Redes sociales, poder y el ascenso de la extrema derecha

La reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha vuelto a sacudir el panorama político global. No solo por su retorno al poder, sino por la serie de declaraciones provocadoras que han marcado su agenda: desde su intención de «comprar» Groenlandia hasta su insistencia en controlar el canal de Panamá o imponer aranceles a los países vecinos. Sin embargo, más allá de sus excentricidades, también llama la atención la presencia de figuras como Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y otros magnates tecnológicos en primera línea durante su nombramiento.

Este hecho cobra especial relevancia si recordamos que, tras el asalto al Capitolio en 2021, las grandes plataformas digitales bloquearon las cuentas de Trump, silenciándolo en todas las redes sociales. Ahora, con su regreso, el panorama digital parece haberse reconfigurado para acomodarlo nuevamente en el centro del poder. Un ejemplo claro es la presencia de Shou Chew, CEO de TikTok, ocupando un lugar privilegiado durante la ceremonia de investidura de Trump. Paradójicamente, el mismo Trump que intentó prohibir TikTok en 2020 ahora la defiende, argumentando que su cierre sólo beneficiaría a Facebook, una plataforma a la que considera «enemiga del pueblo».

Este cambio de postura ilustra a las grandes corporaciones tecnológicas alineándose con distintos sectores del capital en función de sus propios intereses, a la vez que se las señala como culpables y responsables del ascenso de la extrema derecha. No se trata solo del poder que estas plataformas ejercen sobre la opinión pública, sino de las condiciones materiales que permiten el ascenso del discurso demagógico y la aparición de figuras tan reaccionarias como Trump, Javier Milei o Elon Musk. ¿Qué factores han llevado a este auge del descontento y del hartazgo? ¿Por qué amplios sectores de la población han encontrado en estos líderes una respuesta –por errónea que sea– a sus problemas?

La batalla por la información

La información nunca es neutral. Los medios de comunicación, lejos de ser meros transmisores de la realidad, operan como instrumentos de poder que moldean la percepción colectiva en función de los intereses de quienes los controlan. En el sistema capitalista, la propiedad de los grandes medios está en manos de una pequeña élite, lo que garantiza que la ideología dominante sea la de la burguesía. Como señalaba Lenin: «La libertad de prensa en una sociedad capitalista significa libertad para los ricos de engañar y confundir a las masas».

Karl Marx lo sintetizó con aún mayor contundencia: «Las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes». No es casualidad que, en tiempos de crisis, los medios de comunicación refuercen ciertas narrativas mientras silencian otras. Nos bombardean con la idea de que el capitalismo es el único sistema posible, naturalizando sus contradicciones y presentándolo como un orden incuestionable. Se nos inculca que los problemas estructurales —la pobreza, el desempleo, la crisis climática— son responsabilidad individual, diluyendo así cualquier crítica al modelo económico en favor de la culpabilización de la clase trabajadora.

A esto se suma la criminalización sistemática de la inmigración, convertida en chivo expiatorio para desviar la atención de las verdaderas causas del malestar social. Mientras los grandes empresarios deslocalizan industrias, explotan mano de obra barata y exprimen hasta el último recurso del planeta, los medios nos dicen que la culpa es de los inmigrantes, sembrando división entre el pueblo.

Las redes sociales han ampliado y acelerado esta manipulación. Aunque en apariencia permiten un acceso más libre a la información, en la práctica siguen funcionando bajo las reglas del capital: algoritmos diseñados para amplificar ciertos discursos, censura selectiva y la promoción de contenidos que refuerzan la alienación.

El control mediático a nivel global

Hablar de libertad de prensa en el capitalismo es un ejercicio de cinismo. La realidad es que un puñado de megacorporaciones controla la información a nivel mundial, asegurando que el relato dominante sirva a los intereses del gran capital. En Estados Unidos, seis gigantes mediáticos —Comcast, Disney, Time Warner, News Corp, National Amusement y Sony— concentran más del 90% de los medios de comunicación [1]. En España, la situación no es distinta: los consejos de administración de RTVE, Mediaset, Atresmedia y CCMA acaparan el 94% de la cuota del mercado audiovisual y controlan el 78% de toda la audiencia [2].

Un puñado de megacorporaciones controla la información a nivel mundial, asegurando que el relato dominante sirva a los intereses del gran capital / Opcions

La corporación que lo domina casi todo tiene un nombre a la altura de su poder: Planeta. Este grupo tiene una participación dominante en Atresmedia (LaSexta, Antena3, Neox, Onda Cero, Europa FM) y también en el diario La Razón. Más del 40% de Atresmedia pertenece a Planeta De Agostini, una alianza entre el grupo Planeta y la empresa italiana De Agostini. Esta última, a su vez, está controlada por B&D Holding, una sociedad anónima propiedad en su totalidad de las familias Boroli y Drago, con activos que superan los 12.000 millones de euros [3].

El panorama no mejora con Prisa, el grupo detrás de El País y la SER, cuyo mayor accionista es el fondo de inversión norteamericano Amber Capital. Mientras tanto, más del 80% de Mediaset (Telecinco, Cuatro) está en manos del imperio mediático de Silvio Berlusconi. En resumen, el control de la información en el Estado español es un entramado de intereses privados, donde las corporaciones, los bancos y las élites internacionales dictan la agenda mediática [4].

Este esquema de control se replica en el mundo digital. Google, Meta, X (antes Twitter), TikTok y otras plataformas han asumido el rol de guardianes del discurso público, filtrando qué contenidos se amplifican y cuáles se silencian. Resulta revelador ver cómo muchos de sus CEO aparecen alineados con Trump y otras figuras de la extrema derecha, evidenciando que Silicon Valley no es un espacio de innovación neutra, sino un centro de poder económico con una agenda política clara. Los capitalistas tecnológicos han pasado de vender redes sociales a convertirse en los árbitros de lo que puede o no puede decirse.

Se nos vendió la idea de que internet democratizó la información, de que ahora cualquiera podía expresarse libremente sin intermediarios, de que nunca habíamos sido tan libres. Pero esto es una ilusión. Las redes sociales, como cualquier otra industria bajo el capitalismo, responden a la lógica del monopolio y la acumulación. Son estructuras controladas por unos pocos grupos, cuyo único objetivo es maximizar beneficios, lo que incluye moldear ideológicamente a la clase trabajadora para que ciertos discursos permeen y otros sean neutralizados.

El capital financiero tiene una injerencia directa en esta maquinaria. Grandes bancos y fondos de inversión son accionistas de estas plataformas y dictan las reglas del juego. El único punto en el que no hubo consenso para firmar el código ético de las empresas del Ibex 35 fue el de hacer pública su inversión en los medios de comunicación [4]. Una prueba más de que el control mediático es un asunto estratégico para las élites económicas.

Y no es ningún secreto que las redes sociales no son gratuitas: el precio es nuestra privacidad, la explotación de nuestros datos y la imposición de un bombardeo publicitario dirigido. Algoritmos diseñados con precisión quirúrgica deciden qué contenido vemos y cuál desaparece, y no lo hacen de manera neutral, sino en función de los intereses de quienes controlan estas plataformas.

El control mediático global no es solo una cuestión de propaganda, sino un mecanismo fundamental para perpetuar la dominación de clase.

Redes sociales y polarización

En los últimos años, los liberales han culpado a los algoritmos de las redes sociales de «radicalizar» a la población y de propagar la desinformación a una escala sin precedentes. Según esta narrativa, plataformas como Facebook, Twitter o TikTok han creado cámaras de eco en las que las personas solo ven contenido que refuerza sus creencias previas, lo que desemboca en una sociedad cada vez más dividida. Esta versión de los hechos, sin embargo, deja de lado una cuestión central: la polarización no es un fenómeno generado artificialmente por las redes sociales, sino el síntoma de una crisis del sistema mucho más profunda.

La creciente desconfianza hacia los medios de comunicación, las instituciones políticas e incluso la ciencia no puede explicarse únicamente por la difusión de noticias falsas en Internet. Atribuir la crisis de legitimidad del sistema al poder de los algoritmos es una forma de evitar la verdadera pregunta: ¿por qué tanta gente está dispuesta a creer en teorías conspirativas y discursos antisistema?

La respuesta radica en la crisis del capitalismo. Décadas de precarización, privatización y concentración de la riqueza han generado un descontento masivo. La crisis climática, el problema de la vivienda, el desempleo, las condiciones laborales degradantes y la pérdida de poder adquisitivo han hecho que millones de personas busquen respuestas fuera de los canales tradicionales. No es casualidad que figuras como Donald Trump hayan sabido aprovechar este descontento, presentándose como los únicos que desafían el «establishment», mientras en realidad protegen los intereses del gran capital.

La polarización no es, por tanto, un simple problema de manipulación algorítmica. Es el resultado de un sistema en descomposición, que ya no puede ofrecer estabilidad ni perspectivas de futuro a la mayoría.

La clase capitalista es dueña y controla los medios de comunicación

 El auge del capitalismo estuvo marcado por una profunda contradicción: mientras la producción se volvía cada vez más social, la riqueza generada era apropiada de forma privada por una élite capitalista. Esta dinámica, presente desde los inicios del sistema, se ha intensificado con el desarrollo del capitalismo; y se ha visto igualmente comprobada en las redes sociales, donde nunca antes la humanidad había estado tan interconectada, y, sin embargo, nunca antes el control de la información había estado tan concentrado en tan pocas manos.

Hoy, al menos la mitad de la población mundial tiene una cuenta en redes sociales, pero todas las plataformas principales —Facebook, Instagram, TikTok, X (Twitter), YouTube— son propiedad privada de megacorporaciones o multimillonarios individuales. Esto no es solo una cuestión de negocio, sino una cuestión de poder: ¿quién decide qué se puede decir y qué no?

Hoy, al menos la mitad de la población mundial tiene una cuenta en redes sociales, pero todas las plataformas principales son propiedad privada de megacorporaciones o multimillonarios individuales / Anthony Quintano, Wikimedia Commons

Como empresas privadas, las redes sociales no están obligadas a garantizar derechos democráticos a sus usuarios. La Constitución, diseñada para defender la propiedad privada de los medios de producción, protege más el derecho de las empresas a moderar contenido que el derecho de las personas a expresarse. En otras palabras, la “libertad de expresión” bajo el capitalismo significa que si no tienes el control de los medios, tu voz puede ser silenciada en cualquier momento por quienes sí lo tienen.

Este fenómeno quedó en evidencia con la compra de Twitter por Elon Musk. Bajo el capitalismo, un solo multimillonario puede obtener el control absoluto de una plataforma utilizada por cientos de millones de personas en todo el mundo, no para garantizar un debate democrático, sino para servir a sus propios intereses económicos e ideológicos. Lo mismo ocurre con los gigantes tecnológicos que dominan el flujo de información global. No se trata solo de censura directa, sino del poder de moldear la conversación pública según las prioridades de la clase capitalista.

El control de los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, no es una cuestión de imparcialidad ni de simples reglas de comunidad. Es un problema estructural: mientras los medios sigan en manos privadas, el acceso a la información, la visibilidad de ciertos discursos y la posibilidad de cuestionar el statu quo estarán determinados por los intereses del capital, no por el interés de la sociedad.

Libertad de expresión

Los marxistas defendemos la máxima libertad de expresión dentro del capitalismo. Nos oponemos a cualquier intento de restringirla, ya sea por parte del Estado burgués o de las corporaciones privadas. La historia demuestra que cualquier medida enérgica contra la “desinformación” o la supuesta lucha contra la polarización, lejos de proteger a la sociedad, se utiliza sistemáticamente contra la izquierda y el movimiento obrero.

Solicitar a plataformas como Twitter o a los organismos reguladores del gobierno que censuren discursos políticos “extremos” parte de un error fundamental: la causa de la proliferación de estas ideas no es la falta de regulación de las redes, sino el profundo descontento social generado por el declive del capitalismo.

La supuesta “libertad de expresión” bajo el capitalismo siempre ha sido un mito. Para la mayoría de la población, que no posee acceso a los grandes medios ni los recursos para influir en la opinión pública, este derecho es puramente formal. En la práctica, la capacidad de expresión está determinada por la propiedad privada de los medios de comunicación y plataformas digitales. Como prueba de ello, cualquiera tiene el derecho legal de comprar Twitter por 44 mil millones de dólares y decidir qué discursos se permiten y cuáles no. Esa es la “libertad” bajo el capitalismo.

En la era de las “noticias falsas”, las grandes corporaciones tecnológicas se han convertido en los árbitros supremos de lo que puede ser publicado. En la práctica, esto significa que perspectivas políticas que desafían el capitalismo o critican la política exterior de EE.UU. son censuradas mientras que la propaganda del imperialismo es amplificada.

Algunos ejemplos recientes de esta censura en los últimos años se han podido ver en la suspensión masiva de cuentas que apoyaban al gobierno venezolano; la suspensión de la cuenta de Twitter de nuestros camaradas de la ICR en Venezuela, Lucha de Clases, que habían estado presentando un programa socialista consistente para la expropiación de industrias clave y la democracia de los trabajadores. La cobertura sesgada de conflictos internacionales, en la que la narrativa dominante de la OTAN y el imperialismo estadounidense es promovida sin cuestionamientos, mientras que las agresiones de EE.UU. son minimizadas u ocultadas. O el silenciamiento de la masacre en Gaza, donde miles de cuentas que informaban sobre los bombardeos fueron bloqueadas en Instagram y X, donde Meta manipuló sus algoritmos para reducir el alcance de publicaciones críticas con Israel mientras amplificaba la propaganda sionista [5].

La arbitrariedad del control corporativo sobre la expresión política es evidente. Hace cuatro años, Trump y su base reaccionaria fueron expulsados de las plataformas, no por la presión de la clase trabajadora, sino porque su descontrolado populismo se había convertido en una amenaza para la estabilidad del sistema. Hoy, los mismos multimillonarios de Silicon Valley que lo censuraron le pagan 25 millones de dólares por cerrar sus cuentas [6], mientras él les promete 500.000 millones en inversiones en inteligencia artificial [7].

Si hoy estos magnates pueden decidir qué discursos políticos se permiten en sus plataformas, mañana podrían con la misma facilidad eliminar las cuentas de trabajadores en huelga, activistas organizando protestas o medios que informan sobre los movimientos obreros en todo el mundo. La libertad de expresión bajo el capitalismo es un privilegio para quienes tienen el control económico y un arma contra quienes lo cuestionan.

La única solución: Medios democráticos bajo control obrero

El monopolio de la información no se puede reformar ni regular dentro del capitalismo. Mientras los medios de comunicación y las plataformas digitales sigan en manos privadas, la información será un bien controlado por una élite económica, utilizada para mantener el statu quo y reprimir cualquier alternativa revolucionaria. Por eso, la única solución real es la nacionalización de las principales empresas mediáticas y tecnológicas bajo el control democrático de la clase trabajadora.

Bajo una economía planificada racionalmente, podríamos garantizar el acceso proporcional a imprentas, servidores, equipos de grabación y medios de comunicación, eliminando el dominio que hoy ejercen unas pocas corporaciones sobre la producción y difusión de información. Esta transformación permitiría reducir la jornada laboral a 20 horas semanales sin pérdida salarial, otorgando a la población el tiempo y la capacidad de participar activamente en la vida política, cultural e intelectual.

No se trata de una simple reforma, sino de una reconstrucción completa de las redes sociales y los medios en función de los intereses de la mayoría, no de la burguesía. Con un sistema verdaderamente democrático, libre de la manipulación capitalista, podríamos garantizar un debate público sin censura económica y con una auténtica pluralidad de ideas. Tal programa significaría una revolución en la forma en que la humanidad se comunica, desencadenando una nueva fase de la historia política, cultural y social de miles de millones de personas.

Pero ninguna otra fuerza que no sea la clase trabajadora está equipada para llevar a cabo esta transformación. Solo la lucha de clases puede garantizar una verdadera libertad de expresión.

¡Por una genuina libertad de expresión y unos medios democráticos!

Los marxistas defendemos la verdadera libertad de expresión, pero sabemos que esta solo puede lograrse mediante la lucha de clases, no mediante regulaciones estatales o el control de las corporaciones.

No confiamos en que gigantes como Google, Meta y X (Twitter) sean los responsables de decidir qué discursos pueden difundirse y cuáles no. Han demostrado una y otra vez que utilizan sus algoritmos y políticas para proteger los intereses del capital, no para combatir la opresión ni la desinformación.

Por eso, Amazon, Google, Twitter, Facebook y todas las grandes empresas tecnológicas deben ser nacionalizadas y colocadas bajo el control democrático de la clase trabajadora. Solo así podemos garantizar que la comunicación y la información no sean instrumentos de manipulación, sino herramientas de educación, organización y transformación social.

El modo más efectivo de combatir la hegemonía ideológica de la burguesía es fortaleciendo la prensa obrera / OCR

Bajo un gobierno de trabajadores, habría mucha más diversidad en los medios de la que existe hoy bajo la censura capitalista. En lugar de un puñado de millonarios decidiendo qué discursos son aceptables, las plataformas serían gestionadas colectivamente en beneficio del conjunto de la sociedad. La única garantía real de libertad de expresión es la expropiación de los medios y la construcción de un sistema socialista basado en la democracia obrera.

La censura capitalista no es una herramienta para combatir la extrema derecha ni para proteger a la sociedad de la desinformación. Es un mecanismo de represión que, tarde o temprano, se vuelve contra la izquierda y la clase trabajadora en su conjunto.

Los comunistas nos oponemos a la censura ejercida por el Estado burgués y por las grandes corporaciones tecnológicas no solo porque es completamente ineficaz para frenar el crecimiento de la derecha, sino porque siempre termina utilizándose para reprimir el movimiento obrero y cualquier forma de resistencia al sistema capitalista.

Leon Trotsky lo expresó con claridad cuando escribió:

«Las verdaderas tareas del estado obrero residen no en poner una mordaza policíaca sobre la opinión pública, sino más bien en liberarla del yugo del capital. Esto sólo puede hacerse colocando los medios de producción, incluida la producción de la información pública, en las manos de toda la sociedad. Una vez que se ha dado este paso socialista fundamental, todas las corrientes de la opinión pública que no han tomado las armas contra la dictadura del proletariado deben tener la oportunidad de expresarse libremente. El deber del estado obrero es hacer accesible a ellos, en proporción a su número, todos los medios técnicos que requieran, como prensas, papel y transporte.» [8]

El modo más efectivo de combatir la hegemonía ideológica de la burguesía no es exigiendo más censura dentro de sus plataformas, sino fortaleciendo la prensa obrera, expropiando los medios de comunicación y garantizando el acceso equitativo a los recursos para que todas las corrientes de pensamiento dentro de la clase trabajadora puedan expresarse libremente.

Solo a través de la expropiación y la gestión democrática de los medios por parte de la clase trabajadora podremos garantizar una verdadera libertad de expresión y terminar con el monopolio ideológico del capital.

Por una juventud revolucionaria

 Frente a la alienación y desconcierto de muchos jóvenes atrapados en el ciclo superficial de las redes sociales, una parte creciente de nuestra generación está comenzando a cuestionar el sistema. Según una encuesta encargada por el Canal 4, un 47% de los jóvenes consideran que «toda la forma en que nuestra sociedad está organizada debe cambiar radicalmente a través de la revolución» [9]. Este es un indicio claro de que el capitalismo está en crisis, y los jóvenes, quienes son los que viven las peores consecuencias de este sistema en decadencia, están buscando una salida.

Pero ¿qué ofrece el sistema actual a nuestra generación? Esta llamada «democracia» parlamentaria, que nos venden como la mejor forma de organización política, ¿ha mejorado nuestras vidas? ¿Ha puesto más comida en nuestras mesas, ha reducido la carga económica sobre nuestras familias, ha mejorado el acceso a la educación o la calidad de vida en las ciudades? No, en cambio, ha profundizado la desigualdad, ha aumentado la precariedad laboral y ha contribuido a la devastación medioambiental.

Es hora de que tomemos en nuestras manos el destino de nuestro futuro. Si te sientes identificado con esta frustración, si sientes que el sistema actual no tiene respuesta a nuestras necesidades, te invitamos a unirte a la Organización Comunista Revolucionaria (OCR). Solo a través de la lucha organizada, solo a través de la revolución, podremos construir un futuro libre de explotación, alienación y opresión. La solución está en nuestras manos. ¡Es momento de actuar!

 

[1]:

https://www.marketingdirecto.com/anunciantes-general/medios/6-empresas-duenas-casi-tod os-los-medios-comunicacion-ee-uu

[2]:

https://www.publico.es/actualidad/cuatro-consejos-administracion-controlan-80-audiencias-te levision-radio.html

 

  • :

https://www.publico.es/politica/controla-medios-quieren-sepas-pero-hay-formas-rastrearlo.ht ml

  • :

https://communistusa.org/capitalist-censorship-and-twitters-tyranny-how-not-to-fight-trumpis m/

  • :

https://elpais.com/internacional/2025-01-29/meta-paga-25-millones-de-dolares-a-trump-por- suspender-sus-cuentas-tras-el-asalto-al-capitolio.html

 

  • : Artículo fechado el 21 de agosto de Publicado en Clave Nº 1, primera época, octubre de 1938. Tomado de los Escritos, Tomo IX, pag. 603, Ed. Pluma

https://www.marxists.org/espanol//trotsky/ceip/latin/32.htm

 

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