Lenin y la cuestión del Estado
Como parte de nuestra conmemoración del centenario de la muerte de Lenin, abordamos en este artículo la contribución del gran revolucionario ruso a la cuestión del Estado. La cantidad de escritos de Lenin dedicados a esclarecer, desde un punto de vista científico, la cuestión del Estado y la actitud de los marxistas ante él, es una constatación de que toda su aportación teórica estaba orientada a las tareas concretas de los comunistas en la lucha por la toma del poder por parte de la clase trabajadora.
Sin duda, este asunto, tanto en períodos revolucionarios como en los de relativa calma social, es central para establecer una política correcta. El punto de partida de Lenin siempre estuvo marcado por un profundo conocimiento de las posiciones de los fundadores del socialismo científico. De hecho, su obra culmen “El Estado y la Revolución” es un compendio de referencias al legado de Marx y Engels, reflejado en obras como El Origen de la familia, el Estado y la propiedad privada, el Anti-Dühring y La lucha de clases en Francia.
La preocupación de Lenin por este asunto venía marcada por toda una serie de distorsiones que habían sido introducidas en el movimiento obrero, en cuanto a la posibilidad de construir una sociedad socialista sin destruir la vieja maquinaria burguesa de dominación. No es casual que estas ideas, presentadas como una versión moderna y actualizada del marxismo, hubieran obtenido una gran difusión entre los medios dirigentes de la II Internacional. Esto ocurrió tras décadas de estabilidad política y económica del capitalismo, vividas a finales del siglo XIX. Las ilusiones en un tránsito lento y pacífico hacia el socialismo dentro del marco político de las repúblicas democráticas dieron entonces alas a una visión reformista y gradualista en el seno de la socialdemocracia de la época.
Partiendo de la necesaria defensa de los principios del marxismo, a Lenin le corresponde el mérito de haber recuperado la verdadera posición de Marx y Engels, delimitando políticamente con las tendencias pequeñoburguesas existentes en el movimiento. Tampoco es ninguna casualidad que Lenin estuviera escribiendo esta obra en pleno desarrollo de la Revolución Rusa de 1917, durante los meses previos a la insurrección de Octubre.
Contenido
Sin clases ni Estado
Una de las grandes mentiras asentadas en lo que llamamos el sentido común establece que “siempre ha habido clases”. De ahí se desliza la idea de que siempre ha habido gente que mandaba y otra que obedecía, o dicho en el lenguaje del marxismo, que siempre ha habido opresión. Sin embargo, la realidad de la historia humana dista mucho de lo que se sobreentiende, como pasa en todas las ciencias. Visto a escala de la existencia plena del homo sapiens, la porción de tiempo que esto fue así representa no más del 5%. Esto responde al hecho de que antes de que nuestra especie alcanzara un grado de desarrollo técnico que permitiera a una parte de la sociedad vivir del trabajo sobrante que producía la otra, todos los miembros debían contribuir al sostenimiento de la comunidad. Por supuesto, había un reparto de tareas natural en función de las habilidades individuales, fisionomía y sexo. Es la división del trabajo primigenia.
En la medida en que las capacidades productivas de la sociedad primitiva no dejaban remanente alguno, al estar ausente la propiedad privada, las clases sociales no existían. En todo caso, la diferencia del papel entre los individuos en la sociedad no iba más allá del reparto espontáneo de tareas colectivas. Sin embargo, la más o menos lenta evolución técnica de la sociedad (en comparación con lo que vemos hoy en día), más el surgimiento de la propiedad con el reparto o apropiación de tierras de cultivo y de animales domesticados, llegó a crear las condiciones para que surgiera un excedente de riqueza, que no era consumida por las colectividades». La existencia del esclavo suponía que este tenía que ser capaz de producir para mantenerse él, reproducirse y además dejar un excedente para el esclavista, lo cual significa una capacidad de producción superior a la de épocas anteriores.
Clases y Estado, inseparables desde su propio origen
La posición que ocupaban diferentes grupos humanos en relación a estos medios, incluida la tierra que pasó a ser propiedad privada, dio lugar a la diferenciación de clases. Unos los poseían y otros, a cambio de su mera existencia, eran obligados a ponerlos en marcha, para mantenerse ellos mismos y producir el excedente que se apropiaba el propietario. Sin embargo, esta situación no podía mantenerse alegremente, pues los propietarios se veían obligados a cuidar de sus posesiones y sobre todo a mantener el estado de cosas que permitiera prolongar en el tiempo su posición. Es en estas condiciones cuando surge el Estado, como un instrumento colectivo de la clase dominante para garantizar el status quo. Básicamente, como señala Lenin, el Estado en esencia es un cuerpo de hombres armados en defensa de la propiedad privada, y por ello necesariamente parcial. Esta definición, en última instancia, es aplicable a aquellas antiguas comunidades a las que nos referimos (ya clasistas), así como a la moderna sociedad capitalista.
El desarrollo de la sociedad humana, con su mayor grado de división del trabajo propiciado por el aumento de las fuerzas productivas, intensificó las divisiones en clases sociales, tales como terratenientes, campesinos, artesanos, comerciantes, jornaleros, etc. Toda esta complicación social hizo que el Estado tuviera necesariamente que desarrollarse para, sin perder de vista su función original y principal, presentarse ante la sociedad como un ente “neutral” para garantizar la convivencia pacífica. Este desarrollo hace surgir un cuerpo especial ataviado con todos los instrumentos necesarios para su ejercicio. Precisamente la apariencia de neutralidad es la que le otorga frente al conjunto de la sociedad la autoridad para dictar leyes, reprimir o perdonar. Pero también es este aspecto el que le permite consagrar lo que en sí es abominable para la mayoría oprimida.
¿Es posible usar el Estado para nuestros fines?
Toda la historia civilizada está atravesada por momentos excepcionales de levantamientos de los oprimidos contra sus opresores. En todas estas situaciones críticas, el Estado se ha puesto del lado de los poseedores. Cuando estas situaciones revolucionarias las encabezaban unas clases poseedoras frente a otras (industriales frente a terratenientes, especuladores frente a industriales, etc), la nueva clase victoriosa tomaba el viejo Estado para sí, cumpliendo éste el mismo cometido en la nueva situación surgida.
Sin embargo, como señaló Marx en su balance de las revoluciones que recorrieron Europa a mediados del siglo XIX, si una clase oprimida, se propone tomar el poder no puede limitarse a tomar el viejo Estado en sus manos, pues esta maquinaria está preparada y funciona cotidianamente en favor de las clases dominantes. Los escalafones más altos de mando son especialmente seleccionados. Entre ellos se encuentran los tribunales más elevados, las altas escalas policiales y militares, etc. Cuando una clase oprimida asalta el poder, necesita arrasar la vieja máquina política de dominación. Con toda lógica, tras la eventual revolución de los oprimidos, la vieja clase dominante trata de retomar su control y reconstruir su posición y su maquinaria política. Por lo tanto, más allá de bonitas intenciones, la nueva clase en el poder, necesita de un instrumento para evitar la reaparición de las condiciones de explotación. Lo peculiar es que este instrumento tiene un propósito diametralmente opuesto al anterior, que es precisamente crear las condiciones políticas para permitir el tránsito hacia la abolición completa de la división en clases de la sociedad y con ella impedir la necesidad de un aparato de carácter político diseñado para la opresión. Como señala Lenin, el tipo de Estado de la clase obrera en el poder ya comienza siendo un semi-Estado pues socava las bases materiales de su propia existencia.
La democracia obrera
Lenin, en El Estado y la Revolución, destacó las características principales del tipo de Estado que los obreros parisinos levantaron:
“[…] es singularmente notable una de las medidas decretadas por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del «salario de un obrero «.
“[…]La completa elegibilidad y la movibilidad en cualquier momento de todos los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del «salario corriente de un obrero»: estas medidas democráticas, sencillas y «evidentes por sí mismas», al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo[…]”
Citando a Marx, Lenin establece una línea divisoria con lo que aquél llamó el “cretinismo parlamentario”:
“… En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten] al pueblo en el parlamento, el sufragio universal debía servir al pueblo, organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los patronos para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus empresas”
Lenin estableció cuatro condiciones para el Estado obrero:
1) Elecciones libres y revocabilidad de todos los funcionarios.
2) Ningún funcionario puede recibir un salario más alto que un obrero cualificado.
3) En lugar del ejército permanente, el pueblo armado.
4) Rotación en todas las tareas de administración del Estado.
Aquí está la esencia leninista acerca del Estado. Las condiciones fundamentales para el poder obrero, es decir, la situación que tiene que existir el día después de la toma del poder, cuando la clase oprimida liberada empieza a ejercer su “dictadura” sobre la vieja clase dominante destronada. En realidad, las características que apunta Lenin, extraídas de la práctica revolucionaria del primer Estado obrero (la Comuna), constituyen la forma democrática más avanzada: la democracia obrera.
Lenin es extremadamente cuidadoso con estos asuntos porque era consciente de los peligros que representaba la burocracia como fuerza reaccionaria. Desde la primera etapa del tránsito hacia la sociedad comunista, incluso cuando aún no puede regir el principio de “a cada cual según su necesidad y de cada cual según su capacidad”, la reconstrucción de la sociedad sobre nuevas bases exige la más amplia participación de las masas en la administración del semi-Estado. En el tránsito hacia el desarrollo completo de la sociedad sin clases ni Estado, excepto en el caso de los individuos incapacitados para el trabajo, todavía cada cual es retribuido según su trabajo, hasta el momento en que la liberación del potencial de las fuerzas productivas haga innecesario incluso esta contabilidad de la aportación de cada uno.
El Estado en la cabeza de los reformistas
Las direcciones oficiales de la izquierda, influenciadas por puntos de vista ajenos a la clase trabajadora, siguen insistiendo hoy en día en la idea de que el Estado es un amparo para los oprimidos y por lo tanto un instrumento político válido para defenderse de la minoría opresora. No es una idea nueva ni original, pues ya la corriente encabezada por Bernstein en la socialdemocracia alemana a finales del siglo XIX trató de llevar al plano teórico la idea de que, en un marco democrático, no haría falta una destrucción brusca de las relaciones de producción existentes ni por tanto del Estado, que era presentado según su apariencia neutral. Posteriormente, estas ideas han sido retomadas una y otra vez por diferentes intelectuales académicos y reincorporadas por las direcciones como novedosas, una y otra vez. Se presenta la democracia sin apellidos, es decir, el sistema democrático no es ni burgués ni obrero; lo mismo defiende con justicia los intereses de Amancio Ortega que los del repartidor de Amazon.
Los hechos frente a la fantasía
La lucha de clases, a veces revolucionaria y otras veces expresada en los límites del sistema sin llegar a poner en peligro las relaciones de producción, ha producido avances en la lucha por el excedente económico en favor de la clase trabajadora. Estos avances han tenido que ser incorporados al marco legal, lo cual ha consolidado la apariencia de neutralidad del aparato estatal. Sin embargo, la realidad es que estas concesiones cuando son arrancadas a la clase dominante, son asumidas por esta a cambio del cese de hostilidades, es decir, de la hipócritamente llamada “paz social” que permita continuar con la explotación cotidiana del trabajo por el capital. Cuando las revoluciones han estallado y no conocen límites, el Estado siempre se ha quitado la careta, llegando a sacrificar incluso su imagen de imparcialidad democrática si la tenía. En otras ocasiones, un Estado burgués ejerciendo su labor con la espada desnuda puede transformarse en “democrático” con el fin de garantizar “el orden”. Estos tránsitos nunca han sido tranquilos, conllevando casi siempre disensos en las estrategias de los distintos sectores de la clase dominante. Es precisamente en estas circunstancias cuando la calidad de la dirección política del movimiento se pone a prueba. Ésta depende fundamentalmente de la visión teórica (ideológica) de las tareas históricas. La victoria sobre la burguesía y su aparato de dominación política no puede ser improvisada. Precisamente en este sentido, el legado de las ideas de Lenin constituye una fuente inagotable de enseñanzas, de las que solamente hemos podido presentar brevemente algunas ideas.
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