Locura en Londres o el desastre de Starmer en Washington
«¡Curiorífico, curiorífico! – exclamó Alicia (estaba tan sorprendida, que por un momento se le olvidó hablar correctamente)» – (Lewis Carol, Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas)
El viernes 13 de septiembre viví una experiencia de lo más peculiar. Estaba tan asombrado de lo que estaba presenciando (y también de lo que no estaba presenciando) que sentí deseos de pronunciar las célebres palabras de Alicia en el País de las Maravillas.
El motivo de mi estado de extrema perplejidad fue la visita del Primer Ministro británico, sir Keir Starmer, a Washington, donde supuestamente iba a reunirse con el hombre que se hace llamar Presidente de Estados Unidos, Joseph Robinette Biden.
El contenido real de las conversaciones programadas, por supuesto, no se expuso al público en general. Sin embargo, una serie de filtraciones a la prensa, cuidadosamente planificadas, dejaron bastante claro que el principal tema de debate sería la guerra en Ucrania.
Más concretamente, las persistentes demandas de Volodymyr Zelensky de que se le concediera permiso para utilizar misiles occidentales de largo alcance con el fin de realizar ataques en territorio ruso. Como señalé en mi último artículo del viernes, se trataba de una cuestión extremadamente controvertida y cargada de implicaciones muy peligrosas.
Durante mucho tiempo, los estadounidenses se habían resistido a esta exigencia. El Pentágono y los servicios de inteligencia estadounidenses han expresado públicamente su firme oposición a la misma. Sin embargo, las persistentes negativas estadounidenses nunca han disuadido a Zelensky, que está acostumbrado a salirse siempre con la suya y no acepta un no como respuesta. Pero hasta ahora había conseguido poco apoyo dentro de la OTAN, con una notable excepción.
Contenido
Entra sir Keir Starmer
El nuevo gobierno laborista dirigido por sir Keir Starmer no tardó en dejar claro al mundo entero que Gran Bretaña mantiene su apoyo inquebrantable a la causa de Ucrania y la OTAN, y que pretende continuar con las mismas políticas beligerantes que fueron el sello distintivo del difunto y odiado gobierno conservador.
En contraste con la prevaricación al otro lado del Atlántico, la fraternidad belicista de Londres ha continuado obstinadamente haciendo sonar los tambores de guerra, quejándose a voz en grito de la irritante indecisión de Washington, incluso presentándola abiertamente como una expresión de cobardía ante las amenazas rusas.
Apenas cruzó la puerta del número 10 en Downing Street, sir Keir clavó firmemente sus credenciales derechistas en el mástil. «Los conservadores nos han dejado un enorme agujero negro en las finanzas y tendremos que tomar decisiones difíciles», proclamó.
A continuación, procedió a demostrar su punto recortando el subsidio de £300 que se pagaba a todos los pensionistas en Gran Bretaña con el fin de ayudarles a pagar los costos más altos de combustible de invierno. El resultado es que muchos ancianos británicos tendrán que elegir este invierno entre calentarse o llevar comida a la mesa.
A pesar de las protestas de las organizaciones benéficas, los sindicatos y las bases laboristas, sir Keir demostró su enorme valentía personal al negarse rotundamente a retirar este cruel ataque contra una de las capas más pobres y vulnerables de la sociedad.
«Lo siento mucho, pero no hay dinero para esto». Sin embargo, sí había dinero de sobra para enviar ayuda y armas a Ucrania para una guerra criminal y sin sentido. Los laboristas afirman que el recorte del subsidio de invierno para combustible podría ahorrarle al Gobierno alrededor de 1.500 millones de libras. Mientras tanto, el apoyo a la guerra de Ucrania ya ha costado al erario público 12.500 millones de libras desde febrero de 2022, con 7.600 millones gastados sólo en armas.
Por alguna extraña razón, siempre parece haber dinero para ese propósito en particular, aunque nunca parece debatirse o votarse en el Parlamento o en cualquier otro lugar, y nunca se menciona en nuestra maravillosa «prensa libre».
Además, Starmer invitó a su amigo Zelensky a Londres e incluso le permitió asistir a una reunión del Gabinete, algo muy poco habitual en Gran Bretaña. De hecho, es el primer dirigente extranjero que se dirige al Gabinete en persona desde Bill Clinton en 1997.
Todo ello formaba parte de un plan para demostrar que Gran Bretaña sigue siendo un actor clave en los asuntos mundiales y el abanderado más decidido de la causa de la junta criminal que gobierna en Kiev. Starmer estaba ansioso por ganar credibilidad como gran líder internacional. Como la rana toro de la fábula de Esopo, se hinchó a sí mismo hasta alcanzar un gran tamaño. Y acabó igual de mal.
¿Quién es David Lammy?
La Biblia nos dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y, para no quedarse atrás, Keir Starmer ha creado un Ministro de Asuntos Exteriores a su imagen y semejanza. David Lammy se describe a sí mismo como «conservador con ‘c’ minúscula». De hecho, podemos prescindir de la ‘c’ minúscula. Sus políticas son completamente indistinguibles de las de la anterior administración Conservadora.
Apoya una política de «la OTAN primero» y marcha al paso del Departamento de Estado de EE.UU., abogando por un amplio apoyo militar a Ucrania, incluyendo atacar a Rusia con misiles Storm Shadow. En otras palabras, Lammy es un belicista de extrema derecha, a imagen y semejanza de su jefe. También es igual de ignorante y con la mente estrecha.
Todo esto conecta bien con los halcones de Washington, en particular con hombres como el Secretario de Estado Anthony Blinken, a quien aseguró recientemente: «La relación entre el Reino Unido y Estados Unidos es especial. Es especial para mí personalmente y es especial para muchos británicos y estadounidenses».
Un lenguaje tan apaciguador es música para los oídos de la Administración Biden. Pero entre bastidores, los estadounidenses desdeñan la capacidad militar real del Reino Unido y están esperando a ver si los laboristas gastan mucho más dinero en ella. Seguramente no se sentirán decepcionados.
De repente empezaron a aparecer artículos en The London Times y en otros periódicos dando a entender claramente que los estadounidenses habían cambiado de opinión y que por fin habían llegado a aceptar el punto de vista de los británicos, que la petición ucraniana debía ser aceptada. Llegados a este punto, la trama se complica.
No cabe duda que la fuente de estas noticias, que indica claramente que Estados Unidos estaba a punto de autorizar el uso de los misiles Storm Shadow, un arma anglo-francesa que se basa en los sistemas de guiado GPS estadounidenses, no era otra que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken.
Ahora, por fin, parecía que la decisión estaba cerca y que los estadounidenses se habían decidido a aceptar la demanda de Zelensky. Se suponía que todo estaba cerrado y que el anuncio se haría el viernes 13, tras una reunión entre el Primer Ministro británico y el hombre de la Casa Blanca.
Animado por esta información, sir Keir Starmer hizo las maletas y partió hacia lo que estaba seguro sería una visita muy provechosa a la Casa Blanca. Es cierto que hubo algunos mensajes muy molestos del Ministerio de Exterior advirtiéndole en contra de este movimiento.
Pero sir Keir caminaba ahora sobre el aire, y desechó estas tonterías pesimistas con un despectivo gesto de la mano. Era su primera incursión en el ámbito de la política internacional, y nada iba a impedirle dejar su impronta como gran estadista en el centro de la escena mundial.
Pero, en palabras del gran poeta escocés Robert Burns:
«Los mejores planes de ratones y hombres
A menudo se frustran».
Las cosas no salieron según lo previsto, como veremos.
¿Qué ocurrió el viernes 13?
El procedimiento de este tipo de reuniones es bastante conocido. Los jefes de Estado se reúnen para conversar en privado sobre diversos asuntos importantes. Los detalles exactos de esa reunión siguen siendo un secreto celosamente guardado, aunque la forma en que se han desarrollado las negociaciones puede determinarse con bastante exactitud por la forma en que se informa de ellas posteriormente.
Las negociaciones que han ido bastante bien se describen con palabras como «un cordial intercambio de puntos de vista». Pero si leemos frases como «un franco intercambio de puntos de vista», hay que suponer que hubo una acalorada discusión. En esta ocasión, puede que no hubiera tal disputa, pero la palabra «cordial» está claramente fuera de lugar.
En esta ocasión, el Sunday Times nos informa de que:
«Fuentes internas afirman que las conversaciones en la Casa Blanca, que duraron 90 minutos, fueron “muy abiertas” sobre “las opciones que tenemos ante nosotros”».
Las palabras «muy abiertas» indican que no hubo acuerdo alguno.
Lejos de acceder a la solicitud de Zelensky, Biden y su equipo señalaron que querían entrar en un «compás de espera» hasta que Zelensky haya presentado su «plan de victoria», antes de dar su aprobación a los ataques dentro de Rusia.
Los funcionarios británicos escucharon con creciente asombro y alarma estas palabras, que contradecían rotundamente la impresión que habían sacado de las insinuaciones de Blinken. Las fotografías de la prensa cuentan su propia historia. Los estadounidenses están pétreos, sobre todo Biden, que parece muy enfadado.
Es cierto que esto no es necesariamente inusual por parte de este anciano amargado, que parece estar enfadado con el mundo en general. Pero, por decirlo suavemente, los estadounidenses no parecían impresionados por los argumentos de sus colegas de Londres. Todo lo contrario.
En la foto, los británicos se esfuerzan por sonreír, pero no pueden evitar parecerse a un grupo de escolares traviesos que acaban de recibir un severo sermón del director. Pero es el otro bando el que nos dice todo lo que necesitamos saber.
La prueba concluyente de que no se ha llegado a ningún acuerdo sobre los asuntos en litigio es la ausencia posterior de cualquier tipo de anuncio oficial.
Normalmente, después de una reunión de jefes de Estado de este tipo, se celebra una conferencia de prensa en el jardín exterior de la Casa Blanca, en la que ambas partes expresan su plena satisfacción por lo que ha sucedido antes, declarando su amistad y solidaridad eternas, antes de estrecharse calurosamente la mano ante los fotógrafos de prensa congregados. Y todo terminaría con sonrisas para todos.
Esperé pacientemente ese momento propicio, con la ferviente esperanza de que me permitiera comprender claramente lo que se había decidido. Esperé, esperé y esperé. Pero el momento propicio nunca llegó.
Cada vez era más curiorífico..
La realidad de la «relación especial»
En mi último artículo, nombré a Joe Biden como uno de los principales belicistas del mundo. Creo que esa afirmación es correcta. Biden fue sin duda el principal arquitecto de lo que podría llamarse el «Proyecto Ucrania», que empujó a los ucranianos a una guerra imposible de ganar con Rusia que ha costado muchas vidas y que, a menos que se detenga, costará aún más.
Desde el comienzo de ese conflicto, ha habido momentos en los que la paz podría haberse logrado mediante negociaciones. Así ocurrió, en particular, con el llamado acuerdo de Estambul de abril de 2022. Ese acuerdo, al que ya habían puesto sus iniciales tanto por Rusia como por Ucrania, fue deliberadamente saboteado por Boris Johnson a instancias de Washington.
Desde entonces, Biden ha sido el defensor más agresivo de la guerra en Ucrania y de la hostilidad hacia Rusia. En Oriente Medio, desempeñó un papel muy pernicioso cuando dio un cheque en blanco a Netanyahu para atacar a la población de Gaza.
En la actualidad, mientras habla hipócritamente de boquilla de una «negociación» ficticia, sigue prometiendo un apoyo total a Israel y se opone a cualquier sugerencia de que Estados Unidos deje de suministrar a su aliado grandes cantidades de dinero y armas. Por tanto, es claramente cómplice de las acciones genocidas de los israelíes en Gaza.
Por lo tanto, uno puede estar absolutamente seguro de que el instinto de Biden sería conceder la demanda de Zelensky de permiso para utilizar misiles estadounidenses para ataques profundos dentro de Rusia. ¿Por qué no? Ha apoyado todas las demás peticiones de Kiev de enviar armas (como el avión de combate F-16), cosa que en su día prometió no hacer.
Por eso parecía obvio que estaría de acuerdo con el plan de Starmer. Pero parece que no sólo lo rechazó, sino que lo hizo con todos los indicios de irritación, incluso de enfado. Esa es la razón de la ausencia de fotografías sonrientes y declaraciones de amistad acarameladas. También explica la ausencia de declaraciones oficiales, al menos hasta ahora.
La razón es obvia. Un número cada vez mayor de personas en Washington se ha dado cuenta de que la guerra de Ucrania no sólo está perdida, sino irrevocablemente perdida. Y cada vez se tiene más la sensación de que invertir más miles de millones de dólares en una causa perdida no es una inversión sensata.
En resumen, puede que haya llegado el momento de reducir pérdidas. Esta opinión ha sido expresada claramente por Donald Trump, que ahora habla despectivamente de Ucrania en general y de Zelensky en particular, a quien se refiere despectivamente como «el mayor vendedor del mundo»:
«Cada vez que viene a nuestro país, se va con 60.000 millones de dólares. Acaba de irse hace cuatro días con 60.000 millones, llega a casa y anuncia que necesita otros 60.000 millones. No se acaba nunca. No se acaba nunca».
Pero Trump no es el único. Como hemos visto, el Pentágono y la CIA han dejado clara su implacable oposición a la demanda ucraniana de utilizar misiles estadounidenses para ataques profundos dentro de Rusia. Algunas personas dentro de la administración, en particular Anthony Blinken, no comparten esta opinión. Pero es evidente que están sufriendo presiones.
Las constantes vacilaciones sobre la cuestión de los misiles son una manifestación de las profundas divisiones existentes dentro de la administración.
Y en este torbellino entra el Primer Ministro británico con sus planes para Ucrania bajo el brazo.
Obviamente, esperaba una bienvenida de héroe en Washington. Después de todo, ¿no es Gran Bretaña el aliado y amigo más fiel y leal de Estados Unidos? ¿No existe una relación especial entre ambos países?
Pero en las turbias aguas de la diplomacia, las amistades son siempre relativas y temporales. Duran tanto como su utilidad para un Estado determinado. Y desde el punto de vista de Estados Unidos, la utilidad de Gran Bretaña hace tiempo que pasó su fecha de caducidad.
La tan cacareada «Relación Especial» existe, de hecho. Sin embargo, hay un cómico malentendido por parte británica en cuanto a su naturaleza exacta. Es la relación entre un mayordomo y su amo. Ni más ni menos.
Lo sabemos todo sobre esta relación por las novelas inglesas, como las de Agatha Christie y P.G. Wodehouse. Un mayordomo fiel y leal es muy apreciado por un amo agradecido. Sus servicios se valoran por su utilidad.
El mayordomo abre puertas, da la bienvenida a los invitados de honor, se asegura de que la comida de la mesa sea comestible, de que el champán se sirve frío, de que los trajes estén impecablemente planchados y los zapatos lo suficientemente limpios como para ver reflejado en ellos el rostro de uno mismo.
Sobre todo, es un maestro del tacto en todo momento. Acuesta a su señor cuando ha bebido en exceso de vino de Oporto después de cenar y nunca menciona ninguno de sus pequeños defectos y pecadillos. Sobre todo, sólo habla cuando se le habla, e incluso entonces se limita a unas pocas palabras discretas.
Nunca expresa su opinión sobre ningún tema importante, ya sea religión o (¡Dios no lo quiera!) política, ya que es bien sabido que estos temas no conciernen a los sirvientes, ni siquiera a los mayordomos.
Aquí tenemos la verdadera raíz de la lamentable situación actual. Sir Keir gozaba del envidiable estatus de un mayordomo muy apreciado y leal, capaz de deslumbrar a cualquier auditorio de Washington con su acento inglés de clase alta y sus pulidos modales.
Sin embargo, al haber sido elegido Primer Ministro del Reino Unido de Gran Bretaña, este mayordomo ha desarrollado repentinamente ideas por encima de su posición. No sólo se siente con derecho a expresar opiniones definidas, sino a hablar antes de que se lo digan y, además, a dirigirse a su amo como si de algún modo fuera un igual. Tal conducta es verdaderamente asombrosa.
Evidentemente, el mayordomo no esperaba una acogida fría. Al fin y al cabo, sólo intentaba complacer a su amo diciéndole cosas que creía que quería oír. Muy probablemente, ese podría haber sido el caso hace unos meses. Pero ahora las cosas en Washington han cambiado.
Aunque formalmente es Presidente de Estados Unidos, Biden ya no es el capitán del barco. Otras manos tiran del timón, y tiran en distintas direcciones. Las constantes escisiones y divisiones, tanto dentro de la administración como entre ésta y el aparato estatal, son un dolor de cabeza constante para él, que interfieren seriamente en su principal interés en la vida, que ahora parece centrarse en el campo de golf.
El pobre Joe se ve arrastrado en una y otra dirección. Las cosas se han complicado enormemente. Y ahora, para empeorar aún más las cosas, llega este estúpido británico, tratando de decirnos cómo manejar nuestros propios asuntos. Es demasiado.
Si hay algo que los miembros de la clase política de Washington no aprecian es que un extranjero les diga lo que tienen que hacer. Es el equivalente de un mayordomo dando lecciones a su amo sobre los asuntos de su propia casa: ¡una situación absolutamente intolerable!
Afortunadamente, los mayordomos que se extralimitan en sus funciones pueden ser despedidos. Pero las cosas no son tan sencillas cuando se trata del Primer Ministro electo de un Estado extranjero. Desgraciadamente, a estas criaturas no se les puede mostrar la puerta sin más. Simplemente hay que morderse el labio, guardar silencio, responder cortésmente y luego ignorar todo lo que han dicho.
Esto es más o menos lo que se hizo el viernes pasado. Y ahora la verdadera naturaleza de la llamada «relación especial» ha quedado cruelmente al descubierto. Pero había una pequeña dificultad. Como Lammy y otros en Downing Street habían filtrado deliberadamente a la prensa historias de que Starmer y Biden estaban a punto de llegar a un acuerdo antes del viernes 13, habría sido imposible -o, al menos, muy embarazoso- emitir un desmentido público.
Con su estúpida metedura de pata, estos tontos de Londres consiguieron provocar inmediatamente una furiosa reacción en Moscú. Vladimir Putin dejó muy claro que si se tomaba la decisión de permitir el uso de misiles estadounidenses de largo alcance contra objetivos en el interior de Rusia, ello equivaldría a un acto de guerra.
Sin duda hubo llamadas telefónicas frenéticas a Moscú e intentos de calmar los ánimos. Pero el daño ya estaba hecho. Enfrentados a lo que equivalía a un hecho consumado, los estadounidenses se vieron obligados a aceptarlo, aunque se negaron a reconocerlo con una declaración oficial, trabajando entre bastidores para intentar limitar los daños.
La furia de Zelensky
Si hay un hombre que se ha enfurecido con todo esto, ése ha sido precisamente Zelensky, que veía este plan como su última esperanza en una situación en la que todo se derrumba a su alrededor.
Ya antes de la visita de Starmer a Washington, Estados Unidos envió a Blinken y Lammy a Kiev, para hablar tranquilamente con Zelensky. Éste debió pensar que venían a darle la buena noticia de que su plan había sido aprobado. En lugar de eso, le plantearon una lista de preguntas detalladas sobre cómo pensaba utilizar exactamente los misiles antes mencionados.
No tenía ninguna respuesta satisfactoria a sus preguntas, y estaba claramente desconcertado por el mero hecho de que se las hubieran planteado. No era en absoluto lo que esperaba. Como era de esperar, se montó en cólera y emitió una serie de quejas y protestas que iban mucho más allá de los límites normales de la diplomacia cortés.
Locura en Londres
Ayer, el Sunday Times publicó un artículo muy interesante, que se basa claramente en ciertas fuentes autorizadas y bien informadas, pero anónimas. Apareció con el siguiente título: «Cinco ex secretarios de Defensa le dicen al primer ministro: permite a Ucrania disparar nuestros misiles».
Los cinco ex secretarios de Defensa (todos ellos conocidos conservadores de derechas y belicistas) eran Grant Shapps, Ben Wallace, Gavin Williamson, Penny Mordaunt y Liam Fox. Para completar esta galería de reaccionarios rabiosos, tenemos un ex primer ministro: el famoso payaso de circo Boris Johnson.
Se han unido para instar al primer ministro laborista sir Keir Starmer a que permita a Ucrania utilizar sus misiles Storm Shadow de largo alcance para atacar dentro de Rusia. Debería hacerlo inmediatamente, incluso sin el respaldo de Estados Unidos. No hacerlo, dicen, debilitaría a Zelensky y envalentonar al Presidente Putin.
El lenguaje beligerante empleado por estos políticos obsoletos se asemeja mucho a los fuertes aullidos de una jauría de sabuesos. Encabezando el coro de perros ladradores que piden a Gran Bretaña que actúe unilateralmente, Shapps dijo:
«En lugar de esperar a la aprobación formal de EE.UU., sir Keir tiene que proporcionar al presidente Zelensky lo que hoy se necesita desesperadamente. Así es como asumimos nuestra posición de liderazgo mundial en el apoyo a Ucrania. Actuamos. Otros nos siguieron. Y es el tipo de liderazgo que hoy se necesita de nuevo para Ucrania».
Wallace dijo que no actuar ahora convertiría a Gran Bretaña en «apaciguadora» del Kremlin, el mismo tipo de lenguaje utilizado para describir el apaciguamiento de Hitler por parte del primer ministro británico Neville Chamberlain. Williamson lo calificó de «dejación de funciones» y Johnson -para no quedarse atrás- añadió: «No hay ningún argumento concebible de retraso».
Wallace dijo:
«Gran Bretaña corre el peligro de quedarse rezagada en el pelotón de indecisos, apaciguadores y retardadores, cuando la única forma real de plantar cara a un matón como Putin es ser fuerte, estar unidos y decididos a llegar hasta el final».
Sin embargo, es necesario plantear una pregunta a estas damas y caballeros. Hasta hace muy poco, ustedes formaban parte de un Gobierno conservador que podría perfectamente hacer lo que ahora exigen. Si era tan urgente e imperativo como ahora dicen que es, ¿por qué no lo hicieron ustedes mismos?
La respuesta está perfectamente clara. No pudieron hacerlo entonces, por la misma razón que Starmer no puede hacerlo ahora. Porque es técnicamente imposible operar los misiles Storm Shadow, no sólo sin el permiso de los estadounidenses (y de los franceses, por cierto), sino sin su participación activa.
Es precisamente ese punto el que estaba detrás de la advertencia de Putin de que tal movimiento constituye un acto de guerra, obligando a Rusia a responder con medidas equivalentes. En su discurso, el líder ruso señaló, muy acertadamente, que los misiles en cuestión no pueden ser operados por los ucranianos, porque requieren el empleo de tecnología que está más allá de su capacidad, incluyendo satélites estadounidenses o europeos para establecer las coordenadas necesarias.
Por estas razones técnicas, la exigencia de que Gran Bretaña debería ahora «ir por libre» y disparar los misiles sin que los estadounidenses consientan en participar es, o bien una muestra de increíble ignorancia, o bien, lo que es más probable, retórica cínica para ganar puntos. En cualquier caso, es el colmo de la irresponsabilidad criminal.
El propio Sunday Times se siente obligado a señalar:
«El Gobierno ha dicho en repetidas ocasiones que necesita la aprobación tanto de Estados Unidos como de Francia antes de permitir a Zelensky el uso completo de los misiles. De hecho, esto no es absolutamente correcto, pero es prácticamente cierto».
Este es un uso muy peculiar de la lengua inglesa, y un uso aún más extraño de la lógica. Si algo es prácticamente cierto, se deduce que es absolutamente correcto, en la práctica, si no en la teoría. Pero en el mundo real, es la práctica la que determina el resultado en última instancia.
Aún más criminal es la frívola suposición que hace toda esta gente de que Vladimir Putin va de farol. Como señaló recientemente un importante diplomático británico: Putin va de farol hasta que deja de ir de farol.
Al provocar repetidamente y empujar a los rusos mediante una escalada constante hacia una postura más beligerante, se está, en efecto, jugando con la vida de millones de personas. Es difícil imaginar un crimen mayor contra los habitantes de este planeta.
Lo que queda meridianamente claro en estas absurdas y dementes declaraciones son los ridículos delirios de estos políticos reaccionarios sobre el supuesto «papel de liderazgo» de Gran Bretaña en el mundo. En sus cerebros atontados, Britannia sigue gobernando las olas en un glorioso imperio sobre el que nunca se pone el sol.
Desgraciadamente, en el mundo real, que no conocen en absoluto ni les interesa, el sol se ha puesto sobre las glorias del Imperio Británico hace mucho tiempo. Y los artículos histéricos del Sunday Times no harán que vuelva a salir.
Un rasgo común de todas estas damas y caballeros es una completa incapacidad para enfrentarse a los hechos o mirar a la realidad a la cara.
Wallace se jacta: «Fuimos los primeros en Europa en enviar armas letales y hemos seguido apoyando a Ucrania hasta el final». Se jactan de que «el liderazgo de Gran Bretaña desde el principio fue vital para galvanizar la respuesta internacional».
Leer las descabelladas propuestas de gente como Ben Wallace nos devuelve al mundo de Alicia en el País de las Maravillas, de donde partimos inicialmente. Escuchen esto, como ejemplo de locura:
«Wallace está presionando para que Occidente dé entrenamiento militar a un millón de ucranianos, que estarían mejor preparados si fueran reclutados. También quiere que los fabricantes de material de defensa del Reino Unido estén más preparados para la guerra» [el subrayado es nuestro].
¿De dónde se supone que van a salir ese millón de ucranianos? ¿Es que el Sr. Wallace no lee los periódicos? ¿No sabe que en este momento Ucrania se está desangrando, perdiendo hasta 2.000 muertos y heridos cada día?
¿No sabe que los ucranianos están tan cansados de la guerra que recurren a medidas extremas para evitar el servicio militar, que saben que es una receta para una muerte segura? ¿No sabe que los jóvenes huyen al extranjero, arriesgando sus vidas en peligrosos viajes por las montañas hasta Rumanía?
O no conoce estos hechos, o prefiere ignorarlos. En cualquier caso, sus opiniones y sugerencias en relación con la guerra de Ucrania no merecen la pena.
El hecho es que la guerra en Ucrania está perdida, y no hay absolutamente nada que Gran Bretaña o Estados Unidos puedan hacer para cambiarlo. Y ninguna cantidad de bravatas y fanfarronadas en las columnas del Sunday Times puede alterarlo.
¿Y ahora qué?
¿Qué pasará ahora? Es difícil decirlo. Formalmente, los estadounidenses no han acordado nada. Pero en la práctica, debe alcanzarse algún tipo de acuerdo, aunque su naturaleza exacta sea un secreto muy bien guardado. A corto plazo, hay que concluir que la entrega de misiles de largo alcance a Ucrania avanzará muy lentamente, si es que avanza.
Como señalé en mi último artículo, en la práctica las existencias de estos misiles son muy limitadas. Y puede darse el caso de que la larga lista de restricciones sobre su uso haga prácticamente imposible utilizarlos para el fin que pretende Zelensky.
Sin embargo, si nos atenemos a la experiencia del pasado, los estadounidenses se han negado con frecuencia a aceptar una demanda concreta de Kiev, pero después de algún retraso, cambian de opinión y capitulan. Puede que éste sea también el caso.
Todo esto es un intento desesperado de Zelensky de evitar una derrota que es absolutamente inevitable. Su apuesta desesperada en Kursk ha fracasado estrepitosamente, tal como predijimos. No dio lugar a la transferencia de un gran número de tropas rusas del frente central en Donbass, que está a punto de colapsar.
Por el contrario, al seguir esta política delirante, es el propio Zelensky quien ha retirado un gran número de sus mejores tropas de lugares clave como Pokrovsk, que está prácticamente rodeada y se enfrenta al colapso incluso en los próximos días.
La verdadera razón de su persistente demanda de utilizar misiles contra objetivos en el interior del territorio ruso es provocar un conflicto que arrastre a los estadounidenses a una confrontación militar directa con Rusia. De esa manera, los estadounidenses pueden hacer la lucha en su nombre.
Que esto significaría la Tercera Guerra Mundial, y que sería un conflicto entre las dos principales potencias nucleares, es una cuestión que no preocupa a este egocéntrico megalómano. Su principal preocupación es salvarse a sí mismo, ya que se enfrenta a la derrota.
Sin embargo, esto es algo que ni Estados Unidos ni Rusia desean. Tampoco es probable que ocurra. Analicemos los hechos del caso. Para empezar, aunque los estadounidenses den finalmente luz verde al uso de dichos misiles, los resultados no serán tan espectaculares como algunos esperan.
Rusia posee defensas aéreas muy avanzadas, que ya han demostrado ser muy eficaces contra misiles como el ATACMS estadounidense o el Storm Shadow británico. Por lo tanto, el efecto de estos misiles será bastante pequeño, y el impacto en el esfuerzo bélico de Rusia en Ucrania será precisamente nulo.
Si estos misiles se utilizan finalmente contra objetivos civiles dentro de Rusia, la respuesta rusa será inevitable y dramática. Pero no adoptará la forma de ataques con misiles contra Estados Unidos. Hay muchas otras formas en las que los rusos pueden causar graves daños a los activos estadounidenses, que están repartidos por todo el mundo y presentan objetivos muy tentadores.
La ecuación de poder es realmente muy simple. Si los estadounidenses deciden equipar a sus apoderados ucranianos con armas sofisticadas para utilizarlas contra Rusia, los rusos se sentirán libres de entregar armas igualmente sofisticadas a sus amigos y aliados, por ejemplo en Oriente Próximo.
La prensa occidental está llena de historias alarmistas sobre Rusia que supuestamente recibe suministros de misiles de Irán. A primera vista, tales afirmaciones no parecen especialmente creíbles, puesto que los rusos ya tienen muchos misiles y poseen una poderosa industria armamentística que está produciendo suministros de misiles, tanques, aviones y proyectiles de artillería a un ritmo mucho más rápido del que Occidente puede competir.
Mucho más preocupante para la OTAN y los norteamericanos sería una decisión de los rusos de suministrar misiles sofisticados y otras tecnologías a los iraníes. Y esto es totalmente posible, y de hecho inevitable. Los israelíes enviaron recientemente una delegación a Moscú para hacer averiguaciones urgentes al respecto. Están muy preocupados y tienen motivos para estarlo.
El Pentágono es muy consciente del peligro. Por eso se oponen implacablemente a ceder a las exigencias de Zelensky. Y la oposición en la OTAN a la demanda de Zelensky es cada vez mayor. El canciller alemán Olaf Scholz, por ejemplo, ha dicho que Alemania no permitirá que Ucrania lance ataques con armas alemanas muy por detrás del frente «aunque otros países decidan lo contrario».
Incluso Joe Biden, en sus raros momentos de lucidez mental, parece estar tomando una vaga conciencia de la realidad de la situación. Una biografía reciente le cita diciendo a un colega: «parece que Zelensky quiere empujarnos a la guerra con Rusia».
Todo parece indicar que la realidad de la situación está empezando a calar poco a poco en la gente de Washington. Los lunáticos de Londres se van a sentir tristemente decepcionados. La Tercera Guerra Mundial está fuera del menú – al menos, por el momento.
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