Sumar y Podemos: la crisis permanente de la izquierda reformista
El fracaso de Sumar como aglutinador de la izquierda reformista estatal es uno de los elementos clave del momento político actual. Tanto la acción de gobierno (atada a un PSOE situado en la defensa de los intereses de la clase dominante y del aparato del Estado) como la concatenación de derrotas electorales, los desgajamientos internos, el enfrentamiento abierto con Podemos y, como remate, el escándalo Errejón han minado de forma decisiva el proyecto personal de Yolanda Díaz.
Sumar se presenta ahora como un partido más, renunciando (al menos de palabra) a ejercer una tutela sobre las demás fuerzas que en su momento han formado parte de este intento fallido de frente único del reformismo de izquierdas. En particular, el PCE e IU, que se encontraban entre los principales valedores de Díaz, vuelven a reclamar, con la elección de Antonio Maíllo como coordinador general, su sitio como cabeza de la izquierda del régimen tras los fracasos reiterados de Sumar.
Podemos, por su parte, tras su salida del bloque de Sumar y su paso, en teoría, a la oposición, es una sombra pálida de lo que fue, y despierta nulo entusiasmo. Aunque su perfil más radical puede restarle algunos apoyos al electorado más descontento de Sumar. Pese a su enfrentamiento con Díaz y sus distancias formales con el PSOE, en última instancia Podemos forma parte también del bloque que sostiene a dicho gobierno, en pie de igualdad con otros partidos como ERC o EH Bildu.
El hecho concreto es que toda la izquierda reformista con representación en el Congreso de los Diputados está atada de pies y manos al gobierno de Sánchez y, con él, al régimen del 78, al aparato del Estado, la banca, la patronal y la monarquía. Y el argumento invariable de todos los dirigentes reformistas es la necesidad de sostener a este gobierno frente al peligro de involución que supondría un gobierno de PP y Vox. El grito de “que viene la derecha” es usado invariablemente que la base social de la izquierda acepte, aunque sea a regañadientes, el mal menor que representa la política del gobierno actual.
Yolanda Díaz trata ahora de elevar su perfil y el de Sumar dentro del gobierno, con la defensa del acuerdo entre el Ministerio de Trabajo y los sindicatos mayoritarios para reducir la jornada laboral a treinta y siete horas y media. Esta reducción, a todas luces insuficiente, ha sido rechazada de plano por la patronal, que se situó fuera del acuerdo y que está logrando imponer su criterio al gobierno a través del Ministerio de Economía. Yolanda Díaz está elevando el tono en las últimas semanas contra el ministro de Economía Carlos Cuerpo por la sumisión del PSOE a la patronal. Pero esto no llevará a una crisis de gobierno, por el hecho de que fuera de éste, Sumar pierde su razón de ser que es medrar alrededor de puestos y cargos públicos.
Podemos, por su parte, se ha visto atrapado de nuevo por las maniobras parlamentarias al aprobar una ley que agiliza los desahucios de los llamados “okupas” a cambio de mantener las migajas del llamado “escudo social” aprobado durante la pandemia. La tozuda realidad indica que ni los desahucios ni los despidos colectivos han desaparecido, pero la única respuesta de la dirección de Podemos y de su mentor ideológico Pablo Iglesias es hacer gala de las migajas obtenidas y acusar de mentirosos y sectarios a quienes critican su entreguismo.
Ciertamente, es este y no otro el papel histórico de los dirigentes reformistas de la izquierda. Sólo en momentos de grandes convulsiones, como las que dieron lugar a Podemos, estos dirigentes adoptan un lenguaje y un programa audaces, aun dentro de los límites del régimen burgués, bajo la presión del movimiento de masas, para después guardarlo bajo siete llaves una vez las aguas vuelvan a su cauce.
A medio plazo no puede descartarse un cierto resurgimiento del reformismo de izquierdas al calor de la crisis y de un nuevo giro de las masas hacia la acción política. Pero hoy contemplamos el hundimiento de unas organizaciones que perdieron su oportunidad histórica; mientras que, al mismo tiempo, surge una nueva generación que no quiere saber nada de ellos y busca a tientas el camino a la revolución socialista.
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