Lo que Errejón no pudo – y lo que podrá
En un reciente artículo para Jacobin América Latina, el compañero Íñigo Errejón, dirigente de Podemos en sus “años heroicos”, trata de explicar la trayectoria del partido en el último periodo. A pesar de sus florituras académicas, la explicación de Errejón sorprende por su sencillez. Esencialmente, su declive se reduce a dos causas: la burocratización del partido y, lo más importante, su creciente identificación con la izquierda tradicional. Veamos qué plantea el compañero.
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La burocratización de Podemos
“La estalinización progresiva de la vida y el clima interno de Podemos”, explica Errejón, “se convirtió en una máquina de expulsión del talento”, entre la que naturalmente se incluye a sí mismo. No cabe duda de que el proceso gradual de burocratización de Podemos osificó y drenó de vitalidad al partido. Sin embargo, como el propio Errejón admite, él fue partícipe de estos métodos. “La gestión democrática de los liderazgos es un ángulo muerto” de su teoría. Pero este mea culpa no basta, hay que ir a la raíz del problema.
En este artículo, Errejón muestra en diversas ocasiones su consabido desdén y altivez hacia la militancia de izquierdas, lo que él llama con sorna “las vanguardias”. Este término no es del todo desafortunado. La clase trabajadora es heterogénea: hay sectores más combativos y despiertos, que alcanzan conclusiones revolucionarias antes que el resto de la clase. Es por eso por lo que les llamamos vanguardias, porque abren camino, van un paso por delante. Son estos sectores los que construyen y sustentan las grandes organizaciones sociales, sindicales y de izquierdas. No obstante, la política de Errejón busca adaptarse a los prejuicios del sector más atrasado, temeroso y pasivo, no ya de la clase trabajadora, sino de la población en general. Inevitablemente, esto implica amordazar a la militancia y subordinarla a las maniobras oportunistas de los dirigentes. No es que la teoría populista de Errejón tenga la democracia de partido como “ángulo muerto”, es que sus premisas fundamentales son incompatibles con el control de la dirección por las bases.
La “hipótesis nacional-popular”
En el segundo congreso de Podemos en Vistalegre, lamenta Errejón, se consagró un giro que “lo alejaba de la hipótesis «nacional-popular» de los inicios y su discurso transversal, y (re)ubicaba a Podemos en el espacio identitario de esa izquierda tradicional”. ¿Qué es la “hipótesis nacional-popular”? Es una política que busca aglutinar al pueblo en torno a significantes vacíos, es decir, símbolos etéreos de acepción amplia e interclasista, ante todo el patriotismo, la soberanía y la democracia. Este método se traduce en una política vaga y sentimental, adversa a los programas y las consignas claras que amenazan con resquebrajar el bloque popular. Esta estrategia se contrapone explícitamente a la teoría marxista, que se apoya en la capa más avanzada de la clase trabajadora y la orienta para movilizar a todos los sectores explotados alrededor de un programa socialista, al que se llega mediante un proceso de aprendizaje dilatado. El programa socialista no es una ocurrencia sectaria: emana de la verdad objetiva del freno que supone el capitalismo al desarrollo material y cultural de la humanidad. Las masas asumen este programa a través de la acumulación de experiencias de lucha y mediante la prueba y el error, que las hace conscientes de su fuerza y revela en la práctica la incompatibilidad del sistema capitalista con sus reivindicaciones más básicas.
Hay diferencias filosóficas de fondo entre la “hipótesis nacional-popular” y el marxismo. Éste ve el combate político como un proceso dialéctico en el que las masas aprenden y se radicalizan, superando los prejuicios propagados por la clase dominante. La conciencia de los trabajadores sobre su tarea histórica de derrocar el capitalismo no cae del cielo en forma acabada, sino que se expresa a través de aproximaciones sucesivas que sacan a la luz las verdades de los diferentes programas y métodos de lucha. El marxismo es por tanto optimista, no se deja abatir por los vaivenes de la coyuntura y tiene confianza en la clase obrera y el pueblo oprimido en general. Esta seguridad se expresa en la paciencia y la firmeza en los principios. La concepción de la “hipótesis nacional-popular” es formalista, es decir, toma los prejuicios y miedos de las masas como hechos inamovibles. A pesar de sus brindis al sol sobre el pueblo, a esta actitud subyace un desprecio pequeñoburgués y académico hacia la gente común y su capacidad de elevar su conciencia y tomar sus destinos en sus propias manos. Por lo tanto, esta es una filosofía escéptica, impaciente e impresionista, que no tiene más remedio que rebajarse al nivel más ramplón de la llamada opinión pública.
La hipótesis “nacional-popular” siempre ha sido falseada por la experiencia histórica. No existe objetivamente, y nunca ha existido. Podemos mirar todas las experiencias históricas en las que se referencia: Perón, Cárdenas, Vargas, Arbenz, Castro. Al final tuvieron que optar por una clase u otra. Cuando chocaron con las oligarquías locales, tuvieron que sucumbir y servir a los poderosos o sufrir golpes de Estado y ser derrocados (Morales hace un año, Perón, Vargas, Arbenz) o ir a medidas de expropiación y socialistas (Castro, Cárdenas).
En nuestro país, a ojos de Errejón, el 15M planteó forzosamente la “hipótesis nacional-popular”. No cabe duda de que este movimiento fue un jalón importante para la lucha de clases en el Estado español, que preparó el terreno para los estallidos de 2012-2014: las mareas, rodea el congreso, la lucha minera, la resistencia masiva a los desahucios, dos huelgas generales y las marchas de la dignidad. La fijación unilateral y obsesiva de Errejón con el 15M delata el sesgo de su método. Esta fue la primera gran movilización después de años de relativa paz social, moldeados por el crecimiento económico y la regresión que supuso el colapso del estalinismo en los años 90. De la misma manera en que se acumulan los sedimentos en las aguas estancas, durante estos años de tranquilidad previos a la crisis de 2008 echaron raíz numerosos prejuicios, fantasías e ilusiones. Inevitablemente, el primer paso que dieron las masas en 2011 tenía un carácter incierto e inmaduro. El 15M expresó toda clase de confusiones, totalmente naturales, habida cuenta del punto del que se partía. Errejón se siente muy cómodo en este ambiente, que parece corroborar su escepticismo.
Sin embargo, ya han pasado casi diez años desde aquellos acontecimientos. Si el compañero fuese honesto, admitiría que la conciencia general marca una curva ascendente a partir de aquel momento. Basta con comparar las consignas y los símbolos de la Puerta del Sol en 2011 con los de las masivas marchas de la dignidad tres años más tarde. La lucha activa trajo clarificación, el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía y su Estado se fue haciendo tangible, los trabajadores redescubren sus símbolos y tradiciones históricas. Ciertamente, este es un proceso incompleto. La curva de radicalización se aplana a partir de 2014 por diversos motivos, incluyendo los avatares de Podemos. Pero muestra en la práctica que las masas aprenden de la experiencia, hecho que Errejón ofusca centrándose exclusivamente en la primera escaramuza de nuestra época, el 15M. Si Podemos fuese un partido revolucionario, como Errejón parece asumir, su tarea hubiese sido la de engarzar con este proceso de aprendizaje, acelerarlo y encauzarlo hacia el derrocamiento del sistema, no cohibirlo y amordazarlo a la cama de Procusto «nacional-popular», como efectivamente hizo.
Pero el sesgo de Errejón es aquí doble. Podemos mirar con lupa el 15M y veremos que la “hipótesis nacional-popular” cojea en su segunda premisa. ¿Dónde estaban los símbolos patrios en aquella movilización, dónde la bandera rojigualda que Más País hace suya? Buscaríamos en vano, no estaban presentes. Errejón es muy arrogante a la hora de acusar al marxismo de dogmatismo, pero él extrapola mecánicamente el nacionalismo de países latinoamericanos oprimidos por el imperialismo a una potencia imperialista, que no sólo oprime a otros pueblos allende las fronteras, sino que aplasta a sus propias minorías nacionales, y donde los símbolos patrios están directamente ligados a la dictadura fascista y sus descendientes directos. El movimiento obrero en España ya se dotó en su momento de sus propias banderas e himnos, no por capricho, sino como afirmación de su independencia de clase y de la conciencia de su antagonismo con el Estado burgués, sus símbolos y su ideología. Durante los procesos de 2011-2014 la clase trabajadora se puso la tarea de recuperar o reinventar estos símbolos. Sólo en Cataluña, Euskadi y Galicia, naciones oprimidas, juega el nacionalismo un papel progresista, particularmente el de izquierdas, en la medida que sus reclamaciones nacionales tienen un carácter democrático y de ampliación de libertades y confrontan abiertamente con el régimen monárquico y su aparato de Estado neo-franquista.
En 2014-2015 Podemos usó el patriotismo cuando este término era intranscendente para las masas, cuando no visto con particular sospecha. No paró eso a la ultraderecha, que en ese momento no existía como entidad política independiente y se cobijaba dentro del PP. Pero sí lo “limpió”, lo hizo aceptable para una capa atrasada, lo que luego empalmó con la ultraderecha en años recientes. Errejón y el resto de dirigentes de Podemos abonaron el armazón ideológico de Vox como ya les advertimos en su momento. Y cabe añadir que Iglesias lo ha seguido usando igualmente todo el tiempo, también después de la marcha de Errejón.
El regreso de la izquierda
Volvamos a la cuestión del declive de Podemos. Parecería aquí que las fortunas de los partidos son cuestión de identidades, de identificaciones ideológicas y simbólicas, decididas en un vacío por sus dirigentes. Los símbolos son importantes en la medida en que son cristales de programas, métodos y posturas de clase. Podemos estar de acuerdo con el compañero Errejón en que el izquierdismo verbal de Pablo Iglesias a partir de 2016 minó al partido, con el siguiente matiz: aquí izquierda quiere decir el estalinismo gris y reformista hasta la médula del PCE eurocomunista. La recuperación de los símbolos de aquella tradición vino acompañada de sus vicios políticos: burocratismo, moderación, identificación con el régimen del 78 y sus instituciones (incluida la monarquía), seguidismo al PSOE. Efectivamente, si el problema se reduce a la etiqueta de la izquierda y “al regreso de la polaridad izquierda-derecha” no se entiende por qué sólo una ínfima parte de los votantes que abandonaron Podemos en 2016-2020 se decantaron por Ciudadanos (o el PP), decidiéndose la mayoría por el PSOE o, en Cataluña, Euskadi y Galicia, ERC, la CUP, BNG o Bildu, partidos que reivindican vehementemente su identidad de izquierdas. Además, aquí Errejón hace trampa, pues, aunque los dirigentes de Podemos rechazaban el calificativo de izquierdas en 2014-2015, la mayoría de la población les identificaba como tal, en la medida en que se asocia a la izquierda con el laicismo, el republicanismo, la democracia, la autodeterminación y, ante todo, con el enfrentamiento de los de “abajo” contra los de “arriba” – identificación que a su vez condensa décadas de experiencia histórica y de experimentación con distintos partidos y programas.
Por otro lado, no podemos entender el declive del partido sin tener en cuenta sus relaciones con otras fuerzas políticas, ante todo con el PSOE, y con el humor social general. Errejón toca de pasada la cuestión del PSOE, criticando la incapacidad de llegar a un acuerdo (una coalición, se entiende) con Pedro Sánchez tras las elecciones de diciembre de 2015. Difícilmente puede ir más lejos en su crítica, ya que en líneas generales la fusión con los socialistas que está desplegando actualmente Unidas Podemos es la línea defendida por Errejón desde hace años. Pero este problema merece más atención. ¿Por qué pudo el PSOE renacer de sus cenizas? Ciertamente, como apunta Errejón, el sectarismo de Pablo Iglesias durante las negociaciones de 2016, donde su ambición e impaciencia por lograr el ansiado sorpasso eran recubiertas con una pátina de agresividad izquierdista, y donde su aventura condujo al segundo mandato de Rajoy, ayudaron a alejar a las bases socialistas de Podemos y nuclearlas alrededor de Pedro Sánchez. Pero eso no agota la cuestión.
A partir de la moción de censura de 2018 se efectúa un giro de 180 grados que ata a Iglesias a Pedro Sánchez. Esta táctica culmina en la coalición actual. Esto, empero, no permite granjearse la confianza de los votantes socialistas. Antes al contrario, refuerza la autoridad del PSOE. Por un lado, los giros de Podemos del sectarismo al seguidismo generan suspicacias comprensibles. Pero lo más importante es que al fundirse con el PSOE se refuerza la autoridad de éste, se da credibilidad a la retórica izquierda de Pedro Sánchez, y se difuminan las diferencias programáticas entre ambos partidos. Unidas Podemos va perdiendo así su personalidad propia, su independencia política y su utilidad a ojos de millones de votantes. Todo ello viene a reforzar al PSOE. Un Podemos verdaderamente revolucionario hubiese permitido la toma de posesión de Sánchez, pasando a continuación a la oposición, utilizando su independencia para criticar las inevitables capitulaciones del PSOE. Si Errejón es ciego a estas verdades, es porque su línea ante el PSOE es sólo un matiz del mismo color que la de Iglesias.
Por último, las relaciones entre los partidos no se producen en un vacío. Hay acontecimientos importantes en 2014-2020 que determinan el ambiente social. En primer lugar, la animadversión de los dirigentes de Podemos, incluido Errejón, hacia la movilización en la calle y su adicción a la tribuna parlamentaria contribuyeron a frenar la curva ascendente de luchas que fogueó a millones de jóvenes y trabajadores en los años anteriores. La relativa tranquilidad de las calles españolas permitió que el péndulo político fuera girando hacia la derecha, que los activistas de 2011-2014 se desorientaran y desmoralizaran y perdieran fe en su propia fuerza. Ese ambiente favoreció al PP y a Ciudadanos por un lado y al PSOE por el otro. La gran excepción en este sentido es Cataluña, donde la cuestión nacional mantiene en tensión los músculos de las masas. Errejón lamenta que el fracaso de formar un gobierno con el PSOE en 2016 pusiera a Rajoy al frente de la represión del referéndum del 1 de octubre. Lamenta, en definitiva, el mayor desafío al régimen del 78 en toda su historia, que supuso un salto en la conciencia de millones de personas. Lo lamentable es que aquella lucha quedara limitada a Cataluña ante el miedo y pasividad de los dirigentes de Podemos, también de Errejón, que estaban llamados a darle a aquella rebelión contra el régimen una dimensión estatal. No sólo eso: su cobardía en el otoño de 2017 facilitó la ofensiva (efímera e insegura) de la reacción españolista, que a su vez preparó el terreno para el auge de Vox. Ideológicamente, el ascenso de Vox ya fue coadyuvado por la propaganda patriótica de Podemos anteriormente, como ya hemos mencionado. Ésta adormeció a un sector de las masas ante el peligro reaccionario que supone el nacionalismo español.
Lo que podremos
Como señala el compañero Errejón, la crisis del coronavirus marca el inicio de una nueva etapa de inestabilidad y turbulencias. El ambiente de rabia y de ansias de cambio que existe hoy tiene sus precedentes en la lucha pensionista de comienzos de 2018, el movimiento de la mujer de marzo de 2018 y el “otoño caliente” catalán (y no sólo catalán) de 2019. Se está reiniciando el proceso iniciado en 2011: la concienciación de las masas de la incompatibilidad del sistema con sus necesidades fundamentales. El corolario de esta afirmación es que un verdadero partido revolucionario se tiene que poner al frente de esta radicalización, estimularla, y no retardarla. Unidas Podemos está atado de pies y manos al PSOE, que a su vez está atado al Estado y al capitalismo español. En la medida en que permanezcan en el gobierno de coalición, su papel será inevitablemente retardatario. El compañero Errejón tiene hoy una gran ventaja sobre Iglesias: goza de independencia política. Sin embargo, esta independencia será malgastada en la medida en que no se ponga al servicio de una línea política correcta, que engarce con la situación objetiva de crisis y descomposición del capitalismo y con el proceso subjetivo de radicalización y aprendizaje de la clase trabajadora. Es decir, se ha de desechar la teoría cobarde y derrotista de la “hipótesis nacional-popular” y adoptar una política marxista. Esta es la línea que deben asumir los compañeros de Más País si quieren postularse como alternativa real.
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