayoría de los Partidos Comunistas de todo el mundo.
En lugar de llamar a la revolución internacional y aunar esfuerzos en una lucha mundial contra el capitalismo, se disputaron la influencia en la escena mundial e incluso colaboraron con los regímenes capitalistas para socavarse mutuamente.
Así, para contrarrestar la influencia soviética en el subcontinente, la burocracia china formó un bloque sin principios con el imperialismo estadounidense y, por extensión, con la clase dominante de Pakistán Occidental.
Un aspecto clave de esta estrategia fue utilizar a sus partidos comunistas alineados como instrumentos de sus respectivas políticas exteriores. El NAP de Bashani, y el pueblo de Bangladesh en general, eran simples peones en sus cínicos juegos.
Esto puso a Bashani en una posición imposible. Se suponía que debía dirigir la lucha por la independencia, pero al mismo tiempo prestar apoyo a su opresor, ya que Ayub Khan era amigo de Mao y China.
El ayudante de Bashani en aquella época recuerda su visita a Mao. En lugar de volver animado y armado políticamente para tomar el poder, recuerda que regresó solemne y deprimido y que nunca volvió a ser el mismo.
Todos los partidos de izquierda, bajo la influencia del estalinismo, se ataron de pies y manos con la falsa teoría de las «dos etapas», esta falsa idea. Esta era la idea de que las tareas de la revolución eran de naturaleza burguesa y que, por lo tanto, la revolución socialista estaba fuera de la agenda y sólo era posible después de un largo período de democracia burguesa. En una loca caza de una inexistente «burguesía progresista», los llamados comunistas acabaron en todo tipo de alianzas extrañas y sin principios.
Por ejemplo, múltiples agrupaciones maoístas de Pakistán Oriental ignoraron la cuestión nacional bengalí o se opusieron activamente a ella. Algunos partidos de izquierda llegaron a describir el régimen de Ayub como progresista debido a la industrialización que se estaba llevando a cabo en aquella época. Por lo tanto, calificaron el movimiento revolucionario contra él de conspiración estadounidense fomentada por la CIA.
Este completo fracaso político de los partidos «comunistas» estalinistas y maoístas fue precisamente lo que permitió que Bhutto y Mujib capturaran la dirección de los movimientos revolucionarios en Pakistán Occidental y Oriental respectivamente.
El palo y la zanahoria
Todo el país se había paralizado y la clase dominante exigía el orden mediante la suspensión de la Constitución y la aplicación de la ley marcial. Pero el propio Ayub no podía imponerla: estaba totalmente desacreditado. Por tanto, el poder pasó a manos del comandante en jefe militar Yayha Khan.
Si Ayub manejaba el palo, Yayha colgaba la zanahoria. Anunció unas nuevas elecciones generales basadas en el sufragio universal y algunas reformas sindicales menores. Su esperanza era canalizar el movimiento dentro de unos límites seguros.
Esto tuvo el efecto deseado, ya que muchos bengalíes nunca habían experimentado una representación política de este tipo.
Sin una comprensión clara de cómo llevar a cabo una revolución, Bhashani empezó a perder su autoridad. En aquel momento se debatía sobre «la papeleta o la bala», es decir, ¿elecciones o revolución? Pero la concepción que Bhashani tenía de la revolución se limitaba por completo a la visión maoísta de la guerra de guerrillas campesina.
De hecho, uno de sus estrechos colaboradores, sindicalista y dirigente de su partido, Kaniz Fatima, contó muchos años después a un camarada nuestro una visita que hizo una vez a Karachi. Esta ciudad era y es la más industrializada y proletaria del país. Mientras estaba allí, preguntó a los miembros de su partido si había montañas cerca de Karachi. Le respondieron que no. Entonces descartó la idea de que fuera posible llevar a cabo una revolución allí.
Su incapacidad para ofrecer una estrategia clara para la independencia le llevó a él y al NAP a anunciar su boicot a las elecciones. Afirmó que las elecciones fortalecerían a Pakistán y que primero habría que resolver las cuestiones del hambre y la independencia.
Sin embargo, para entonces el movimiento de masas estaba menguando y crecían las ilusiones en las elecciones. Sin ofrecer una alternativa revolucionaria viable, boicotear las elecciones era una táctica estéril. Entonces, se dejó el campo libre a la Liga Awami de Mujib.
Esto equivalía a una abdicación de la lucha. Creó un enorme vacío político que Mujib estaba dispuesto a llenar.
La cuestión fundamental en ese momento era qué carácter adoptaría la revolución. Bhashani no aceptaba que la revolución asumiera un carácter socialista, ¡incluso cuando lo tenía delante de sus narices! Todas sus tácticas y maniobras derivaban de la falsa idea de las dos etapas.
Elecciones
La opresión nacional de los bengalíes había producido un movimiento revolucionario de clase. Sólo podía resolverse si la clase obrera tomaba el poder a la cabeza de toda la nación. Pero como la dirección obrera se negó a hacerlo, la clase obrera bengalí se echó en brazos de los nacionalistas de clase media.
La Liga Awami de Mujib era el partido de las clases medias bengalíes emergentes. La mayoría de los dirigentes de la Liga Awami eran pequeños y medianos propietarios de tierras y negocios, y el partido se apoyaba firmemente en este estrato de la sociedad.
Estaban dispuestos a apoyarse en el auge de las masas para presionar a la élite gobernante de Pakistán Occidental y obtener concesiones. Pero aunque su lenguaje se volvió muy radical, reflejando el estado de ánimo del movimiento, no estaban dispuestos ni eran capaces de llegar hasta el final. Toda su estrategia se basaba en intentar encontrar una solución negociada.
En realidad, el movimiento de masas por la liberación nacional estaba totalmente vinculado a la cuestión de la propiedad. Los campesinos ocupaban la tierra y los obreros las fábricas. Esto aterrorizó a los dirigentes de clase media de la Liga Awami, que temían (con razón) que un Bangladesh independiente se viera envuelto en la lucha de clases y que todo el proceso acabara con la abolición del capitalismo.
La élite gobernante pakistaní depositó sus esperanzas en que el voto en el Este se dividiera entre múltiples partidos nacionalistas, islamistas y campesinos. Esto les permitiría dividir y gobernar, y esperar a que las masas se desmoralizaran.
Lamentablemente, calcularon mal. Subestimaron el ardiente odio de los bengalíes hacia la élite gobernante de Pakistán Occidental, que durante décadas les había sometido a una pobreza extrema y a la opresión nacional.
Sin alternativa política, el 7 de diciembre de 1970, la Liga Awami de Mujib obtuvo 160 de los 162 escaños de Pakistán Oriental. Esto dio a los nacionalistas bengalíes no sólo una aplastante mayoría en el Este, sino también una mayoría en todo Pakistán, ¡con el 39,2% de los votos emitidos!
La élite gobernante se horrorizó ante este resultado, que suponía un mandato de facto para la independencia y la ruptura de Pakistán.
Mujib exigió la convocatoria inmediata de la Asamblea Nacional, en la que la Liga Awami tenía mayoría absoluta.
Se reaviva la revolución
La burguesía y los terratenientes de Pakistán occidental nunca podrían aceptar un Bangladesh independiente. Eso significaría perder el derecho a explotarlo como colonia y el fin de los superbeneficios que obtenían allí. También daría un impulso a la lucha de las muchas otras nacionalidades oprimidas que componen Pakistán. Además, un Estado bengalí, amigo de India y con su propio ejército, debilitaría enormemente su posición en la región.
La superexplotación de los bengalíes estaba, por tanto, ligada a su opresión nacional por parte de los paquistaníes occidentales más ricos, por lo que la única forma de solucionar esto era derrocar a quienes los explotaban: los capitalistas.
Mujib, sin embargo, no estaba dispuesto a romper con el capitalismo e ir más allá de los estrechos límites de la democracia burguesa. Le horrorizaba que la beligerante élite gobernante pakistaní occidental no ofreciera ninguna concesión, llegando a afirmar «¿no se dan cuenta de que soy el único que puede detener a los comunistas?». (Bangladesh: The Unfinished Revolution, 1979, Lawrence Lifschultz)
En otras palabras, Mujib no tenía ninguna perspectiva de lucha contra el dominio de la clase dominante de Pakistán Occidental. Más bien esperaba un acuerdo podrido, que no llegara a la plena independencia, en el que la burguesía bengalí local obtuviera cierta autonomía y participara en el botín de la explotación de los obreros y campesinos locales. La burguesía siempre temerá más a la clase obrera que a un «rival» burgués. Estarán encantados de aceptar la subyugación de otra burguesía si eso significa que conservan algunos de sus privilegios, en lugar de perderlos todos a manos de una revolución socialista.
El 1 de marzo de 1971, Yayha Khan aplazó la convocatoria de la Asamblea Nacional, lo que desató una furiosa reacción de las masas bengalíes.
Un testigo ocular describe la escena que se vivió en un partido de críquet cuando se conoció la noticia:
«Muchos espectadores se llevaron sus transistores, en cuanto se enteraron del aplazamiento de la sesión parlamentaria, se desató el infierno. Entre 40.000 y 50.000 personas abandonaron el estadio y salieron a la calle gritando consignas de «joi bangla», lema nacionalista de Bengala Occidental que significa «Victoria para Bengala».
Las tres calles frente al hotel estaban abarrotadas de gente armada con barras de hierro y palos de bambú… Había una hoguera de banderas pakistaníes y retratos de Jinnah [el fundador de Pakistán]».
El látigo de la contrarrevolución había dado nuevos bríos a la revolución. La Liga Awami convocó una huelga general bajo la presión de las organizaciones estudiantiles radicales de izquierda.
«El tráfico rodado, los comercios, las fábricas y las oficinas están cerrados. Todo el mundo respondió de todo corazón al llamamiento a la huelga pública… incluso el mercado de pescado y verduras estaba cerrado». (Of Blood and Fire: The Untold Story of Bangladesh’s War of Independence, 1989, Jahanara Imam)
En respuesta, se anunció un toque de queda y se declaró la ley marcial, prohibiendo la publicación de toda noticia hostil al gobierno. Pero se hizo caso omiso del toque de queda.
Se levantaron barricadas mientras las masas se enfrentaban a la policía durante días y noches. Los dirigentes estudiantiles de izquierdas presionaban a Mujib para que declarara la independencia el 3 de marzo. Dio una conferencia de prensa y todos esperaban que la anunciara. Fueron decepcionados. En su lugar, hizo un llamamiento a la «no cooperación violenta».
Un testigo presencial de la conferencia declaró: «No dijo nada. Pero parecía bastante sombrío». (Of Blood and Fire: The Untold Story of Bangladesh’s War of Independence, 1989, Jahanara Imam)
En su lugar, los dirigentes estudiantiles convocaron su propia manifestación masiva en el Paltan Maidan, leyendo en voz alta el «programa de independencia». Uno de los principales dirigentes estudiantiles, A. S. M Abdur Rab, desplegó la nueva bandera de Bangladesh ante una multitud jubilosa.
Mujib estaba perdiendo rápidamente el control de la situación y estaba siendo empujado mucho más lejos de lo que en un principio estaba dispuesto a ir.
Los enfrentamientos callejeros no cesaban. El 7 de marzo, Mujib iba a hacer un anuncio muy esperado que atrajo a 300.000 personas de todas partes. Sin embargo, «Sheikh (Mujib) volvió a decepcionar a todo el mundo». (Of Blood and Fire: The Untold Story of Bangladesh’s War of Independence, 1989, Jahanara Imam)
Había debates intensos día y noche en todos los lugares de trabajo, universidades, reuniones de masas, e incluso en el seno de los hogares, sobre cuál sería el siguiente paso del movimiento independentista.
Se produjo y distribuyó ampliamente poesía, canciones, dibujos animados y pegatinas nacionalistas revolucionarias. En la televisión de Daca se mostraba cada hora arte revolucionario nuevo y fresco, que inspiraba a miles de personas a unirse a la revolución por la independencia.
En el espacio de dos semanas, las masas habían ido más allá del estrecho nacionalismo de la Liga Awami y querían terminar el trabajo por medios revolucionarios.
El movimiento parecía imparable. Todos los partidos políticos, organizaciones estudiantiles, sindicatos, asociaciones profesionales y colectivos de artistas convocaron una gran manifestación el 23 de marzo titulada «día de la resistencia».
Era el momento. Había llegado el momento de dar un paso decisivo y tomar el poder. Esto es lo que las masas esperaban que fuera ese día.
Era obvio que sin la expulsión de los capitalistas y terratenientes de Pakistán Occidental, el programa de 11 puntos no podría llevarse a cabo.
Los ricos pakistaníes occidentales nunca renunciarían voluntariamente a la propiedad de los bancos, la industria y la tierra, ni permitirían el florecimiento de una democracia liberal.
Si hubiera existido un auténtico partido comunista con raíces en cada lugar de trabajo, comunidad y aldea, podrían haber transformado la huelga general en una expropiación de los terratenientes y capitalistas de Pakistán Occidental, nacionalizado los bancos y las cumbres de la economía bajo el control de los trabajadores y conquistado una auténtica independencia con muy poca sangre derramada.
Sin embargo, sin una dirección clara, el día que tenía tanto potencial terminó como una especie de celebración de masas. Una vez más, se perdió la oportunidad de tomar el poder. Esto tendría consecuencias desastrosas.
La noche negra
El 25 de marzo de 1971, la población de Pakistán Oriental se despertó con «los sonidos ensordecedores de los cañones pesados, los sonidos intermitentes de las ametralladoras, el susurro de las balas». «Se oyeron gritos de angustia y llantos desgarradores de las víctimas». (Of Blood and Fire: The Untold Story of Bangladesh’s War of Independence,1989, Jahanara Imam)
El ejército pakistaní invadió el país para ahogar en sangre la revolución en lo que se llamaría la «Noche Negra». Se anunció un toque de queda indefinido, se prohibieron los partidos políticos y las autoridades pakistaníes detuvieron a Mujib y a otros dirigentes.
Fue una brutal intervención militar contra una población civil desarmada.
El partido fundamentalista islámico Jamaat-e-Islami suministró tropas al ejército de Pakistán Occidental para formar una fuerza paramilitar contrarrevolucionaria. Estos grupos, junto con el ejército de Pakistán Occidental, cometieron una campaña sistemática de asesinatos brutales y violencia sexual.
Se cometió un genocidio contra el pueblo bengalí. Se desconoce el número de muertos, pero las estimaciones oficiales oscilan entre 300.000 y 3 millones. Miles de mujeres bengalíes fueron violadas y 8,9 millones de personas se vieron obligadas a huir del país como refugiados.
Este fue el precio que el pueblo bengalí sufrió por la vacilación de sus cobardes dirigentes.
La política débil e indecisa de Mujib invitó a la agresión de la élite gobernante de Pakistán Occidental.
A menos que el poder pasara a manos de la clase obrera y el campesinado, la violencia de una clase dirigente decrépita y despiadada, arrinconada, era inevitable.
La política de Mujib de instar a las masas a mantener sus demandas dentro de los límites de la democracia las desorientó por completo.
No se hizo ninguna preparación para este acontecimiento inevitable: las masas estaban desarmadas y, como consecuencia, millones de personas murieron en las circunstancias más brutales. Una clase o casta dominante jamás renuncia a su poder y sus privilegios sin luchar.
Mujib se había dejado capturar por las autoridades de Pakistán Occidental. Incluso hasta su captura, siguió suplicando a Yayha un compromiso. Incluso estaba dispuesto a aceptar un programa de independencia suavizado que, en la práctica, habría seguido significando la subyugación por parte de Pakistán.
La dirección pequeñoburguesa, cuando se enfrenta al movimiento de las masas, siempre traicionará cuando éste empiece a superar sus estrechos intereses, cuando la propia propiedad privada se vea amenazada. En palabras de Henry Joy McCracken, uno de los líderes de la rebelión irlandesa de 1798: «Los ricos siempre traicionan a los pobres».
La formación del Mukti Bahini
La invasión atravesó el floreciente auge revolucionario. Muchos agacharon la cabeza y trataron de mantener a salvo a sus familias o abandonaron el país por completo.
Para echar sal en las heridas, el primer ministro de China, Zhou Enlai, escribió a Yayha Khan el 13 de abril de 1971 diciendo: «El gobierno y el pueblo chinos apoyarán firmemente, como siempre, al gobierno y al pueblo de Pakistán en su justa lucha por salvaguardar la soberanía del Estado y la independencia nacional». También ayudaron a suministrar armas y ayuda financiera a Pakistán Occidental.
Fue una traición desgarradora para muchos que veían en la China de Mao una fuente de inspiración. Esto dejó a grandes sectores de la juventud desorientados y sin dirección.
Pero entre bastidores, una parte significativa de los oficiales subalternos y de los soldados rasos se había radicalizado por la brutal violencia que el ejército de Pakistán Occidental estaba infligiendo a su propio pueblo.
Uno de esos oficiales fue Abu Taher, que desertó del ejército de Pakistán Occidental y se unió a la resistencia, convirtiéndose en comandante del 11º sector. Más tarde desempeñaría un papel importante en los acontecimientos revolucionarios posteriores a la independencia.
Huyeron al campo para formar el Mukti Bahini (Ejército de Liberación) con los elementos más aguerridos y abnegados de la juventud, y libraron una guerra de guerrillas.
Muchas mujeres se unieron al Mukti Bahini en unidades femeninas y lucharon valientemente codo con codo con los hombres.
También arriesgaron sus vidas como espías, transportando suministros, atendiendo a los heridos e incluso convirtiendo sus casas en hospitales improvisados.
Las mujeres desempeñaron un papel decisivo en la revolución y en la Guerra de Independencia.
Oficiales radicales
El 10 de abril de 1971 se estableció en Calcuta, Bengala Occidental, un Gobierno de Bangladesh en el exilio (Gobierno de Mujibnagar).
Atrajeron a una capa de funcionarios estatales, intelectuales y mandos militares.
Coordinaron el mando «oficial» del Mukti Bahini con la ayuda del Estado indio.
El mando «oficial» estaba formado por la élite militar bengalí, apoyada por el gobierno de la Liga Awami en el exilio, que quería librar una guerra convencional con una estructura de mando de oficiales regulares.
No disponían de fuerzas numéricas suficientes para asestar un golpe decisivo al ejército de Pakistán Occidental, por lo que dependían en gran medida del apoyo del ejército indio.
El Estado indio, aunque defendía de boquilla la independencia bengalí, tenía verdaderos intereses materiales en intervenir.
Temían que el movimiento se extendiera fácilmente a Bengala Occidental y después a toda India. Querían controlar este movimiento, ya que tenía el potencial de traspasar los límites del sistema capitalista en el sur de Asia.
Sin embargo, nunca quisieron ocupar Bangladesh y anexarlo a India. Esto probablemente habría provocado que el movimiento se extendiera aún más.
Lo mejor que esperaban era un Estado bangladesí, amigo de los capitalistas indios, que formara una parte clave de su estrategia regional para debilitar a sus archirrivales.
De hecho, tras los acontecimientos de 1971, India tenía la opción de imponer una aplastante derrota a Pakistán. Pero la clase dominante india necesitaba el fantasma de un archirrival definido por diferencias religiosas en su frontera para desviar las luchas internas de las masas. Esto se acopla bastante al plan original del imperialismo británico, que dividió la India en 1947 por motivos religiosos.
En el seno del Mukti Bahini empezaron a cristalizar tendencias opuestas sobre los métodos y tácticas de la resistencia.
La fuerza principal del mando «oficial» que trabajaba con el ejército indio estaba dirigida por el general M.A.G. Osmany, oficial retirado del ejército pakistaní. El mando operativo en territorio indio en Tripura estaba dirigido por Khaled Musharraf, con la brigada Norte bajo el mando de Ziaur Rahman, que pasaría a desempeñar un papel contrarrevolucionario tras la independencia.
Por otro lado, había oficiales radicales como Abu Taher que rechazaban el apoyo de India y querían transformar la guerra en una guerra revolucionaria de independencia basada en comunas aldeanas.
Esta era la posición del ala de extrema izquierda del movimiento nacionalista, que más tarde formaría el partido Jatiya Samajtantrik Dal (Partido Nacional Socialista, o JSD), que conscientemente envió cuadros del partido al campo y a las ciudades para ganarse a los campesinos y a los jóvenes para el Mukti Bahini.
Gracias a su ingenio militar y a su mensaje político, Taher se estaba forjando una enorme autoridad entre las bases de la Mukti Bahini. A mediados de septiembre dirigió una exitosa campaña en Chilmari que rompió el control militar de Pakistán sobre el norte de Bengala.
A continuación, puso sus miras en otra conquista estratégica clave: el asedio de Kamalpur el 24 de octubre, que finalmente fue conquistada el 14 de noviembre, con Taher perdiendo una pierna en el proceso.
El siguiente paso en la estrategia de Taher fue lanzar un asalto final contra Dakha con un ejército revolucionario de campesinos y jóvenes.
El alto mando militar bengalí, el gobierno de la Liga Awami en el exilio y la clase dominante india empezaron a alarmarse.
La clase dominante india comprendió que si Taher llegaba a la ciudad con 100.000 combatientes revolucionarios, aparecerían como libertadores de forma similar a los rebeldes cubanos y al Ejército Rojo chino. Esto significaría un desastre para el capitalismo indio, que estaba sumido en su propia crisis económica. También allí, la clase dominante luchaba por mantener a raya la lucha de clases, especialmente en Bengala Occidental.
El avance de un ejército revolucionario habría desencadenado la revolución en todo el subcontinente. Esto la clase dominante india no podía tolerarlo, por lo que el 3 de diciembre de 1971, India envió 150.000 soldados, que llegaron a Daca antes que el Mukhti Bahini.
India intervino y salvó la situación para las clases dominantes. De un plumazo, fueron capaces de escenificar el final de la guerra: disolviendo las comunas de las aldeas y desarmando a las guerrillas de izquierdas. En segundo lugar, salvaron al ejército pakistaní de la ira de la población local, que les habría castigado por los horribles crímenes que habían cometido durante la guerra. La represalia de las masas habría enviado un mensaje contundente a las clases dirigentes de todos los países de la región.
En lugar de ello, los generales indios y pakistaníes cenaban y cenaban juntos, recordando entre risas los «buenos viejos tiempos», cuando servían juntos en el ejército británico como colegas. Unos 90.000 miembros del ejército pakistaní y sus familias fueron trasladados a India como prisioneros de guerra.
El 16 de diciembre, el ejército pakistaní se rindió y la gente se echó a la calle gritando consignas bengalíes e izando la bandera de la independencia.
El ejército indio fue recibido en Daca con escenas de júbilo. Las atrocidades cometidas por el ejército pakistaní y las insoportables condiciones de guerra hicieron que las masas aceptaran cualquier medio para detener la guerra, ¡incluso si significaba la invasión de un ejército extranjero!
Las secuelas
En su libro en el que relata de primera mano la guerra de liberación, Jahanara Imam resume el ambiente de posguerra:
«Aún no se han restablecido las líneas telefónicas y eléctricas. ¿Quién lo hará? Toda la ciudad ríe y llora al mismo tiempo. La gente está contenta porque por fin es libre, pero el precio que hubo que pagar con sangre fue inmenso».
Miles de personas dieron su vida por la lucha por la independencia. Pero, ¿cómo sería la independencia y sobre qué bases tomaría forma?
Las autoridades indias instalaron a Mujib como primer ministro del recién independizado Bangladesh, con la esperanza de que dirigiera la economía según sus intereses.
Seguía teniendo autoridad a los ojos de la mayoría de la población bengalí, y la clase dirigente india podía confiar en él como un par de manos seguras para llevar a cabo sus intereses.
Para Mujib, había conseguido lo que quería. Prometió restaurar «la ley y el orden» e implantar una «democracia al estilo de Westminster».
Sin embargo, el Bangladesh independiente se había sumido en un estado de barbarie. La economía estaba completamente paralizada.
Las infraestructuras del país estaban arruinadas. Más de 300 puentes ferroviarios y 270 de carretera habían sufrido daños, unos 10 millones de personas habían sido evacuadas, dejando fábricas y granjas sin actividad, y la tierra estaba devastada por las inundaciones y el hambre.
La peculiar naturaleza de la guerra significó que, aunque su final fue en gran parte escenificado por el ejército indio, el pequeño puñado de poderosos terratenientes y capitalistas de Pakistán Occidental fueron expulsados por la fuerza, dejando grandes extensiones de tierra y fábricas vacías.
La burguesía bengalí era demasiado débil como clase para llenar el vacío dejado por ellos, por lo que el régimen de la Liga Awami bajo Mujib se vio obligado a nacionalizar el 93% de la industria, el 80% del comercio internacional y todos los bancos comerciales locales.
Sólo sobre la base de la expulsión de los terratenientes y capitalistas de Pakistán Occidental se consiguió la independencia formal. Si hubiera existido un partido comunista revolucionario, esto se habría podido hacer por medios revolucionarios y progresistas con un mínimo derramamiento de sangre.
Sin embargo, incluso los demócratas pequeñoburgueses más «radicales» como Mujib demostraron que, por sí mismos, no estaban dispuestos y eran incapaces de hacerlo hasta que no les quedó más remedio. Frenaron continuamente el movimiento.
La independencia se consiguió a pesar de Mujib y de la Liga Awami.
El movimiento sólo pudo avanzar gracias a la participación activa de las masas en todas las etapas. Iban muy por delante de sus dirigentes e impulsaron la independencia por la pura fuerza de la voluntad revolucionaria.
En cambio, debido a la cobardía y prevaricación de Mujib y la Liga Awami, la expulsión de la élite de Pakistán Occidental se completó mediante un conflicto prolongado y sangriento que costó millones de vidas.
La JSD
Mujib regresó a un país diferente del que había dejado atrás. El país había sido diezmado por la guerra y la hambruna.
Aunque se nacionalizó la mayor parte de la industria, el principal objetivo de Mujib y de la élite gobernante era restablecer el orden y alimentar una clase capitalista bengalí autóctona.
Ordenó a los Mukti Bahini que entregaran las armas y reincorporó a muchos antiguos burócratas del régimen anterior, ¡el 80% de los cuales había colaborado escandalosamente con el régimen pakistaní!
En febrero de 1972, en una purga de oficiales radicales, Taher fue destituido de su cargo militar.
Mujib no podía confiar en los militares, ya que o eran colaboradores de Pakistán o radicales de izquierda. Por eso creó la Jatiya Rakkhi Bahini (JRB), o Fuerza de Defensa Nacional, una fuerza paramilitar personalmente leal a él.
La JRB cometió muchas atrocidades que hacen agua la vista. Aunque oficialmente se crearon para combatir el contrabando y el estraperlo, la mayor parte de su trabajo consistió en aplastar a las organizaciones de izquierda mediante la violencia, la violación y la tortura.
En abril de 1972, el ala más izquierdista del movimiento nacionalista y el Mukti Bahini se separaron definitivamente de la Liga Awami y formaron un nuevo partido, el Jatiya Samajtantrik Dal (JSD), que se vio obligado a actuar en la clandestinidad.
Sus cuadros procedían principalmente de los dirigentes estudiantiles radicales del período revolucionario de finales de los sesenta. El secretario general del partido era A. S. M Abdur Rab, destacado dirigente del comité de acción estudiantil.
Tras su destitución, Abu Taher y otros oficiales radicales se unieron al JSD, donde comandaron el brazo militar armado del partido, el Biplopi Gono Bahini (Ejército Popular Revolucionario).
Taher llegó a conclusiones aún más radicales, incluso se autodenominó marxista. Asqueado por la corrupción de las élites militares y la rehabilitación de criminales de guerra, llegó a la conclusión de que la verdadera independencia de Bangladesh sólo podría producirse mediante una transformación socialista de la sociedad, ideas por las que más tarde daría su vida.
La economía tras la independencia
La Liga Awami estaba formada principalmente por pequeños y medianos propietarios de tierras y negocios. Estos burócratas advenedizos de clase media eran individuos muy ambiciosos que pretendían convertirse en la clase capitalista bengalí autóctona. Utilizaron el aparato estatal para amasar una riqueza considerable.
El despilfarro, la corrupción y el nepotismo eran enormes en las industrias nacionalizadas. Los directores ejecutivos de las grandes empresas simplemente volvieron para gestionar las industrias estatales.
La mayor parte de la ayuda extranjera recibida se la embolsaron los altos cargos del partido de la Liga Awami. Por ejemplo, el presidente de Daca de la Liga Awami y presidente de la Media Luna Roja, Gazi Gulam Mustafa, creó una operación multimillonaria en el mercado negro. Se introdujo el racionamiento, lo que significaba que los funcionarios del Estado podían ganar mucho dinero vendiendo productos sobrevalorados a personas desesperadas y hambrientas.
El contrabando se convirtió en un negocio multimillonario. El gobierno de la Liga Awami ofreció «certificados de luchador por la libertad», que permitían a los ciudadanos acceder a las raciones. Sin embargo, se vendían en el mercado negro al mejor postor. Incluso colaboradores pakistaníes (razakars) se hicieron con algunos de estos certificados.
Además de la economía devastada por la guerra, en 1974 se produjeron las peores inundaciones de la historia del país, que provocaron una hambruna en la que se calcula que murieron 1,5 millones de personas.
Entre 1974 y 1975 la inflación fue del 51%. Los precios del arroz subieron bruscamente y el coste de la vida se cuadruplicó, mientras que los salarios sólo se duplicaron.
La corrupción abierta de los dirigentes de la Liga Awami disgustó a las masas, que experimentaban un sufrimiento inimaginable. Mujib pasó de ser el héroe de la nación al hombre más odiado del país.
El régimen estaba en crisis desde el primer día. Las disputas entre facciones estallaron en el seno de la Liga Awami y en el aparato del Estado.
Rápidamente, empezó a surgir la resistencia al régimen. En diciembre de 1973, el JSD organizó una manifestación de 100.000 personas y luego, en enero y febrero, organizó dos huelgas generales. En marzo, organizaron una marcha del hambre contra la casa del ministro del Interior. La policía abrió fuego y mató a 30 personas en lo que se conoció como la masacre de Minto Road.
En diciembre de 1974, durante las celebraciones del Eid, fue asesinado un diputado. El régimen lo utilizó como excusa para declarar el estado de emergencia.
Se prohibieron los partidos políticos, se abolió la libertad de prensa y reunión, y el parlamento se disolvió en una coalición llamada BAKSAL.
Se trataba de una coalición de partidos «independentistas» amalgamados en el parlamento. Pero, en esencia, este parlamento respondía ante Mujib y sólo ante Mujib. Mujib tenía la capacidad de vetar cualquier ley del parlamento.
Una democracia democrática, moderna y burguesa era imposible. Las contradicciones dentro del nuevo Bangladesh independiente eran demasiado explosivas para controlarlas.
La vida económica y el Estado de derecho apenas existían. La aspirante burguesía bengalí nativa era, en ese momento, una clase demasiado débil para imponer su autoridad en el país. Estaban completamente aterrorizados por las masas. En lugar de permitir el voto de la clase obrera mediante elecciones democráticas, tuvieron que esconderse tras la figura de un hombre fuerte encargado de defender sus intereses.
La clase obrera había sido incapaz de tomar el poder en 1970-71 debido a la cobardía de sus dirigentes, lo que llevó a un punto muerto temporal entre las clases.
Mujib empezó a hacer equilibrios entre las clases, concentrando cada vez más poder en sus manos.
Intentó plantear el BAKSAL como una «segunda revolución». No se trataba de una revolución, sino de un intento de reavivar su base de apoyo para asestar golpes a la clase cada vez más poderosa de los contrabandistas, los estraperlistas, los oficiales rebeldes del ejército y los burócratas del Estado.
Increíblemente, en esta coalición participó el Partido Comunista de Bangladesh, dirigido por Moni Singh, que disolvió el partido en el BAKSAL y subordinó por completo la línea del partido a Mujib.
Sin embargo, la base de apoyo de Mujib entre las clases medias ya no existía. Habían quedado completamente arruinadas por la guerra, el hambre y la pobreza. Ya no era su salvador.
Se estaban produciendo escisiones en la cúpula, especialmente dentro del ejército. El ala pro-paquistaní y pro-estadounidense estaba cada vez más descontenta con la eliminación de su poder y sus privilegios.
Para Mujib, todo estaba escrito. Estaba suspendido en el aire a la espera de que le arrancaran del poder. El 15 de agosto de 1975, un grupo de oficiales del ejército descontentos, con inclinaciones pro-paquistaníes y estadounidenses, irrumpieron en la residencia de Mujib, matándolo a él y a su familia.
Khondaker Mostaq Ahmed asumió el cargo de presidente. Sin embargo, no inspiraba mucha confianza a nadie.
Estos burócratas y oficiales del ejército habían sido principalmente razakars durante la Guerra de la Independencia, por lo que eran completamente despreciados por las masas.
Con un apoyo casi nulo entre la población, pronto fue sustituido por el brigadier Khaled Musharraff, que llegó al poder en un contragolpe el 3 de noviembre. Éste fue dirigido por un pequeño sector de la Liga Awami y del cuerpo de oficiales que habían sido leales a Mujib y se habían alineado con India.
Una vez más, estas personas no contaban con el apoyo de la población ni de las bases militares: ser el candidato de la continuidad de la hambruna y la corrupción no atraía al pueblo.
Había profundas divisiones entre la camarilla gobernante sobre cómo estabilizar la situación.
En última instancia, las divisiones en la cúpula de la sociedad dejaron un hueco para que intervinieran las masas.
Se temía una guerra civil entre facciones. Los oficiales que apoyaban a Mujib fueron asesinados en prisión y la situación parecía descontrolarse.
Ziaur Rahman, un oficial ambicioso, fue destituido como jefe del Estado Mayor del ejército y detenido por los golpistas.
Ante la falta de una alternativa política clara, las masas encontraron su expresión en el partido JSD.
En el momento de los golpes, el JSD había construido una base considerable entre la juventud, el campesinado y sectores de la clase obrera.
Con profundas divisiones en la cúpula, vieron la oportunidad de intervenir y tomar el poder.
El 7 de noviembre de 1975, rodearon a Musharraf y a sus hombres y rescataron al general Zia de la cárcel. A continuación, convocaron a la clase obrera, los campesinos y los jóvenes a manifestarse en las calles.
La insurrección fue impulsada principalmente por oficiales radicalizados por el movimiento revolucionario y la Guerra de la Independencia. Habían creado una organización llamada Biplobi Shainik Sangstha (Organización de Soldados Revolucionarios). Taher llegó a decir que «nuestra revolución no es simplemente cambiar una dirección por otra. Esta revolución tiene un único objetivo: el interés de las clases oprimidas».
La organización de una insurrección era totalmente correcta. Las escisiones en la cúpula habían dejado un enorme vacío de poder que había que llenar.
Si no lo hubieran hecho, la guerra civil o una dictadura militar habrían sido inevitables.
En ese momento, todo el aparato del Estado estaba paralizado. El poder estaba en bandeja para la JSD, que se puso a la cabeza de las masas.
Desgraciadamente, la JSD, aunque se autodenominaba marxista, tenía un programa ecléctico.
En lugar de un programa de clase independiente de expropiaciones y democracia obrera, pedían un gobierno de las llamadas «fuerzas progresistas» que simpatizaban con la independencia nacional.
Llegaron a la conclusión de que la clase obrera aún no poseía la conciencia necesaria para dirigir la sociedad por sí misma, por lo que el poder debía entregarse a un «actor neutral».
Zia llegó al poder. En una semana se detuvo a todos los dirigentes del JSD, incluido Taher, que fue ejecutado meses después, el 21 de julio de 1976.
La dirección del JSD pensó que Zia «podía ser utilizado para la causa de la política obrera». (Informe político y organizativo: 7 November and Subsequent Events, 4º número, 23 de febrero de 1976, p. 14) Está claro que no fue así. En realidad, Zia había estado esperando entre bastidores, esperando a ver en qué dirección soplaba el viento y a que llegara el momento oportuno para golpear.
La colaboración de clases siempre acaba en ruina. La clase obrera sólo puede confiar en su propia fuerza.
Sin ninguna clase social capaz de afirmar su dominio, sólo había un resultado posible: una despiadada dictadura bonapartista para aplastar a los obreros, jóvenes y campesinos revolucionarios.
La insurrección se ahogó en sangre. Fue el último clavo en el ataúd que puso fin al periodo de tormenta y tensión. Las JSD fueron incapaces de reorientarse correctamente y de darse cuenta de su error fatal. Esto marcó el comienzo de su degeneración.
Hoy, las JSD son una sombra de lo que fueron. Han abandonado cualquier atisbo de política revolucionaria de clase y se han limitado a poner fin al despótico régimen de la Liga Awami de Sheikh Hasina en nombre de detener el «mal mayor» del BNP.
Zia y el partido que creó, el BNP, gobernaron el país con mano de hierro, privatizando los activos estatales, alineándose con el imperialismo estadounidense y envalentonando a los fundamentalistas islámicos de derechas.
La contrarrevolución había vuelto a tomar las riendas.
Reanudando la historia
La cuestión nacional quedó formalmente resuelta para los bengalíes del antiguo Pakistán Oriental. Sin embargo, hoy Bangladesh es una de las naciones más pobres del mundo. Está completamente dominada por multinacionales extranjeras que, en colaboración con el Estado corrupto, imponen condiciones de trabajo distópicas.
Durante los últimos 53 años, el pueblo bangladeshí ha tenido que elegir entre dos corruptos grupos de gangsters para gobernarlo: el BNP o la Liga Awami.
Como dijo una vez James Connolly:
«Si mañana echáis al ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que emprendáis la organización de una república socialista, todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano. Inglaterra todavía os dominará. Lo hará a través de sus capitalistas, sus terratenientes, a través de todo el conjunto de instituciones comerciales e individuales que ha implantado en este país y que están regadas con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires.»
Si se sustituyen los nombres de los países y los colores de las banderas implicadas, se obtiene una descripción profética del curso de los acontecimientos en Bangladesh.
Hoy, la revolución bangladesí sigue siendo una revolución inacabada. Sin embargo, mientras se escriben estas líneas, se está abriendo un nuevo capítulo, y en condiciones mucho más favorables.
La industrialización que siguió a la independencia de Bangladesh ha forjado una clase obrera extremadamente poderosa que cuenta con 73,69 millones de personas. Esta cifra es superior a la de toda la población de Pakistán Oriental en 1970.
La correlación de fuerzas de clase se ha inclinado drásticamente a favor de la clase obrera.
Esta semana, el heroico movimiento estudiantil y los pesados batallones de la clase obrera han derrocado al régimen asesino de Hasina.
Los 16 años de reinado del terror de Hasina han corrido la misma suerte que los de Ayub Khan: han terminado con una revolución popular de estudiantes y trabajadores. Los estudiantes abrieron valientemente el camino. Pero sólo cuando la masa de trabajadores, y especialmente los poderosos trabajadores de la confección, empezaron a moverse, el régimen se derrumbó como un castillo de naipes.
La clase obrera de Bangladesh, la diáspora de todo el mundo y los estudiantes en particular están redescubriendo su rica herencia revolucionaria.
El nudo de la historia se está deshaciendo. Pero para lograr la victoria, las masas bangladeshíes deben aprender de los errores del pasado y retomar el camino donde lo dejó la última revolución. La historia de la revolución bangladeshí demuestra que, a menos que se rompa el dominio del capital, la democracia real y la liberación nacional seguirán siendo una aspiración lejana.
Hoy, la dictadora Hasina se ha ido. Pero hay peligros. Esta sigue siendo una revolución incompleta. En el momento de escribir estas líneas, se está formando un nuevo gobierno. Los liberales se esforzarán por reconstruir la legitimidad del Estado capitalista detrás de este gobierno. A su vez, los generales, los altos oficiales, los jefes de policía y los jueces seguirán al acecho, esperando el movimiento apropiado para asestar un contragolpe a la revolución.
Como comunistas lanzamos una advertencia: ¡la revolución seguirá incompleta hasta que el viejo Estado capitalista sea aplastado por completo! Los obreros, los estudiantes y las masas oprimidas deben tomar el poder en sus manos. Los comités de obreros y estudiantes deben extenderse, unirse y tomar el poder.
En los años 70, la colaboración de clase de los dirigentes oficiales del movimiento independentista llevó al movimiento a un callejón sin salida. Los generales militares esperaron entre bastidores y dieron un golpe decisivo para acabar con el movimiento de masas.
Para garantizar que este resultado no tenga oportunidad de repetirse, el ala más revolucionaria de los estudiantes debe iniciar la formación de un partido comunista revolucionario, en torno a un programa marxista claro. Dicho partido debe esforzarse por fusionarse con la vanguardia de la clase obrera de Bangladesh y poner la toma del poder por los trabajadores y el aplastamiento del dominio capitalista a la orden del día. Llamamos a los revolucionarios de Bangladesh que lean esto y que estén de acuerdo con nuestro análisis a unirse a nosotros -, a unirse a la Internacional Comunista Revolucionaria -, para comenzar esta tarea histórica.
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