El capitalismo mata al planeta ¡Hace falta una revolución! – Parte V: Ambientalismo, movimiento obrero y marxismo
La lucha ambiental debe estar vinculada a la lucha más general por el derrocamiento del capitalismo. El actual modelo de desarrollo económico ha fracasado totalmente y pone el riesgo de la barbarie en el orden del día. La crisis ecológica, la explotación laboral, la pobreza, el desempleo, la crisis económica, las guerras comerciales y militares, el desarrollo desigual del mundo con países cada vez más ricos y países cada vez más pobres, la migración masiva debido al cambio climático, las guerras y el hambre son consecuencias directas de un modelo económico irracional. Luchar contra la crisis ecológica significa luchar contra el capitalismo y por un modelo de desarrollo racional y diferente para toda la humanidad
EL MOVIMIENTO AMBIENTALISTA Y EL MOVIMIENTO OBRERO
En estos años hemos visto movimientos ambientalistas que en todos los sentidos han tratado de resolver la cuestión ecológica dentro del capitalismo, sin cuestionar sus bases económicas, un enfoque completamente en bancarrota que no lleva a ninguna parte.
Muchos movimientos ambientalistas también han adoptado la lógica de la «interseccionalidad», separando la lucha por el medio ambiente de todos los demás problemas sociales. Este no es el camino a seguir. La batalla por un medio ambiente más saludable y contra la crisis climática, debe unir las demandas ambientales con las del mundo del trabajo. Simplemente decir que las fábricas contaminantes en el mundo tienen que estar cerradas significaría causar millones de despidos. Ante este gran dilema, el movimiento ecologista nunca ha podido encontrar una síntesis seria.
Por otro lado, con demasiada frecuencia los sindicatos se han alineado para defender industrias contaminantes con la excusa de defender los puestos de trabajo, sin tener en cuenta su impacto en el territorio. Un enfoque que representa un paso muy serio hacia atrás en comparación con las experiencias más avanzadas del movimiento obrero en el Estado español e internacionalmente, que durante su historia ha puesto en marcha repetidamente movilizaciones para proteger el medio ambiente y la salud de los trabajadores. Cuando los mineros asturianos y leoneses se movilizaron heroicamente para defender la continuación de la explotación carbonífera no lo hacían por ninguna ambición “desarrollista” sino para defender sus únicas fuentes de trabajo y de vida. En estos casos, la única solución para combinar el derecho al trabajo y el derecho a la salud es la reconversión industrial hacia producciones no contaminantes. De hecho, los mineros han demandado repetidamente alternativas industriales no contaminantes donde poder trabajar, pero el problema es que ni el Estado ni ningún grupo privado están dispuestos a invertir el capital necesario para esta reconversión. ni de proporcionar ninguna alternativa.
Por lo tanto, es imposible ignorar la nacionalización de las fábricas y actividades empresariales contaminantes para emprender su reconversión. Cabe señalar que la nacionalización no tiene nada que ver con esas formas de «intervención estatal» vistas a lo largo de los años, en las que el Estado ha resuelto las pérdidas de las empresas y las ha rehabilitado y luego las revende a particulares a precios de ganga. Una verdadera nacionalización debe ir acompañada de la expropiación y el control de los trabajadores: la reconversión industrial debe financiarse expropiando las empresas sin indemnización, salvo a pequeños accionistas, y debe ser administrada por comités elegidos por los trabajadores en las fábricas y por los habitantes de las áreas circundantes.
EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN AMBIENTAL
Existe una actitud vulgar hacia el marxismo, al que se acusa de centrarse sólo en cuestiones económicas, y de ser básicamente una filosofía «productivista» y “desarrollista”, es decir, dirigida únicamente al desarrollo de fuerzas productivas, e indiferente a los problemas del medio ambiente y la naturaleza. Esta es una de las muchas mistificaciones del pensamiento marxista. Marx y Engels en sus escritos se enfrentan repetidamente a la relación entre el ser humano y la naturaleza. La interacción de todos los fenómenos naturales, incluido el desarrollo humano, es la base de la filosofía del marxismo, el materialismo dialéctico. Y, de hecho, la concepción materialista de la historia puede proporcionar bases sólidas para elaborar un programa de defensa del medioambiente: fuera del materialismo, uno caería en posiciones moralistas o utópicas, totalmente desconectado de los procesos reales de la evolución humana.
Aunque en su tiempo el sistema industrial apenas acababa de comenzar a producir sus efectos devastadores en el medio ambiente, Marx se dio cuenta de hasta qué punto el capitalismo destruiría la salud de los trabajadores y los recursos naturales. En El Capital, escribe:
“Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, es un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome un país (es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo) a la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo. La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.
En El Capital, también se subraya el papel central de las fuerzas naturales en las actividades productivas humanas:
«En su producción, el hombre sólo puede operar como la naturaleza misma, es decir, únicamente modificando las formas de los materiales. Y de nuevo: en este mismo trabajo de formación, el hombre es constantemente asistido por fuerzas naturales. Entonces, el trabajo no es la única fuente de los valores de uso que produce, de la riqueza material. Como dice William Petty, el trabajo es el padre de la riqueza material y la tierra es su madre».
Marx parte de la concepción de que el trabajo está regulado por el intercambio orgánico entre el ser humano y la naturaleza, un enfoque de vanguardia que no tiene nada que ver con «someter a la naturaleza»:
«En primer lugar, el trabajo es un proceso que tiene lugar entre el hombre y la naturaleza, en el cual el hombre, mediante su propia acción, regula y controla el intercambio orgánico entre él y la naturaleza: se contrapone, como uno de los poderes de la naturaleza, con la materialidad de la naturaleza. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, manos y cabeza, para apropiarse de los materiales de la naturaleza en una forma utilizable para su propia vida».
Siempre en El Capital, Marx critica radicalmente la idea misma de la propiedad privada de la tierra.
«Desde el punto de vista de una elevada formación económica de la sociedad, la propiedad privada del globo terrestre por parte de los individuos parecerá tan absurda como la propiedad de un hombre por otro hombre. Incluso una sociedad entera, una nación, e incluso todas las sociedades de una misma época en su conjunto, no son propietarios de la tierra. Son sólo sus poseedores, sus usufructuarios y tienen el deber de transmitirlo mejorado, como un pater familias, a las generaciones posteriores”.
Engels también es claro al respecto. En La Dialéctica de la Naturaleza, escribió:
«Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente».
Las ideas y reflexiones no faltan incluso en los marxistas de las generaciones posteriores. Para citar solo un ejemplo, en el prefacio de las ediciones francesa y alemana del ensayo El Imperialismo, la etapa superior del capitalismo, Lenin desarrolla un profundo razonamiento sobre la naturaleza ambivalente de las infraestructuras que, bajo el capitalismo, no son solo una simple herramienta de conexión, sino que inevitablemente se transforman en un instrumento de opresión.
“Los ferrocarriles son el resultado final de las principales ramas de la industria capitalista, la industria del carbón y el acero, y son al mismo tiempo los testimonios más importantes del comercio mundial y de la civilización democrática burguesa. En los párrafos anteriores habíamos mostrado cómo los ferrocarriles están conectados con la gran industria y los monopolios, los consorcios, los cárteles, los fideicomisos, los bancos, y la oligarquía financiera. La distribución desigual de la red ferroviaria, su desarrollo desigual son el resultado del capitalismo monopolista moderno a escala mundial, y demuestran la imposibilidad absoluta de evitar las guerras imperialistas sobre esta base económica, siempre que exista la propiedad privada de los medios de producción. La construcción de los ferrocarriles parece ser una empresa simple, natural y democrática, que trae civilización y progreso: tal parece de hecho a los ojos de los profesores burgueses, asalariados para embellecer la esclavitud capitalista, y a los ojos de los filisteos pequeñoburgueses. En realidad, los hilos capitalistas que conectan estas empresas, por redes infinitas, con la propiedad privada de los medios de producción en general, han transformado la construcción de las líneas ferroviarias en un instrumento de opresión de mil millones de hombres en los países esclavizados (todas las colonias, más las semi-colonias), es decir, más de la mitad de los habitantes del mundo, y de los esclavos del capital en los países ‘civilizados’”.
No se podría imaginar nada más distante de las concepciones productivistas…
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